Cap. IV, 15. La Contra-Revolución y la Iglesia

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Si la Revolución es un proceso que procura la destrucción del orden temporal cristiano, claro está que su blanco último es la Iglesia, “Cuerpo Místico de Cristo, Maestra infalible de la Verdad, tutora de la Ley Natural y, así, fundamento último del propio orden temporal” 119.
La Revolución es un enemigo que se levantó contra la Iglesia para impedirle cumplir su misión de salvación de las almas, que ella ejerce no sólo por medio de su poder espiritual directo, sino también de su poder temporal indirecto. La Contra-Revolución que surge en defensa de la Iglesia “no está destinada a salvar a la Esposa de Cristo. Apoyada en la promesa de su Fundador, Ésta no necesita de los hombres para sobrevivir. Por el contrario, la Iglesia es quien da vida a la Contra-Revolución, la cual, sin ella, no sería factible, ni siquiera concebible” 120.
En la perspectiva de Plinio Corrêa de Oliveira, la Contra-Revolución no es un fin en sí misma, sino un instrumento dócil de la Iglesia. La Iglesia, a su vez, no se identifica con la Contra-Revolución, ni necesita ser salvada por ésta.
“La Iglesia es el alma de la Contra-Revolución. Si la Contra-Revolución es la lucha para extinguir la Revolución y construir la Cristiandad nueva, toda resplandeciente de fe, de humilde espíritu jerárquico y de inmaculada pureza, es claro que esto se realizará sobre todo por una acción profunda en los corazones. Ahora bien, esta acción es obra propia de la Iglesia, que enseña la doctrina católica y la hace amar y practicar. La Iglesia es, pues, la propia alma de la Contra-Revolución” 121.
La exaltación de la Iglesia es el ideal de la Contra-Revolución.
“Si la Revolución es lo contrario de la Iglesia, es imposible odiar la Revolución (considerada en su globalidad, y no en algún aspecto aislado) y combatirla, sin ipso facto tener por ideal la exaltación de la Iglesia” 122.
La Iglesia es, pues, una fuerza fundamentalmente contra-revolucionaria, pero no se identifica con la Contra-Revolución: su verdadera fuerza está en ser el Cuerpo Místico de Nuestro Señor Jesucristo.
No obstante, el ámbito de la Contra-Revolución excede, de algún modo, al eclesiástico, porque comporta una reorganización de toda la sociedad temporal desde sus fundamentos. Esta restauración social es inspirada por la doctrina de la Iglesia, pero por otro lado, envuelve un sinnúmero de aspectos concretos y prácticos que pertenecen propiamente al orden civil.
“Y a este título la Contra-Revolución trasborda el ámbito eclesiástico, aunque continúa siempre profundamente ligada a la Iglesia en lo que se refiere al Magisterio y a su poder indirecto” 123.
La obra de Plinio Corrêa de Oliveira concluye con un homenaje de filial devoción y de obediencia ilimitada al “dulce Cristo en la tierra”, columna y fundamento infalible de la verdad, Su Santidad Juan XXIII 124, y con una consagración filial de la obra a la Virgen:
“La primera, la grande, la eterna revolucionaria, inspiradora y fautora suprema de esta Revolución, como de las que la precedieron y le sucedieren, es la Serpiente, cuya cabeza fue aplastada por la Virgen Inmaculada. María es, pues, la Patrona de todos los que luchan contra la Revolución.
“La mediación universal y omnipotente de la Madre de Dios es la mayor razón de esperanza de los contra-revolucionarios. Y en Fátima Ella ya les dio la certeza de la victoria, cuando anunció que, incluso después de un eventual progreso del comunismo en el mundo entero, «por fin su Inmaculado Corazón triunfará».
“Acepte la Virgen, pues, este homenaje filial, tributo de amor y expresión de confianza absoluta en su triunfo” 125.

 

Notas:

119 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Revolución y Contra-Revolución, cit., pp. 120-21.

120 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Revolución y Contra-Revolución, cit., p. 122.

121 Ibid., p. 123.

122 Ibid., ID.

123 Ibid., ID.

124 En la edición italiana de 1972, y en las sucesivas, la conclusión fue mantenida en los mismos términos, substituyendo el nombre de Juan XXIII por el del Pontífice entonces reinante, Paulo VI.

125 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Revolución y Contra-Revolución, cit., pp. 171-172.

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