13 de septiembre: 5.ª aparición de Nuestra Señora en Fátima – Para conseguir la paz en el mundo, la Madre de Dios ha venido a exhortarnos a cambiar de vida y a no afligir más a Nuestro Señor con el pecado

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Legionario, São Paulo, 16 de septiembre de 1945, n.º 684, p. 5

 

La paz social y el espíritu del mundo

 

por Plinio Corrêa de Oliveira

 

Dios nunca ha creado ni formado más que una enemistad, pero esta es irreconciliable y durará e incluso aumentará hasta el fin del mundo: entre la Santísima Virgen y el demonio. «Pondré enemistad entre ti y la Mujer, entre tu descendencia y la suya; ella te aplastará la cabeza y en vano le tenderás trampas al talón», dice Dios a la serpiente en el Paraíso..
Por eso, para obtener la paz en el mundo, no recurrimos a lo que nos dicta la carne y la sangre, sino a la Celestial Mediadora de todas las gracias.
Nuestro Señor dice que Satanás no expulsa a Satanás. Por lo tanto, no es el comunismo el que liberará al mundo de los últimos bastiones de resistencia del nazismo, ni el liberalismo el que nos liberará del comunismo.
Solo la verdad nos hará libres, y esa verdad no se encuentra en esas doctrinas condenadas repetidamente por la infalible Santa Sede, sino en el fiel cumplimiento de los mandamientos de Dios y de la Iglesia, que no necesita salvadores, sino que, por el contrario, ofrece a los pueblos y a los gobiernos el único puerto de salvación que es Nuestro Señor Jesucristo.
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Este es el mensaje de Fátima. Al aparecer ante estos tres humildes pastorcitos, Dios quiso manifestar el poder de su brazo, derribando a los poderosos y exaltando a los puros y humildes de corazón.
Para alcanzar la paz en el mundo, la Celestial Mediadora de todas las gracias no propuso a los hombres un programa de ayuda material o de reorganización de las fronteras.
Para lograr la paz en el mundo, la Madre de Dios vino a exhortarnos a cambiar de vida y a no afligir más a Nuestro Señor con el pecado. Para alcanzar la tranquilidad que tanto deseamos en este mundo turbado por las miserias y los sufrimientos, la Santísima Virgen nos invita a rezar el Santo Rosario y a hacer penitencia por nuestros pecados.
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Pero ¿no estamos en la era de la radio y la energía atómica? ¿Y no fueron esos los remedios que la Santísima Virgen confió al celo de Santo Domingo en plena Edad Media contra los errores y los estragos de los herejes albigenses?
¡Y esos tres niños de Fátima que llevan cilicios como si aún vivieran en la época de San Jerónimo o San Francisco de Asís!
¿Acaso la Santísima Virgen no ve que los tiempos modernos ya no soportan estas cosas antiguas?
Ciertamente, la Reina del Cielo no se deja influir por los remedios y las opiniones de los sabios y los orgullosos de esta tierra. Ella sabe bien que su Divino Hijo es el mismo ayer, hoy y siempre. Y el problema del mal y de las miserias humanas está ligado a esa antigua serpiente, al eterno Padre de la Mentira que robó la paz y la felicidad terrenal a nuestros primeros padres.
Y ayer, como hoy, para conquistar la paz y la concordia entre los hombres, hay que trabajar primero para que Cristo reine en los corazones.
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Para obtener esta gracia, recurramos a nuestra Reina y Abogada.
María, sobre todo en estos últimos tiempos, dice el beato [canonizado en 1947, n.d.c.] Grignion de Montfort, debe resplandecer más que nunca de misericordia, de fuerza y de gracia: de misericordia, para hacer volver y acoger con amor a los pobres pecadores y descarriados que se convertirán y volverán a la Iglesia católica; de fuerza contra los enemigos de Dios, los idólatras, los cismáticos y los impíos obstinados que se rebelarán de manera terrible, para seducir y hacer caer con promesas y amenazas a todos los que se oponen a ellos; finalmente, debe resplandecer de gracia, para animar y reconfortar a los valientes soldados y fieles servidores de Jesucristo, que lucharán por sus intereses.
Ultramontanos y devotos de la Reina de los Ángeles, unidos al Papa y a la Santísima Virgen, no seamos como aquel ridículo administrador colérico de Vila Nova de Ourém que, hace veintiocho años, el 13 de agosto de 1917, detuvo a los tres pastorcitos de Fátima, impidiéndoles acudir a su cita con la Santísima Virgen. No impidamos con nuestras acciones y nuestra malicia que se realicen las comunicaciones sobrenaturales entre el Cielo y la tierra. Al contrario, abramos nuestros corazones a los movimientos de la gracia divina y no escatimemos esfuerzos, sacrificios y oraciones para que, por medio de la Santísima Virgen, Cristo vuelva a reinar en nuestras almas, en nuestras familias, en todas las naciones.

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