“Si la efervescencia de las pasiones desordenadas despierta por un lado el odio a cualquier freno y a cualquier ley, por otro lado provoca el odio contra cualquier desigualdad. Tal efervescencia conduce así a la concepción utópica del «anarquismo» marxista, según la cual una humanidad evolucionada, que viviera en una sociedad sin clases ni gobierno, podría gozar del orden perfecto y de la más entera libertad, sin que de ésta se originase desigualdad alguna. Como se ve, es el ideal simultáneamente más liberal y más igualitario que se pueda imaginar.
“En efecto, la utopía anárquica del marxismo consiste en un estado de cosas en el cual la personalidad humana habría alcanzado un alto grado de progreso, de tal manera que le sería posible desarrollarse libremente en una sociedad sin Estado ni gobierno” 69.
La Revolución está destruyendo en el hombre contemporáneo la noción de pecado, la distinción entre el bien y el mal e, ipso facto, negando la Redención de Nuestro Señor Jesucristo, que sin el pecado se torna incomprensible y pierde cualquier relación lógica con la Historia y la vida 70.
Poniendo toda su confianza en el individuo, como sucedió en la fase liberal, o en las colectividades, como sucedió en la fase socialista, la Revolución idolatra al hombre, confiando en su posibilidad de “auto-redención” mediante una radical transformación social.
La meta anárquica de la Revolución termina por confundirse con la utopía de una República universal, en la cual todas las legítimas diferencias entre los pueblos, las familias, las clases sociales, se disolverían en una amalgama confusa y efervescente:
“Un mundo en cuyo seno las patrias unificadas en una República Universal no sean sino denominaciones geográficas, un mundo sin desigualdades sociales ni económicas, dirigido por la ciencia y por la técnica, por la propaganda y por la psicología, para realizar, sin lo sobrenatural, la felicidad definitiva del hombre: he aquí la utopía hacia la cual la Revolución nos va encaminando” 71.
Notas:
69 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Revolución y Contra-Revolución, cit., pp. 73-74. “En esa sociedad —que, a pesar de no tener gobierno, viviría en pleno orden— la producción económica estaría organizada y muy desarrollada, y la distinción entre trabajo intelectual y manual estaría superada. Un proceso selectivo aún no determinado llevaría a la dirección de la economía a los más capaces, sin que de ahí se derivase la formación de clases. Estos serían los únicos e insignificantes residuos de desigualdad. Pero, como esa sociedad comunista anárquica no es el término final de la Historia, parece legítimo suponer que tales residuos serían abolidos en una ulterior evolución” (ibid., ID.).
70 Cfr. PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Revolución y Contra-Revolución, cit., pp. 81-83.
71 Ibid., p. 83. Las premisas “religiosas” de esta utopía fueron bien descritas por THOMAS MOLNAR en su obra Utopia. The perennial heresy, Sheed and Ward, Nueva York, 1967.