Dom Jean-Baptiste Chautard, autor de la famosa obra «El alma de todo apostolado»
En febrero de 1919, a los diez años de edad, Plinio Corrêa de Oliveira inició sus estudios en el Colegio San Luis de la Compañía de Jesús, donde se formaba la clase dirigente tradicional de São Paulo 97. Entre la educación materna y la del colegio hubo, como conviene, continuidad y desarrollo. En las enseñanzas de los jesuitas Plinio reencontró el amor por la vida metódica que ya le había sido inculcado por la gobernanta Mathilde Heldmann 98, y sobre todo aquella concepción militante de la vida espiritual a la que su alma aspiraba profundamente 99.
En el colegio tuvo su primer choque con el mundo, y su primer campo de batalla. Allí el joven Plinio encontró las “dos ciudades” agustinianas, confundidas como el grano y la cizaña, el trigo y la paja, de que habla el Evangelio 100, y comprendió cómo la vida del hombre sobre la tierra es una dura lucha en la que “no será coronado quien no hubiera combatido” 101. “Vita militia est” 102. Que la vida espiritual del cristiano sea un combate es uno de los conceptos sobre los cuales más insiste el Nuevo Testamento, sobre todo en las Epístolas paulinas. “El cristiano nació para la lucha”, afirma León XIII 103. “La substancia y el fundamento de toda la vida cristiana consiste en no secundar las costumbres corruptas, sino en combatirlas y resistirles con constancia” 104.
De San Ignacio, Plinio aprendió que “el alma de cualquier hombre es un campo de batalla, en el cual luchan el bien y el mal” 105. Todos poseemos, como consecuencia del pecado original, inclinaciones desordenadas que nos invitan al pecado; el demonio procura favorecerlas y la gracia divina nos ayuda a vencerlas, transformándolas en ocasión de santificación. “Entre las fuerzas que lo llevan hacia el bien o hacia el mal está, como fiel de la balanza, el libre arbitrio humano” 106. Plinio era ciertamente uno de los jóvenes paulistanos de su generación que el P. Burnichon, visitando el Colegio San Luis en 1910, describe como “serios, graves, reflexivos. Su fisonomía difícilmente se ilumina, la risa parece serles poco familiar; por otro lado, ellos pueden, según me aseguraron, permanecer en un mismo lugar durante cinco horas escuchando discursos académicos; esto les sucede de vez en cuando. En definitiva, la raza recibe de su clima una madurez precoz que tiene sus ventajas y sus inconvenientes, y, por otro lado, una flema habitual que no excluye las impresiones vivas y las explosiones violentas” 107.
El joven Plinio notó en el colegio San Luis la oposición radical entre el ambiente familiar y el de sus compañeros, ya penetrado de malicia y de inmoralidad. Como tan frecuentemente sucede en las escuelas, los jóvenes que se imponían a los otros eran los más maliciosos: la pureza era objeto de desprecio y ridículo, la vulgaridad y la obscenidad eran consideradas señal de preeminencia y de éxito. Él reaccionó a esa situación con todas sus fuerzas. Comprendió que lo que ocurría no era un hecho aislado, sino la consecuencia de una mentalidad opuesta a la de su familia; y que si adoptase esa mentalidad perdería, junto con la pureza, los ideales que germinaban en su corazón. Comprendió que el fundamento de todo lo que él amaba en el orden temporal era la religión, y escogió el camino de una lucha sin cuartel en defensa de la concepción de vida en que fuera educado. Fue así que se formó en él una convicción que, con el paso de los años, encontró fundamentos cada vez más racionales:
“Era la concepción contrarrevolucionaria de la religión como una fuerza perseguida que nos enseña verdades eternas, que salva nuestra alma, que conduce al Cielo y que imprime en la vida un estilo que es el único estilo que hace la vida digna de ser vivida. Luego, la idea de que era necesario, cuando fuese hombre, emprender una lucha, para derribar ese orden de cosas que yo reputaba revolucionario y malo, y para establecer un orden de cosas que era el orden de cosas católico” 108.
Plinio terminó sus estudios secundarios en 1925, a los 17 años. Más tarde, evocando las angustias y el aislamiento interior vividos en aquellos años, va a detenerse en la consideración de la aguda crisis que constituye uno de los aspectos más importantes de la historia de la Humanidad en el siglo XIX, y una de las causas de su profunda incoherencia.
“La actitud del siglo XIX frente a la Religión y la Moral fue una actitud esencialmente contradictoria. (…) La Religión y la Moral no eran consideradas necesarias y obligatorias para todos los seres humanos, en todas las edades. Al contrario, para cada sexo, cada edad, cada condición social, había una situación religiosa y una conducta moral opuesta a la que el siglo XIX preceptuaba para sexo, edad y condición social diferente. El siglo XIX admiraba la «fe del carbonero», en su simplicidad y su pureza. Pero ridiculizaba como preconcepto inconsciente la fe del científico. Admitía la fe en los niños. Pero la condenaba en los jóvenes y los hombre adultos. Cuando mucho, la toleraba en la vejez. Exigía la pureza para la mujer. Y exigía la impureza para el hombre. Exigía la disciplina para el obrero. Pero aplaudía el espíritu revolucionario del pensador” 109.
En esa ocasión, dirigiéndose a los colegas de la generación más joven, Plinio les lanzará un vibrante llamado a la lucha y al heroísmo:
“Concebimos la vida, no como un festín, sino como una lucha. Nuestro destino debe ser de héroes y no de sibaritas. Es esta verdad sobre la cual mil veces meditamos, la que hoy os vengo a repetir. (…) Colocad a Cristo en el centro de vuestras vidas. Haced converger hacia Él todos vuestros ideales. Delante de la gran lucha, que es la nobilísima vocación de vuestra generación, repetía el Salvador la frase famosa: Domine, non recuso laborem” 110.
En 1926 Plinio Corrêa de Oliveira, siguiendo las tradiciones familiares, se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad de São Paulo. Joven de espíritu contemplativo y de grandes lecturas, al lado de la cultura jurídica comenzó a cultivar la filosófica, moral y espiritual. Entre las obras leídas en estos años que marcaron profundamente su formación estaban el Tratado de Derecho Natural del P. Luigi Taparelli d’Azeglio 111 y El Alma de Todo Apostolado, de Don Juan Bautista Chautard 112. Esta obra, que fue uno de sus libros predilectos, constituía un precioso antídoto a la “herejía de las obras” 113 que comenzaba a caracterizar aquella época. A ella D. Chautard contrapone la vida interior, que define como “el estado de un alma que reacciona para controlar sus inclinaciones naturales, y se esfuerza para adquirir el hábito de juzgar y regirse en todo según los dictámenes del Evangelio y los ejemplos de Jesucristo” 114.
Plinio Corrêa de Oliveira amó y vivió profundamente este espíritu, desde los años de su adolescencia. Aún cuando desde muy joven se dedicase a la acción y al apostolado público, nunca dejó de buscar la vida interior, a través de un ejercicio asiduo y constante de las facultades del alma.
En el panorama confuso de los años 20, que asistían al nacimiento y la difusión del comunismo y del fascismo mientras se afirmaba una way of life americana que era la antítesis del estilo de vida tradicional, el ideal de la restauración de la Civilización Cristiana expuesto por San Pío X parecía lejano. Pero a lo largo de esos años, en el corazón del joven estudiante brasileño se había formado la conciencia de una vocación 115. Ésta se ligaba de manera misteriosa y providencial a la misión inconclusa de aquel gran Papa, que desde su primera encíclica E supremi Apostolatus, del 4 de octubre de 1903, había elegido la divisa Instaurare omnia in Christo (Ef. 1, 10) como programa de su pontificado y meta para el siglo XX que se iniciaba.
Restaurar en Cristo “no sólo lo que pertenece propiamente a la divina misión de la Iglesia de conducir las almas a Dios, sino también aquello que deriva espontáneamente de esa divina misión: la Civilización Cristiana, en el conjunto de todos y de cada uno de los elementos que la constituyen” 116.
El propio Plinio Corrêa de Oliveira habría un día de definir su propia vocación, con estas palabras:
“Cuando era aún muy joven, consideré con amor y veneración las ruinas de la Cristiandad. A ellas entregué mi corazón, volví las espaldas a mi futuro, e hice de aquel pasado cargado de bendiciones, mi porvenir…” 117
Notas:
97 El Colegio San Luis fue fundado en 1867 en Itú y transferido para São Paulo, instalándose en un imponente edificio en el Nº 2324 de la Avenida Paulista. Era entonces rector del Colegio el P. Juan Bautista de Dréneuf (1872-1948) (Cfr. A. GREVE S.J., Fundação do Colégio São Luiz. Seu centenário, 1867-1967, in “A.S.I.A.” Nº 26, 1967, pp. 41-59). Entre sus profesores, el joven Plinio tuvo al P. Castro y Costa, que lo acompañó en la batalla en defensa de la Acción Católica y a quien él reencontró en Roma en los años 50 (DL, cit., vol. II, p. 259).
98 Mathilde Heldmann era originaria de Ratisbona (Baviera), y había sido gobernanta en algunas casas aristocráticas europeas. “Uno de los mayores beneficios que mamá nos hizo fue contratar a la Fräulein”, comentó varias veces Plinio Corrêa de Oliveira (DL, cit., vol I, p. 203).
99 Sobre la concepción “militante” de la espiritualidad cristiana, cfr. PIERRE BOURGUIGNON – FRANCIS WENNER, Combat spirituel, in DSp, vol II, 1 (1937), cols. 1135-1142; UMILE BONZI DA GENOVA, Combattimento spirituale, in EC, vol. IV (1950), cols. 37-40; JOHANN AUER, Militia Christi, in DSp, vol X (1980), cols. 1210-1233.
100 Mt. 13, 24-27.
101 II Tim. 11, 5.
102 Job 7,1.
103 LEÓN XIII, Enc. Sapientiae Christianae, del 10 de enero de 1890, in La pace interna delle nazioni, vol. III (1959), p. 192.
104 LEÓN XIII, Enc. Exeunte iam anno, del 25 de diciembre de 1888, in Le fonti della vita spirituale, cit., vol. II, pp. 345, 358 (pp. 337-359).
105 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Lutar varonilmente, e lutar até o fim, in “Catolicismo”, Nº 67, julio 1956, p. 2.
106 Ibid.
107 JOSEPH BURNICHON, Le Brésil d’aujourd’hui, Perrin, París, 1910, p. 242.
108 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Memórias, inéditas.
109 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Discurso no encerramento do ano de 1936, no Colégio Arquidiocesano de São Paulo, in “Echos”, Nº 29 (1937), pp. 88-92.
110 Ibid.
111 Sobre el padre jesuita LUIGI TAPARELLI D’AZEGLIO (1793-1862), autor del célebre Tratado Teórico de Derecho Natural (La Civiltà Cattolica, Roma, 1949, 2 vol. 1840-1843), en el cual las relaciones entre derecho, moral y política son agudamente analizadas, cfr. ROBERT JACQUIN, Taparelli, Lethielleux, París, 1943, y el vocablo de PIETRO PIRRI S.J., in EC, vol. XI (1953), cols. 1741-1745.
112 Don JEAN-BAPTISTE CHAUTARD, L’âme de tout apostolat, Office Français du Livre, París, 1947. “Es imposible leer las admirables páginas de este libro, cuya unción recuerda a veces la «Imitación de Cristo», sin percibir los tesoros de delicadeza que su gran alma guardaba” (PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Almas delicadas sem fraqueza e fortes sem brutalidade, in “Catolicismo”, Nº 52, abril de 1955). Don Jean-Baptiste Chautard nació en Briançon, Francia, el 12 de marzo de 1858. Fue religioso cisterciense de la estricta observancia, electo en 1897 Abad de la Trapa de Chambaraud, en Grenoble, y en 1899 Abad de Sept-Fons, en Moulins. En su largo gobierno fue obligado a ocuparse de los problemas temporales relativos a su Orden, a la cual defendió contra la política antirreligiosa de su tiempo. Perfecto modelo de la unión entre la vida contemplativa y activa trazada en El Alma de Todo Apostolado, llegó a imponerse, con su personalidad, al ministro Clemenceau, convenciéndolo de mitigar su actitud contra las órdenes contemplativas. Falleció en Sept-Fons el 29 de septiembre de 1935.
113 La “herejía de la acción”, entendida como una visión del mundo activista y naturalista que desconoce el papel decisivo de la gracia en la vida del hombre, era una de las características del “americanismo católico” de fines del siglo XIX, condenado por León XIII en la Carta Testem Benevolentiae, del 22 de junio de 1899 (Acta Leonis XIII, vol. XI, Roma, 1900, pp. 5-20). Cfr. EMMANUELE CHIETTINI, Americanismo, in EC, vol. I (1950), cols. 1054-1056; G. PIERREFEU, Américanisme, in DSp, vol I (1937), cols. 475-488; H. DELASSUS, L’Américanisme et la conjuration anti-chrétienne, Desclée de Brouwer, Lille, 1899; THOMAS MCAVOY, The Americanist Heresy in Roman Catholicism 1895-1900, University of Notre Dame Press, Notre Dame, Indiana, 1963; ROBERT CROSS, The emergence of Liberal Catholicism in America, Harvard University Press, Harvard, 1967; ORNELLA CONFESSORE, L’americanismo cattolico in Italia, Studium, Roma, 1984.
114 J.B. CHAUTARD, L’âme de tout apostolat, cit., p. 14.
115 “Illos quos Deus ad aliquid eligit, ita praeparat et disponit ut id ad quod eliguntur, inveniantur idonei” – “A quienes Dios elige entre otros, así los prepara y dispone a fin de que resulten idóneos para aquello para lo cual fueron elegidos” (STO. TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologica, III, 27, 4c). La vocación es la forma especial en la cual Dios quiere que sus elegidos se desarrollen. Elegidos, es decir, escogidos y por tanto preparados para ser idóneos en relación al fin al que Dios los destina desde toda la eternidad.
116 S. PÍO X, Encíclica Il fermo proposito del 11 de junio de 1905, in IP, vol. IV, “Il Laicato” (1958), 216.
117 Estas palabras de Plinio Corrêa de Oliveira aparecen, escritas de su propio puño y letra, como epígrafe del libro Meio Século de Epopéia Anticomunista, cit.