La consagración a María, bajo varias formas, es considerada parte esencial del carisma de los monfortianos como también de los marianistas, los claretianos y de varios otros institutos religiosos 58. Es practicada, además, en muchas asociaciones, como la “Legión de María”, la “Milicia de la Inmaculada”, el “Apostolado Mundial de Fátima”, la asociación “María Reina de los Corazones” y en las propias Congregaciones Marianas. “Con la elección al Pontificado de Juan Pablo II y sus repetidos actos de consagración de varias iglesias particulares y naciones, de la Iglesia universal y del mundo entero (1981, 1982, 1984) —observa el padre monfortiano Stefano De Fiores— la consagración-entrega a María se vuelve tema teológico sin fronteras” 59.
Pese a estar incluida desde siempre en la tradición de la Iglesia, la consagración a María ha sufrido sin embargo incomprensiones de varios géneros. En la oposición a esta consagración confluyen dos tipos de críticas: la primera se refiere a su propio objeto, la Santísima Virgen, a la que prestaría un culto indebido de “latría” 60; la segunda crítica concierne al modo de hacer la consagración, que en la perspectiva montfortiana es concebida como “esclavitud” a Nuestra Señora.
El primer punto es refutado con claridad por el mismo San Luis María de Montfort: si todas las devociones deben tender a Cristo como al fin y centro de todo, ya que “de lo contrario tendríamos una devoción falsa y engañosa” 61, es evidente, explica él, que también la consagración a María no puede tener otro fin sino Cristo. “Por tanto —dice Montfort— si establecemos la sólida devoción a la Santísima Virgen, es sólo para establecer más perfectamente la de Jesucristo” 62. No se trata, en consecuencia, de culto de “latría”, sino del legítimo culto de “hiperdulía”. “La teología, en efecto, nos dice que debemos tener por María no sólo un culto de dulía, como el que es debido a los santos, sino un culto de hiperdulía, que viene inmediatamente antes del culto de latría, reservado a Dios y a la divina Humanidad del Salvador” 63.
Pero es sobre todo el segundo punto, relativo a la idea de “esclavitud” 64, que choca a la sensibilidad moderna, porque expresa una relación de dependencia y de sujeción contraria a la idea de “liberación” y autodeterminación que constituye el leitmotiv de la mentalidad progresista 65. El hombre moderno no puede imaginar que haya alguien que desee encontrar la propia libertad en la dependencia de otro. “Ya nadie quiere ser esclavo, ni siquiera esclavo de amor” 66, objeta un conocido teólogo progresista.
Sin embargo los Santos y los Papas, que desde el siglo IX a nuestros días adoptaron en los actos oficiales el título de Servus servorum Dei 67, se honraron en consagrarse como esclavos a Jesucristo, a la Santísima Virgen y hasta al mismo prójimo 68. “El Señor me ha hecho esclavo del pueblo de Hipona”, escribía San Agustín 69, mientras San Juan Crisóstomo afirmaba: “Si Aquel que estaba en la forma de Dios se ha aniquilado a sí mismo, tomando la forma de esclavo para salvar los esclavos, ¿qué hay de sorprendente si yo, que soy solamente un esclavo, me hago esclavo de mis compañeros de esclavitud?” 70.
Plinio Corrêa de Oliveira, en una serie de artículos para el gran público aparecidos en la “Folha de S. Paulo”, trató del problema con su habitual claridad, reconduciendo los términos de “esclavitud” y de “libertad” a su auténtico significado 71:
“Del hombre cumplidor de sus obligaciones se decía antiguamente que era «esclavo del deber». De hecho, era un hombre situado en el ápice de su libertad, que entendía por un acto todo personal los caminos que debía recorrer, decidía con fuerza viril recorrerlos, y vencía el asalto de las pasiones desordenadas que intentaban cegarlo, debilitarle la voluntad y cerrarle así el camino libremente escogido. El hombre que, obtenida esta suprema victoria, proseguía con paso firme en la dirección debida, era libre. “«Esclavo» era, al contrario, quien se dejaba arrastrar por las pasiones desarregladas, en una dirección que su razón no aprobaba, ni su voluntad prefería. Estos auténticos vencidos eran llamados «esclavos del vicio». Se habían «liberado» por esclavitud al vicio del sano imperio de la razón. (…) “Hoy, todo se invirtió. Como tipo de hombre «libre» se considera al hippy de flor en mano, que deambula a tontas y locas, o al hippy que, de bomba en mano, siembra el terror a su antojo. Al contrario, se considera como maniatado, como un hombre no libre, a quien vive en la obediencia a las leyes de Dios y de los hombres.
“En la perspectiva actual, es «libre» el hombre que la ley autoriza a comprar las drogas que quiere, a usarlas como le parece, y en fin… a volverse esclavo. Y es tiránica, esclavizante, la ley que impide al hombre esclavizarse a la droga.
“Siempre según esta estrábica perspectiva hecha de inversión de valores, es esclavizante el voto religioso mediante el cual, con plena conciencia y libertad, el fraile se entrega, renunciando a cualquier vuelta atrás, al servicio abnegado de los más altos ideales cristianos. Para proteger esta libre decisión de la tiranía de la propia debilidad, el fraile se somete, en este acto, a la autoridad de superiores vigilantes. Quien así se vincula para conservarse libre de sus malas pasiones hoy está expuesto a ser calificado como vil esclavo. Como si el superior le impusiese un yugo que cercenase su voluntad… cuando, al contrario, el superior sirve de apoyo para las almas elevadas que aspiran libre e intrépidamente —sin ceder al peligroso vértigo de las alturas— a subir hasta la cima las escalas de los supremos ideales. “En suma, para unos es «libre» quien, con la razón obnubilada y la voluntad quebrada, impelido por la locura de los sentidos, tiene la facultad de resbalar voluptuosamente en el tobogán de las malas costumbres. Y es «esclavo» quien sirve a la propia razón, vence con fuerza de voluntad las propias pasiones, obedece a las leyes divinas y humanas, y pone en práctica el orden. “Sobre todo es «esclavo», en esta perspectiva, quien, para garantizar más completamente su propia libertad, escoge libremente someterse a autoridades que lo guíen hacia la meta que quiere alcanzar. Hasta allá nos lleva la atmósfera actual, impregnada de freudismo” 72.
¿En qué sentido se puede conjugar la palabra “amor” con la esclavitud, que pareciera contradecir la primera en cuanto odiosa imposición de una voluntad sobre otra?
“En buena filosofía —explica aún Plinio Corrêa de Oliveira— «amor» es el acto con el cual la voluntad quiere libremente alguna cosa. Así, también en el lenguaje corriente, «querer» y «amar» son palabras utilizables en el mismo sentido. «Esclavitud de amor» es la noble cumbre del acto por el cual alguien se da libremente a un ideal, a una causa. O bien, a veces, se vincula a otro.
“El afecto sagrado y los deberes del matrimonio tienen alguna cosa que vincula, que liga, que ennoblece. En español, las manillas para aprisionar las manos se llaman «esposas». La metáfora nos hace sonreír, y puede hacer estremecer a los divorcistas. En efecto, alude a la indisolubilidad. En portugués hablamos de «vínculo» matrimonial.
“Más vinculante que el estado de casado es el del Sacerdote. Y, en cierto sentido, lo es aún más el de los religiosos. Cuanto más alto es el estado libremente escogido, tanto más fuerte es el vínculo, y tanto más auténtica la libertad” 73.
Plinio Corrêa de Oliveira recuerda que la consagración de San Luis María Grignion de Montfort posee una admirable radicalidad. Ella sacrifica no sólo los bienes materiales del hombre, sino también el mérito de sus buenas obras y oraciones, su vida, su cuerpo y su alma. Ella no tiene límites, porque el esclavo, por definición, nada tiene de suyo, en todo pertenece a su señor. Nuestra Señora, en cambio, obtiene para su “esclavo de amor”, especiales gracias divinas que iluminan su inteligencia y robustecen su voluntad.
“A cambio de esta consagración, Nuestra Señora actúa en el interior de su esclavo de modo maravilloso, estableciendo con él una unión inefable.
“Los frutos de esta unión se verán en los Apóstoles de los Últimos Tiempos, cuyo perfil moral es trazado a fuego por el santo en su famosa «Oración Abrasada». Para esto usa un lenguaje de grandeza apocalíptica, en el cual parecen revivir todo el fuego de un Bautista, todo el clamor de un Evangelista, todo el celo de un Pablo de Tarso.
“Los varones portentosos que lucharán contra el demonio por el Reino de María, conduciendo gloriosamente hasta el fin de los tiempos la lucha contra el demonio, el mundo y la carne, son descritos por San Luis como magníficos modelos que invitan a la perfecta esclavitud a Nuestra Señora a quienes, en los tenebrosos días actuales, luchan en las filas de la ContraRevolución” 74.
Notas:
58 Sobre la relación entre la consagración a la Ssma. Virgen de San Luis María Grignion de Montfort y la de San Maximiliano Kolbe, cfr. P. ANTONIO DI MONDA O.F.M. Conv., La consacrazione a Maria, Milizia dell’Immacolata, Nápoles, 1968.
59 STEFANO DE FIORES S.M.M., Maria nella teologia contemporanea, Centro “Madre della Chiesa”, Roma, 1987, p. 314-315. Cfr. también A. RIVERA, Boletín Bibliográfico de la consagración a la Virgen, in “Ephemerides Mariologicae”, vol. 34, 1984, pp. 125-133.
60 “Una consagración propiamente dicha —objeta, por ejemplo, el teólogo progresista Juan Alfaro— no se hace sino a una Persona divina, porque la consagración es un acto de latría, cuyo término final sólo puede ser Dios” (J. ALFARO, Il cristocentrismo della consacrazione a Maria nella congregazione mariana, Stella Matutina, Roma, 1962, p. 21).
61 S. LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT, Tratado de la Verdadera Devoción, cit., Nº 61.
62 Ibid., Nº 62.
63 R. GARRIGOU-LAGRANGE, Vita Spirituale, cit., p. 254.
64 La doctrina de la Iglesia sobre la esclavitud está expresada en la frase de San Pablo: “Ya no existe diferencia entre el judío y el griego, el esclavo y el hombre libre, el hombre y la mujer: sois uno en Jescucristo” (Gál. 3, 28). “La casa de cada hombre es una ciudad —agrega San Juan Crisóstomo— y, en ella, hay una jerarquía: el marido tiene poder sobre la mujer, la mujer sobre los esclavos, los esclavos sobre sus esposas, los hombres y las mujeres sobre sus propios hijos” (in Epistula ad Ephesios, cit. in PAUL ALLARD, Les esclaves chrétiens depuis les premiers temps de l’Église jusqu’à la fin de la domination romaine en Occident, Didier et C., París, 1876, p. 279.
65 Sobre la esclavitud y la moral cristiana: Card. PIETRO PALAZZINI, vocablo “Schiavitù”, in EC, vol. XI, 1953, col. 58; VIKTOR CATHREIN S.J., Moralphilosophie, Herder, Friburgo, 1899 (2 vol), vol. II, pp. 435-448.
66 EDWARD H. SCHILLEBEECKX, Maria Madre della Redenzione, tr. it., Ed. Paulinas, Catania, 1965, p. 142.
67 A. PIETRO FRUTAZ, Servus Servorum Dei, in EC, vol. XI (1953), cols. 420-422. San Gregorio Magno fue el primer Papa en hacer uso de este título (cfr. PAOLO DIACONO, Vita S. Gregorii, in PL, vol. 75, p. 87).
68 S. LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT, Tratado de la Verdadera Devoción, cit., Nº 135; también Imitación de Cristo, libro III, cap. X.
69 P. ALLARD, Les esclaves chrétiens…, cit., p. 242.
70 S. JUAN CRISÓSTOMO, De mutatione nominum, Homilía II, I, 1 cit. in P. ALLARD pp. 242-243. Según el P. Garrigou-Lagrange, “si hay en el mundo esclavos del respeto humano, de la ambición, del dinero y de otras pasiones aún más vergonzosas, felizmente existen también esclavos de la palabra dada, de la conciencia y del deber. La santa esclavitud pertenece a esta última clase. Tenemos aquí una metáfora viva que se contrapone a la esclavitud del pecado” (R. GARRIGOU-LAGRANGE O.P., La Mère du Sauveur et notre vie intérieure, Editions du Cerf, París, 1975, apéndice IV).
71 La enseñanza de Plinio Corrêa de Oliveira refleja la de León XIII en la Encíclica Libertas del 20 de junio de 1888 (in IP, vol. VI, La pace interna delle nazioni, cit., pp. 143-176) y anticipa las de Juan Pablo II en la Encíclica Veritatis Splendor del 6 de agosto de 1993.
73 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, ibid. “Llamando a todos los hombres a las cumbres de la «esclavitud de amor», San Luis María Grignion de Montfort lo hace en términos tan prudentes, que dejan libre campo para importantes matices. Su «esclavitud de amor», tan llena de significado especial para las personas ligadas por voto al estado religioso, puede igualmente ser practicada por Sacerdotes seculares y por laicos. Pues, al contrario de los votos religiosos, que obligan durante cierto tiempo o durante la vida entera, el «esclavo de amor» puede dejar a cualquier momento esa elevadísima condición, sin ipso facto cometer pecado. Y, en cuanto el religioso que desobedece su regla incurre en pecado, el laico «esclavo de amor» no comete pecado ninguno por el simple hecho de contravenir de algún modo la generosidad total del don que hizo. Esto puesto, el laico se mantiene en esta condición de esclavo por un acto libre implícita o explícitamente repetido cada día. O mejor, a cada instante” (ibid.).
74 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Prólogo a la edición argentina de Revolución y Contra-Revolución., cit., p. 33-34.
Adelante