Plinio Corrêa de Oliveira

Nobleza

y élites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana

 

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Editorial Femando III, el Santo

Lagasca, 127 - 1º dcha.

28006 — Madrid

Tel. y Fax: 562 67 45

Primera edición, julio de 1993.

Segunda edición, octubre de 1993

© Todos los derechos reservados.


NOTAS

Algunas partes de los documentos citados han sido destacadas en negrita por el autor.

La abreviatura PNR seguida del número de año y página corresponde a la edición de las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana publicadas por la Tipografía Políglota Vaticana en Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santitá Pió XII cuyo texto íntegro se transcribe en Documentos I.

El presente trabajo ha sido obtenido por escanner a partir de la segunda edición, de octubre de 1993. Se agradece la indicación de errores de revisión. 


DOCUMENTOS III

 

Santa Isabel de Portugal - Francisco de Zurbarán - Museo del Prado

 

Deberes especiales de la sociedad para con la Nobleza empobrecida

 

1. Es la mejor limosna la que se da al noble empobrecido

San Pedro Damián (1007-1072), Doctor de la Iglesia, apunta la particular diligencia que se debe tener en aliviar las necesidades de la nobleza empobrecida:

“La limosna es enaltecida a lo largo de todas las páginas de la Sagrada Escritura; y la misericordia antecede a todas las demás virtudes, y merece la palma entre las obras de piedad. Sobresale, sin embargo, aquella misericordia que proporciona auxilio a quienes desde la abundancia de otrora cayeron en la penuria.

“Algunos, en efecto, siendo nobles de ilustre estirpe se ven, no obstante, agobiados por la indigencia del patrimonio familiar. Otros muchos están adornados con el título de caballero por su antiguo linaje, pero se sienten humillados por la falta de recursos para cumplir sus obligaciones domésticas: por exigencia de la dignidad de su categoría se ven obligados a comparecer a recepciones en las que, siendo iguales por el nivel social, son de lejos desiguales por la fortuna; y aunque la inquietación por la pobreza doméstica los martirice, y aun cuando, constreñidos por la necesidad, lleguen a una situación extrema, no saben pedir su alimento como mendigos. Antes prefieren morir que mendigar públicamente; quedan confundidos si su situación se llega a conocer; se avergüenzan de confesar su penuria; y mientras otros pregonan su miseria, e incluso exageran no pocas veces la medida de su pobreza a fin de recibir limosnas más abundantes de la compasión ajena, éstos disimulan cuanto pueden, ocultando su situación, a fin de que no se descubra a los ojos de los hombres, de un modo vergonzoso, alguna señal de su pobreza.

“Por lo tanto, más se trata de entender que de ver su indigencia; más se la puede conjeturar por ciertas señales que aparecen furtivamente que deducirla de indicios evidentes. En cualquier caso, el profeta indica cuán grande será la recompensa dada a estos pobres no manifiestos, sino ocultos, cuando dice: ‘Bienaventurado quien comprende lo que ocurre con el necesitado y el pobre’ (SI. XL, 2). De hecho, en relación a los pobres harapientos y llagados que vagan por las calles, no hay mucho que discernir, pues a simple vista los percibimos; con otros pobres, sin embargo, debemos darnos cuenta en su interior de que lo son, puesto que en su exterior no podemos ver claramente su miseria.” [1]

2. Solicitud de la Reina Santa Isabel para con la Nobleza empobrecida

En la vida de Santa Isabel, reina de Portugal (1274-1336), leemos los siguientes hechos que manifiestan un trazo edificante de su carácter:

“Ponía particular cuidado en auxiliar a aquellas personas que, habiendo vivido según la ley de la Nobleza, con hacienda, se veían decaídas, aumentándoles la necesidad y miseria el embarazo de pedir. A esos pobres los socorría con gran generosidad y no menor secreto y recato, para que recibiesen el beneficio sin el contrapeso de la vergüenza.

“Para los hijos de los hidalgos pobres tenía en su palacio bolsas especiales, con las que se criaban de acuerdo a su elevada posición. Daba dotes para que se casaran las doncellas pobres de buen parecer, y se holgaba de componerles ella misma el tocado nupcial con sus reales manos. Tenía recogidas muchas otras huérfanas, hijas de sus vasallos particulares, y las educaba junto a sí; cuando contraían matrimonio las proveía de abundante dote y las adornaba con sus joyas el día de la boda; y para que esta delicadeza de su bondad no acabase con su muerte, instituyó un fondo en su monasterio de Santa Clara para dotar a las huérfanas nobles, y dejó dispuesto que una parte de las joyas que legaba a ese convento se prestasen a las citadas doncellas para su adorno de bodas.” [2]


NOTAS

[1] Migne P.L., t. CXLV, col. 214-215.

[2] J. Le Brun, Santa Isabel, Rainha de Portugal, Livraria Apostolado da Imprensa. Porto, 1958, pp. 127-128.