Cap. VI, 14. Pasión de Cristo, Pasión de la Iglesia

blank

 

“Roma —había escrito al inicio del siglo uno de los jefes del modernismo— no puede ser destruida en un solo día, sino que es necesario convertirla en polvo y cenizas de modo gradual e inofensivo; entonces nosotros tendremos una nueva religión y un nuevo decálogo” 138. ¿Cómo no ver en todo lo que sucedió posteriormente un intento de hacer realidad esta siniestra “profecía”?
Plinio Corrêa de Oliveira advirtió desde joven este proceso de disolución interna de la Iglesia, lo sufrió profundamente, y empleó todas sus fuerzas para contrarrestarlo, con la convicción de que no había salvación fuera de la unión con el Papado.
“Es señal y condición de vigor espiritual una extrema sensibilidad, una vibratilidad delicadísima y vivaz de los fieles por todo lo que refiera a la seguridad, gloria y tranquilidad del Romano Pontificado. Después del amor a Dios, este el más alto de los amores que la Religión nos enseña (…) Ubi Petrus, ibi Ecclesia —donde está Pedro, allí está la Iglesia. La Iglesia católica está de tal modo vinculada a la Cátedra de San Pedro, que donde no hay aprobación del Papa no hay Catolicismo. El verdadero fiel sabe que el Papa resume y compendia en sí la Iglesia Católica entera, y esto de modo tan real e indisoluble que si, por absurdo, todos los Obispos de la tierra, todos los sacerdotes, todos los fieles abandonasen al Sumo Pontífice, aún así los verdaderos católicos se reunirían en torno de él. En efecto, todo cuanto hay en la Iglesia de santidad, autoridad, virtud sobrenatural, todo esto, pero absolutamente todo sin excepción ni condición, ni restricción, está subordinado, condicionado, dependiente de la unión con la Cátedra de San Pedro. Las instituciones más sagradas, las obras más venerables, las tradiciones más santas, las personalidades más destacadas, en suma, todo cuanto más genuina y plenamente pueda expresar el Catolicismo y ornar la Iglesia de Dios, todo esto se vuelve nada, maldito, estéril, digno del fuego eterno y de la ira divina, si es separado del Romano Pontífice” 139.
Plinio Corrêa de Oliveira reafirmará continuamente, hasta el fin, este amor al Papado:
“No es con mi entusiasmo de los tiempos de joven que me coloco hoy ante la Santa Sede. Es con un entusiasmo aún mayor, y mucho mayor. Pues a medida en que voy viviendo, pensando y ganando experiencia, voy comprendiendo y amando más al Papa y al Papado” 140.
La historia del siglo XX es la del progresivo develarse de una tragedia. En el centro del drama está la Santa Iglesia Católica, aparentemente sumergida por las oleadas de una terrible tempestad, pero milagrosamente sustentada por la infalible promesa de su Divino Fundador. En esta tragedia, Plinio Corrêa de Oliveira vio la Pasión de la Iglesia, reflejo de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo en la Historia. “¿Cuántos son los que viven en unión con la Iglesia este momento que es trágico como trágica fue la Pasión, este momento crucial de la historia, en el cual toda una humanidad está optando por Cristo o contra Cristo?” 141. A la Iglesia él había dedicado su vida 142, y hacia Ella acudió con la generosidad de la Verónica.
“En el Velo —escribió— la representación de la Faz divina fue hecha como en un cuadro. En la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, ella es hecha como en un espejo.
“En sus instituciones, en su doctrina, en sus leyes, en su unidad, en su universalidad, en su insuperable catolicidad, la Iglesia es un verdadero espejo en el cual se refleja nuestro Divino Salvador. Más aún, Ella es el propio Cuerpo Místico de Cristo.
“¡Y nosotros, todos nosotros, tenemos la gracia de pertenecer a la Iglesia, de ser piedras vivas de la Iglesia!
“¡Cómo debemos agradecer este favor! No olvidemos, sin embargo, que «noblesse oblige». Pertenecer a la Iglesia es cosa muy alta y muy ardua. Debemos pensar como la Iglesia piensa, sentir como la Iglesia siente, actuar como la Iglesia quiere que procedamos en todas las circunstancias de nuestra vida. Esto supone un sentido católico real, una pureza de costumbres auténtica y completa, una piedad profunda y sincera. En otros términos, supone el sacrificio de una existencia entera.
¿Y cuál es el premio? «Christianus alter Christus». Yo seré de modo eximio una reproducción del propio Cristo. La semejanza de Cristo se imprimirá, viva y sagrada, en mi propia alma” 143.

 

Notas:

138 GEORGE TYRREL, Letres à Henri Brémond, Aubier, París, 1971, p. 287.

139 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, A guerra e o Corpo Místico, in “O Legionário”, Nº 610, 16 de abril de 1944.

140 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA A perfeita alegría, in “Folha de S. Paulo”, 12 de julio de 1970.

141 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Via Sacra, in “Catolicismo”, Nº 3, marzo 1951, VIII Estación.

142 En la noche del 1º de febrero de 1975, durante una reunión con socios de la entidad que fundó, Plinio Corrêa de Oliveira se ofreció heroicamente a Nuestra Señora para sufrir por la TFP, en orden al servicio de la Santa Iglesia. Tan sólo 36 horas después sufrió un grave accidente automovilístico, en las proximidades de Jundiaí, a 70 km. de São Paulo. Las graves consecuencias de este accidente perduraron hasta el fin de su vida. Fueron veinte años de cruces soportadas con ánimo resuelto y varonil.

143 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Via Sacra, cit., VI Estación.

Adelante

Índice

Contato