COVADONGA INFORMA, Madrid-Zaragoza, Mayo 1976
Por Plinio Corrêa de Oliveira
¿Qué es exactamente un anticomunista? La pregunta parece tan sencilla de responder que da la impresión de tocar en la burricie. Sin embargo, ella recibe respuestas diversas. Y entre las dos más corrientes hay un universo de matices, de capital importancia. Si no comprendernos esos matices, nada comprenderemos de política internacional. Peor aún, nos dejaremos arrastrar por el comunismo, Es lo que viene sucediendo a incontables contemporáneos nuestros.
Así pues, es indispensable que sepamos cómo responder a la cuestión.
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Los Tratados de Yalta y Teherán, al final de la Segunda Guerra Mundial fueron considerados, a justo título, corno aberraciones por todos los anticomunistas. Consagraron de facto la expansión imperialista de Rusia – expansión ésta que, algunas décadas después, el infeliz Tratado de Helsinki habría de consagrar de jure.
Hasta Yalta y Teherán, un anticomunista se definía como un opositor de la filosofía marxista, así como del programa político, social y económico proveniente de ésta. Y dado que Moscú era la Meca roja de la cual se extendían por el mundo entero los tentáculos de la propaganda marxista, los opositores del comunismo eran también adversarios de Moscú.
Yalta y Teherán llevaron a los anticomunistas a sumar, a esas razones de ser “anti” otras más. Ciertamente, el dominio ruso sobre Europa Oriental, que acarrea la implantación del régimen comunista en las naciones satélites, sólo podía ser visto con execración por los anticomunistas. Pero el delito perpetrado por Moscú contra la Europa Oriental presentaba también otros aspectos. Naciones soberanas fueron esclavizadas por al imperialismo ruso. Precisamente por la misma razón que llevó a los europeos de los siglos XVIII y XIX a indignarse contra el reparto de Polonia entre las coronas austríaca, rusa y prusiana, y contra el aplastamiento de posteriores tentativas autonomistas efectuadas por los polacos contra Rusia, los anticomunistas de post-Yalta se pusieron a vituperar la conquista imperialista de la Europa Oriental por los rusos. Este nuevo motivo de vituperio nada tenía que ver con el comunismo propiamente dicho. Lo inspiraba el derecho de las gentes, corno ya inspirara análoga actitud contra la Rusia Zarista.
Si por lo menos los pueblos subyugados hubiesen sido consultados con toda honestidad y libertad, según las formas plebiscitarias generalmente admitidas, ¡sobre si aceptaban o no la dominación rusa… ¡y si hubiesen respondido favorablemente! Pero habían sido subyugados por la fuerza, y por la fuerza continuaban subyugados.
No hay duda – concluían los anticomunistas, más fogosos que nunca-, con el comunismo no hay componenda posible. Frente a él solamente existen dos actitudes: luchar o entregarse. Por lo que la lucha recomenzaba con más ahínco que nunca.
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A esa altura, el concepto de “anticomunista” continuaba claro. ¡Quién habría de decir que la propaganda comunista tendría la diabólica habilidad de sacar de ahí una ocasión para confundir la mente de innumerables anticomunistas, dando el primer paso en una larga caminata de ambigüedades, que nos conduciría a la miserable situación en que nos encontrarnos hoy?
No obstante, fue lo que ocurrió.
Hasta este momento, si acaso se preguntase a un anticomunista si era antizarista, muy probablemente respondería que no. Si respondiese que sí, acentuaría que no era en cuanto anticomunista que se oponía al zarismo, sino en cuanto demócrata. Había anticomunistas demócratas y no demócratas. Esa profunda diferencia de opinión no impedía a unos ni a otros ser anticomunistas.
Entiéndase bien, para los demócratas anticomunistas, el carácter despótico del régimen soviético constituía uno de los argumentos preferidos de su dialéctica anti-roja. Es perfectamente comprensible que ese argumento haya alcanzado gran éxito táctico en las naciones de Occidente, profundamente embebidas del espíritu democrático.
Este éxito propagandístico llevó a numerosas personalidades de Occidente a insistir cada vez más en el alegato democrático contra el comunismo, en entrevistas y declaraciones de prensa, radio y televisión. Importantes organizaciones anticomunistas actuaron de igual forma. Y poco a poco, el inmenso avance anticomunista que se generalizaba por el mundo iba cambiando sus leitmotivs. La defensa de las tradiciones cristianas, de la familia y de la propiedad, aplastadas por los comunistas quedaba cada vez más en un segundo plano. Y la razón principal – gradualmente la razón única – de la gran ofensiva anticomunista, pasaba a consistir en que el régimen comunista es antidemocrático.
Esta escisión entre las dos dialécticas anticomunistas, es decir, la antigua, basada en la tradición, en la familia y en la propiedad, y la nueva, basada sólo en los principios democráticos, era contradictoria y perfectamente artificial. En el sentido de que cualquier demócrata contrario a la tradición, y favorable a la abolición de la familia y de la propiedad, se hundiría en el más completo totalitarismo. O sea, en lo contrario a lo que se entiende por democracia.
Sin embargo, esta nueva concepción del anticomunismo tuvo una glorificación mundial cuando el fallecido presidente Kennedy, en un discurso en Berlín, proclamó que sólo era contrario al comunismo porque en Rusia y en los países satélites el régimen no era consagrado por elecciones libres. El jefe de la mayor potencia temporal de Occidente consagraba, consecuentemente, un nuevo sentido, un sentido vacío, del anticomunismo. Fiel a la doctrina pagana de la soberanía absoluta del pueblo, enseñada por Rousseau, Kennedy afirmaba que las mayorías pueden practicar contra las minorías todos los abusos, negarles todos los derechos naturales, e incluso imponerles el más despótico e injusto de los regímenes.
No dispongo de pruebas documentales absolutamente incontrovertibles para afirmar que esta gradual modificaci6n de la mentalidad política de tantos anticomunistas haya sido consecuencia – de uno u otro modo – de la política comunista. Sin embargo, el comunismo se benefició tan prodigiosamente con eso que, por lo que a mí respecta, no tengo duda de que él está en la raíz de esa transformación. Pues en esta materia vale el principio de que todo lo que dá ventajas al comunismo fue presumible o ciertamente llevado a cabo por él.
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Llegamos, en el transcurso de las décadas, al último lance del drama. Después de haber intoxicado ampliamente los medios anticomunistas con el principio de que no son más que demócratas a la Rousseau, los comunistas están empleando su gran jugada decisiva para la conquista de la Europa Occidental.
Los dos principales partidos comunistas de este lado del Telón de Acero son el francés y el italiano.
Ahora bien, uno y otro están desarrollando una política para persuadir a la opinión no comunista de que son genuinamente democráticos. Y con esto esperan obtener el beneplácito de los partidos democráticos centristas, para la formación de ministerios de coalición en que algunos de estos sean dados a los comunistas.
Bien sabemos que, a partir del momento en que algunos ministerios son concedidos a los comunistas, estos pasan a ser los hombres fuertes del gobierno. Y la conquista total del poder por parte de los comunistas se hace irreversible.
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Fue proyectada en Francia una película describiendo los campos de concentración soviéticos. Los partidos comunistas de ambas naciones protestaron, alegando que son contrarios a esos métodos de represión dictatorial. Uno y otro repudian ostensivamente la conquista del poder por la fuerza y dejan bien claro que sólo esperan de las elecciones libres el codiciado triunfo. Ambos vituperan el dominio ejercido por Rusia sobre los países satélites y proclaman su propósito de mantener intacta la soberanía nacional en el caso de subir al poder.
Siendo así, ¿qué razón tiene un anticomunista “rousseauniano” para oponerse a la ascensión al poder de comunistas tan “rousseaunianos”? Ninguna.
Así, la gradual evolución del calificativo “anticomunista” de su primitivo sentido substancioso y definido, para su sentido tantas veces aceptado actualmente, está camino ce proporcionar a los comunistas ventajas tácticas, tal vez decisivas para la conquista de la Europa Occidental.
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Innumerables europeos anticomunistas auténticos se dejaron así engañar por una ágil maniobra propagandística que los transformó de anticomunistas militantes en no-comunistas bobos e inofensivos. Montando en ellos, los PCs de Francia e Italia esperan ahora conquistar el poder.
“Bobo es caballo del demonio”, dice un viejo proverbio aún en boga en Brasil.
¡Y con cuánta razón!
R E S U M E N
I – ¿Qué es un anticomunista?
El porqué de la pregunta:
1) No dejarse engañar por el comunismo.
2) Comprensión de la política internacional contemporánea.
II – Tipos de anticomunista
1) Antes de los Tratados de Yalta y Teherán:
(anticomunismo auténtico)
– Opositor de la filosofía marxista;
– Opositor del programa político, social y económico marxista;
– Adversario de Moscú.
2) Después de los Tratados de Yalta y Teherán:
(no-comunista bobo e inofensivo)
– El comunismo es totalitario, impide elecciones libres (nuevo leitmotiv);
– Pasa a segundo lugar la defensa de los valores de la Tradición, de la Familia y de la Propiedad.
III – Ventajas tácticas para el Kremlin si el tipo 2 prevalece sobre el 1:
1) Posibilita el ascenso al poder de los partidos comunistas llamados demócratas, especialmente en Francia e Italia.
2) Disminuye la militancia de los anticomunistas, por falta casi total de fundamentación doctrinal.