Cap. VI, 4. ¿El Concilio habría condenado el comunismo?

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Si en Roma y en Europa pocos percibían la crisis que se aproximaba, en Brasil Plinio Corrêa de Oliveira, comentando el anuncio del Concilio, expresaba en enero de 1962, en “Catolicismo”, la esperanza que éste hiciera cesar la espantosa desorientación que tomaba cuerpo entre los católicos. “Esta desorientación va tomando en Brasil y en el mundo proporciones verdaderamente apocalípticas, y constituye, a mi modo de ver, una de las mayores calamidades de nuestros tiempos” 16. En este importante artículo, la atención del pensador brasileño se centraba en el problema de las relaciones entre catolicismo y comunismo.
“Por su carácter entrañadamente ateo y materialista, el comunismo no puede dejar de tener en mira la completa destrucción de la Iglesia Católica, guardiana natural del orden moral, que es inconcebible sin la familia y la propiedad” 17. Coherente con sus premisas, el comunismo no puede circunscribirse a las fronteras de un Estado o de un grupo de Estados. “Mucho más que un partido político, él es una secta filosófica que contiene en sí una cosmovisión” 18. Su doctrina implica una concepción del mundo antitética de la católica. Por lo tanto, para el pensador brasileño toda tentativa de “coexistencia” estaba destinada al fracaso.
“Dentro de cada país, como también a nivel internacional, el comunismo está en un estado de lucha inevitable, constante, multiforme, contra la Iglesia y contra los Estados que rehúsan dejarse devorar por la secta marxista. Esta lucha es tan implacable como la que existe entre Nuestra Señora y la Serpiente. Para la Iglesia, que es indestructible, tal lucha solo cesará con el aplastamiento final de la secta comunista no sólo en Occidente sino por toda la faz de la tierra, inclusive en los antros más recónditos de Moscú, Pekín y alrededores. (…)
“Por todo esto, no se puede admitir que la coexistencia entre los países cristianos y los comunistas sea susceptible de tener la estabilidad, la compostura, la coherencia inherentes al Derecho Internacional que debe regir las naciones cristianas. Pues el Derecho Internacional supone la probidad en las relaciones entre los pueblos. Ahora bien, la probidad supone la aceptación de una moral. Y es inherente a la doctrina comunista que la moral es un mero y vacío principio burgués” 19.
Por otra parte, la misión docente de la Iglesia consiste no sólo en enseñar la verdad, sino también en definir y condenar el error. El análisis y la condenación de la doctrina y de la praxis del comunismo deberían constituir, según Plinio Corrêa de Oliveira, uno de los puntos centrales del Concilio Vaticano II que se inauguraba. Esta convicción, por lo demás, era compartida por cientos de Padres conciliares de todo el mundo. En la fase preparatoria del Concilio, nada menos que 378 Obispos habían pedido que éste tratase del ateísmo moderno y, en particular, del comunismo, e indicase los remedios para enfrentar el peligro 20. El Arzobispo vietnamita de Hué, por ejemplo, definía el comunismo como “el problema de los problemas”, la máxima cuestión del momento: “discutir de otros problemas… es seguir el ejemplo de los teólogos de Constantinopla que discutían ásperamente sobre el sexo de los ángeles mientras los ejércitos mahometanos amenazaban las propias murallas de la ciudad” 21.
Entre los Obispos a quienes la Santa Sede se dirigió para recibir consejos o sugerencias, estaban también los brasileños Mons. Antonio de Castro Mayer y Mons. Geraldo de Proença Sigaud. A este último se debe una respuesta en la cual, por la amplitud de las perspectivas y la concatenación lógica, no es difícil ver la influencia del Dr. Plinio, que mantenía con el Prelado una antigua amistad:
“Hago notar que los principios, la doctrina y el espíritu de la llamada Revolución penetran en el Clero y en el pueblo cristiano, como antes los principios, la doctrina, el espíritu y el amor al paganismo penetraron en la sociedad medieval, provocando la Seudo-Reforma. Muchos, entre el Clero, ya no perciben los errores de la Revolución ni los resisten. Otros exponentes del Clero aman la Revolución como si fuese la buena causa, la propagan, colaboran con ella, persiguen a sus adversarios impidiendo y calumniando su apostolado. La mayor parte de los Pastores calla; otros están embebidos de los errores y del espíritu de la Revolución y la favorecen abierta u ocultamente, como ocurrió en el tiempo del Jansenismo. Los que denuncian y refutan estos errores son perseguidos por los colegas, que los etiquetan de «integristas». Los seminaristas regresan de los seminarios de la propia Ciudad Eterna con la cabeza llena de las ideologías revolucionarias. Ellos se definen «maritainistas», o «seguidores de Teilhard de Chardin», o «socialistas cristianos» o «evolucionistas». Muy raramente los sacerdotes que combaten la Revolución son elevados a la dignidad episcopal; frecuentemente son elegidos aquellos que la favorecen” 22.
“El comunismo ha creado la ciencia de la Revolución. Sus armas principales son las pasiones humanas desarregladas, metódicamente fomentadas. La Revolución utiliza dos vicios como fuerzas destructivas de la sociedad cristiana y constructivas de la sociedad atea: la sensualidad y el orgullo. Estas pasiones desordenadas y violentas son científicamente dirigidas a un fin preciso, sometiéndolos a la férrea disciplina de los jefes, para destruir desde los cimientos la Ciudad de Dios y construir la Ciudad del Hombre. Hasta se acepta la tiranía totalitaria, y se tolera incluso la miseria, con tal de construir el orden del Anticristo” 23.
En esta referencia a las pasiones desarregladas trasluce claramente la tesis de fondo de Revolución y Contra-Revolución. Frente al proceso revolucionario, que tenía en el comunismo su más reciente expresión, el obispo brasileño no dudaba en afirmar: “La Iglesia debería organizar, a nivel mundial, una sistemática lucha contra la Revolución” 24.

 

Notas:

16 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Na perspectiva do próximo Concílio, in “Catolicismo”, Nº 133, enero de 1962.

17 Ibid.

18 Ibid.

19 Ibid.

20 Mons. VINCENZO CARBONE, Schemi e discussioni sull’ateismo e sul marxismo nel Concilio Vaticano II. Documentazione, in “Rivista di Storia della Chiesa in Italia”, vol. XLIV (1990), pp. 11-12 (pp. 10-68).

21 Acta et Documenta Concilio Oecumenico Vaticano II apparando, Series II, vol. II, pars III, Tipografia Poliglotta Vaticana, Roma, 1968, pp. 774-776.

22 Acta et Documenta Concilio Oecumenico Vaticano II apparando, Series I, vol. II, pars VII, Tipografia Poliglotta Vaticana, Roma, 1961, pp. 181-182.

23 Ibid., pp. 184-185.

24 Ibid., p. 182. “Según mi modesta opinión —escribía aún Mons. Sigaud— la Iglesia debería organizar, a nivel mundial, una lucha sistemática contra la Revolución. Ignoro si esto ya está previsto. La propia Revoución procede exactamente de este modo. Un ejemplo de este trabajo organizado y sistemático es el surgimiento mundial, simultáneo y uniforme de las «democracias cristianas» en muchas naciones, poco después de la Gran Guerra. Este fermento penetra en todos los terrenos. Se hacen congresos, es creada una internacional, y por todas partes se levanta el slogan: «¡hagamos nosotros mismos la Revolución, antes que otros la hagan!» Es la Revolución hecha con el consenso de los católicos. Según mi humilde opinión, si el Concilio quiere producir frutos saludables, antes de todo debe meditar en la condición de la Iglesia de hoy, la cual, a semejanza de Cristo, vive su Viernes Santo, entregada indefensa a sus enemigos, como decía Pío XII en su discurso a los jóvenes italianos. Es preciso considerar la guerra de muerte que está siendo hecha a la Iglesia en todos los campos; es preciso identificar al enemigo, discernir su estrategia y su táctica de lucha, meditar sobre su lógica, su psicología y su dinámica, con el fin de identificar con certeza las batallas particulares de esta guerra, organizar la contraofensiva y dirigirla con seguridad” (ibid.).

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