Cap. VI, 7. El silencio sobre el comunismo: ¿un Concilio malogrado?

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Marxismo y comunismo estuvieron en el centro de la discusión del esquema sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, durante la tercera sesión del Concilio inaugurada el 14 de setiembre de 1964. Pesó sobre la discusión la Encíclica de Paulo VI Ecclesiam Suam, publicada dos meses antes, el 6 de agosto de 1964. En ella, el Pontífice deploraba los sistemas ideológicos negadores de Dios y opresores de la Iglesia en el mundo, pero hacía votos de “que estos puedan un día iniciar con la Iglesia otro diálogo positivo, distinto al actual, que somos obligados a deplorar y lamentar” 55. “Por primera vez —observa un historiador contemporáneo— entraba en una Encíclica la política de diálogo con los no creyentes y con los regímenes socialistas” 56.
En el examen general del esquema conciliar, que omitía toda referencia al comunismo, el tema fue tocado por muchos Padres conciliares con acentuaciones diversas. El Cardenal Josef Frings, en nombre de los Obispos de lengua alemana y escandinava, pidió no usar la palabra comunismo, para evitar toda apariencia de ingerencia política y de vinculación con el capitalismo 57. En el frente opuesto, Mons. Yu Pin, Arzobispo de Nankín, en nombre de setenta Padres conciliares, reclamó que fuese agregado un nuevo capítulo, o al menos una solemne declaración sobre el comunismo, para satisfacer la expectativa de los pueblos que gemían bajo el yugo comunista 58.
El 7 de abril de 1965, mientras el esquema era sometido a revisión, Paulo VI instituyó un Secretariado para los no creyentes, a fin de promover el “diálogo” con éstos. La presidencia del organismo fue confiada al Cardenal austríaco Franz König, que frecuentemente había servido de intermediario entre la Santa Sede y los gobiernos comunistas.
El 14 de septiembre de 1965 se inició la cuarta y última sesión del Concilio 59. El 21 de septiembre, después del informe de Mons. Garrone, se abrió el debate sobre el esquema de “Constitución Pastoral” concerniente a las relaciones entre la Iglesia y el mundo. El texto distribuido a los Padres conciliares no hacía ninguna referencia explícita al comunismo. Una condena, de hecho, según los redactores del documento, habría contrastado con el carácter pastoral del Vaticano II, y constituiría un obstáculo al “diálogo” con los regímenes comunistas.
El Patriarca libanés Máximo IV Saigh sostuvo que para salvar la humanidad del ateísmo, era necesario, en vez de condenar al marxismo, más bien denunciar las causas que provocan el comunismo ateo, proponiendo “una mística dinámica y una vigorosa moral social, demostrando que está en Cristo la fuente del esfuerzo de los trabajadores hacia su verdadera liberación” 60. El Cardenal yugoeslavo Franjo Seper se mostró contrario a una condena del ateísmo comunista, afirmando que una parte de la responsabilidad por el ateísmo moderno les cabía a los cristianos que, con pertinacia, continuaban defendiendo el orden establecido y la inmutabilidad de las estructuras sociales. “Por esto, proclamamos claramente que aquel conservadorismo rígido y aquel inmovilismo que algunos insisten en atribuir a la Iglesia Católica, es ajeno al verdadero espíritu evangélico” 61. Más explícito aún fue el Cardenal König, que invitó a los católicos, en los países sujetos al comunismo, a prestar testimonio al Dios Vivo colaborando sinceramente al progreso económico y social del régimen, para demostrar que de la religión pueden brotar energías mayores que del ateísmo. No faltaron, sin embargo, las protestas y las censuras por parte de Mons. Geraldo de Proença Sigaud 62, de Mons. de Castro Mayer 63 y de otros prelados como el Cardenal italiano Ermenegildo Florit y el jesuita checoeslovaco Mons. Pavel Hnilica, ordenado clandestinamente y recién llegado a Occidente. “Es necesario hablar del materialismo dialéctico —afirmó Mons. Elko, Obispo de los rutenos en Pittsburgh (Estados Unidos)— como de la peste de la sociedad de hoy y condenarlo como se debe, para que los siglos futuros no nos consideren responsables de temor y pusilanimidad, por haber tratado del mismo sólo indirectamente” 64. “Cada vez que se ha reunido un Concilio Ecuménico —afirmó por su parte el Card. Antonio Bacci— siempre ha resuelto los problemas que se agitaban en aquel tiempo y ha condenado los errores de entonces. Creo que callar sobre este punto sería una laguna imperdonable, mejor dicho, un pecado colectivo. (…) Esta es la gran herejía teórica y práctica de nuestros tiempos; y si el Concilio no se ocupa de ella, ¡podrá parecer un Concilio malogrado!” 65.

 

Notas:

55 AAS, vol. LVI, 1964, Nº 10, pp. 651-654.

56 A. RICCARDI, Il Vaticano e Mosca, cit., p. 269.

57 Acta Synodalia sacrosancti concilii oecumenici Vaticani II, Typis Poliglottis Vaticanis, 1978, vol. III, pars V, p. 510.

58 Acta Synodalia, cit., vol. III, pars V, p. 378.

59 Paulo VI anunció dos decisiones que provocaron conmoción: la institución de un Sínodo de los Obispos que ofrecería al Papa, a intervalos regulares, la contribución “de su consejo y de su colaboración”, y la aceptación de la invitación para visitar la ONU, con ocasión del XX aniversario de su fundación (R. AUBERT, Il Concilio, cit., p. 323).

60 Acta Synodalia, cit. (1977), vol. IV, pars II, p. 451.

61 G. F. SVIDERCOSCHI, Storia del Concilio, cit., pp. 595-596.

62 Acta Synodalia, cit., vol. IV, pars I, p. 555.

63 Acta Synodalia, cit., vol. IV, pars I, pp. 371-372. Ver también PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Lúcida e relevante intervenção do Bispo diocesano no Concílio, in “Catolicismo”, Nº 179, noviembre de 1965, p. 8.

64 Acta Synodalia, cit., vol. IV, pars II, p. 480.

65 Acta Synodalia, cit., vol. IV, pars II, pp. 669-670.

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