Comentarios sobre las reflexiones de San Francisco de Sales para la fiesta de la Presentación de Nuestra Señora en el Templo

“Santo del Día” – 21 de noviembre de 1965


A D V E R T E N C I A

El presente texto es una adaptación de la transcripción de una grabación de una conferencia dada por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira a los miembros y cooperadores de la TFP, manteniendo así el estilo verbal, y no ha sido revisado por el autor.

Si el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros, seguramente pediría una mención explícita de su disposición filial a rectificar cualquier discrepancia en relación con el Magisterio de la Iglesia. Es lo que hacemos aquí, con sus propias palabras, como homenaje a tan bello y constante estado de ánimo:

“Católico romano apostólico, el autor de este texto se somete con ardor filial a la enseñanza tradicional de la Santa Iglesia. Sin embargo, si por error, en él apareciera algo que no se ajustara a esa enseñanza, lo rechaza categóricamente”.

Las palabras “Revolución” y “Contrarrevolución” se utilizan aquí en el sentido que les da el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira en su libro “Revolución y Contrarrevolución“, cuya primera edición se publicó en el n.º 100 de “Catolicismo“ en abril de 1959.

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Presentación de Nuestra Señora – detalle (Tiziano)

 

Hoy es la fiesta de la Presentación de la Santísima Virgen María. En el libro de Pie-Raymond Régamey, Les Plus Beaux Textes Sur la Vierge, encontramos las siguientes reflexiones de San Francisco de Sales:

“Es un acto de admirable sencillez el de esta gloriosa niña que, sostenida en el regazo de su madre, no lo hizo como los demás niños de su edad; aunque ya hablaba con sabiduría.

“Permaneció como un manso cordero con Santa Ana durante tres años, después de los cuales fue llevada al Templo para ser ofrecida allí como Samuel, que también fue llevado al Templo por su madre y dedicado al Señor a la misma edad.

“Oh Dios mío, ¡cómo me gustaría poder representar vívidamente el consuelo y la dulzura de aquel viaje desde la casa de Joaquín hasta el Templo de Jerusalén! ¡Qué feliz se sintió esta niña al ver llegar la hora que tanto había anhelado!

“Los que iban al Templo a adorar y ofrecer ofrendas a la Majestad Divina cantaban a lo largo del camino. Y para ello, el profeta real David había compuesto expresamente un salmo, que la Santa Iglesia nos hace repetir todos los días en el Oficio Divino. Comienza con las palabras: “Beati Immaculati in via — Bienaventurados, Señor, los que van en tu vía sin mancha, sin mancha de pecado”.

La “vía” significa en la observancia de tus Mandamientos.

“Los bienaventurados San Joaquín y Santa Ana cantaban esta canción por el camino y nuestra Gloriosa Señora y Reina la cantaba con ellos.

“¡Oh Dios, qué melodía! ¡Cómo cantaba con mil veces más gracia que los ángeles! Por eso estaban tan asombrados que, en grupos, venían a escuchar esta armonía celestial y, abiertos los Cielos, se apoyaban en los pórticos de la Jerusalén celestial para mirar y admirar a esta amabilísima niña.

“He querido contaros esto, aunque sea brevemente, para que tengáis con qué entreteneros el resto del día al considerar la dulzura de esta Virgen. También para que os emocionéis al escuchar este canto divino que entona tan melódicamente nuestra gloriosa Princesa. Y esto con los oídos de nuestra devoción, porque dice el felicísimo San Bernardo que la devoción es el oído del alma.”

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San Francisco de Sales (1567-1622)

 

Nuestra Señora no conocía las limitaciones de los niños

Este pasaje tiene toda la dulzura y el jugo de las cosas de San Francisco de Sales.

El fundamento teológico de todo lo que aquí se dice es la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora.

Al haber sido concebida sin pecado original desde el primer momento de su ser, no tuvo las limitaciones propias de éste. Entre estas limitaciones está el hecho de que una persona nace con inteligencia, pero sin uso de razón. Ésta sólo llega más tarde, con el desarrollo del cuerpo. No es el caso de la Virgen. Ella tuvo el uso de la inteligencia desde el primer momento. Y naturalmente, como era la Madre de Dios, desde el principio recibió gracias muy elevadas y, por tanto, tuvo una contemplación necesariamente muy elevada. De modo que en ella se reunían, en un maravilloso contraste, lo que en Nuestro Señor adquiere una sublimidad que llega a ser sublimemente desconcertante.

En su infancia, como en la de Nuestro Señor, confluyeron aspectos aparentemente contradictorios. Por un lado, tenía una contemplación que, en mi opinión, era incluso superior a la de los más grandes santos de la Iglesia, cuando aún se encontraba en las primeras etapas de su vida. Pero, por otra parte, mantenía la actitud de una niña. Y no hizo un uso externo de este don, queriendo, por humildad, vivir como cualquier otro niño.

De tal manera que cualquiera que tratara con ella, salvo una mirada, o algo por el estilo, tendría la sensación de que estaba tratando con una verdadera niña, normal y corriente, como cualquier otra. Es como nuestro Señor Jesucristo, que quería ser cuidado, custodiado y atendido como un niño, a pesar de ser Dios, soberano Señor y Rey del Cielo y de la Tierra.

En la Sagrada Familia, se puede contemplar la reversibilidad de la grandeza con sencillez en los gestos de la vida cotidiana.

¿Uds. pueden imaginar, en la vida cotidiana de san José y de la Virgen, el momento en que tuvieron que dar leche a Dios? ¿Y cuando tuvieron que cambiarle la ropa a Dios? ¿Y cuando tuvieron que levantar a Dios y poner a Dios sobre una mesa y vestir a Dios con una bata? Sabían que era la Segunda Persona de la Santísima Trinidad unida hipostáticamente a la naturaleza humana, y que estaba en los esplendores de las alegrías de la majestad y grandeza de la divinidad. Y que, al mismo tiempo, estaba en aquel Niñito que se reía, no sólo cuando parecía que no entendía, sino con cierta autenticidad en ese no entender, aunque lo entendiera. ¿Qué significaba eso en términos de asombro?

Bueno, algo así ocurrió también con San Joaquín y Santa Ana. No sé si sabían que la Virgen iba a ser la Madre del Verbo Encarnado. Puede que lo supieran o puede que no. Pero sí sabían que era una Niña destinada a cosas muy altas con relación al Mesías. Así pues, esta Niña que lleva la vida de una niñita pequeña, ¡pero que tiene dentro de Sí la magnífica contemplación de un gran Doctor de la Iglesia…!

Así, podemos comprender cómo estos aspectos de la extrema benignidad de Dios Nuestro Señor, de la extrema afabilidad, de la extrema accesibilidad, de la extrema bondad de Nuestra Señora encajan con una grandeza de que los hombres más grandes de la tierra no son más que una diminuta figura.

¿Por qué? Precisamente porque Nuestra Señora quiso que las cosas fueran así. Ella era una Reina incomparable y, al mismo tiempo, una Niña muy sencilla. Y esto hasta tal punto que su vida exterior era la de cualquier niño. De hecho, Santa Teresita, en un pasaje sobre cómo dar sermones sobre la Virgen, comenta muy bien que le gustaría dar un sermón a su manera: mostrar a la Virgen en toda su bondad, sencillez y accesibilidad, hasta el punto de mostrarla como una niña pequeña a la que los familiares que llegaban allí [a la Santa Casa] ponían en su regazo. Y posiblemente, en cuanto pudo servir un poco a la gente, traía agua, hacía una pequeña cortesía, etc., !y era la Reina del Cielo y de la tierra!

Estos contrastes armónicos tienen tal belleza en sí mismos que hasta deslustra el tema tratarlo con demasiada extensión. Porque hay en ello algo tan insondable que es mejor callar…

Los Ángeles “se inclinaban sobre el parapeto del Cielo” para escuchar el canto de Nuestra Señora en su peregrinación al Templo

En estas condiciones, Nuestra Señora fue llevada al Templo. Y en el camino, Ella fue entonando cantos, como solían hacer los judíos. ¡Debió de ser hermoso!

Uds. saben que el Templo, en Judea, era uno solo. Tenían sinagogas para rezar, pero el lugar donde ofrecían sacrificios era el Templo de Jerusalén.

Y los judíos de todo el territorio judío, pero también los dispersos por todo el mundo acudían periódicamente a Jerusalén para participar en el sacrificio del Templo. Y como era una alegría ir allí donde se manifestaban la gloria y los consuelos de Dios, donde se encontraba el vínculo entre el cielo y la tierra, era hermoso para ellos ir cantando. Como ocurría tan a menudo en las antiguas romerías —las de hoy no sé cómo serán… en la medida en que existan—, la gente cantaba.

También hay que decir que los métodos modernos de viajar conspiran contra el canto. No se puede imaginar a una persona en un suburbio de la estación Central [de tren de São Paulo] viajando a Aparecida, y el tren viajando a toda velocidad y la gente cantando dentro. Está bien, es mejor que no cantar. Pero ¡cuánto más bonito es ir a pie, descansando de vez en cuando, parando, cantando, avanzando! Como esto tiene otra plenitud humana, tiene otra armonía más natural que cantar en el tren…

Peor aún es cantar enlatado en el autobús. No lo sé; no soy un gran viajero de autobús, pero tengo la impresión de que es imposible. Cantar en un autobús… Tengo la impresión de que hay una tal conjugación de la “latería” contra la armonía que resulta imposible, supongo.

Uds. pueden imaginar lo bonito que era cuando llegaba el mes de la visita al Templo de Jerusalén y los judíos de todas partes iban allí cantando. Y así la nación judía se llenaba de cantos de todas partes…

San Francisco de Sales imagina que esto es moralmente correcto: cuando Nuestra Señora fue al Templo, lo hizo cantando con San Joaquín y Santa Ana. Así, el canto de la Niña, entonado con voz inefable, el canto que David —por inspiración del Espíritu Santo— compuso para esta circunstancia.

San Francisco de Sales, con una finura de tacto extraordinaria, no se ocupa de la impresión que este canto causaría en los hombres. Precisamente porque Nuestra Señora no manifestaba Su grandeza, era posible que no cantara con toda la perfección que Ella sabía. Porque su canto tendría que ser ¡El canto! Antes y después de Ella, nadie cantó mejor, a excepción de Nuestro Señor Jesucristo. Y después de ella, ninguna canción fue canción. ¡Porque eso es el cántico!

Y se puede imaginar otra cosa: Nuestra Señora cantando y los Ángeles escuchando… ¿Por qué? Porque oían las armonías conmovedoras con las que cantaba. Y quedaban extasiados por ellas. Y así como el Cielo se compara con una ciudad —la Jerusalén Celestial—, San Francisco de Sales decía que desde los “cobertizos”, desde las “terrazas” de la Jerusalén Celeste, los Ángeles se debruzaban para ver a la Virgen cantando por los caminos de Judea. Y eso era para ellos una alegría indecible, aunque los hombres ignorasen ese canto.

Confieso que no conozco un pensamiento más apropiado ni más bello para esta circunstancia. Creo que sólo puede haber un pensamiento más hermoso que ése cuando uno se imagina a la Virgen entrando en el Templo…

La historia del Templo: su cúspide y el rechazo que haría del Divino Salvador

El Templo de Jerusalén en su sacra majestad, en su grandeza, habitado aún por la gloria del Padre Eterno, donde se hacían los sacrificios, el lugar más santo de la tierra. Y el estremecimiento de alegría de todos los Ángeles que revoloteaban allí en el momento en que la Virgen entró por primera vez en el Templo, como una Reina en aquello que le es propio, como una joya que entra en el guardajoyas donde ha de ser guardada.

Fue el momento en que [los Ángeles] supieron que la gran historia y al mismo tiempo la gran tragedia del Templo estaba a punto de realizarse. ¿Cuál era esa historia? El Mesías iba a entrar en el Templo. ¿Cuál era la tragedia? El Templo iba a rechazar al Mesías. ¿Cuál fue el final de esta tragedia? Lo que Bossuet llama magníficamente “las pompas fúnebres de Nuestro Señor Jesucristo” cuando comenta que Nuestro Señor murió y que, nada más expirar, el Padre Eterno comenzó a preparar sus pompas fúnebres: el cielo se oscureció, el sol se nubló, el Templo y la tierra temblaron.

Bossuet dice que los Ángeles sacudieron el Templo con indignación. Según yo lo veo, se les ordenó entregar el Templo a los demonios que hicieron allí una especie de Sabbat, como cien mil gatos salvajes sueltos dentro del Templo, con abominaciones de todo tipo que lo hacían temblar. Ese fue el fin de la historia del Templo.

Pero a pesar de todo, el Templo conoció su plenitud en la segunda venida —¡famosa! — de Nuestra Señora, cuando vino a traer al Niño Jesús, y Ana y Simeón, que representaban la fidelidad, los recibieron. Allí, los fieles reconocieron al Enviado y se cerró el vínculo entre los justos de la Antigua Ley y la promesa que se cumplía.

La Virgen, entrando en el Templo para presentarse, evidentemente daba el primer paso en esa plenitud de la historia del Templo de Jerusalén.

Nadie podrá decir lo que debieron sentir en aquella ocasión los Simeones y Anas que estaban allí, las gracias, los resplandores del Espíritu Santo que debió haber, salvo en el fin del mundo. Pero sigamos el consejo del gentilísimo San Francisco de Sales: guardemos todos estos recuerdos en nuestras almas y pensemos en ellos con dulzura y alegría, tanto como sea posible.

En estos horrores de la ciudad de San Pablo de hoy, todavía hay un lugar donde se pueden reunir… no estoy seguro, supongo mal, pero digamos que un centenar de personas que hacen su gozo y relajación al final de un día de lucha, en pensar en estas cosas: Nuestra Señora cantando por los caminos; Nuestra Señora entrando en el Templo de Jerusalén y desde las “terrazas” de la Jerusalén Celestial, los más altos Ángeles extasiados por el alma de esta Niña.

Es una meditación muy apropiada para el día de la Presentación de Nuestra Señora.

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