¿En qué sentido y de qué modo la consagración a María tiene como fruto la Civilización Cristiana? Consagrar es, por definición, subordinar el hombre y la sociedad a Dios 75. La expresión “Reino de María” expresa aquel ideal de sacralización del orden temporal a través de la mediación de María, que no es sino la Civilización Cristiana, siempre apuntada como meta por los Pontífices. La Civilización Cristiana, que se somete enteramente a Dios y reconoce la suprema realeza de Jesucristo y de María, es, en este sentido, “sacral” y jerárquicamente ordenada.
El Reino de María será una civilización sacral porque estará fundamentalmente ordenada a Dios; la ley que regulará las relaciones con Dios y entre los hombres será la de la dependencia, que encontrará su más alta expresión en la “esclavitud de amor” a la Santísima Virgen.
La mediación humana de la esclavitud mariana presenta analogías con las relaciones feudales de la Edad Media: en efecto, éstas expresaban un concepto cristiano de dependencia que no excluía, sino que más bien valorizaba la libertad y la responsabilidad de los súbditos. La sociedad feudal era una sociedad de hombres libres, fundada sobre una relación bilateral de fidelidad recíproca 76. Por cierto la esclavitud es inmoral, si se la considera como total sujeción de un hombre a otro, en el sentido de negarle los derechos naturales inalienables; empero, depender de otro hombre no es inmoral si estos derechos son reconocidos, y si esa dependencia fuera escogida libremente, como sucede en las órdenes religiosas y como ocurrió en la Cristiandad medieval 77. “Lo que la Edad Media sentía y expresaba era que cada hombre tenía un superior. Este superior era su señor, su soberano, que a su vez tenía un señor, un soberano. Así, la sociedad ofrecía a la vista aquello que Augustin Thierry ha definido magníficamente como «una gran cadena de deberes»” 78.
En este sentido el Reino de María se asemejará a la Edad Media, edad sacral y cristiana por excelencia, pero sabrá sacar las lecciones de los errores que la llevaron a su decadencia.
“El Orden nacido de la Contra-Revolución deberá refulgir, más aún que el de la Edad Media, en los tres puntos capitales en que éste fue vulnerado por la Revolución:
1) “Un profundo respeto de los derechos de la Iglesia y del Papado y una sacralización, en toda la extensión de lo posible, de los valores de la vida temporal, todo por oposición al laicismo, al interconfesionalismo, al ateísmo y al panteísmo, así como a sus respectivas secuelas.
2) “Un espíritu de jerarquía marcando todos los aspectos de la sociedad y del Estado, de la cultura y de la vida, por oposición a la metafísica igualitaria de la Revolución.
3) “Una gran diligencia en detectar y en combatir el mal en sus formas embrionarias o veladas, en fulminarlo con execración y nota de infamia, en reprimirlo con inquebrantable firmeza en todas sus manifestaciones, particularmente en las que atenten contra la ortodoxia y la pureza de las costumbres, todo ello por oposición a la metafísica liberal de la Revolución y a la tendencia de ésta a dar libre curso y protección al mal” 79.
¿El Reino de María será un retorno al pasado, o abrirá el camino a un futuro nuevo e imprevisible?
“A ambas preguntas se debería responder afirmativamente. La naturaleza humana tiene sus constantes, que son invariables para todos los tiempos y todos los lugares. Los principios básicos de la Civilización Cristiana también son inmutables. Así, por cierto, este nuevo orden de cosas, esta nueva Civilización Cristiana será profundamente parecida, o mejor, idéntica a la antigua en sus trazos esenciales. Y ha de ser, quiera Dios, en el siglo XXI la misma del siglo XIII. Pero, de otro lado, las condiciones técnicas y materiales de la vida se transformaron profundamente, y nada sería más anorgánico que abstraer de estas modificaciones. En este particular es necesario exactamente no hacer muchos planes. Los fundadores de la Civilización Cristiana en la alta Edad Media no tenían en mente el siglo XIII tal como existió. Ellos simplemente tenían la intención genérica de hacer un mundo católico. Para esto, cada generación fue resolviendo con profundidad de miras y sentido católico los problemas que estaban a su alcance. Y en lo demás, no se perdían en conjeturas.
“Hagamos, pues, como ellos. En las líneas generales, ya conocemos toda la armazón, por la Historia y por el Magisterio de la Iglesia. En cuanto a los pormenores, caminemos paso a paso sin planes meramente teóricos, elaborados en gabinete: «sufficit diei malitia sua» [“a cada día basta su malicia”]” 80.
“Los admiradores de la Edad Media —escribió además— se expresan mal cuando sostienen que el mundo alcanzó en esta época lo máximo de su desarrollo. En la línea en que caminaba la propia civilización medieval, aún habría mucho que progresar. El encanto grandioso y delicado de la Edad Media no proviene tanto de lo que ella realizó, como de la veracidad centelleante y de la armonía profunda de los principios sobre los cuales ella construyó. Nadie poseyó como ella el profundo conocimiento del orden natural de las cosas; nadie tuvo como ella el sentido vivo de la insuficiencia de lo natural —aún cuando desarrollado en la plenitud de su orden propio— y de la necesidad de lo sobrenatural; nadie como ella brilló al sol de la irradiación sobrenatural con más limpidez y en el candor de una mayor sinceridad” 81.
En la familia de almas que reconoce la paternidad espiritual de Plinio Corrêa de Oliveira, la confianza en el Reino de María no es un elemento secundario o accesorio.
Las reticencias hacia esta perspectiva son típicas de quien niega el verdadero progreso en la vida espiritual y civil de los individuos y de los pueblos. En el siglo XIX, reservas de este género se manifestaron hacia el concepto de la Realeza de Cristo y la gran devoción, íntimamente ligada a ella, al Sagrado Corazón de Jesús. Un nexo igualmente profundo une hoy el concepto de Reino de María a la devoción a su Inmaculado Corazón, confirmada por las apariciones de 1917 en Fátima 82. Pero el concepto de Realeza de Cristo, a su vez, está relacionado con el de la Realeza de María, así como también son estrechamente conexas las devociones a los Sagrados Corazones de Jesús y de María. El Reino de Cristo en las almas y en la sociedad no es distinto al Reino de María, y la devoción conjunta a los dos Sagrados Corazones prepara el advenimiento del mismo triunfo.
“Para todos los fieles, la «esclavitud de amor» es, pues, la angelical y suma libertad con la cual Nuestra Señora los espera en el umbral del siglo XXI: sonriente, atrayente, invitándolos al Reino de Ella, según la promesa que hizo en Fátima: «Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará»” 83.
Notas:
75 SAN AGUSTÍN, De Civitate Dei, lib. 10, c. 6; cfr. vocablo “Consacrare”, de S. DE FIORES S.M.M., in Nuovo Dizionario di Mariologia, S. DE FIORES SALVATORE MEO (eds.), Paoline, Milán, 1985, pp. 394-417, y J. DE FINANCE, Consécration, cit.
76 Cfr. FRANÇOIS-LOUIS GANSHOF, Qu’est-ce que la féodalité?, Tallandier, París, 1982; ROBERT BOUTRUCHE, Seigneurie et féodalité, Aubier, París, 1968 (1959); JOSEPH CALMETTE, La société féodale, Colin, París, 1947, 6ª ed.; MARC BLOCH, La société féodale, Albin, París, 1989.
77 Cfr. P. ALLARD, Les origines du servage en France, J. Gabalda, París, 1913, 2ª ed.; CHARLES VERLINDEN, L’esclavage dans l’Europe médiévale, De Tempel, Brujas, 1955 Gante 1977, 2 vols.; FRANCESCO MICHELINI, Schiavitù, religioni antiche e cristianesimo primitivo, Lacaita, Manduria, 1963.
78 BERTRAND DE JOUVENEL, De la souveraineté, Genin, París, 1955, p. 218.
79 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Revolución y Contra-Revolución, cit., p. 91.
80 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, A sociedade cristã e orgânica e a sociedade mecânica e pagã, in “Catolicismo”, Nº 11, noviembre de 1951. Sobre este punto cfr. también ID., A réplica da autenticidade, cit., pp. 233-237.
81 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, A grande experiência de 10 anos de luta, cit.
82 PÉRICLES CAPANEMA, Fátima e Paray-le-Monial: uma visão de conjunto, in “Catolicismo”, Nº 522, junio de 1994. Fue San Juan Eudes, en 1643, el primero en establecer, entre sus religiosos, la fiesta litúrgica del Corazón de María, que tres siglos después (en 1944) Pío XII extendió a toda la Iglesia. El mismo Pío XII, adhiriendo a las súplicas del Episcopado portugués, el 31 de octubre de 1942 consagró solemnemente la Iglesia y todo el género humano al Corazón Inmaculado de María.
83 PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Obedecer para ser livre, cit.