Plinio Corrêa de Oliveira

D. Antonio de Castro Mayer

D. Geraldo de Proença Sigaud

Luis Mendonça de Freitas

 

Socialismo y

Propiedad Rural

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Sección III

 LA CUESTIÓN DE CONCIENCIA


CONSIDERACIONES FINALES

Impíos felices, justos desdichados

 Los hombres reciben en la eternidad el premio o castigo merecido por sus actos. Por esto, a veces, Dios otorga una felicidad terrena al impío, recompensándole aquí, por algún bien practicado y reservándole el castigo eterno para después de su muerte. Por otro lado, no es raro que el justo pague en este mundo, con diversos sufrimientos, algún mal que haya cometido, pero el premio le será dado, principalmente, en la otra vida. Y así, puede acontecer que aquí el bueno sea, a veces, desdichado, y el impío feliz.

Los Estados expian en este mundo sus pecados

En relación a los Estados, San Agustín hace ver que la situación es distinta. También ellos están sujetos a la justicia de Dios. Pero, como en el Cielo y en el infierno no habrá naciones, es comprensible que éstas sean premiadas o castigadas ya en este mundo. Por eso, normalmente, la nación virtuosa es feliz; y la pecadora infeliz.

Deseamos, pues, preservar a nuestro amado Brasil de dolorosas perspectivas, alejándolo de la “Reforma Agraria Socialista”, contraria a la ley de Dios. Formulamos el deseo de que todos los brasileños, y, particularmente, todos los católicos, usen para esto los medios legales a su alcance.

Apoyo a los agricultores

En el momento en que la clase de los agricultores, dividida y lesionada desde hace tanto tiempo, se encuentra sola frente a un riesgo innegable, sin intereses personales de ningún orden publicamos este trabajo movidos únicamente por el deseo de defender sus derechos, porque están fundados en el Decálogo y en el bien común.

Como católicos, deseamos aquí exteriorizar cuánto aprecio nos merece la agricultura, tan respetable en sí, tan propicia a la práctica de la virtud y a la salvación de las almas.

Como brasileños, aprovechamos con gusto esta oportunidad para expresar a los agricultores nuestro reconocimiento, por el bien que les debe el País.

Todo esto nos da libertad para presentarles algunas últimas reflexiones.

*   *   *

Llamamiento a los agricultores para que se interesen a fondo pr el trabajador rural

La desigualdad social y económica es legítima en sí misma y necesaria. Pero, hoy más que nunca, sólo es aceptada de buen do grado cuando la élite une a un verdadero sentido de la jerarquía de los valores, un cuidado extremo en reconocer los derechos de sus subordinados.

Empéñense, pues, nuestros agricultores, por iniciativa propia, y sin parecer arrastrados a ello por la demagogia revolucionaria, en preparar seriamente la elevación de las condiciones de vida de los trabajadores rurales. Sean, pues, celosos en pagarles siempre el salario justo, familiar, y no inferior a un mínimo razonable. De buen grado admitan, cuando sea posible, otras medidas encaminadas al mismo fin, como la aparcería, o la difusión de la pequeña propiedad por el sistema de parcelación, que ya se practica, y otras análogas. Procuren engendrar en sus empleados un aprecio siempre mayor por el ahorro, por el aseo, y por el buen gusto en el hogar.

No ignoramos, ciertamente, que tal programa no depende sólo de la clase de los agricultores, ya tan recargada, sino, asimismo, de un conjunto de circunstancias, entre las cuales está la comprensión del propio trabajador.

Al concebir el progreso del trabajador, es necesario, como ya dijimos [1], inculcarle el deseo, no sólo de bienestar, sino también de prosperidad, aunque sin transformarlo en un hombre de ciudad ni en un burgués. Además, un sano regionalismo debe velar para que se conserve y hasta se perfeccione, para el hombre del campo, todo el ambiente peculiar de su respectiva región.

Donde cesa el ámbito de acción de los autores

Consejos, aspiraciones vagas, palabras, dirá alguno. ¿Por qué no trazar un programa concreto, fundar una obra, hacer algo palpable?

A cada cual su tarea. No somos agricultores, sino hombres de estudios. Conscientes de cuánto puede en cualquier asunto la fijación de principios básicos, claros y verdaderos, conjugamos nuestro esfuerzo para, de corazón, aportar a la solución del problema todo cuanto de hombres de estudios, aunque modestos, se puede esperar. Pertenece a los agricultores el campo de las realizaciones.

Cuestión social, cuestión religiosa

Pero hay un asunto sobre el cual no se insiste bastante en general, y con el cual cerraremos esta Parte I. La cuestión agraria, ahora tan agitada en el Brasil, es sólo un aspecto de la cuestión social. Y ésta, según enseñan los Papas, no es principalmente una cuestión económica, sino moral [2]. Donde los hombres son malos, nada puede ser bueno. Y la cuestión moral, todo buen católico lo sabe, es esencialmente religiosa.

La llamada moral laica y sin Dios, nada puede.

Una verdadera formación religiosa debe, pues, ser el medio primordial para resolver la cuestión agraria. Y en este sentido cabe al propietario un papel importante.

Debe favorecer, en cuanto le sea posible, el culto católico y la instrucción religiosa de niños y adultos en su “fazenda”. Además, evitando ser los perpetuos ausentes en su “fazenda”, den él y los suyos, ejemplo a los empleados, frecuentando los sacramentos, presidiendo las oraciones en común y dando instrucción catequística, cuando no haya Sacerdote que lo haga. Sus trajes y los de los miembros de su familia sean compuestos y recatados. Hagan lo posible por regularizar las uniones ilegítimas. Repriman el alcoholismo y el juego, y favorezcan las buenas diversiones. Consagren al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María su hogar y toda la “fazenda”, convidando a los trabajadores a que repitan la consagración en sus respectivas casas.

Estas y otras medidas podrán asegurar el Reinado de Jesucristo en el campo. Y donde entra Jesucristo, cesan las divisiones, las luchas de clase, las injusticias y los vicios.

Es necesaria una reacción eficaz de los agricultores

En este sentido, consciente de su derecho, actúe y luche intensamente el agricultor para defender lo que es suyo.

Hágalo por amor a la justicia y a la civilización cristiana.

El hombre que lucha por sus derechos, merece respeto. El que lucha por principios e ideales verdaderos merece, además, admiración.

Súplica a la Reina y Patrona del Brasil

Nuestra Señora, que desde su sagrado trono de Aparecida rige todo el Brasil, conceda a este trabajo la gracia de contribuir al bien con vistas al cual fue escrito: la concordia de las clases en una sabia y armoniosa jerarquía, donde sean respetados los derechos proporcionados de grandes y pequeños, según la ley de Dios. En suma, la paz verdadera, que es la tranquilidad del orden [3] o, en términos más altos, la paz de Cristo en el Reino de Cristo.


NOTAS

[2] Cfr. Textos Pontificios de la Proposición 31.

[3] Cfr. San Agustín, XIX “De Civ. Dei”, c. 13.