Plinio Corrêa de Oliveira

Nobleza

y élites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana - Vol. II

Revolución y Contra-Revolución

en las tres Américas

Editorial Fernando III, el Santo

Lagasca, 127 - 1º dcha.

28006 — Madrid

Tel. y Fax: 562 67 45

 

 

Primera edición, abril de 1995

© Todos los derechos reservados.

 

 

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NOTAS

● El Apéndice V de la presente obra ha sido realizado, bajo la dirección del profesor Plinio Corrêa de Oliveira, por una comisión inter-TFPs de Estudios Iberoamericanos.

● El Apéndice VI fue elaborado, también bajo la dirección del profesor Plinio Corrêa de Oliveira, en 1993, por una comisión de Estudios de la TFP norteamericana.

Algunas partes de los documentos citados han sido destacadas en negrita por el autor.

La abreviatura PNR seguida del número de año y página corresponde a la edición de las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana publicadas por la Tipografía Políglota Vaticana en Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santitá Pió XII cuyo texto íntegro se transcribe en Documentos I del primer volumen.

El presente trabajo ha sido obtenido por escanner a partir de la primera edición, abril de 1995. Se agradece la indicación de errores de revisión. 


Los Estados Unidos de América:

En un Estado democrático, florecen con sorprendente

vigor tradiciones y anhelos aristocráticos

 

CAPÍTULO VIII

Las élites tradicionales en los Estados Unidos de hoy: una realidad viva y pujante

 

1. Criterios que confieren status en la sociedad norteamericana

La jerarquía social en los Estados Unidos de hoy es dictada por varios factores, algunos palpables, otros imponderables. Esta combinación es designada con el término status, definido como “la posición o rango concedido objetivamente a alguien por sus contemporáneos, dentro de su propia sociedad” [1].

Todo el mundo tiene un status. Es decir, todos tienen una posición en la sociedad que depende de la consideración de los demás. Sin embargo, con más frecuencia este término designa los status sociales superiores. Richard Coleman y Lee Rainwater afirman que los criterios usados para definir el status social en los Estados Unidos “no hablan sólo de ingresos, ni de ingresos más educación más profesión. Aportan muchos más elementos que deben ser sopesados —en especial, los patrones morales, la historia de la familia, el grado de participación en la comunidad, la sociabilidad, el modo de hablar y la apariencia física—, pocos de los cuales son cuantificables, ni han sido nunca evaluados en estudios cuantitativos sobre factores de status. Es esto lo que llamamos el ajuste fino del nivel social” [2].

La riqueza.

La riqueza, pasada o presente, contribuye al status social: “Aun donde la riqueza no es una condición directa e inmediata para alcanzar un status elevado —dice Nisbet— la presencia de la riqueza o el hecho de que el linaje de alguien haya estado alguna vez vinculado a la riqueza es normalmente considerado una manifestación de alto status” [3].

Sin embargo, la riqueza heredada aporta mayor prestigio, pues significa que la familia ha sido rica durante varias generaciones. La riqueza adquirida que permite vivir de las rentas caracteriza el siguiente nivel de status. El peldaño más bajo lo ocupan quienes han de trabajar para ganarse la vida4 [4]. Coleman y Rainwater confirman que en la sociedad norteamericana la riqueza heredada comunica un prestigio mayor: “En todos los niveles económicos, quienes han heredado lo que tienen son considerados (...) personas de un nivel social superior (...) esto es válido sobre todo en la clase alta” [5]. Prewitt y Stone afirman que “pocas personas alcanzan posiciones de élite en la vida política o económica sin que hayan nacido ricas, adquirido riqueza enseguida, o tenido, al menos, acceso a ella” [6].

Sin embargo, no se debe sobreestimar la importancia de la riqueza como criterio de status elevado en los Estados Unidos. Como señala Vanee Packard: “Las personas de verdadera clase alta procuran evidenciar que la riqueza tiene poca relación con su preeminencia social. Por el contrario, su estilo de vida elegante y gentil sería consecuencia de su innato buen gusto e ilustre estirpe. En las comunidades más pequeñas, el hecho de descender de una familia ‘antigua’ es especialmente importante” [7].

El linaje.

Tal vez ningún otro criterio, ni siquiera la fortuna, es tan importante en el momento de determinar el status como los lazos familiares. Kingsley Davis explica: “Una de las principales funciones de la familia es la de atribuir el status social. (...) Los hijos adquieren la condición de sus padres” [8]. El reputado sociólogo Max Lerner ilustra claramente cómo la mera riqueza no abre las puertas de la sociedad pues “nacimiento y familia son la clave para ser admitidos aunque algunos se han desclasificado a sí mismos casándose con personas de un nivel inferior. (...) En comunidades como las viejas ciudades de Nueva Inglaterra, tan sólo las ‘familias antiguas’ ocupan la cumbre de la sociedad. Las ‘familias nuevas’, aunque sean plutocráticas y manejen una riqueza mucho mayor, no poseen el mismo carisma” [9]. Robert Nisbet también dice que “en la democracia norteamericana contemporánea encontramos zonas del país en las que es esencial la ascendencia familiar para alcanzar un status social” [10].

Como ocurre con la nobleza europea, los miembros de las familias norteamericanas de élite se casan entre sí tomando muy en consideración los intereses del clan, haciendo alianzas con otras familias poderosas, formando redes que influyen decisivamente en la vida económica y social del país. Stephen Birmingham, historiador de la clase alta tradicional, escribe: “El matrimonio tanto hoy como ayer es lo que propulsó a una dinastía o a un imperio familiar. Las familias más destacadas se enlazan entre sí ante el altar en uniones de amor y poder, tejiendo a lo largo de los años una trama de exclusividad y privilegio casi impenetrable para los extraños” [11]. A conclusión semejante llega William Domhoff: “Las Primeras Familias de Boston han tendido a casarse entre ellas de una forma que nada tiene que envidiar los matrimonios planeados por las monarquías europeas” [12].

Tales casamientos tejieron una red social dentro de la cual se adquiere status no sólo en cuanto individuo, sino también como integrante de una determinada familia o clan. Nathaniel Burt, historiador de la clase alta de Filadelfia, señala que “tan importante como ser miembro de una Familia, o tal vez más importante que ello, es formar parte de esa red". En algunas regiones de los Estados Unidos, especialmente en el Sur y en Nueva Inglaterra se encuentran verdaderas familias patriarcales que engloban en su seno a sus sirvientes y empleados, como las antiguas familias aristocráticas europeas. Miller dice que hay, especialmente en el Sur, “un sentido de familia más fuerte y amplio que lleva a incluir en ella a los antiguos sirvientes fieles tanto como a los nietos. El sentido de parentesco puede extenderse también a quienes, aun sin vínculos de matrimonio ni de sangre, son considerados ‘primos’ o ‘tíos’” [13]. El juicio popular es favorable a los clanes dinásticos locales y regionales, como lo indica un reportaje de portada de la revista U.S. News and World Report: “Mientras los tiburones de la distante Wall Street pueden ser rechazados, las dinastías de las ciudades del interior tienden a inspirar reverencia, respeto e incluso afecto. (. ..)No son nombres famosos en el país. Sin embargo, en sus respectivas ciudades son celebridades de incomparable poder” [14].

Firma de un contrato matrimonial en Virginia, por J. L. G. Ferris

Como ocurre con la nobleza europea, los miembros de las familias aristocráticas norteamericanas se casan entre sí tomando muy en consideración los intereses del clan, haciendo alianzas con otras familias poderosas, formando redes que influyen decisivamente en la vida económica y social del país.

Esos clanes perpetúan su patrimonio en el seno de la familia. Talcott Parsons registra que hay una tendencia a favorecer al primogénito en lo que toca “a la continuidad de la propiedad familiar, especialmente cuando vinculada a una residencia ancestral y a la continuidad del status dentro de una comunidad local [15]. Incluso dentro de las grandes sociedades anónimas, las decisiones más importantes son tomadas por los miembros de las élites tradicionales. Max Lerner muestra que las personas “procedentes de los estratos más bajos de la clase media, no suelen tener la última palabra en las decisiones de una sociedad anónima, aunque ocupen cargos directivos. La palabra final y decisiva permanece generalmente en manos de quienes, por pertenecer a una élite de nacimiento y haber disfrutado de dinero y poder durante varias generaciones, tienen el prestigio que refuerza sus capacidades operativas y sus derechos en la empresa” [16].

Educación.

Una educación elevada también confiere status. “En la sociedad norteamericana de hoy hay una altísima correlación entre educación y status social” — afirma Nisbet — “Para ascender en la escala social, la buena educación ha sido históricamente uno de los medios más eficaces” [17].

Los miembros de las élites norteamericanas se distinguen también de los de las demás clases por las instituciones educativas que han frecuentado. Narra William Domhoff: “Desde su infancia hasta ser adultos, los miembros de la clase alta reciben una educación distinguida. Comienza en los primeros años de la vida en jardines de infancia. (...) continúa en colegios particulares locales. (...) hay una gran posibilidad de que el estudiante se aleje de casa al menos durante uno o dos años para estudiar en un colegio interno” [18]. Estos internados fueron establecidos en el siglo pasado por la clase alta inspirándose en los colegios que, como Eton y Harrow, educaron a las élites británicas durante siglos [19].

Vista de la prestigiosa Universidad Católica de Georgetown, en Washington donde en la actualidad [1995] cursa sus estudios el heredero de la Corona de España.

De acuerdo con John Ingham, los colegios privados cumplen cuatro funciones sociales: “En primer lugar aíslan a los niños de las antiguas familias de la clase alta dentro de ambientes homogéneos. (...) En segundo lugar, ‘tienen la función de cultivar a los miembros de la generación más joven, especialmente a los de reciente alcurnia, dentro del estilo de vida de la clase alta’. En tercer lugar, proporcionan los medios adecuados para que los jóvenes puedan conocer a sus iguales de otras ciudades y formar amistades duraderas. Por fin, estos colegios, aislados dentro de pequeñas ciudades o en el campo, alejan a los jóvenes del ambiente cada vez más urbano y heterogéneo de sus poblaciones de origen” [20]. Mills concluye sucintamente: “los colegios privados seleccionaron y prepararon a los miembros más recientes de la clase alta nacional, así como mantuvieron en el más alto nivel a los niños de familias que ya estaban desde hace mucho tiempo en la cumbre” [21].

Bailes de debutantes y otros acontecimientos de carácter social.

En la vida de la clase alta norteamericana se destacan los bailes anuales de debutantes, una costumbre cuyas raíces se remontan a ceremonias análogas a las del Ancien Régime. El début culmina un largo y arduo proceso que prepara a las nuevas generaciones para las exigencias de la vida tradicional de la clase alta, coronando una completa educación en materia de etiqueta y buenas maneras. Comienza, a veces en la más tierna infancia, continúa durante la adolescencia hasta que se alcanza la edad necesaria para entrar en la vida social. En algunos bailes se ha establecido la costumbre de invitar miembros de la nobleza europea que introducen a las debutantes en la sociedad. Comenta Domhoff: “La temporada de las debutantes es una serie de fiestas, tés y danzas que culminan en uno o más grandes bailes. De esta forma se anuncia la entrada de las jóvenes de clase alta en la sociedad de los adultos con el máximo de formalidad y elegancia. Este ritual altamente costoso, para cuya preparación se derrocha atención sobre cada detalle de la comida, decoración y entretenimiento, tiene una larga historia en la clase alta. Nacidos en Filadelfia en 1748, y en Charleston (Carolina del Sur) en 1762, varían sólo ligeramente de ciudad a ciudad a lo largo de todo el país” [22]. En 1960, Lucy Kavaler contó ciento cincuenta y cinco bailes de debutantes en treinta y un Estados de acuerdo con el modelo de los de Nueva York, Filadelfia, Charleston y Baltimore.

La Sociedad de Santa Cecilia de Charleston, fundada en 1737 como asociación filarmónica, organiza un baile anual al cual solamente sus socios e invitados especiales pueden comparecer. Por tradición, no se permite que asistan al festejo actores ni actrices, ni personas divorciadas o “recasadas”. Si la hija de uno de sus miembros contrae matrimonio con alguien ajeno a dicha sociedad, podrá continuar compareciendo a los bailes, pero su marido e hijos no podrán acompañarla [23]. En Baltimore, poco después de la guerra de 1812, nació el Bachelors Cotillón, uno de los más antiguos bailes de debutantes del país. Los actos sociales en la ciudad de Nueva York forman una pirámide en cuya cúspide brillan los selectos bailes de debutantes organizados por las familias de la “vieja guardia”. Algunas de las asociaciones patrióticas y hereditarias, como la sociedad de San Nicolás de la Ciudad de Nueva York y la Sociedad General de Descendientes del Mayflower, presentan también a sus nuevos miembros y a las hijas de sus miembros en bailes y cenas anuales. Bailes organizados por asociaciones similares giran alrededor de las élites tradicionales de cada región y marcan la vida social de muchas ciudades como Atlanta, Fort Worth, San Luis, Nueva Orleans, Los Angeles y Chicago.

También, en la vida social norteamericana destacan los bailes anuales de debutantes.

El debut culmina a un largo y arduo proceso que prepara a las nuevas generaciones para las exigencias de la vida tradicional, coronando una completa educación en materia de etiqueta y buenas maneras.

Clubs y asociaciones.

Wecter observa que “toda ciudad norteamericana con algún vestigio de tradición cuenta con un club masculino altamente respetable que da un asilo frente al pandemónium del comercio, al engreimiento democrático y al feminismo” [24]. Algunos clubs son muy antiguos, como el Philadelphia que data de 1830; los clubs Union y Century de Nueva York, de 1836 y 1847 respectivamente; el Sommerset de Boston, fundado en 1851; y el Pacific Union de San Francisco, en 1852. Domhoff explica que “como los colegios privados (...) en la vida de los niños de clase alta, así también los clubs privados son un importante punto de orientación en la vida de los adultos de dicha clase” [25].

Estos clubs ponen en contacto los miembros de las élites de las diversas partes del país. Con frecuencia son tan cerrados que llegan a pasar desapercibidos para las demás clases sociales. Sirven, por fin, para asimilar los nuevos ricos a la clase alta de acuerdo con un ritmo conveniente. “Ser miembro de los clubs ‘bien’ —dice Mills— adquiere gran importancia social para quienes siendo meramente ricos tratan de atravesar los límites que los separan de la alta sociedad. (...) por ellos se asciende en status hasta llegar a las antiguas clases altas” [26].

No sólo la clase alta se asocia en clubs restringidos para preservar su carácter e identidad. Existen también los clubs que agrupan a gente de la clase media. Como hace notar Ingham, en cada ciudad “por debajo de las fortalezas aristocráticas, existe una serie de clubs menores” [27]. Y Packard pone de relieve que “existe una bien construida jerarquía de clubs. (...) La mayoría de los actuales aristócratas, o sus familias, pertenecieron a los clubs de antesala durante su ascenso al poder, y pueden o no continuar siendo miembros de los mismos una vez alcanzados los clubs de élite” [28].

Las asociaciones profesionales reúnen también a las élites dentro de su propio campo. El sociólogo Michael Powell muestra el carácter elitista de la Association of the Bar of the City of New York City (ABCNY, Asociación de Abogados de la Ciudad de Nueva York), creada “como una asociación de juristas patricios (...) manteniendo nociones selectas de profesionalidad, y oponiéndose generalmente a las tendencias democráticas dentro de la carrera jurídica, exigen un alto patrón para sus nuevos miembros” [29].

Los puestos de autoridad y la profesión también confieren status.

“Nuestra categoría profesional aparece como un poderoso factor en el momento de fijar nuestro status social”, observa Packard. Este estudioso presenta una lista de profesiones y oficios en orden decreciente de prestigio. En la cima están los cargos de juez, obispo, ejecutivo de empresas, los altos mandos de las Fuerzas Armadas, y algunas profesiones liberales más representativas, como las de médico y abogado. En parte más baja están los trabajos serviles [30].

En la elegante Avenida de las Embajadas (arriba), en Washington, prestigiosos clubs sociales, como la “Society of the Cincinnati” (abajo) o “Cosmos Club” (al lado) mantienen una distinguida vida de sociedad.

Robert Bierstedt observa que “quienes están situados en los puestos más altos de sus asociaciones profesionales gozan también, con algunas excepciones, de un alto status en sus comunidades” [31]. También lo afirma Robert Nisbet: “La posición de autoridad que alguien ocupa y el grado de influencia que ejerce sobre los demás es suficiente para situarlo en una posición social razonablemente elevada” [32].

En los Estados Unidos, no faltan cargos de autoridad ocupados por self-made man que por sus propios méritos y esfuerzo han alcanzado una posición en la política, la industria, el comercio, las finanzas, etc. En consecuencia, estos hombres pasan a formar parte de las élites gobernantes, y adquieren un status social coherente con su nueva posición [33].

Se puede, pues, concluir que el sistema de libre iniciativa vigente en los Estados Unidos permite adquirir status a través de una amplia gama de vías, y que habitual-mente dicho status es alcanzado como consecuencia de una combinación de varias de esas vías.

2. La hereditariedad del status social

El status adquirido se transmite a la familia. En efecto, cuando uno de los miembros de la familia alcanza por mérito propio una posición de relieve, sus parientes participan de ese status, que se convierte en patrimonio familiar. De esta forma, el status social tiende naturalmente a hacerse hereditario.

Sobre este punto observa el profesor Egon Ernest Bergel: “Aun dentro de nuestro sistema extremadamente móvil, el status asignado, es decir, heredado, es la regla general; el status adquirido es una excepción” [34]. Y comenta Robert Bierstedt: “A las esposas se les asigna el status de sus maridos y a los hijos el de sus padres. De esta forma la estratificación social pasa a ser un fenómeno familiar y, en consecuencia, un fenómeno de grupo. Más tarde, este status (...) se convertirá en hereditario”. Ejemplo de ello es la transmisión hereditaria de las empresas industriales y comerciales. Los sociólogos han observado que en la mayoría de los casos los negocios pasan de las manos del padre a las del hijo, estableciéndose una continuidad familiar [35].

El antropólogo social Ralph Linton afirma lo mismo: “Aun cuando las divisiones sociales tengan su origen en diferencias de capacidad, parece haber una fuerte tendencia a que se conviertan en hereditarias. Quienes pertenecen a una clase favorecida tratan de transmitir a sus descendientes las ventajas que han conseguido” [36].

Estos grupos hereditarios forman en la clase alta de los Estados Unidos una élite análoga a la nobleza titulada europea. Declara Bierstedt: “Cuando (...) el matrimonio entre miembros de la misma clase social es estimulado y practicado habitualmente, el status de la clase puede mantenerse durante períodos relativamente largos. En algunas sociedades esto se simboliza con Títulos y se perpetúa mediante una nobleza, hereditaria. (...) En los Estados Unidos basta mencionar, por ejemplo, a las familias Adams y Lowell de Massachusetts, y a las Byrd y Randolph de Virginia” [37].

Por tanto, puede concluirse con Martin Stansfield que ‘‘algunas personas piensan que la aristocracia americana murió hace doscientos años, cuando los títulos hereditarios fueron abolidos por la Constitución; pero esto no es cierto en absoluto. No existen en los Estados Unidos títulos hereditarios, pero la aristocracia, en todos los demás sentidos de la palabra —gente con substancia, educación, influencia y riqueza— viene existiendo constantemente desde la época de George Washington y Thomas Jefferson; y está hoy muy viva y pujante en este país” [38].

Transmisión hereditaria de las cualidades y del mérito como patrimonio familiar.

También las cualidades y méritos son transmitidos por la familia. Burt afirma que esto es normal en la sociedad norteamericana, pues “propulsiona a la familia con la mayor seguridad, establece el prestigio familiar con la mayor solidez, y añade a la sociedad norteamericana, con la mayor seguridad, un pasado fuerte y un presente teñido de alcurnia, buenas maneras y tradición. ¿Qué tenemos? Todos los elementos que forman los predicados, si no la propia esencia, de una aristocracia” [39].

Por su parte, Walter Muir Whitehill observa que “muchas familias de alto status social mantuvieron, generación tras generación, un extraordinario nivel de distinción en todo el país. Esta —dice— es la versión norteamericana de la aristocracia (...) y algunas veces es tan exigente como las aristocracias tradicionales de Europa” [40].

En una de sus alocuciones al Patriciado y a la Nobleza romana, Pío XII se refiere específicamente a la transmisión de cualidades morales y espirituales dentro de una familia de generación en generación. Pero la transmisión hereditaria del mérito, íntimamente relacionada con la transmisión de status, ha recibido escasa atención y puede resultar extraña para muchos. Sin embargo, sociólogos como Bernard Faber sustentan que “el más valioso patrimonio de un grupo familiar es, además de la riqueza, su posición ante las demás unidades familiares en términos de honor y status. (...) En este patrimonio moral se incluyen los méritos y honores de los individuos, vivos o muertos, que están vinculados a dicho grupo familiar. Más generalmente, las familias pueden hacerse famosas por causa de un gran antepasado (real o ficticio), por su riqueza, o por méritos individuales. Una de las funciones de los grupos familiares en la estratificación social es la de perpetuar y poner en relieve estos patrimonios morales, que se convierten así en una parte importante de la cultura familiar” [41].

Para el mito americanista democrático-igualitario que sólo reconoce los méritos personales, la transmisión hereditaria de los méritos es una de las grandes injusticias cometidas en los regímenes aristocráticos, pues permite que unos pocos privilegiados nazcan en una situación ventajosa, es decir, con un status heredado de sus antepasados.

Pero si bien muchos niegan la transmisión hereditaria del mérito, otros tantos encuentran razonable que pueda manifestarse gratitud no sólo a un benefactor sino también a sus descendientes. Esto se debe al principio de que todo el patrimonio paterno es transmisible de forma hereditaria, incluso los favores y beneficios que el padre ha recibido de otras personas o del Estado como tesoro moral.

El padre encuentra y ama en el hijo una proyección de su propia personalidad. Cuando alguien hace un favor a su hijo, el padre lo considera como hecho a sí mismo. Manifestar en la persona del hijo la gratitud debida al padre es reconocer la existencia de un vínculo que une a ambos. El mismo principio puede aplicarse a las relaciones entre un individuo y el Estado. Un hombre que haya prestado insignes servicios a un monarca, es acreedor del afecto regio, y por tanto de un puro bien moral que no puede ser evaluado en términos materiales. Se hace merecedor de una recompensa efectiva en virtud de la deuda de afecto contraída por el monarca. Y si éste no es capaz de saldar inmediatamente esta deuda, siempre podrá hacerlo en la persona de sus descendientes.

En la historia colonial de los Estados Unidos encontramos un interesante ejemplo de ello: William Penn recibió del Rey Carlos II la colonia de Pennsylvania en agradecimiento por los servicios prestados por su padre a los Estuardo. Describe la transacción el historiador George Tindall: “A la muerte de su padre, Penn heredó la amistad de los Estuardo y un substancioso legado, incluido el débito de dieciséis mil libras que su padre había prestado a la Corona. (...) En 1681, recibió de Carlos II los derechos de propiedad sobre una extensa área  [de América]. (...) Por insistencia del Rey, la tierra fue denominada Pennsylvania en honor al padre de William Penn” [42].

Un gran hombre que haya prestado ilustres servicios a su país con valentía, celo, dedicación y competencia en el campo militar, político, diplomático o cultural, puede esperar que el Estado y la opinión pública expresen también a sus descendientes la gratitud que le deben.

Por ejemplo, es innegable que el mero hecho de descender de George Washington, es razón de una especial consideración y de elevación de status en la sociedad norteamericana. Esto no se deriva de los méritos personales del descendiente sino de la gratitud de la nación para con su antepasado. La legitimidad de este tipo de gratitud para con los antecesores es sancionada por el propio Dios en diversos pasajes de la Escritura: en varias ocasiones suspendió castigos y concedió favores al pueblo elegido en atención a los méritos de sus grandes antepasados como Abraham, Isaac, Jacob o David [43].

Muchos Papas y Santos también defendieron la transmisión de méritos y cualidades de los antepasados a sus descendientes. En sus alocuciones al Patriciado y a la Nobleza romana, y en las dirigidas a la Guardia Noble Pontificia, Pío XII hace referencia a este asunto [44].

3. La organización de las élites tradicionales hoy en día

Hoy, las élites tradicionales perduran con vigor en el Estado democrático norteamericano, aun cuando no puedan desplegar totalmente su semblante, y especialmente sus aspectos aristocráticos.

Retratando esta situación paradójica, Lloyd Warner escribe: “En Nueva Inglaterra se distinguen claramente seis jerarquías sociales. La clase alta está dividida en una aristocracia nueva y antigua. Las ‘familias antiguas’, situadas a un nivel más alto, forman el dintel del arco social. Inmediatamente debajo de ellas se encuentran las ‘familias nuevas’, llamadas así por haber alcanzado recientemente esta posición de clase alta y no por ser nuevas en la comunidad. Están constituidas por personas de fortuna que han conseguido elevarse lo suficiente como para participar en los clubs y círculos del grupo más alto. Esos miembros de la baja clase alta reconocen que están por debajo de quienes han nacido en la clase alta con un linaje de varias generaciones” [45].

Las asociaciones hereditarias.

Las ‘familias antiguas’ que imprimen su carácter a los sectores más refinados de la clase alta tienen un sorprendente grado de organización. El íntimo conocimiento mutuo entre los integrantes de la clase alta y de las élites tradicionales sorprendió a Lucy Kavaler, a quien un señor con “uno de los más antiguos apellidos de Nueva York” le explicó que “se podría compilar un verdadero registro social con las listas de miembros de las organizaciones hereditarias” [46].

Pues las élites tradicionales formaron en los Estados Unidos asociaciones de acceso restringido en cuyo medio pueden expandir libremente sus cualidades más nobles y sus costumbres tradicionales. El historiador social Cleveland Amory explica que “en nuestros días, los aristócratas pueden encontrarse más fácilmente en buen número, si no en la alta sociedad, al menos en una Sociedad, es decir, en alguna de las asociaciones plenamente aristocráticas, —aunque oficialmente denominadas patrióticas—, como la de los Cincinnati, Colonial Dames, Colonial Wars, D.A.R., etc.; porque (...) forman parte seguramente, e incluso genealógicamente, de la  [alta sociedad] de ayer, y esto las convierte, por supuesto, en la aristocracia de hoy” [47].

Los orígenes, objetivos y requisitos de admisión en dichas asociaciones varían. Algunas están destinadas a perpetuar la memoria de antepasados que se distinguieron en la guerra, fueron fundadores de ciudades o colonizadores pioneros, u ocuparon posiciones de relieve en los Gobiernos Coloniales o republicanos. Para ser socio, se requiere, en general, probar que se desciende del correspondiente personaje y el voto favorable de un comité de recepción o, a veces, de todos los miembros de la asociación.

Otras incluyen entre sus objetivos, actividades de carácter patriótico, pero no son asociaciones meramente patrióticas. En ellas hay una exclusividad basada en el linaje, en contradicción con la inclusividad democrática-igualitaria. He aquí esta paradoja descrita por Wallace Davies: “Ni un súbito crecimiento del sentimiento patriótico, ni siquiera una inmersión en el pasado norteamericano consiguen explicar el carácter hereditario de esas asociaciones. De hecho, un renovado interés por las instituciones republicanas y por los ideales de la democracia (...) parecerían extemporáneamente incompatibles con tal imitación de la aristocracia del Viejo Mundo y con una posición basada en el pedigree [48].

Da la impresión que para evitar la limitación injusta impuesta por la prohibición de títulos, los fundadores de las más antiguas asociaciones hereditarias americanas aspiraron a que ellas fuesen reconocidas oficialmente, y que se convirtiesen en algo análogo a las asociaciones de la nobleza europea. De esta forma, fueron tan lejos como se lo permitían las leyes y la cultura de los Estados Unidos. Su intención última se discierne en la naturaleza verdaderamente aristocrática de las asociaciones que erigieron.

El mero hecho de pertenecer a una asociación hereditaria no convierte ipso facto a alguien en aristócrata, especialmente porque ninguna de ellas es ennoblecedora de por sí. Sin embargo, es notable que los motivos psicológicos —no siempre explícitos— que las dieron a luz, en general son semejantes a los que dieron origen a la aristocracia blasonada.

También es necesario poner de relieve la proyección de dichas asociaciones en la vida cultural de los Estados Unidos. Sus miembros promueven el bien común por medio de obras como el mantenimiento de museos y bibliotecas, la restauración de monumentos históricos o el patrocinio de estudios históricos. De esta forma, conservan y mejoran la herencia cultural y las tradiciones de los Estados Unidos.

El público no conoce bien la existencia de estas entidades pues muchas evitan los reflectores de la publicidad. Además, no aceptan en su seno sino a los miembros de determinados medios sociales, precisamente para diferenciarse en un sentido antigualitario. Forman círculos concéntricos, más o menos restringidos, de grupos de familias tradicionales, y mientras algunas asociaciones tienen requisitos de admisión menos rígidos, en otras es difícil o casi imposible entrar. Amory nos da un ejemplo de ello: “Probablemente, la sociedad patriótica en la cual es más difícil entrar es la Orden de los Fundadores y Patriotas (...) debido a sus exigencias de orden genealógico. Sus miembros han de descender de un ‘Fundador’, de alguien que haya residido en las colonias con anterioridad al año 1799; y, por la misma línea, de un ‘Patriota’, es decir, de alguien que haya luchado en el ejército de Washington” [49].

Otras asociaciones, como el ramo de Filadelfia de la Sociedad de las Guerras Coloniales, además de imponer estrictos requisitos genealógicos limitan el número total de sus miembros.

Muchas de esas asociaciones fueron fundadas, tanto en el Norte como en el Sur, entre la Guerra Civil norteamericana y la Primera Guerra Mundial, época marcada por el impulso industrializador, las nuevas doctrinas y las oleadas inmigratorias.

Las familias de nuevos ricos que, tras varias generaciones, consiguieron ingresar en esas entidades, tuvieron que prestar homenaje previo a la tradición renunciando a la ostentación presuntuosa de su riqueza ante aristócratas a veces empobrecidos. Como afirma Ingham, “la antigua clase alta ha construido una red de tradiciones y buenas maneras que fue muy útil para mantener alejados a los incultos y moderar las aspiraciones de los impetuosos” [50]. Esto benefició a los nuevos ricos admitidos en la clase social tradicional concediéndoles una verdadera respetabilidad. Hoy en día, muchos descendientes de los nuevos millonarios del siglo pasado pertenecen a estas asociaciones.

El Hereditary Register of the United States de 1986 menciona ciento nueve asociaciones hereditarias, la más antigua fundada en 1637 y la más reciente en 1975. Normalmente se las describe como culturales, históricas, preservacionistas, etcétera.

Algunos ejemplos.

Bajo cierto punto de vista, la más importante es la Sociedad de los Cincinnati. “Ningún inglés se sentiría más orgulloso de pertenecer a la Orden de la Jarretera, ni ningún escocés a la Orden del Cardo, que un norteamericano de ser miembro de la Sociedad de los Cincinnati [51].

Sus miembros han de descender de oficiales que lucharon al menos durante tres años en la Guerra de la Independencia o hasta el final de ella. Sin embargo, en muchos Estados sólo un miembro de cada familia calificada puede pertenecer a dicha asociación.

Fue constituida en 1783. El General Henry Knox fue su principal fundador y el General barón von Steuben presidió las primeras reuniones. Se le dio ese nombre por causa del ilustre romano Quinctius Cincinnatus que abandonó su granja para liderar provisionalmente el ejército, salvando su ciudad de los enemigos. Tras la victoria, renunció al cargo y volvió a sus tierras. George Washington fue elegido primer presidente general de dicha asociación, cuyo protector en Francia era el propio rey Luis XVI.

En los primeros años fue conocida por las simpatías monárquicas de algunos de sus fundadores y miembros quienes, según varios autores, querían establecer una nobleza militar en el país [52].

Myers narra que “numerosos miembros de ella provenían de las más altas filas de la riqueza y de la relevancia social (...) había un carácter de grandeza —sus críticos lo llaman pomposidad— en muchos de los Cincinnati” [53].

Inicialmente fue combatida con furia por liberales como Jefferson, Samuel Adams y Franklin o como el revolucionario francés Mirabeau. De acuerdo con Wood: “Los feroces ataques sufridos por la Orden de los Cincinnati en la década 1780 representaron, en realidad, tan sólo la más notable expresión de (...) los resentimientos igualitarios. Ese ‘descarado y arrogante’ intento realizado por antiguos oficiales del ejército independentista para perpetuar su honor fue considerado por hombres como Aedanus Burke, James Warren y Samuel Adams como ‘un gran paso en dirección a una nobleza hereditaria militar, como nunca se había dado en tan corto espacio de tiempo’” [54].

Thomas Jefferson vituperó repetidamente las inclinaciones monárquicas de los Cincinnati, a los cuales acusaba de “‘injertar’ en la ‘futura estructura de gobierno’ una ‘orden hereditaria’” [55]. Sin un reconocimiento oficial, la asociación se retrajo a la esfera privada. En general, sus miembros sólo usaban su emblema en público cuando se encontraban en el extranjero.

Myers escribe que en el fin del siglo XIX había decenas de asociaciones hereditarias “en conmemoración de antepasados de todas las épocas de la historia norteamericana. Cada una de ellas era un reflejo distante de los Cincinnati, y la alta sociedad norteamericana (...) se movía discretamente en busca de puestos en las asociaciones ‘adecuadas’” [56].

Otra entidad del siglo XX inspirada en la de los Cincinnati es la Orden Militar de las Barras y Estrellas. Quienes deseen ingresar en ella deben descender por línea masculina de algún oficial de las fuerzas armadas de los Estados Confederados del Sur, dado de baja del servicio de forma honorable, así como ser miembros en activo de los Hijos de los Veteranos Confederados. Otras asociaciones reúnen a los descendientes de familias que participaron en la fundación de sus respectivos Estados. Pocos Estados carecen de asociaciones selectas que celebren sus “Primeras Familias”.

Una de las asociaciones más notable es la Orden de las Primeras Familias de Virginia, instituida en 1912 con la finalidad de conmemorar y estrechar los lazos de la posteridad de virginianos de “dignidad e importancia”. Además de realizar tareas sociales, dicha entidad estudia la genealogía de esas familias. Sólo admite a los descendientes de los primeros colonizadores de Virginia [57]. Por su parte, la Orden de los Señores Coloniales de Manor de Norteamérica, fue fundada en 1911 por John Henry Livingston, descendiente de una de las más eminentes estirpes norteamericanas de Lords of manor. No asombra, pues, que al escribir la historia de su renombrada familia, Edwin Livingston haya apostrofado a aquellos que por “una falsa idea de modestia, o por causa de su ignorancia, repudian aquella nobleza para la cual están entera y legalmente acreditados" [58].

Otros tipos de asociaciones de élites.

Son igualmente dignas de mención las asociaciones de descendientes de figuras históricas y las dedicadas a perpetuar un apellido. Tienen también como objetivo ayudar a que los miembros menos favorecidos de la familia mantengan la posición que les corresponde. Existen en los Estados Unidos más de dos mil sociedades de este tipo [59].

Un ejemplo típico de asociación familiar marcadamente aristocrática es la Sociedad Nacional de los Descendientes de la Familia de Washington. Fundada en 1954, tiene por objetivo conservar, alimentar y fortalecer los lazos familiares así como perpetuar la memoria de George Washington entre sus descendientes. Para ser admitido es necesario probar que se desciende en línea directa y legítima, masculina o femenina, de la familia de George Washington, y ser aprobado por la totalidad de sus miembros. La Reina Isabel II de Inglaterra pertenece honoríficamente a ella.

“Algunas personas piensan que la aristocracia americana murió hace doscientos años, cuando los títulos hereditarios fueron abolidos por la Constitución; pero esto no es cierto en absoluto. No existen en los Estados Unidos títulos hereditarios, pero la aristocracia, en todos los demás sentidos de la palabra —gente con substancia, educación, influencia y riqueza— viene existiendo constantemente desde la época de George Washington y Thomas Jefferson; y está hoy muy viva y pujante en este país” (Martin Stansfield, “U.S. News and World Report”, 12-12-1983)

Diversos aspectos de la la Sociedad Nacional de Damas Coloniales del Siglo XVII, situada en un residencial barrio de Washington. En la actualidad, cuenta con cerca de 10.000 asociadas.

Los norteamericanos que descienden de algún noble europeo o de familias reales forman también asociaciones en un país donde la atracción por la mística de la nobleza ha sido siempre fuerte, como lo prueba el ávido interés de gran parte del público norteamericano, de todas las clases sociales, por las actividades de las Casas Reales y de la alta nobleza de todo el mundo. Un sugestivo ejemplo de esta avidez ocurrió cuando Lord Fairfax visitó los Estados Unidos en 1986. La ciudad de Fairfax, Virginia, que había sido feudo de su familia en la época colonial, fue incluida en su itinerario. El pueblo del condado lo recibió con entusiasmo.

La Asociación de la Nobleza Alemana en Norteamérica, la Asociación de la Nobleza Polaca y la Asociación de la Nobleza Rusa en Norteamérica son ejemplos de entidades de este tipo. Para ser miembro se exigen requisitos aún más restrictivos que los impuestos por las asociaciones analizadas anteriormente.

Asociaciones tradicionales de otras etnias.

Las familias que inmigraron más recientemente, o de orígenes étnicos diferentes, adoptaron a lo largo de las generaciones las costumbres y estilos de vida norteamericanos, asimilándose a las élites estadounidenses; pero conservando o estableciendo jerarquías propias en sus respectivas comunidades. Pocas personas se dan cuenta, por ejemplo, de que entre los negros norteamericanos florece una élite —con su propia e intensa vida social, debutantes, clubs y familias antiguas— que juega dentro de su medio un papel equivalente al de las élites tradicionales en el conjunto de la sociedad norteamericana.

*   *   *

Por todo esto, se puede concluir con Willian Domhoff, que “en los Estados Unidos ‘los ricos’ no son un puñado de excéntricos insatisfechos, miembros de la jet set, y últimos sucesores de antiguas familias decadentes puestos de lado por la ascensión de grandes sociedades anónimas y de burocracias estatales. Son, por el contrario, miembros de pleno derecho de una floreciente clase social que está tan viva y sana como siempre” [60].


NOTAS

 [1] FICHTER, Sociology, p. 41.

 [2] Richard COLEMAN y Lee RAINWATER, Social Standing in America: New Dimensions of Class, Basic Books, New York, 1978, p. 22.

 [3] NISBET, The Social Bond, pp. 191-192.

 [4] Cfr. WARNER, Social Class in America, pp. 139-142.

 [5] COLEMAN y RAINWATER, Social Sanding in America, p. 50.

 [6] PREWITT y STONE, The Ruling Élite, pp. 136-137.

 [7] PACKARD, The Status Seekers, p. 39.

 [8] Kingsley DAVIS, Human Society, The Macmillan Co., New York, 1949, p. 364.

 [9] LERNER, America as a Civilization, p. 481.

 [10] NISBET, The Social Bond, p. 196.

 [11] Stephen BIRMINGHAM, America’s Secret Aristocracy, Little, Brown & Co., Boston, 1987, p. 23.

 [12] DOMHOFF, The Higher Circles, p. 77.

 [13] MILLS, The Power Elite, p. 32.

 [14] Paul GLASTRIS, “The Rich in America”, U.S. News and World Report de 18-11-91.

 [15] Talcott PARSONS, The Kinship System of the Contemporary United States, en American Anthropologist, n.s., vol. 45, 1943, p. 29.

 [16] LERNER, America as a Civilization, pp. 480-481.

 [17] NISBET, The Social Bond, p. 194.

 [18] G. William DOMHOFF, Who Rules America Now?, Simon & Schuster Inc., New York, 1983; Touchstone, 1986, pp. 24-25. Se cita a Digby BALTZELL, Philadelphia Gentlemen: The Making of a National Upper Class, The Free Press, New York, 1958, p. 339. Copyright @ de Simon & Schuster Inc., salvo la cita de Baltzell. Reproducido con autorización de Simón & Schuster. Las citas de Baltzell se han hecho con la debida autorización.

 [19] Cfr. PACKARD, The Status Seekers, p. 237.

 [20] INGHAM, The Iron Barons, p. 93. Se cita a James McLACHLAN, American Boarding Schools: A Historical Study, Scribners, New York, 1970, p. 280.

 [21] MILLS, The Power Elite, p. 64.

 [22] DOMHOFF, Who Rules America Now?, p. 32.

 [23] Cfr. Cleveland AMORY, Who Killed Society?, Harper & Bros., New York, 1960, pp. 90-91; y BIRMINGHAM, America’s Secret Aristocracy, pp. 149-152.

 [24] WECTER, The Sage of American Society, pp. 253, 266.

 [25] DOMHOFF, Who Rules America Now?, p. 24.

 [26] MILLS, The Power Elite, p. 61-62.

 [27] INGHAM, The Iron Barons, p. 97.

 [28] PACKARD, The Status Seekers, pp. 179-180.

 [29] Michael POWELL, From Patrician lo Professional Elite: The Transformation of the New York City Bar Association, Russell Sage Foundation, New York, 1988, p. 226. A partir de los años sesenta, presionada por los profundos cambios culturales y sociales, la ABCNY se vio obligada a admitir una mayor variedad de miembros. Sin embargo, continúa teniendo un carácter elitista, y así lo demuestra el propio Powell.

 [30] PACKARD, The Status Seekers, p. 93; véanse también las pp. 112-113.

 [31] Robert BIERSTEDT, The Social Order, McGraw Hill, New York, 1974, 4ª ed., p. 471. @Copyright 1974. Reproducido con autorización de McGraw Hill.

 [32] NISBET, The Social Bond, p. 192.

 [33] Cfr. JAHER, The Urban Establishment, pp. 718-719.

 [34] Egon Ernest BERGEL, Social Stratification, McGraw-Hill, New York, 1962, p. 265.

 [35] Robert BIERSTEDT, The Social Order, pp. 453-454. Véase también Robin M. WILLIAMS Jr., American Society, p. 117.

 [36] Ralph LINTON, The Study of Man, Appleton-Century-Crofts, New York,  [1936] 1964, edición para estudiantes, pp. 126-127.

 [37] BIERSTEDT, The Social Order, pp. 469-470.

 [38] Martin STANFIELD, American Aristocracy is Very Much Alive and Growing, en U.S. News and World Report, 12/12/1983, p. 64.

 [39] Cfr. Nathaniel BURT, First Families: The Making of American Aristocracy, Little, Brown & Co., Boston, 1970, p. 431.

 [40] Walter Muir WHITEHILL, Reflections of Europe in the Wilderness: American kinds of aristocracy and of inequality, en Daniel J. BOORSTIN (ed.), American Civilization, Thames and Hudson, Londres, 1972, p. 165.

 [41] Bernard FARBER, Kinship and Class, Basic Books, New York, 1971, p. 8.

 [42] TINDALL, America: A Narrative History, p.78.

 [43] Dice el libro del Eclesiástico al referirse a algunos de los antiguos patriarcas:

“Alabemos a los varones ilustres, a nuestros mayores, a quienes debemos el ser. (...) y por el mérito suyo durará para siempre su descendencia; nunca perecerán su linaje y su gloria”. (Ecli. XLIV, 1, 13).

Y más adelante continúa:

“Abraham fue el antepasado de muchas gentes, que no tuvo semejante en la gloria, el cual guardó la Ley del Altísimo, y se estrechó con Él la alianza, la que ratificó con la circuncisión de su carne, y en la tentación fue hallado fiel. Por eso juró el Señor darle gloria en su descendencia, y que se multiplicaría su linaje como el polvo de la tierra, y que su posteridad sería ensalzada como las estrellas del cielo (...) Y del mismo modo se portó con Isaac por amor de Abraham, su padre”. (ídem, 20-24). (PNR 1950).

 [44] Cfr. (PNR 1942). “La nobleza de sangre la ponéis al servicio de la Iglesia y en la guardia del sucesor de Pedro; nobleza de las felices obras de vuestros mayores que os ennoblecen a vosotros mismos, si tenéis el cuidado de agregarles día a día la nobleza de la virtud” (Alocución a la Guardia Noble Pontificia de 26/12/1941). En el Volumen I, Documentos IV , podrá encontrarse otros ejemplos de esto.

 [45] WARNER, American Life: Dream and Reality, p. 74.

 [46] Lucy KAVALER, The Private World of High Society, David McKay Co., New York, 1960, p. 7.

 [47] AMORY, Who Killed Society?, p. 67.

 [48] Wallace Evan DAVIES, Patriotism on Parade, Harvard University Press, Cambridge, 1955, p. 47.

 [49] DAVIES, Patriotism on Parade, p. 70.

 [50] INGHAM, The Iron Barons, p. 20.

 [51] The Hereditary Register of the United States of America, The Hereditary Register Publications, Phoenix, 1981, p.21.

 [52] Cfr. MYERS, Liberty Without Anarchy, p. 94.

 [53] Ídem, p. 128.

 [54] WOOD, Creation of the American Republic, pp. 399-400.

 [55] Daniel SISSON, The American Revolution of 1800, Alfred A. Knopf, New York, 1974, pp. 127-128.

 [56] MYERS, Liberty Without Anarchy, p. 229.

 [57] Cfr. The Hereditary Register, p. 181.

 [58] Apud Clare BRANDT, An American Aristocracy: The Livingstons, Doubleday & Co., New York, 1986, p. 210.

 [59] Cfr. Family Associations, Societies and Reunions, Summit Publications, Monroe Falls (Ohio), 1991-1992 edition.

 [60] William DOMHOFF, The Powers that Be, Random House, New York, 1978, p. 4.