El 9 de octubre de 1964, clausurada la discusión sobre el ateísmo, el Coetus Internationalis Patrum presentó una petición en la cual se solicitaba que “…después del párrafo Nº 19 del esquema La Iglesia en el mundo contemporáneo, que trata el problema del ateísmo, sea agregado un nuevo y adecuado párrafo que trate expresamente el problema del comunismo” 66.
Si el Vaticano II tiene un carácter eminentemente pastoral, afirmaba la petición, “¿qué otro problema es más pastoral que éste: impedir que los fieles se vuelvan ateos a través del comunismo?”. Si el Concilio callase sobre un problema de tal alcance, este silencio, en la mente de los fieles, equivaldría “a una tácita supresión de todo cuanto los últimos Sumos Pontífices han dicho y escrito contra el comunismo”. La existencia de los pronunciamientos de tantos Papas no es un motivo para ignorar el problema, porque “mayor fuerza y eficacia tendría el consenso solemne de todo el Concilio”; ni “puede suceder que los cristianos de la Iglesia del Silencio tengan en el futuro mayor sufrimiento que el que tienen hoy” 67.
La petición fue entregada por Mons. Geraldo de Proença Sigaud y por Mons. Marcel Lefèbvre en la Secretaría General, en manos del francés Mons. Glorieux. Este, sin embargo, no la comunicó a las comisiones que estaban trabajando sobre el esquema, con el pretexto de no desear entorpecer el trabajo. La solicitación había sido suscrita por nada menos que 454 Prelados de 86 países, quienes quedaron estupefactos cuando, el sábado 13 de noviembre, recibieron en el Aula el nuevo texto sin ninguna referencia a su pedido. El mismo día, Mons. Carli dirigió a la Presidencia del Concilio una carta de protesta, denunciando la arbitrariedad de la comisión, que había ignorado un documento de tan grande alcance. Pese a las protestas, el 15 de noviembre Mons. Garrone afirmó que el “modo de proceder” de la comisión concordaba con el “fin pastoral” del Concilio, con la “voluntad expresa” de Juan XXIII y de Paulo VI, y con el tenor de las discusiones que sobre este tema tuvieron lugar en el Aula 68. Mons. Carli confirmó su recurso, al mismo tiempo que el escándalo estallaba por la prensa 69.
El 3 de diciembre, el Coetus Internationalis Patrum dirigió un último llamado a los Padres conciliares para que votasen contra el esquema en su conjunto, visto que no era más posible obtener enmiendas parciales. De hecho, 131 Padres votaron contra la sección sobre el ateísmo, mientras 75 voces se pronunciaron contra la Constitución pastoral Gaudium et Spes sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo. Esta Constitución —invirtiendo completamente la posición del Syllabus, como observó el Card. Ratzinger 70—, quiso ser una definición completamente nueva de las relaciones entre la Iglesia y el mundo.
El 5 de diciembre tuvo lugar, con la presencia de Paulo VI, un encuentro interconfesional de oración, el primero en cual participase un Pontífice, en el curso del cual los representantes de todas las confesiones religiosas presentes recitaron pasajes de la Sagrada Escritura 71. En la tarde del lunes 6 de diciembre, “L’Osservatore Romano” publicó el decreto que abolía el Index de los libros prohibidos y transformaba el “Santo Oficio” en “Congregación para la Doctrina de la Fe”, afirmando que “puesto que la caridad excluye el temor, ahora se provee mejor a la defensa de la fe promoviendo la doctrina” 72. Un abrazo público entre Paulo VI y el metropolita greco-cismático Melitón de Heliópolis, venido de Constantinopla, sancionó la cancelación de la excomunión de 1054 de la Iglesia Católica contra la Iglesia “Ortodoxa”. En su homilía, Paulo VI recordaba que en el Concilio se había producido el encuentro entre “la religión del hombre” y la “religión de Dios”, lo que no dejó de suscitar “asombro y escándalo” 73.
El 7 de diciembre se realizó la última sesión pública del Concilio Vaticano II. En la presencia del Papa, el secretario general del Concilio Mons. Pericle Felici propuso a la aprobación de los Padres los cuatro últimos documentos: la Constitución pastoral Gaudium et Spes; los decretos Ad Gentes sobre la actividad misionera de la Iglesia y Presbyterorum Ordinis sobre el ministerio sacerdotal, y la declaración Dignitatis Humanae sobre la libertad religiosa.
El Concilio Vaticano II se clausuraba sin una explícita condena del comunismo; el hecho era de tal relieve “que inducía a creer en el rumor de que hubiera existido un explícito acuerdo entre el Patriarcado de Moscú y la Santa Sede” 74. El silencio del Concilio sobre el comunismo constituía, en efecto, una impresionante omisión de la histórica asamblea. La ceremonia de clausura del Concilio se realizó el 8 de diciembre de 1965. La misma, como recuerda con cierta amargura en sus memorias Mons. Hubert Jedin, “no correspondió al concepto que yo tenía de la solemnidad propia de un concilio ecuménico. Fue una manifestación y, en cuanto tal, una concesión a la época de las masas y de los mass-media” 75.
Bien se puede imaginar la preocupación de Plinio Corrêa de Oliveira frente a las conclusiones del Concilio y, tal vez, su perplejidad por el hecho de que los dos Prelados brasileños próximos a él y el propio Mons. Lefebvre hubieran suscrito el conjunto de las Actas Conciliares, incluso los documentos que ellos habían combatido en el Aula conciliar 76. Lo cierto es que el líder católico brasileño asumió una postura de respetuoso silencio, a la espera de que los hechos confirmasen todo cuanto él ya había previsto.
“Bajo la presidencia de Juan XXIII, y después de Paulo VI, se reunió el Concilio Ecuménico más numeroso de la Historia de la Iglesia. Estaba acordado que en él irían a ser tratados todos los mas importantes asuntos de actualidad, referentes a la causa católica. Entre ellos no podría dejar de figurar —¡absolutamente no podría!— la actitud de la Iglesia frente a su mayor adversario en aquellos días. Adversario tan completamente opuesto a su doctrina, tan poderoso, tan brutal, tan astuto como otro igual la Iglesia no lo había encontrado en su Historia, ya entonces casi bimilenaria. Tratar de los problemas contemporáneos de la religión sin tratar del comunismo, sería algo tan errado como reunir hoy en día un congreso mundial de médicos para estudiar las principales enfermedades de la época, y omitir del programa toda referencia al SIDA…
“Pues bien, fue esto lo que la Ostpolitik vaticana aceptó de parte del Kremlim” 77.
Notas:
66 Sobre todo el episodio cfr. A. WENGER, Vatican II. Chronique de la quatrième session, cit., pp. 147173; R. WILTGEN, Le Rhin se jette dans le Tibre, cit., pp. 272-278; V. CARBONE, Schemi e discussioni, cit., pp. 45-68. El texto de la petición in Acta Synodalia, cit., vol. IV, pars II, pp. 898-900. Cfr. también P. LEVILLAIN, La mécanique politique de Vatican II, cit., pp. 343-360.
67 El texto de la propuesta se encuentra en el estudio Il comunismo e il Concilio Vatiano II, de Mons. LUIGI CARLI, en la obra de D. GIOVANNI SCANTAMBURLO, Perché il Concilio non ha condannato il comunismo? Storia di un discusso atteggiamento, Ed. L’Appennino, Roma, 1967, pp. 177-240. Cfr. también G. F. SVIDERCOSCHI, Storia del Concilio, cit., pp. 604-605.
68 Ibid., p. 607.
69 La controversia llegó a la mesa de Paulo VI, quien juzgó que no era el caso de intervenir con su peso para sanar la grave irregularidad. El 26 de noviembre, en el escritorio del Papa, en el tercer piso del Palacio Apostólico, se reunieron los Cardenales Tisserant y Cicognani, y los Monseñores Garrone, Felici y Dell’Acqua. Antes de comenzar la reunión el Cardenal Tisserant había entregado al Papa una carta en la que se afirmaba, entre otras cosas: “Los anatemas jamás convirtieron a nadie y, si fueron útiles en el tiempo del Concilio de Trento, cuando los príncipes podían obligar a sus súbditos a pasarse al protestantismo, ya no sirven hoy, cuando cada uno tiene el sentido de su independencia. Como Vuestra Santidad ya lo dijo, una condenación conciliar al comunismo sería considerada por la mayoría como una jugada de carácter político, cosa que traería inmenso daño a la autoridad del Concilio y de la propia Iglesia” (cit. in V. CARBONE, Schemi e discussioni, cit., p. 58).
70 El Cardenal Ratzinger define la Gaudium et Spes como “una revisión del Syllabus de Pío IX, una especie de anti-Syllabus (…) en la medida en que representa una tentativa de reconciliación oficial de la Iglesia con el mundo tal como éste evolucionó después de 1789” (Les principes de la Théologie catholique, Téqui, París, 1982, pp. 425-427). “Esta constitución —comenta por su parte Mons. Jedin— fue saludada con entusiasmo, pero su historia posterior ya demostró que, entonces, su significado y su importancia fueron ampliamente sobreestimados, y que no se había comprendido cuán profundamente aquel «mundo», que se deseaba ganar para Cristo, había penetrado en la Iglesia” (Il Concilio Vaticano II, cit., p. 151).
71 Cfr. G. CAPRILE, Il Concilio Vaticano II, cit., vol. V, pp. 453-457.
72 AAS, vol. 57 (1965), pp. 952-955.
73 A. WENGER, Les trois Romes, París, 1991, p. 190. El texto de la homilía in Acta Synodalia, vol. IV, pars VII, pp. 654-662.
74 A. RICCARDI, Il Vaticano e Mosca, cit., p. 281.
75 Mons. H. JEDIN, Storia della mia vita, tr. it., Morcelliana, Brescia, 1987, p. 321.
76 En un primer momento Mons. Lefebvre pareció negar haber firmado estos documentos (“Itinéraires”, abril de 1977, pp. 224, 231). Su firma consta, sin embargo, en el Acta Synodalia, cit., vol. IV, pars VII, pp. 809 y 823. Monseñor Carbone, responsable por el archivo histórico del Vaticano II, verificó que la firma auténtica consta en los originales (D. MENOZZI, La Chiesa cattolica e la secolarizzazione, cit., p. 224). El significado de la firma fue destacado por la revista “Sedes Sapientiae”, Nº 131 (invierno de 1991) y por el P. GEORGES DE NANTES, Situation tragique de l’Église, in “La Contre-Réforme catholique au XXe. Siècle”, Nº 266, julio de 1990, y Nºs 280, 281 y 282, de febrero-marzo, abril y mayo de 1992. 77 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Comunismo y anticomunismo en el umbral de la última década de este milenio, cit.