En la mañana del 11 de octubre de 1962 se reunieron en la Basílica de San Pedro más de 2500 Padres conciliares 25. La solemne ceremonia fue acompañada, gracias a la televisión, por millones de personas en todo el mundo. En la Basílica colmada, los cantores entonaron el Credo y después el Magníficat, mientras el cortejo de los Padres avanzaba con solemnidad. Al frente, los Superiores de Órdenes religiosas, los Abades generales y los Prelados nullius; luego los Obispos, los Arzobispos, los Patriarcas, los Cardenales, y por fin, en la silla gestatoria, Juan XXIII.
El escenario incomparable de la Basílica de San Pedro, la presencia del Vicario de Cristo y de los sucesores de los Apóstoles, hicieron de aquella ceremonia un espectáculo majestuoso. Nunca como en ese momento la Iglesia Católica manifestó tanto su carácter universal, jerárquico y antiigualitario.
“La apertura del Concilio Vaticano II —comentó Plinio Corrêa de Oliveira— nos invita a meditar con especial atención una verdad cotidianamente puesta bajo nuestros ojos y que sin embargo el hombre moderno, hijo de la Revolución, se niega a reconocer. La desigualdad justa y armónica está de tal manera en el meollo de las grandes obras de Dios, que Nuestro Señor Jesucristo, al fundar aquella obra prima de la creación, que es su Cuerpo Místico, la Santa Iglesia Católica, la ha constituido como sociedad desigual, donde hay un monarca que es el Papa, con jurisdicción plena y directa sobre todos los Obispos y fieles; hay un Príncipe espiritual en cada Diócesis, a quien le cabe gobernar a los fieles en unión y comunión con el Papa; y está el Clero que, bajo la dirección de los Obispos, rige en las varias Parroquias al pueblo cristiano” 26.
El discurso inaugural del Papa, pronunciado en latín e inmediatamente difundido por los medios de comunicación a todo el mundo, como observa el P. Wenger, fue la clave para comprender el Concilio 27. “El discurso del 11 de octubre era el verdadero mapa del Concilio. Más que un orden del día, establecía un espíritu; más que un programa, daba una orientación” 28. La novedad no estaba principalmente en la doctrina, sino en la nueva disposición optimista con la cual se abordaban las relaciones entre la Iglesia y el mundo: simpatía y “apertura”.
En su discurso, Juan XXIII criticó los “profetas de catástrofes” 29 y subrayó que de la reunión resultaría “un magisterio de carácter preponderantemente pastoral”. El Concilio, según el Pontífice, se proponía formular, con lenguaje adaptado a los tiempos nuevos, la perenne enseñanza de la Iglesia. Su objetivo, según una expresión destinada a entrar en boga, era el “aggiornamento” 30. Si el Concilio de Trento pasó a la Historia como el Concilio de la Contrarreforma, “es probable que el Vaticano II quede conocido en el futuro como el Concilio del «Aggiornamento»” 31.
La primera sesión conciliar se extendió del 11 de octubre al 8 de diciembre de 1962. En la víspera de la apertura del Concilio, Plinio Corrêa de Oliveira llegó a Roma acompañado por un nutrido grupo de amigos y discípulos de la TFP brasileña 32.
Permaneció en la Ciudad Eterna hasta el 21 de diciembre, siguiendo todos los trabajos de la sesión, que concluyó sin llegar a ninguna deliberación. Su estado de ánimo continuaba siendo bien distinto al optimismo que se expandía en aquel tiempo. “Este viaje —escribía a su madre— es fruto de largas reflexiones. (…) Yo no podría jamás, bajo ninguna consideración, renunciar a prestar a la Iglesia, a la que dediqué mi vida, este servicio en una hora histórica casi tan triste cuanto la de la muerte de Nuestro Señor” 33. En la misma carta Plinio afirma que “nunca el cerco de los enemigos externos de la Iglesia fue tan fuerte, y nunca asimismo fue tan general, tan articulada, tan audaz la acción de sus enemigos internos”.
Plinio Corrêa de Oliveira, que conocía tan bien los mecanismos del proceso revolucionario, sabía con cuánta facilidad una minoría organizada puede apoderarse de una asamblea e imponer su propia voluntad a una mayoría pasiva y desorientada. Fue lo que sucedió durante la Revolución Francesa, y volvió a ocurrir nuevamente durante el Concilio Vaticano II, definido por algunos, no por acaso, como “el 1789 de la Iglesia”. Desde el comienzo, un restringido grupo de prelados de Europa Central, entre los cuales estaban los Cardenales Lercaro, Liénart, Frings, Koenig, Doepfner, Suenens, Alfrink, coadyuvados por sus “peritos” 34, se articuló en una eficaz estructura 35. Esta tuvo expresión en las reuniones semanales que se realizaban en la Domus Mariae, durante las cuales eran intercambiadas informaciones, o se coordinaban las iniciativas “y eventualmente las presiones a ser ejercidas sobre la Asamblea” 36. Solamente en un segundo período, cuando la minoría progresista se tornó mayoría en la Asamblea, fue que los defensores de la Tradición comenzaron a organizarse.
Los obispos brasileños desenvolvieron en Roma un papel importante. Si entre los dirigentes de las filas progresistas se había distinguido Mons. Hélder Câmara 37, en el frente opuesto se alinearon en primera fila Mons. Antonio de Castro Mayer y Mons. Geraldo de Proença Sigaud.
Durante la primera sesión del Concilio, Plinio Corrêa de Oliveira instaló en Roma un secretariado que siguió activamente los trabajos de la Asamblea y ofreció un servicio constante, sobre todo a los dos prelados brasileños más próximos a él. Alrededor de ellos pronto se formó un grupo de Obispos y de teólogos conservadores, entre ellos Mons. Luigi Carli, Mons. Marcel Léfèbvre, y un grupo de profesores de la Universidad Lateranense, como Mons. Antonio Piolante y Mons. Dino Staffa. Estos se reunían los martes por la tarde en la Curia Generalicia de los Agustinos para examinar, con la ayuda de teólogos, los esquemas esporádicamente presentados en la Asamblea.
Más tarde, el 22 de octubre de 1963, en un instituto religioso situado en la Via del Santo Uffizio, tuvo lugar la primera reunión del grupo que asumiría el nombre de Coetus Internationalis Patrum 38.
Los Obispos partícipes del encuentro, cerca de treinta, decidieron reunirse con regularidad. Mons. Geraldo de Proença Sigaud fue nombrado secretario del grupo, recibiendo, a su vez, asistencia del eficiente secretariado puesto a disposición por los miembros de la TFP presentes en Roma.
Plinio Corrêa de Oliveira, que después de su regreso a São Paulo acompañaba dia a día el desarrollo de la Asamblea, intuyó la profundidad de la transformación en curso, que no sólo podía ser leída en las entrelíneas del lenguaje teológico, sino que se expresaba también en gestos significativos, destinados a tener un profundo impacto popular. El Concilio se definió como pastoral y no dogmático, pero en el siglo de la “herejía de la acción” la praxis puede tener un alcance revolucionario mayor que las ideas.
Juan XXIII falleció tras cuatro años de Pontificado, el 3 de junio de 1963. Transcurridos solamente dieciocho días, el 21 de junio, fue elegido Papa el Cardenal Juan Bautista Montini, Arzobispo de Milán, quien tomó el nombre de Paulo VI. En su primer radiomensaje aseguró que la parte primordial de su Pontificado estaría dedicada a la continuación del Concilio Ecuménico Vaticano II.
Aunque preocupado por el previsible desarrollo de los acontecimientos, Plinio Corrêa de Oliveira quiso manifestar, en “Catolicismo”, “nuestra incondicional adhesión, nuestro ilimitado amor, nuestra plena obediencia, no sólo a la Cátedra Apostólica, sino también a las augustas Personas de su Ocupante de ayer y de su Ocupante de hoy”, no sin recordar que este último era el mismo Prelado que en 1949 le había enviado un cortés elogio en nombre de Pío XII 39.
El 30 de junio de 1963, cuando el Papa, después de la Misa Pontifical, depuso la mitra y recibió la tiara, resonó por última vez después de muchos siglos la fórmula solemne: “Recibe la tiara ornada de tres coronas, y sabed que eres el Padre de los Príncipes y de los Reyes, el Regidor del mundo, el Vicario del Salvador Nuestro Jesucristo, al cual sea dado todo honor y gloria por los siglos de los siglos”. En efecto, entre las primeras decisiones de Paulo VI estuvo la de abolir los “flabelli”, el baldaquín, la Silla gestatoria y, con la supresión de la tiara, la propia ceremonia de la coronación pontificia. La segunda sesión del Concilio, que bajo muchos aspectos fue la más importante, comenzó el 29 de setiembre y concluyó el 4 de diciembre con la aprobación de la Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la liturgia. Ya al comienzo de la segunda sesión se colocó, por primera vez en la Sala conciliar, la cuestión del comunismo 40.
Notas:
25 Sobre el Concilio Vaticano II, la obra de conjunto más reciente y completa es la Storia del Concilio Vaticano II, dirigida por GIUSEPPE ALBERIGO, Peeters-Il Mulino, Boloña, 1995. Hasta el momento sólo han sido publicados dos volúmenes. Entre la abundante bibliografía, cfr. también RENÉ LAURENTIN, L’enjeu du Concile, Seuil, París, 1962-1966, 4 vol.; ANTOINE WENGER A.A., Vatican II, Éditions du Centurion, París, 1963, 4 vol.; GIOVANNI CAPRILE S.J., Il Concilio Vaticano II, Civiltà Cattolica, Roma, 1965-1969, 5 vol.; GIANFRANCO SVIDERCOSCHI, Storia del Concilio, Ancora, Milán, 1967; HENRI FESQUET, Diario del Concilio, Mursia, Milán, 1967; RALPH M. WILTGEN S.V.D., Le Rhin se jette dans le Tibre: le Concile inconnu, Éditions du Cèdre, París, 1976; La Chiesa del Vaticano II (1958-1978), in Storia della Chiesa, iniciada por AUGUSTE FLICHE y VICTOR MARTIN, y luego dirigida por JEAN-BAPTISTE DUROSELLE y E. JARRY, Ed. San Paolo, Cinisello Balsamo, 1994, vol. XXV/1, con amplia bibliografía sobre fuentes y estudios.
26 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, O Concílio e o igualitarismo moderno, in “Catolicismo”, Nº 142, octubre de 1962, p. 7.
27 E. WENGER, Vatican II, cit., vol. I, p. 39.
28 Ibid., p. 38.
29 Documentation Catholique, 4 de noviembre de 1962, col. 1380.
30 JUAN XXIII, discursos del 11 de setiembre de 1960 y del 28 de junio de 1961.
31 CHRISTOPHER BUTLER O.S.B., L’aggiornamento del Concilio Vaticano II, in La Teologia dopo il Vaticano II, John M. MILLER CSC, ed., Morcelliana, Brescia, 1967, p. 3 (pp. 3-16). Según D. Butler, “aggiornamiento” significa también, etimológicamente, “modernización”: “La Iglesia debía modernizarse” (ibid.).
32 Fueron a Roma, entre otros, el Prof. Fernando Furquim de Almeida, el joven príncipe Don Bertrand de Orleans y Braganza, Luiz Nazareno de Assumpção Filho, Paulo Corrêa de Brito Filho, Fabio Vidigal Xavier da Silveira, Sergio Antonio Brotero Lefebvre. Este último había viajado anticipadamente por barco llevando consigo veinte baúles de propaganda católica, incluyendo ejemplares en diversas lenguas de Revolución y Contra-Revolución, del Dr. Plinio, y Problemas del apostolado moderno, de Mons. Castro Mayer.
33 DL, vol. III, p. 117.
34 Al lado de las actividades de los Padres Conciliares había las de los especialistas: los oficiales o “peritos”, que asistían a las congregaciones generales, sin derecho a voto, y los asesores particulares, invitados por algunos Obispos en calidad de consejeros. Entre estos últimos figuraban teólogos como los Padres Chenu, Congar, Daniélou, De Lubac, Häring, Küng, Rahner, Ratzinger, Schillebeeckx, que ejercieron gran influencia. Cfr. J. F. KOBLER, Were theologians the engineers of Vatican II?, in “Gregorianum”, vol. LXX, 1989, pp. 233-250.
35 “La realidad del Concilio —según el Cardenal Siri— es ésta: hubo una lucha entre Horacios y Curiacios. Aquéllos eran tres contra tres; en el Concilio, cuatro contra cuatro. Del lado de allá: Frings, Liénart, Suenens, Lercaro. Del lado de acá: Ottaviani, Ruffini, Browne y yo” (BENNY LAI, Il Papa non eletto. Giuseppe Siri, Cardinale di Santa Romana Chiesa, Laterza, Roma-Bari, 1993, p. 233). Sobre los orígenes de la que el P. Wiltgen denomina “la Alianza mundial” (Le Rhin se jette dans le Tibre, cit., p. 128), cfr. también Mons. HÉLDER CÂMARA, Les conversations d’un évêque, cit., pp. 152-153.
36 R. AUBERT. Organizzazione e funzionamento dell’assemblea, in La Chiesa del Vaticano II, cit., p. 177.
37 “Este hombre —recuerda el Cardenal Suenens— desempeñó un papel fundamental en los bastidores, aún cuando nunca haya tomado la palabra en las sesiones conciliares” (LÉON J. SUENENS, Ricordi e speranze, Ed. Paulinas, Cinisello Balsamo, 1993, p. 220).
38 Sobre el Coetus Internationalis: R. M. WILTGEN, Le Rhin se jette dans le Tibre, cit., pp. 147-148; R. LAURENTIN, Bilan de la troisième session, in L’enjeu du Concile, cit., vol. III, p. 291; R. AUBERT, Organizzazione e funzionamento dell’assemblea, cit., pp. 177-179; V. A. BERTO, Notre-Dame de Joie. Correspondence de l’abbé Berto, prêtre. 1900-1968, Éditions du Cèdre, París, 1974, pp. 290295; ID., Pour la Sainte Église Romaine. Textes et documents, Éditions du Cèdre, París, 1976.
39 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, “…E sobre ti está edificada a Igreja”, in “Catolicismo”, Nº 151, julio de 1963.
40 Acerca de las relaciones entre la Iglesia y el comunismo durante el Concilio, cfr. R. M. WILTGEN S.V.D., Council News Service, 2 vol., Divine Word News Service, Roma, 1963; ID., Le Rhin se jette dans le Tibre, cit., pp. 269-274; A. WENGER, Vatican II, cit., vol. I, pp. 187-346; vol. II, pp. 297-316; C. F. SVIDERCOSCHI, Storia del Concilio, cit.; PHILIPPE LEVILLAIN, La mécanique politique du Vaticain II, Beauchesne, París, 1975, pp. 361-439; V. CARBONE, Schemi e discussioni sull’ateismo e sul marxismo, cit.; ANDREA RICCARDI, Il Vaticano e Mosca 1940-1990, Laterza, Roma-Bari, 1993, pp. 217-304.
41 Sobre la Ostpolitik, cuyas premisas remontan a los años 20 (A. WENGER, Rome et Moscou 1900-1950, Desclée de Brouwer, París, 1987), cfr. GIANCARLO ZIZOLA, Giovanni XXIII. La fede e la politica, Laterza, Roma-Bari, 1988, pp. 55-211; A. RICCARDI, Il Vaticano e Mosca, cit., pp. 217-264. En 1976 el Padre Alessio Ulise Floridi, miembro durante 15 años, en carácter de “sovietólogo”, del colegiado de escritores de “La Civiltà Cattolica”, publicaba un libro titulado Mosca e il Vaticano (La Casa di Matriona, Milán, 1976) en el que analizaba la Ostpolitik vaticana bajo un ángulo inusual: el de la “disidencia” soviética, mostrando que aquellos que deberían haber sido los beneficiarios de la distensión fueron, en realidad, las víctimas. Posteriormente, recordando la participación en el Concilio Vaticano II de los “observadores” del Patriarcado de Moscú, cuyo vínculo de dependencia directa del Kremlin era conocido, afirmaba: “Es cierto que, de parte del Kremlin, había un profundo interés en impedir cualquier eventual tentativa del Concilio de condenar oficialmente el comunismo (…) La Iglesia Ortodoxa Rusa levantó sus reservas con respecto al Concilio después que quedó claro que el Concilio no condenaría al comunismo” (In tema de “dissenso” e di “Ostpolitik”, entrevista con el Padre Alessio U. Floridi, a cargo de R. DE MATTEI, in “Cristianità”, Nº 32, diciembre de 1977). Cfr. también DENNIS J. DUNN, Détente and Papal-Communist relation. 1962-1978, Westview Press, Boulder (Colorado), 1979; MIREILLE MAQUA, Rome-Moscou. L’Ostpolitik du Vatican, Cabay, Lovaina la Nueva, 1984.