Entrevistando al Profesor Plinio Corrêa de Oliveira

 

Brasil merece mucho más

 

 

A propósito de las recientes elecciones generales brasileñas a la presidencia de la República, la revista «Catolicismo» (N° 467, noviembre de 1989) entrevistó al profesor Plinio Corrêa de Oliveira. Ofrecemos aquí una síntesis de la entrevista, que muestra el mal que padece la democracia brasileña.

 

«Un elemento vital de cualquier democracia —explica el profesor Plinio Correa de Oliveira en su en­trevista— es, desde luego, el que todos conozcan cuál es el candi­dato cuya opinión confiere con la suya. O sea, que cada elector tenga una idea clara de los problemas del Estado y un noción definida sobre lo que desea cada candidato a la presidencia. He ahí el nervio vital de la democracia.

«Ahora bien, llegado el período electoral, se verifica que el estilo de propaganda es el más lamen­table posible: en vez de hacerse propaganda de los programas de los candidatos, se hace de la cara de ellos. Me acuerdo —dice el pro­fesor Plinio— de haber visto en la campaña para la Asamblea Cons­tituyente, realizada hace tres años, un cartel que traía la cara de un hombre, y lo único que decía era. «Fulano de tal, diputado federal».

«Algunos candidatos creían que su rostro aparentaba al de un hom­bre simpático, afable, acogedor, con el don de conseguir empleo para todo el que se lo pida. Para eso, sonreían como si fuesen má­quinas de decir sí, como si fuesen a dar cuanto se les pidiera, incluso cosas improbables, cosas que se­rían de interés del Estado no con­ceder.

«Más interesante era el candi­dato milagrero. De vez en cuando aparecía un hombre, sacado de re­pente de la nada, o peor, de un pasado negativo. Así, «selecciona­do» el candidato, se decía: «¡Este es el hombre! Va a resolver todos los problemas de Brasil». Y había una multitud de optimistas que ya iban diciendo: «¡Ah! ¿es ése? En­tonces voy a votarle». Se creaba una especie de corriente casi mag­nética de simpatía recíproca, y la mídia comenzaba a repetir que fu­lano iba a resolver tal cosa y hacer tal otra. Sobre el pasado de él dis­creción, porque en el pasado... Con­forme el dinero que corría en la campaña, vencía. Y vencía —cosa más extraordinaria— como si hu­biese sido elegido por la masa, cuando la pobre masa había sido manoseada por un determinado capital. La masa decía que él era la solución, porque la mayor parte de la mídia así lo inculcaba. En­tonces sucedía que el macro-capitalismo publicitario pesaba de modo decisivo en la opinión pú­blica. Esta no era formada por el estudio, ni por la reflexión, ni por una tradición doméstica o por una tradición cultural, adquirida en al­guna universidad, en donde se hu­biese estudiado, no era formada por nada, sino por la simple pre­sentación publicitaria magnética y repentina del «salvador».

«¿Qué es lo que se podía esperar como resultado de una elección que tenía como raiz la irreflexión? ¿Se puede esperar que un vaso sin agua sirva para matar la sed? No. De un voto sin pensamiento no puede salir una solución bien pen­sada.»

Pero en último análisis, —insiste el entrevistador— siempre hay al­gunos candidatos que son un po­co mejores que otros. ¿No valdría la pena saber cuáles son?

«En principio, es posible que al­gunos candidatos sean un poco mejorcillos que otros, pero el bien de la nación no consiste en con­tentarnos con tan poco. Brasil, me­rece mucho más, incomparable­mente más que lo que ofrece esa situación.

«Por lo tanto, es preciso exigir absolutamente, dado que estamos en una democracia, que el juego democrático se cumpla, y se cum­pla con la mídia ayudando al pú­blico a formar corrientes de opi­nión que expresen las tendencias a que los diversos segmentos geo­gráficos o sociales de ellas son pro­pensos. El mayor bien para Brasil no consiste en elegir el mejorcillo o el peorcillo —elección por cierto dudosa—, sino que consiste en de­cir: queremos todo; en otras pala­bras, queremos para Brasil que se escoja lo mejor, que se escoja lo óptimo, conocidas bien las ideas de todos. Y concediéndole a todo el mundo la libertad de expresarse, se debería repudiar a quien plei­tease votos sin programa, o que presentase un programa que no fuese global Es decir, un progra­ma que tratase del conjunto de las cuestiones nacionales, y que ex­pusiese las razones de cada pro­puesta. Es necesario que los parti­dos políticos ofrezcan al público ideales definidos, basados en ar­gumentación presentada con se­riedad. Sólo así se podrá esperar algo bueno.

«Por eso, sin recomendar la abs­tención de voto, me parece con­veniente que los hombres públi­cos situados fuera de la política no alimenten el presente debate electoral con su participación. Se­ría alimentar un pernicioso fuego de paja.

«Este distanciamiento de la con­troversia electoral desprestigia los pleitos vacíos y prepara al público para que exija, de los partidos po­líticos, futuros pleitos substancio­sos y a la altura de la nación.»