Plinio Corrêa de Oliveira

 

 

Pasado espléndido, futuro aún más bello

 

 

 

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Extractos de artículo publicado en agosto de 1957 (*), por el Dr. Plinio Corrêa  de Oliveira, sobre el mundo iberoamericano. La actual reedición de la “leyenda negra”, con vistas a transformar la celebración del V Centenario del Descubrimiento de América en un hito de completa descristianización del Continente, vuelve más actual que nunca el hermoso y elevado homenaje entonces hecho a España y Portugal en cuanto naciones católicas, y destaca la necesidad de que tengan este carácter los esfuerzos de los países iberoamericanos para el cumplimiento de su misión histórica. Los subtítulos son nuestros.


 

Políptico de Nuno Gonçalves: Alfonso V a los pies de San Vicente.

Políptico de Nuno Gonçalves: Alfonso V a los pies de San Vicente. El cuadro traduce el espíritu de fe de los portugueses, y la expresión de los personajes, grave, varonil, con un ligero fondo de serena y superior melancolía, deja ver al alma piadosa y heroica del pueblo luso.

Trazos comunes de España y Portugal: realismo e idealismo

 España y Portugal (...). Los trazos fundamentales de ambos son comunes. Se diferencian por pormenores numerosos, interesantes, fecundos, pero, en fin, pormenores.

¿Cuáles son estos trazos comunes? Los vemos princi­palmente en el idealismo. Ambos pueblos mostraron al mundo asombrado -sea en las guerras contra el moro, sea en la expansión marítima, sea en la colonización de tres continentes, sea aún en el florecimiento literario y artístico de sus siglos de apogeo- que saben y pueden vencer con extraordinario brillo en las luchas y en las faenas de la vida terrena.

Para esto les sobra fuerza, denuedo, inteligencia y realis­mo. Insistimos en el realismo, porque ésta fue una cualidad que con frecuencia se quiso negarles. Sostener contra los moros una guerra victoriosa de ocho siglos, no es cosa que se consiga cuando se tiene el alma soñadora y pusilánime de un idealista hueco.

Pues el tiempo, las adversidades, el cansancio desgastan todos los sueños. Las guerras no se ganan mirando hacia las nubes, ni sólo combatiendo en campo raso, sino también haciendo em­boscadas, descubriendo las del adversario y manteniendo en el tablero incierto de la política una acción continua, muchas veces tan importante como la del momento de la batalla.

Ahora bien, todo esto supone un singular sentido de la realidad. Lo mismo se podría decir de la epopeya de las navega­ciones, de las luchas ásperas y terribles de la colonización y de las dificultades extenuantes, y tantas veces prosaicas, inseparables de toda producción intelectual.

La preeminencia de lo que es espiritual e inmortal sobre lo que es terreno y material...

Pero, a despecho de todo esto, la gente ibérica tiene un indisfrazable desprecio por lo que es terreno. O, en térmi­nos más exactos, tiene un sentido admirable de la autenticidad y de la preeminencia de todo lo que es extraterreno, espiritual, inmortal.

De esto da una prueba excelente la actitud de portugueses y españoles ante las riquezas que pasaron por sus manos en los tiempos de prosperidad. Con ellas construyeron viviendas espléndi­das, palacios suntuosos, pero sobre todo iglesias y conventos. Con ellas desarrollaron admirablemente el arte y todo lo que dice respecto al decoro y a la nobleza de la vida.

Pero adornaron más magníficamente las imágenes de sus Santos que a sí mismos. Al contrario de lo que tantas veces ha sucedido a otras naciones en la historia, a las cuales las riquezas ablandan y las riquezas vuelven fatuas, Portugal y España no conocieron los excesos degradantes a que se entregaron tan fácil­mente los ricos y los poderosos.

Y por esto, cuando la gloria del poder político y las abundancias los abandonaron, la actitud profunda de esos pueblos frente al acontecimiento, si tuvo un tanto de indolencia, también expresó bien claro la convicción de que no fue para estas cosas que Dios hizo al hombre, ni consiste en ellas la dignidad y la alegría de la vida.

 ...conduce al heroísmo profundo, a la naturalidad ante el peligro y a la nobleza de alma de los pueblos ibéricos

Esa justa jerarquía de valores, por la cual lo espiritual se antepone a lo material, lo eterno a lo pasajero, lo absoluto a lo relativo, lo celestial a lo terrenal, conduce antes de todo al heroísmo. En seguida una forma de espíritu en que la teología es más que la filosofía, y ésta a su vez dirige todas las ciencias.

Esa forma mental genera un estilo de vida en que se busca más la nobleza que el lujo, los placeres sobrios del comercio de los espíritus y de la vida de familia que los regalos de una comunidad abiertamente física.

En el modo de ver las vicisitudes de la vida, hay una atracción para consi­derar de frente el dolor, la lucha, la misma muerte, como valores de los más grandio­sos que Dios nos haya dado para hacer fructificar este valle de lágrimas para la eternidad.

De ahí una naturalidad ante el pe­ligro, una fuerza en la adversidad, una se­renidad en el sufrimiento, que desnortea a otros pueblos. Hay, por ejemplo, cierto optimismo nórdico falso, que procura ce­rrar los ojos al dolor y a la muerte, haciendo silencio sobre ellos, y llega a pintar los cadáveres como si estuviesen vivos, para dar hasta a la sepultura la idea de que la muerte no vino... De tal trivialidad está lejos, bien lejos, cualquier corazón ibérico o ibero-americano.

Ahí está la razón secreta de la fundamental nobleza de alma y del heroísmo profundo de la gente ibérica de más allá y de más acá del Océano. (...)

No tenemos las riquezas de la Babel moderna, pero tampoco sus maldiciones

Después de este largo itinerario de pensamientos y de evocaciones históricas, llegamos a los tiempos actuales. Abranse las páginas de los diarios. Poco se habla en ellas del mundo ibero­americano. El centro de la escena es ocupado por otros pueblos.

Pero, ¿qué hacen? Se preparan para la mayor carnicería de la historia. Pasan por las contorsiones de las crisis horripilantes. Y para evitar la carnicería y la crisis, en cada uno de ellos importantes partidos políticos hacen ademanes de una total so­cialización de la vida, que sería peor que los estragos de la bomba de hidrógeno.

Todo edificio que se construya con base en la codicia de los placeres y los bienes de la tierra, se tiene que arruinar de esta forma. ¡El sentido del ideal, de lo espiritual, de lo celestial, se apagó en tantos y tantos pueblos casi completamente!

Su torre de Babel, que se irguiera orgullosa al lado de la vieja mansión paterna del mundo ibérico, hecha llamas por todas las ventanas, se estremecen todos sus cimientos, y de dentro de ella parten voces de discordia y gritos de dolor. No tenemos esta riqueza, pero tampoco tenemos esta maldición.

Construimos menos, y por esto acumulamos menos erro­res en las áreas de cultura y de tierra que nos pertenecen. Y, en toda esta tragedia univer­sal, el mundo ibérico (...) conserva para el día de mañana riquezas inmensas de alma, de cultura, de bienes materiales que aún no están tocadas. En una palabra, nuestro es el futuro.

Infelizmente, deslumbrados por la Babel contemporánea, nos adaptamos a sus modas y deterioramos nuestro patrimonio espiritual...

Después del oro y del incienso, la mirra.

¿Quiere decir todo esto que no cometimos también graves pecados? -Infe­lizmente, no podemos pretender que hayamos conservado intacto nuestro patri­monio espiritual, y que sea perfecto todo cuanto hicimos en el campo material.

Muchas veces, deslumbrados por el crecimiento de la Babel moderna, abrimos nuestras ventanas hacia su lado, dejando que nuestras almas se envenenasen por las armonías y por los perfumes que de allá nos venían. Adaptamos nuestra vieja man­sión, en muchos y muchos puntos, según las modas de Babel.

Vestimos los trajes de sus habitantes y nos alimentamos de sus manjares. Los que, entre nosotros, eran admiradores de esa Babel, con demasiada frecuencia empuñaron el timón, e indolen­temente los dejamos hacer.

...lo cual vuelve necesario un profundo fortalecimiento religioso

Hay en nosotros mismos todo un trabajo de restauración que cumplir. Pero este trabajo, la Providencia lo desea y lo bendecirá (...). Nosotros, pueblos ibéricos e ibero-americanos, sufrimos, en medida no pequeña, del mal de toda la humanidad de hoy. Es ésta una verdad que precisa ser proclamada enteramente, y con todo valor. No nos libertaremos de este mal ni recuperaremos las virtudes ancestrales sin un profundo fortalecimiento religioso.

En consecuencia, para que la misión histórica que nos aguarda sea realmente cumplida, es menester una urgente y com­pleta reacción religiosa. La grandeza de Portugal, de Brasil, de España y de Hispano-América es una grandeza cristiana. (...) Formamos un vasto potencial de fe, cultura y riqueza, que tiene por misión hacer sobrevivir en la tierra el ideal de una civilización vuelta para el Cielo.


(*) Para leer el artículo original, publicado en portugués en el periódico “Catolicismo” Nº 80, de Agosto de 1957, haz clic aquí