En enero de 1919 se abrió, en la Galería de los Espejos del Castillo de Versalles, la Conferencia de Paz 80 que cerraba a un conflicto sin precedentes en la Historia, ya sea por el costo humano de más de ocho millones de muertos, sea por la amplitud de sus repercusiones políticas y sociales.
Alemania fue humillada material y moralmente, pero el gran derrotado en la guerra fue el Imperio Austrohúngaro 81.
A través de su destrucción, el objetivo de un reducido círculo de hombres políticos, afiliados a la masonería, era “republicanizar Europa” y completar así “en el plano nacional e internacional la obra de la Gran Revolución [Francesa], que había quedado interrumpida” 82. Habiendo comenzado como una guerra clásica, la Primera Guerra mundial terminó, según el historiador húngaro François Fejtö, como una guerra ideológica que tenía como objetivo el desmembramiento de Austria-Hungría 83.
Los tratados de 1919-1920, que imponían o favorecían la transformación de los regímenes monárquicos de Alemania y de Austria en repúblicas parlamentarias, instituían “más que una paz europea, una revolución europea” 84. El mapa político europeo, trazado por el Congreso de Viena, fue rediseñado según el nuevo criterio de la “autodeterminación de los pueblos”, enunciado por el presidente Wilson. Sobre las ruinas del Imperio Austríaco, mientras Alemania se encaminaba a convertirse en la única gran potencia de Europa central, surgían nuevos Estados “multinacionales” como la República Checoeslovaca y el reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, más tarde Yugoslavia. Plinio Corrêa de Oliveira intuyó cómo el fin del Imperio de los Habsburgos sellaría el fin de la antigua civilización europea. A sus ojos Austria encarnaba la idea medieval del Sacro Imperio Romano, el programa de la Reconquista y de la Contrarreforma, que se oponían al mundo nacido de la Revolución Francesa.
“El catolicismo —afirma León XIII con su soberana y decisiva autoridad— no se identifica con cualquier forma de gobierno, y puede existir y florecer, ya sea en una monarquía, sea en una aristocracia, sea en una democracia, sea aún en una forma mixta, que contenga elementos de todas ellas. El destino del catolicismo no estaba, pues, ligado al de las monarquías europeas. No obstante ello, es incuestionable que estas monarquías, al menos en sus trazos fundamentales, estaban estructuradas según la doctrina católica. El liberalismo quiso abolirlas para substituirlas por un orden diferente. La transformación que él obró fue, de monarquías aristocráticas de inspiración católica, a repúblicas burguesas y liberales de espíritu y mentalidad anticatólicos” 85.
Si no sorprenden en Plinio Corrêa de Oliveira las raíces culturales francesas, vinculadas a la vida intelectual y social de la São Paulo de aquel tiempo, puede causar asombro el verdadero entusiasmo que desde entonces manifestó por la Austria de los Habsburgos. Las raíces del amor del joven brasileño por el Imperio Austríaco eran esta vez sobrenaturales. Austria, que había recogido la herencia del Sacro Imperio Romano carolingio, constituía a sus ojos la expresión histórica de la excelencia de la Civilización Cristiana. Entre los siglos XVI y XVII, frente al protestantismo en expansión en el norte de Europa, y a la cultura laica y pre iluminista que surgía, el Imperio de los Habsburgos era el símbolo de la fidelidad a la Iglesia. En una época en que el valor de las dinastías primaba sobre el de los Estados, el nombre de los Habsburgo encarnaba la Contrarreforma católica. Bajo una misma bandera combatían los conquistadores ibéricos que penetraban en el interior de la América Latina y los guerreros que defendían las fronteras del Imperio cristiano, tras las murallas de Budapest y de Viena. Fue en la capital austríaca que tuvo lugar, en 1815, el Congreso que debía sancionar la restauración del orden europeo, trastornado por la Revolución Francesa y por Napoleón.
El Imperio habsburguiano representó, hasta su caída en 1918, el principal blanco del odio anticristiano de las sociedades secretas y de las fuerzas revolucionarias. Plinio Corrêa de Oliveira defendió siempre su insubstituible papel histórico: “Viena —escribirá al aproximarse el fin de la Segunda Guerra Mundial— debe ser la capital de un gran Imperio Alemán, o de una monarquía dual austro-húngara. Cualquier cosa que no sea eso, representará para la influencia católica, en la cuenca danubiana, un perjuicio irreparable” 86.
Notas:
81 “Alemania está humillada y mutilada, pero subsiste. El Imperio Austrohúngaro está descuartizado, y resta solamente la Austria germánica, que difícilmente subsiste por sí misma”. Cfr. PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, A conjuração dos Césares e do Synhedrio, in “O Legionário”, Nº 288, 20 de marzo de 1938.
82 FRANÇOIS FEJTÖ, Requiem pour un empire défunt. Histoire de la destruction de l’Autriche-Hongrie, Lieu Commun, París, 1988, pp. 308-311. “El gran designio ofrecido por la elite política e intelectual a los soldados de las trincheras era de extirpar de Europa el último vestigio del clericalismo y del monarquismo” (p. 315). Sobre el papel de la masonería, cfr. ibid., pp. 337-349.
83 Sobre la Primera Guerra Mundial, ver LEO VALIANI, La dissoluzione dell’Austria-Ungheria, Il Saggiatore, Milán, 1985; GIAN ENRICO RUSCONI, Il rischio 1914 – Come si decide la guerra, Il Mulino, Bolonia, 1987; P. RENOUVIN, La prima guerra mondiale, Lucarini, Roma, 1989. Según FRANÇOIS FURET, (Le passé d’une illusion, Robert Laffont, París, 1995, p. 73), 1917 es el año en que “la guerra toma su connotación ideológica permanente”. La Revolución de febrero, que lleva a la abdicación del zar Nicolás II, y después la de octubre, que señala el advenimiento de Lenin, suprimen el secular imperio y allanan el camino para una nueva Rusia que rompe con las raíces de su pasado. En el mes de abril el presidente Wilson envuelve a los Estados Unidos en la guerra proclamando la cruzada democrática contra el autoritarismo. El 8 de enero de 1918 el mismo Wilson publica los “catorce puntos” que prevén, entre otras cosas, la fundación de una Sociedad de las Naciones que garantice la paz mundial. Cfr. F. FEJTÖ, Requiem pour un empire défunt, cit., pp. 306-313.
84 F. FURET, Le passé d’une illusion, cit., p. 74. Sobre el fin del imperio de los Habsburgos, cfr. ZIBNEK A. B. ZEMAN, The Break of the Habsburg Empire 1914-1918, Oxford University Press, LondresNueva York, 1961; EDWARD CRANKSHAW, The fall of the House of Habsburg, Longmans, Londres, 1963; ADAM WANDRUZKA, Das Haus Habsburg, Herder, Viena, 1983 (1978).
85 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Terceiro acto, “O Legionário”, Nº 412, 6-10-1940.
86 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, 7 dias em Revista, “O Legionário” Nº 570, 11-7-1943. “En ese sentido es preciso tener, especialmente, fuerza y prudencia. Fuerza para destruir dentro y fuera de Alemania todo cuanto debe ser destruido. Prudencia, para no destruir lo que no debe ser destruido, para no exacerbar lo que debe continuar vivo. Los errores de Versalles no deben repetirse más. Nunca, nunca más, dentro del mundo germánico, debemos poner como polo central a Prusia y Berlín. Lo verdadero consiste en transferir este polo a Viena. En esto, más que en cualesquiera medidas de otra naturaleza, está el secreto de buena parte del problema” (PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, 7 dias em Revista, in “O Legionário”, Nº 632, 7-9-1944.