Cap. VI, 12. Estalla la crisis postconciliar

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Los treinta años transcurridos entre el fin del Concilio Vaticano II y la muerte de Plinio Corrêa de Oliveira, ocurrida en São Paulo el 3 de octubre de 1995, ofrecen un punto de partida para muchas reflexiones sobre la trayectoria de la llamada Iglesia “conciliar” o “postconciliar”. El problema ha sido deformado de manera interesada por los medios de prensa, tras la explosión del llamado “caso Lefebvre” 99, del nombre del Arzobispo francés que desde 1976 entró en abierto enfrentamiento con la Santa Sede sobre el tema de la Nueva Misa y de las reformas conciliares 100. Bajo el pontificado de Paulo VI, sin embargo, mucho antes de las cuestiones concernientes a Mons. Lefèbvre, el tema de la “crisis de la Iglesia” 101 ya se había convertido en un punto central de discusión, suscitando la intervención de los mayores teólogos y filósofos de la época.
El historiador Hubert Jedin, que había colaborado con el Concilio en carácter de “perito” con el Card. Frings, después de haber intentado oponerse a la idea de una “crisis de la Iglesia”, hacia fines de los años sesenta fue llevado a reconocer su existencia en una conocida conferencia titulada “Historia y crisis de la Iglesia”, publicada en italiano por el propio “L’Osservatore Romano” 102. El 17 de septiembre de 1968, Mons. Jedin presentó a la Conferencia Episcopal alemana un memorial en que describía cinco fenómenos relativos a la crisis de la Iglesia en curso:
“1. La cada vez más generalizada inseguridad en la fe, suscitada por la libre difusión de errores teológicos en las cátedras, en libros y ensayos; 2. la tentativa de transferir a la Iglesia las formas de la democracia parlamentaria mediante la introducción del derecho de participación en los tres planos de la vida eclesiástica: la Iglesia universal, la diócesis y la parroquia; 3. desacralización del sacerdocio; 4. «Estructuración» libre de la celebración litúrgica en vez de la ejecución del «Opus Dei»; 5. Ecumenismo como protestantización” 103.
En aquel mismo año 1968, en un discurso que hizo época, Paulo VI afirmó: “La Iglesia atraviesa, hoy, un momento de inquietud. Algunos practican la autocrítica, se diría que hasta la autodemolición. Es como una perturbación interior, aguda y compleja, que nadie habría esperado después del Concilio.(…) La Iglesia es golpeada también por quienes de Ella forman parte” 104. Volvió aún sobre el tema afirmando tener la sensación de “que por alguna fisura haya entrado el humo de Satanás en el templo de Dios” y precisamente “por ventanas que debían estar abiertas a la luz” 105. “Se creía que, después del Concilio, vendría un día de sol para la Historia de la Iglesia. Vino, por el contrario, un día lleno de nubes, de tempestad, de oscuridad, de indagación, de incertidumbre” 106.
Entre los teólogos y los filósofos, incluso de extracción progresista, que han admitido y denunciado la expansión de esta crisis, recordamos apenas algunas declaraciones significativas:
El Cardenal Henri de Lubac, antiguo corifeo de la “nouvelle théologie”: “Es una nueva Iglesia, diferente de la de Cristo, la que se quiere instaurar; se desea realizar una sociedad antropocéntrica, amenazada por una apostasía inmanente; estamos a merced de un movimiento general de tropiezos y de capitulación, de irenismo y de adaptación” 107.
Mons. Rudolf Graber, Obispo de Ratisbona:
“Lo que sucedió entonces, hace más de 1600 años (la crisis arriana) se repite hoy, pero con dos o tres diferencias. Hoy Alejandría es toda la Iglesia, sacudida desde sus cimientos”. “¿Porqué se hace tan poco para consolidar las columnas de la Iglesia, por donde se evitaría el derrumbe? Si alguien aún considera que los acontecimientos que se desarrollaron en la Iglesia son secundarios, o que se trate de dificultades transitorias, significa que es irrecuperable. Pero la responsabilidad de los jefes de la Iglesia será aún mayor si ellos no se ocupan de estos problemas, o si creen remediar el mal con pequeños remiendos. No: aquí se trata del todo; aquí se trata de la Iglesia; aquí se trata de una especie de revolución copernicana estallada en el seno mismo de la Iglesia, de una revolución gigantesca en la Iglesia” 108.
El Padre estigmatino Cornelio Fabro, consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe:
“Así la Iglesia (…) en lo que se refiere a la decisión de los Pastores, se ha deslizado hacia una situación de falta de guía que, sea en el campo de la doctrina como en el de la disciplina, camina hacia una creciente desintegración. (…) Las terribles palabras del Evangelio —«Vosotros errabais como ovejas sin pastor»— deben aplicarse en gran medida a la presente situación de la Iglesia” 109.
Dice el Padre pasionista Enrico Zoffoli, miembro de la Pontificia Academia Santo Tomás de Aquino:
“Hoy la Iglesia está empeñada en superar tal vez la más grave de todas las crisis: la tempestad desencadenada por el modernismo, después de casi un siglo aún arrecia (…) La desorientación de los fieles es universal, angustiante, y la lamentación de ellos llega al colmo cuando éstos oyen discursos y reciben consejos de aquellos hombres de la Iglesia, asisten a algunos de sus ritos, y notan una actitud de tal modo extraña e indecorosa, que podría llevarles a pensar que el Cristianismo sea una enorme impostura. Por estas y otras cosas, ¿no son tentados hasta de ateísmo?”. “Las consecuencias son desastrosas. (…) No hay verdad que, bajo algún aspecto, no haya sido falseada. Algunas son negadas, otras calladas, otras ridiculizadas, otras adaptadas de modo irreconocible” 110.
En vísperas de su muerte, en 1975, Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, beatificado por Juan Pablo II, afirmaba a su vez:
“Cuando yo me hice Sacerdote, la Iglesia de Dios parecía fuerte como una roca, sin ninguna fisura. Se presentaba con un aspecto externo que inmediatamente expresaba la unidad: era un bloque maravillosamente sólido. Ahora, si es vista con ojos humanos, parece un edificio en ruinas, un monte de arena que se deshace, que es pisoteado, dispersado, destruido… El Papa a veces ha dicho que la Iglesia se está autodestruyendo. ¡Palabras duras, tremendas! Pero esto no puede suceder, porque Jesús ha prometido que el Espíritu Santo la asistirá siempre, hasta el fin de los siglos. ¿Y nosotros qué haremos? Rezar, rezar…” 111.
Juan Pablo II, que sucedió en 1978 a Paulo VI después del brevísimo pontificado de Juan Pablo I 112, desde el comienzo admitió la existencia de la crisis en términos inequívocos:
“Es necesario admitir con realismo, y con profunda y sufrida sensibilidad, que los cristianos hoy, en gran parte, se sienten extraviados, confundidos, perplejos y hasta desilusionados. Se han esparcido a manos llenas, ideas contrastantes con la Verdad revelada y enseñada desde siempre; se han propalado verdaderas herejías en el campo dogmático y moral, creando dudas, confusiones, rebeliones; se ha alterado la Liturgia. Sumergidos en el relativismo intelectual y moral, y por lo tanto en el permisivismo, los cristianos son tentados por el ateísmo, por el agnosticismo, por el iluminismo vagamente moralista, por un cristianismo sociológico, sin dogmas definidos y sin moral objetiva” 113.
Con todo, el documento que por cierto suscitó más conmoción fue el ahora célebre Informe sobre la Fe, del Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe:
“Es indiscutible que los últimos veinte años han sido decididamente desfavorables para la Iglesia católica. Los resultados que se han seguido del Concilio parecen cruelmente opuestos a las expectativas de todos, comenzando por Juan XXIII y Paulo VI. Los cristianos están nuevamente en minoría, más que en cualquier época desde el fin de la Antigüedad. Los Papas y los Padres conciliares esperaban que se establecería una nueva unidad católica y, por el contrario, se caminó hacia una disensión que —para usar las palabras de Paulo VI— ha parecido pasar de la autocrítica a la autodestrucción. Se esperaba un nuevo entusiasmo y, por el contrario, se ha terminado demasiado frecuentemente en el cansancio y en el desaliento. Se esperaba un salto hacia adelante y, por el contrario, se está frente a un proceso progresivo de decadencia que se ha venido desarrollando en larga medida bajo el signo de la evocación de un presunto «espíritu del Concilio» y de ese modo lo ha desacreditado. (…) La Iglesia del post Concilio es un gran astillero; pero es un astillero donde se han perdido los planos y cada uno continúa fabricando según su gusto” 114. “Mi diagnóstico es que se trata de una auténtica crisis que debe ser tratada y curada” 115.
La descripción de la crisis trazada por el Card. Ratzinger pronto se convirtió en un dato adquirido. Veinte años después de la clausura del Concilio, “La Civiltà Cattolica” que, sobre todo por obra del P. Caprile, había acompañado paso a paso el evento con entusiasmo, escribe:
“Es innegable que en los veinte años post conciliares hubo, ante todo, una crisis de la fe: toda la revelación cristiana, en sus dogmas fundamentales —existencia y cognoscibilidad de Dios, Trinidad, Encarnación, Redención, Resurrección de Jesús, vida eterna, Iglesia, Eucaristía— fue puesta en cuestión o se intentó reinterpretarla según categorías filosóficas y científi
cas que la vaciaron de su auténtico contenido sobrenatural. (…) A diferencia de las crisis del pasado, la actual es una crisis radical y global: radical porque ataca las propias raíces de la fe y de la vida cristiana; global porque ataca al cristianismo en todos sus aspectos” 116.
Plinio Corrêa de Oliveira, desde su primera obra hasta la última, Nobleza y élites tradicionales análogas 117, no ignoró esta crisis, encuadrándola en la amplia visión histórica de Revolución y Contra-Revolución. Su punto de observación no es el del teólogo, sino el del laico, filósofo, historiador y hombre de acción. No es sobre el mérito teológico de los documentos conciliares, sino sobre la realidad de los hechos y sobre sus consecuencias históricas, que se funda la denuncia del “silencio enigmático, desconcertante, asombroso y apocalípticamente trágico del Concilio Vaticano II acerca del comunismo” 118.
“Este Concilio —escribe— quiso ser pastoral y no dogmático. Alcance dogmático realmente no lo tuvo. Además de esto, su omisión sobre el comunismo puede hacerlo pasar a la Historia como el Concilio a-pastoral. (…) La obra de ese Concilio no puede estar inscrita, en cuanto efectivamente pastoral, ni en la Historia, ni en el Libro de la Vida.
“Es penoso decirlo. Pero la evidencia de los hechos señala, en este sentido, al Concilio Vaticano II como una de las mayores calamidades, si no la mayor, de la Historia de la Iglesia 119. A partir de él penetró en la Iglesia, en proporciones impensables, la «humareda de Satanás» 120 que se va dilatando cada día más, con la terrible fuerza de expansión de los gases. Para escándalo de incontables almas, el Cuerpo Místico de Cristo entró en un siniestro proceso como que de autodemolición (…).
“La historia narra los innumerables dramas que la Iglesia sufrió en los veinte siglos de su existencia. Oposiciones que germinaron fuera de Ella, y desde fuera tentaron destruirla. Tumores formados dentro de Ella, por Ella extirpados, y que, ya entonces de fuera hacia dentro, intentan destruirla con ferocidad.
“Sin embargo, ¿cuándo vio la Historia, antes de nuestros días, una tentativa de demolición de la Iglesia, no hecha por un adversario, sino calificada de «autodemolición» 121 en altísimo pronunciamiento de repercusión mundial?” 122.
Para describir la crisis de la Iglesia Plinio Corrêa de Oliveira utiliza el término “autodemolición” empleado por Paulo VI, a quien, en el mismo libro en el cual expresa sus reservas hacia el Concilio, el pensador brasileño dirige “un homenaje de filial devoción y de obediencia ilimitada”, en la convicción de que “ubi Ecclesia ibi Christus, ubi Petrus ibi Ecclesia” 123. Cada una de sus tesis —incluso la precedente, tan severa, sobre el Concilio— es sometida sin restricciones, “al juicio del Vicario de Jesucristo, dispuestos a renunciar de inmediato a cualquiera de ellas, desde que se distancie, aunque sea levemente, de la enseñanza de la Santa Iglesia, nuestra Madre, Arca de la Salvación y Puerta del Cielo” 124.
El juicio histórico del pensador brasileño sobre el Concilio Vaticano II coincide, como hemos visto, con el de muchos protagonistas religiosos de nuestro tiempo. Empero, a través de las categorías intelectuales de Revolución y Contra-Revolución, él propone una llave de interpretación de la crisis de la Iglesia dentro del proceso revolucionario que ha estudiado y descrito. Tal juicio nace de un profundo amor al Papado y a la Iglesia, y por su coherencia se muestra bien diferente de las posiciones a veces contradictorias o excéntricas de muchos exponentes o grupos “tradicionalistas”. El Magisterio Pontificio, el Derecho Canónico de la Iglesia y las normas perennes de la Religión católica constituyeron los inmutables puntos de referencia de Plinio Corrêa de Oliveira y de todos los que en él se inspiran 125.

 

Notas:

99 Mons. Marcel Lefebvre nació en Turcoing (Lille) el 29 de noviembre de 1905 y falleció en Martigny el 25 de marzo de 1991. Alumno del Seminario Francés de Roma, fue ordenado sacerdote el 21 de setiembre de 1929 por Mons. Liénart, Obispo de Lille. En 1930 ingresó a la Congregación del Espíritu Santo, desarrollando apostolado misionero, sobre todo en el África. Fue consagrado obispo el 18 de setiembre de 1947, nombrado Delegado Apostólico para el África francófona y, el 14 de setiembre de 1955, Arzobispo de Dakar. Dejó ese cargo en 1962, asumiendo el título de Arzobispo de Tulle. De 1962 a 1968 fue Superior de su Congregación. Constituyó, en 1970, la Fraternidad San Pío X en Friburgo, Suiza, con la aprobación de Mons. Charrière, ordinario del lugar. En 1974 se inició el contencioso con la Santa Sede, que debía llevarlo a la suspensión a divinis, a consecuencia de las ordenaciones sacerdotales de 1976, y a la excomunión latae sententiae, después de la consagración de cuatro obispos, el 30 de junio de 1988 (cfr. Il Regno-documenti, Nº 600, 1º de setiembre de 1988, pp. 477-488). 100 Mons. Marcel Lefèbvre, después de haberse distinguido entre los exponentes del ala conservadora durante el Concilio, había firmado las Actas de la histórica Asamblea, y en sus cartas dirigidas a los miembros de la Congregación del Espíritu Santo, de la que era Superior General, manifestó una evaluación moderadamente positiva sobre las reformas conciliares. En estos documentos, Mons. Lefèbvre no sólo recordaba la oportunidad de la renovación litúrgica deseada por el Vaticano II, sino que exhortaba, aunque expresando reservas, a tomar los que consideraba elementos positivos del Concilio, afirmando que éste había recibido gracias particulares “para suscitar en la Iglesia reformas y ajustes, que no tienen otro fin que el de conducir a una más perfecta santificación y hacer revivir de nuevo el más puro espíritu evangélico” (Mons. M. LEFÈBVRE, Lettres pastorales et écrits, Fideliter, Escurolles, 1989, p. 217). Expresó sus críticas sucesivamente en las obras Un évéque parle. Écrits et allocutions. 1963-1975, Dominique Martin Morin, París, 1975; J’accuse le Concile, Ed. Saint-Gabriel, Martigny, 1976; Lettre ouverte aux catholiques perplexes, Albin Michel, París, 1985; Ils l’ont découronné, Editions Fideliter, Escurolles, 1987. “Es difícil —observa Daniel Menozzi— explicar las razones de este cambio de posición con base en la documentación disponible hasta el momento” (D. MENOZZI, La Chiesa cattolica e la secolarizzazione, cit., p. 202).

101 La bibliografía sobre este tema es vasta. Véase especialmente: VITTORIO MESSORI en coloquio con el Cardenal Joseph Ratzinger, Rapporto sulla fede, Ed. Paulinas, Milán, 1985; ROMANO AMERIO, Iota unum. Studio delle variazioni della Chiesa cattolica nel secolo XX, Ricardo Ricciardi Editor, MilánNápoles, 1985; Mons. RUDOLF GRABER, Athanasius und die Kirche unserer Zeit, Editorial Joseph Kral, Abensber, 1973; Cfr. también DIETRICH VON HILDEBRAND, Das Trojanische Pferd in der Stadt Gottes, J. Habbel, Ratisbona, 1969; ID., Der verwüstete Weinberg, J. Habbel, Ratisbona, 1973; P. GEORGES DE NANTES, Liber Accusationis, Editions de la Contre-Réforme Catholique, St. Parres-les-Vaudes, entregado a la Santa Sede el 10 de abril de 1973, tr. it., Arti Grafiche Pedanesi, Roma, 1973; P. CORNELIO FABRO C.P.S., L’avventura della teologia progressista, Rusconi Ed., Milán, 1974; BERNARDO MONSEGÚ C.P., Posconcilio, Studium, Madrid, 1975-1977, 3 vol.; WIEGAND SIEBEL, Katholisch oder konziliar Die Krise der Kirche heute, A. Langen-G. Müller, Munich-Viena, 1978; CARD. GIUSEPPE SIRI, Getsemani — Riflessioni sul Movimento Teologico contemporaneo, Fraternità della Santissima Vergine, Roma, 1980; GEORGE MAY, Der Glauben in der nachkonziliaren Kirche, Mediatrix Verlag, Viena, 1983.

102 H. JEDIN, Kirchengeschichte und Kirchenkrise, in “Aachener Kirchenzeitung”, 29 de diciembre de 1968 y 5 de enero de 1969.

103 H. JEDIN, Storia della mia vita, cit., pp. 326-327

104 PAULO VI, Discurso al Seminario Lombardo en Roma, 7 de diciembre de 1968, in Insegnamenti di Paolo VI, tipografia Poliglotta Vaticana, Roma, 1968, vol. VI, pp. 1188-1189. A la mayoría de los católicos, escribía el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira, le gustaría saber “qué es este humo, cuáles son los rótulos ideológicos y los instrumentos humanos que sirven a Satanás como «sprays» de tal humo; en qué consiste la demolición, y cómo explicar que esta demolición sea, extrañamente, una autodemolición” (PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Clareza, in “Folha de S. Paulo”, 16 de agosto de 1978). 105 PAULO VI, Alocución en el 9º aniversario de su coronación, 29 de junio de 1972, in Insegnamenti, vol. X, pp. 707-708.

106 Ibid.

107 Card. HENRI DE LUBAC S.J., Discurso al Congreso Internacional de Teología, Toronto, agosto de 1967, cit. in B. MONSEGÚ, Posconcilio, cit., vol. III, p. 371.

108 Mons. R. GRABER, Athanasius und die Kirche unserer Zeit, cit., tr. it. Sant’Atanasio e la Chiesa del nostro tempo, Civiltà, Brescia, 1974, pp. 28-29.

109 C. FABRO C.P.S., L’avventura della teologia progressista, cit., pp. 288-289.

110 ENRICO ZOFFOLI C.P., Chiesa ed uomini di Chiesa, Il Segno, Udine, 1994, pp. 46-48, 35.

111 Cit. in PILAR URBANO, Josemaría Escrivá, Romano, Leonardo, Milán, 1996, pp. 442-443.

112 Durante el cónclave de agosto de 1978, Plinio Corrêa de Oliveira, describiendo el mito de “Wyszinsky, el Cunctator” que contemporizando con el comunismo habría salvado la causa de la Iglesia, pronosticó la eventualidad de la elección del Primado de Polonia al trono de San Pedro (PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, O Cunctator, um maximalista?, in “Folha de S. Paulo”, 24 de agosto de 1978). El cónclave eligió al Cardenal Albino Luciani, Patriarca de Venecia, pero un mes después se reunió nuevamente y eligió al trono Pontificio al Arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla, con el nombre de Juan Pablo II.

113 JUAN PABLO II, Discurso del 6 de febrero de 1981, in “L’Osservatore Romano”, 7 de febrero de 1981.

114 Cardenal J. RATZINGER, Rapporto sulla fede, cit., pp. 27-28. “Me parece que una cosa se volvió enteramente clara en esta última década: una interpretación del Concilio que entienda sus textos dogmáticos solamente como preludio a un espíritu conciliar que aún no alcanzó su madurez, que considere el conjunto como una mera introducción a la Gaudium et Spes, y este texto, a su vez, como punto de partida para una prolongación rectilínea en dirección a una fusión cada vez mayor con aquello que se llama progreso; tal interpretación no solamente está en contradicción con la intención y la voluntad de los Padres Conciliares, sino que el curso de los acontecimientos la llevó al absurdo. En donde el espíritu del Concilio acaba desvirtuado contra su texto y se reduce a una vaga destilación de una evolución que emanaría de la Constitución pastoral, se convierte en un espectro y lleva al vacío. Las devastaciones ocasionadas por tal mentalidad son tan evidentes que no pueden ser negadas seriamente” (Card. J. RATZINGER, Les principes de la Théologie catholique, Téqui, París, 1982, p. 436).

115 Card. J. RATZINGER, Rapporto sulla fede, cit., p. 33.

116 Il Concilio causa della crisi nella Chiesa?, in “La Civiltà Cattolica”, Nº 3247, 5 de octubre de 1985. Para la “Civiltà Cattolica”, como para muchos autores, la crisis de la Iglesia no es sino el reflejo de una crisis más vasta que hirió la sociedad occidental en los años 60-70. “Tal crisis se debe a la oleada de secularismo, de permisivismo y de hedonismo que en aquellos años embistió al mundo occidental con tal violencia que llegó a arrastrar todas las defensas morales y sociales que la sociedad había construido a lo largo de tantos siglos de «cristiandad» (aunque más de nombre que de hecho)” (Ibid.).

117 En esta obra el pensador brasileño trató de una “crisis de una gravedad estrictamente sin precedentes que atraviesa la Iglesia Católica, columna y fundamento de la moralidad y del buen orden en las sociedades” (PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Nobreza e élites tradicionais análogas…, cit., p. 152). 118 Este juicio está expresado en PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Revolución y Contra-Revolución, Tercera Parte, agregada en 1977, cit., p. 148-149.

119 Sobre las calamidades de la fase posconciliar de la Iglesia permanece de fundamental importancia la histórica declaración de Paulo VI del 29 de junio de 1972, cit., pp. 707-708.

120 Ibid., p. 707.

121 PABLO VI, Discurso del 7 de diciembre de 1968, cit., p. 1188.

122 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Revolución y Contra-Revolución, cit., p. 152.

123 Ibid., p. 172.

124 Ibid.

125 Ante la situación de confusión y desorientación en que está sumergida actualmente la Iglesia, la TFP norteamericana resumió así su posición: “1. Declaran su perplejidad frente a algunas reformas y hechos sucedidos en la Iglesia desde el pontificado de Juan XXIII; 2. Esta perplejidad se caracteriza por incomprensiones y desorientación; 3. Ella no implica afirmar que tales sucesos y reformas sean erróneos; como tampoco afirma que no se hayan cometido errores. La TFP está compuesta de católicos instruidos y bien formados, pero no especialistas. Ellos no tienen, por lo tanto, la posibilidad de resolver problemas teológicos, morales, canónicos y litúrgicos extremamente complejos, subyacentes a esta perplejidad” (Let the other side also be heard: the TFPs defense against Fidelity’s onslaught, American Society for the Defense of Tradition, Family and Property, Pleasantville, NY, 1989, p. 78).

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