En junio de 1943, con el prefacio del Nuncio Benito Aloisi Masella y con el imprimatur de la arquidiócesis de São Paulo, salió a luz En Defensa de la Acción Católica 61, firmado por Plinio Corrêa de Oliveira en su calidad de presidente de la Junta Arquidiocesana de la Acción Católica de São Paulo. El libro, dividido en cinco partes, constituía la primera refutación de conjunto de los errores progresistas que medraban al interior de la Acción Católica en Brasil y se reflejaban en la sociedad civil.
La obra no constituía un tratado destinado a ofrecer una idea general de la Acción Católica. “Antes bien —escribía el autor en la Introducción— es una obra hecha para decir lo que la Acción Católica no es, lo que ella no debe ser, lo que ella no debe hacer” 62.
1) El primer problema de fondo que el autor enfrentaba era el de la “naturaleza” de la Acción Católica. “En materia de Acción Católica —había escrito en “O Legionário”— no hay un problema más importante que el de la naturaleza jurídica de esa organización” 63. Las nuevas tesis atribuían a Pío XI la intención de conferir al laicado inscrito en la Acción Católica un “mandato” innovador dentro de la Iglesia. Plinio Corrêa de Oliveira examinaba la naturaleza jurídica de la asociación para demostrar cómo el “mandato” conferido a la Acción Católica por el Pontífice no cambiaba de ningún modo su esencia jurídica, idéntica a la de numerosas otras obras católicas anteriores o posteriores a su nacimiento. El llamado de Pío XI a los laicos, por grave y solemne que fuese, no era distinto a las invitaciones a la colaboración que la Jerarquía les dirigió a lo largo de la Historia.
En la Iglesia, recordaba el líder paulista, los laicos siempre han colaborado con la Jerarquía, desde los primeros siglos.
“¿Qué historiador de la Iglesia osaría afirmar que haya habido un siglo, un año, un mes, un día en que la Iglesia dejase de pedir y utilizar la colaboración de los laicos con la Jerarquía? Sin hablar de las Cruzadas, tipo característico de Acción Católica militarizada, solemnísimamente convocada por los Papas; sin hablar de la Caballería andante y de las Órdenes de Caballería, en que la Iglesia investía de amplísimas facultades y tareas apostólicas a los caballeros; sin hablar de los innumerables fieles que, atraídos por la Iglesia hacia las asociaciones apostólicas por ella fundadas, colaboraban con la Jerarquía, examinemos otras instituciones en las cuales nuestra argumentación se demuestra particularmente firme.
“Todos sabemos que en la Iglesia existen varias Órdenes religiosas y Congregaciones que sólo reciben personas que no tuvieron unción sacerdotal. En este número se hallan, antes de todo, los Institutos religiosos femeninos, así como ciertas Congregaciones masculinas, como por ejemplo la de los Hermanos Maristas. En segundo lugar, existen muchos religiosos no sacerdotes, admitidos a título de coadjutores en las Órdenes religiosas de sacerdotes. No se podría negar sin temeridad que, en general, los miembros de estas Órdenes y Congregaciones hayan recibido una vocación del Espíritu Santo” 64.
2) Un segundo problema, igualmente capital, se relacionaba con la naturaleza de la relación entre los seglares y la Jerarquía eclesiástica. ¿En qué consiste la diferencia entre el mandato dado por Dios a la Jerarquía y la actividad desarrollada por los fieles? ¿Puede decirse que la Acción Católica tiene, en cuanto tal, un mandato propio? Plinio Corrêa de Oliveira respondía en estos términos:
“1) Sí, si por mandato entendemos una obligación de apostolado impuesta por la Jerarquía.
“2) No, si por mandato entendemos que la Acción Católica es elemento de algún modo integrante de la Jerarquía y tiene por lo tanto parte en el mandato directa e inmediatamente impuesto por Nuestro Señor a la Jerarquía” 65.
Si por “mandato” se entiende toda tarea impuesta legítimamente por una autoridad a un súbdito, tanto la Jerarquía como el laicado lo reciben; pero esto no excluye la existencia de una substancial diversidad de poderes conferidos a la Jerarquía y a los laicos. “De nuestro Señor la Jerarquía ha recibido el encargo de gobernar. De la Jerarquía los laicos recibieron, no funciones de gobierno, sino tareas esencialmente propias de súbditos” 66.
Es a esta altura que el doctor Plinio enfrenta el delicado problema de la “participación de los laicos en el apostolado de la Jerarquía”, según la conocida definición de Pío XI. Él advierte, en efecto, que la nueva concepción de la participación y del mandato que comenzaba a difundirse implicaba una nueva “teología del laicado”, que apuntaba a subvertir en un sentido igualitario la propia estructura de gobierno de la Iglesia.
Para Plinio Corrêa de Oliveira no caben dudas a tal respecto: “participación”, en el sentido que le atribuye el Pontífice y, antes aún, el Magisterio de la Iglesia, equivale a “colaboración”. El “mandato” de la Acción Católica no llega a los fieles directamente de Dios, sino que pasa a través de la Jerarquía. A ésta le cabe dirigir las acciones de los fieles y, por lo tanto, también de la Acción Católica.
En efecto, “la misión de los fieles consiste en ejercer, en la misión de la Jerarquía, la parte de colaboradores instrumentales, o sea, los fieles participan del apostolado jerárquico como colaboradores instrumentales” 67.
“Afirmando que la Acción Católica es una participación en el apostolado jerárquico, Pío XI quiere decir que ésa es pura y simplemente una colaboración, obra esencialmente instrumental, cuya naturaleza en nada diverge, esencialmente, del objetivo apostólico ejercido por las organizaciones extrañas a los cuadros de la Acción Católica; y ésta es una organización súbdita, como toda y cualquier organización de fieles” 68.
3) El tercer punto, abordado sobre todo en las partes restantes del volumen, se refería a las desviaciones de la Acción Católica relativas a la liturgia, a la espiritualidad y a los métodos de apostolado y de acción.
Sin entrar en el problema de la “Misa dialogada”, que extrapolaba del tema de su libro, Plinio Corrêa de Oliveira señalaba las doctrinas que deformaban la enseñanza tradicional de la Iglesia.
Desde el punto de vista de la vida interior, el liturgicismo que se difundía parecía comportar una “ascética nueva” vinculada a una específica “gracia de estado” propia de la Acción Católica. La liturgia, según las nuevas tesis, ejercería sobre los fieles una acción mecánica o mágica tal, que volvería superfluo todo esfuerzo de colaboración entre el hombre y Dios 69. Las prácticas de las devociones más comunes 70, así como todo esfuerzo de voluntad, desde el examen de conciencia a la participación en los Ejercicios espirituales de San Ignacio, eran sistemáticamente desalentadas, porque se las consideraba inútiles y superadas. El origen de estos errores, según el doctor Plinio, se encontraba en el espíritu de independencia y de búsqueda del placer, que quiere liberar al hombre del peso de los sacrificios impuestos por el trabajo de santificación. “Eliminada la lucha espiritual, la vida del cristiano les aparece como una serie ininterrumpida de placeres y consolaciones” 71. Plinio Corrêa de Oliveira recuerda la frase de León XIII según la cual “la perfección de la virtud cristiana está en la generosa disposición del alma que busca las cosas arduas y difíciles” 72, así como las palabras de Pío XI en la Carta Magna Equidem, del 2 de agosto de 1924:
“El deseo desenfrenado de placeres, enervando las fuerzas del alma y corrompiendo las buenas costumbres, destruye poco a poco la conciencia del deber. De hecho, son siempre más numerosos los que, hoy en día, atraídos por los placeres del mundo, nada abominan más vivamente, ni evitan con mayor atención, que los sufrimientos que se presentan o las aflicciones voluntarias del alma o del cuerpo, y que se comportan habitualmente, según las palabras del Apóstol, como enemigos de la Cruz de Cristo. Ahora bien, nadie puede alcanzar la bienaventuranza eterna si no renuncia a sí mismo, no carga su cruz y no sigue a Jesucristo” 73.
Asociado al espíritu de oración, observa Plinio Corrêa de Oliveira, está el espíritu de apostolado: pero éste parte de nuestro prójimo para extenderse después, por círculos concéntricos, a los que están más alejados.
“No vacilamos en afirmar que antes de todo debe desearse la santificación y la perseverancia de aquellos que son buenos; en segundo lugar, la santificación de los católicos alejados de la práctica religiosa; por fin, y en último lugar, la conversión de los que no son católicos” 74.
El líder católico paulista subrayaba además la importancia del “modo” de apostolado. En un momento en que la política de la “mano extendida” comenzaba a penetrar los ambientes católicos, él reiteraba el carácter heroico y sobrenatural del apostolado católico.
“Cabe aclarar que, si tanto el lenguaje apostólico impregnado de amor y de suavidad como el que infunde temor y vibra de santa energía, son igualmente justos y deben uno y otro ser utilizados en cualquier época, es cierto que en determinadas épocas conviene acentuar más la nota austera y en otras la nota suave, sin jamás llevar esta preocupación al extremo —que constituiría un desequilibrio— de tocar sólo una nota y abandonar la otra. ¿En qué caso se encuentra nuestra época? Los oídos del hombre contemporáneo están evidentemente hartos de la dulzura exagerada, del sentimentalismo acomodaticio, del espíritu frívolo de las generaciones anteriores. Los mayores movimientos de masas, en nuestra época, no han sido obtenidos por el espejismo de los ideales fáciles. Al contrario, es en nombre de los principios más radicales, haciendo un llamado a la dedicación más absoluta, apuntando a las veredas ásperas y escarpadas del heroísmo, que los principales jefes políticos han entusiasmado las masas hasta hacerlas delirar. La grandeza de nuestra época radica precisamente en esta sed de lo absoluto y de heroísmo. ¿Porqué no saciar esta loable avidez con la predicación ufana de la Verdad absoluta, y de la moral sobrenaturalmente heroica que es la de Nuestro Señor Jesucristo?” 75.
Algunos ejemplos de pinturas en estilo «herejía blanca». De izquierda a derecha: un ángel guardián, Santa Teresa de Lisieux y San Sebastián, comandante de la tropa de élite del ejército romano bajo los emperadores Diocleciano y Maximiano, mártir.
Con la expresión “herejía blanca”, él designó más tarde una actitud sentimental que se manifestaba sobre todo en un cierto tipo de piedad dulzona y disfrazada de “caridad” hacia el prójimo:
“Dígase la verdad con caridad, dése a la caridad un medio de unirse a la verdad, y no se sirva de la caridad como pretexto para cualquier disminución o deformación de la realidad, ni para obtener aplausos, ni para huir de las críticas, ni para buscar inútilmente contentar todas las opiniones. De lo contrario, por la caridad llegaríamos al error, y no a la verdad” 76.
“Otro error —añadía— consiste en ocultar y en disminuir sistemáticamente lo que hay de mal en las herejías, a fin de dar al hereje la idea de que es pequeña la distancia que lo separa de la Iglesia. ¡Con esto se olvida de que se oculta a los fieles la malicia de la herejía, y se abaten las barreras que lo separan de la apostasía! Es lo que sucederá con el empleo en amplia escala, o exclusivo, de tal método” 77.
En el mismo sentido aludía a quienes, calificándose de “espiritualistas, cristianos o católicos libres”, se afanan en buscar el “terreno común” con los que yerran. “¿Buscar descender al terreno común? Se corre el riesgo de empantanarse en la ambigüedad, de favorecer al que busca pescar en aguas turbias. No hagamos de la perpetua retirada estratégica, del uso invariable de términos ambiguos, y del hábito constante de ocultar nuestra Fe, una regla de conducta que, en último análisis, redundaría en el triunfo del respeto humano” 78.
Al terminar la larga enumeración de puntos concernientes a desvíos de doctrina y de mentalidad en los ambientes de la Acción Católica, Plinio Corrêa de Oliveira concluía:
“Todos estos desvíos se relacionan, próxima o remotamente, con los siguientes principios: una negación de los efectos del pecado original; en consecuencia, una concepción de la gracia como factor exclusivo de la vida espiritual; y una tendencia a prescindir de la autoridad, en la esperanza de que el orden resulte de la libre, vital y espontánea conjugación de las inteligencias y de las voluntades. La doctrina del mandato, sostenida, por lo demás, por autores europeos de los cuales muchos son dignos de consideración a varios títulos, ha encontrado un terreno fértil en nuestro ambiente, generando frutos que muchos de sus autores no preveían” 79.
El libro, en un ambiente religioso todavía aparentemente unido y homogéneo, tuvo el efecto de una bomba. Contribuyó a despertar a la mayoría adormecida, y a colocarla en guardia contra la corriente progresista, cuyas insidiosas maniobras sufrieron una brusca frenada. “Ese libro —escribió Mons. de Proença Sigaud— fue un grito de alarma y un cauterizador. Grito de alarma, impidió que miles de fieles se entregasen, en su buena fe, a los errores y desmanes del liturgicismo que avanzaba como una ola avasalladora” 80.
“En la historia de la Iglesia Católica —comentaba posteriormente el mismo Prelado— hay libros que fueron grandes gracias concedidas por Dios a su pueblo. (…) Ellos son gracias, porque su contenido ilumina las inteligencias con luces extraordinarias. Son gracias porque estimulan la voluntad a proceder de tal manera que realice la voluntad de Dios”. Entre esos libros, después de haber recordado las Confesiones y La Ciudad de Dios de San Agustín, la Imitación de Cristo, los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, el Tratado de la Verdadera Devoción de San Luis María Grignion de Montfort, Mons. Sigaud incluye también, en el vigésimo aniversario de su publicación, la obra de Plinio Corrêa de Oliveira: “En nuestro ámbito nacional, y guardadas las proporciones, se puede decir que En Defensa de la Acción Católica fue un libro-gracia” 81.
Notas:
60 Mons. de Castro Mayer recuerda, por ejemplo, que la obra de Plinio Corrêa de Oliveira fue leída de inmediato por el Prior del Monasterio de San Benito, don Pablo Pedrosa, y del citado padre César Dainese S.J., director de la Confederación Nacional de las Congregaciones Marianas (MONS. ANTONIO DE CASTRO MAYER, obispo de Campos, Vinte anos depois…, in “Catolicismo”, Nº 150, julio de 1963).
61 Cfr. PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Em defesa da Ação Católica, Editora Ave María, São Paulo, 1943.
62 Ibid., p. 14.
63 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Rumos da Ação Católica sob o Pontificado de Pio XII, “O Legionário”, n. 510, 21 de junio 1942.
64 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Em defesa da Ação Católica, cit., pp. 41-42.
65 Ibid., p. 49.
66 Ibid., p. 52.
67 Ibid., pp. 63-64.
68 Ibid., p. 64.
69 Ibid., p. 94.
70 “Estas devociones —observa el cardenal Palazzini— ofrecen preciosas ventajas (indulgencias, etc.) y gracias particulares de orden espiritual y también material. Todas producen efectos morales y sociales del más alto interés. Es en la práctica de estas devociones, tan neciamente despreciadas o descuidadas por los espíritus mediocres o ciegos, que pequeños y grandes, niños y adultos, doctos e ignorantes, han aprendido y aprenderán a elevar sus almas por encima de las vulgaridades y de las torpezas de este mundo” (PEDRO CARD. PALAZZINI, vocablo Devozione en EC, vol. VI, 1950, col. 1514).
71 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Em defesa da Ação Católica, cit., p. 97.
72 LEÓN XIII, Encíclica Auspicato concessum, del 17 de septiembre de 1882.
73 Apud PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Em defesa da Ação Católica, cit., pp. 102-103.
74 Ibid., pp. 184-185.
75 Ibid., p. 238.
76 Ibid., p. 230.
77 Ibid., p. 196.
78 Ibid., p. 213.
79 Ibid., p. 337.
80 MONS. GERALDO DE PROENÇA SIGAUD, A Encíclica “Mediator Dei” e um pouco de história da Igreja no Brasil, in “O Legionário”, Nº 803, 28 de diciembre de 1947.
81 MONS. G. DE PROENCA SIGAUD, Um livro que foi uma graça para o Brasil, in “Catolicismo”, Nº 150, junio de 1963.