En defensa de la Acción Católica, IV Parte, Cap. 3, * ¿Qué pensar de los bailes?

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¿Qué pensar de los bailes?

No terminaríamos nuestra tarea sin una observación sobre el baile. Es bastante obvio, e incluso un lugar común, que bailar no es en sí mismo un mal, pero que las circunstancias que pueden darse concretamente convierten generalmente el baile en un mal bastante grave.

Se habla mucho —¡y con razón! — sobre la dulzura de San Francisco de Sales. El consejo que el santo Doctor da sobre los bailes es concluyente, y muestra lo peligrosos que le parecían las danzas de su tiempo:

Filotea, te digo de los bailes lo que los médicos dicen de los hongos: los mejores no valen nada; y yo te digo que LOS MEJORES BAILES NADA TIENEN DE BUENOS (…) si, en alguna ocasión, de la cual no puedas excusarte, te ves obligada a ir al baile, procura, en tu danza, la mayor decencia. (…) baila poco y con poca frecuencia, Filotea, porque, de lo contrario, caerás en el peligro de aficionarte (…) estas recreaciones impertinentes son, por lo regular, peligrosas: disipan el espíritu de devoción, debilitan las fuerzas, enfrían la caridad y despiertan en el alma mil clases de malos afectos, por lo cual hay que tomar parte en ellas con suma prudencia” ([1]).

¿Cómo bailar? San Francisco de Sales lo explica: Con modestia, con dignidad y con buena intención”. ¿Qué diría el Santo Doctor de ciertos bailes modernos, como la “conga”, en la que las parejas forman largas cuerdas alrededor de la sala, agarrándose unos a otros, gesticulando y gritando como niños? ¿Encontraría el modo de bailar la “conga” “con decoro y dignidad”, cuando esto ya le parecía problemático cuanto a las danzas suaves, artísticas y delicadas de su tiempo?

Desde luego que no. Mucha gente cree que, porque San Francisco de Sales autorizó, en teoría, a la gente a ir a los bailes, aunque muy a regañadientes y lleno de aprensión, esta autorización debería extenderse con la mayor liberalidad a cualquiera. ¿Se tomarían estas personas la molestia de aconsejar a los que bailan que utilicen ciertos pensamientos sanos mientras bailan? ¿Y tendrían el valor de aconsejar los pensamientos que menciona San Francisco de Sales? ¿Cuáles son?

“Mientras tú estás en el baile, muchas almas arden en el fuego del infierno por los pecados cometidos en la danza y por causa de la danza.

“Muchos religiosos y personas devotas, a la misma hora, están en la presencia de Dios, cantan sus alabanzas y contemplan su belleza. ¡Oh, cómo emplean el tiempo mejor que tú!

“Mientras tú bailas, muchas almas entran en agonía; millones de hombres y mujeres padecen grandes trabajos en la cama, en los hospitales, por la calle: dolor de gota, mal de piedra, fiebre abrasadora. ¡Ah!, ellos no tienen un momento de reposo. ¿No les tendrás compasión? ¿No piensas que, un día, gemirás como ellos, mientras otros bailarán, como tú bailas ahora?

“Nuestro Señor, la Santísima Virgen, los ángeles y los santos te han visto en el baile. ¡Ah!, qué compasión les has causado, cuando han visto que tu corazón se divertía en una tan gran nonada, atento a aquella frivolidad.

“¡Ah!, mientras estás allí, el tiempo pasa y la muerte se acerca. Mira cómo se burla de ti y te invita a su danza, en la cual los gemidos de tus familiares servirán de violín, y donde solo darás un paso: de la vida a la muerte. Esta danza es el verdadero pasatiempo de los mortales, pues por ella pasa el hombre, en un instante, del tiempo a una eternidad de goces o de penas”.

Es interesante leer, en este sentido, la 3ª parte del capítulo XXXIII de la siempre elogiada “Introducción a la vida devota”.

Esta importante observación, hecha en una interesante monografía sobre “Los católicos y los nuevos bailes” ([2]), del distinguido dominico P. Vuillermet, O.P., de cuya obra hemos tomado casi todas nuestras citas sobre bailes, es válida para cualquier tipo de reunión de baile:

“Es raro que los bailes frecuentes y regulares se queden en una mera distracción. Al contrario, y esta es la observación de casi todos los moralistas, se convierten en ocasión de intimidad y de encuentros para personas que encuentran en ello una manera fácil y aparentemente insospechada de dar a su pasión el alimento que siempre ansía. E incluso cuando este deseo inicial no existe, ¿no es cierto que la frecuencia de los mismos encuentros da lugar a la pasión, tanto más cuanto que estos encuentros son muy peligrosos porque se prolongan? Hoy se baila con la misma persona durante toda una fiesta, lo que antaño hubiera sido una grave incorrección; y una vez desaparecida la primera ceremonia, y cuando la familiaridad se introduce poco a poco entre el joven y su par, ¿no es cierto que el pudor se debilita? Ya no se vigilan los sentimientos, e insensiblemente los pensamientos y deseos que en otro tiempo hubieran repugnado a la conciencia se aclimatan en el intelecto y en el corazón.

“Por eso considero extremadamente peligrosos estos bailes frecuentes con la misma persona.”

Tras consideraciones más indulgentes sobre las pequeñas reuniones de baile, esporádicas e improvisadas en la intimidad familiar que, sin embargo, “conservan numerosos inconvenientes derivados de su naturaleza”, el autor añade la siguiente conclusión:

“teóricamente, el baile no es inmoral… y solo puede llegar a serlo accidentalmente. Pero no puedo negar que, en la práctica, lo accidental es lo más frecuente. Las personas que pecan bailando son INCOMPARABLEMENTE MÁS NUMEROSAS que las que no lo hacen. La causa de este hecho radica en parte en la decadencia de la Fe y el abandono de los ejercicios de piedad, y en parte en la relajación de las costumbres que hoy en día permite tales libertades en el baile, que es muy raro que la virtud no falle durante el mismo.”

Estas líneas son de 1924. ¿Qué diría el autor de los bailes de 1942?

En 1924, Europa sufría la invasión de ciertos bailes americanos —que hoy nos parecen tan moderados— y que desde entonces han provocado numerosas condenas de la Jerarquía francesa. El cardenal Dubois, el arzobispo de Chambéry y el obispo de Lille condenaron sucesivamente los nuevos bailes. El arzobispo de Cambrai escribió:

“El tango, el foxtrot y otros bailes similares son diversiones inmorales en sí mismas. Están prohibidos por la conciencia misma, en todas partes y siempre, antes de las condenas episcopales e independientemente de ellas”.

Y Benedicto XV, en la Encíclica “Sacra prope diem” dice:

“Omitamos, pues, hablar de esas danzas exóticas y bárbaras, peores unas que otras, que se han puesto ahora de moda en el gran mundo elegante; no se podría encontrar un medio más adecuado para eliminar todo vestigio de pudor” ([3]).

Muchas de estas danzas procedían de los estratos más bajos de los nativos americanos, y el obispo Charost decía de ellas en su Carta Pastoral:

“Edulcórese cuanto se quiera este injerto bárbaro, corríjase con mayor o menor habilidad su desvergüenza nativa. En cuanto encuentre un temperamento favorable, este injerto recobrará su ardor y su violencia naturales. Es el virus de la carne pagana penetrando en un organismo social que diecisiete siglos de espiritualismo cristiano y dignidad moral han moldeado. Es más que una revuelta —de la que ningún siglo cristiano ha estado exento— es, en el fondo y por tendencia, la anarquía del instinto”.

¿Qué puede decir de las danzas modernas, muchas de las cuales han sido evidentemente adaptadas e importadas de los “bas-fonds” de las antiguas danzas paganas de los negros americanos?

En cuanto a los bailes infantiles, ¿por qué no reproducir aquí, como confirmación de lo que nuestros obispos han dicho tan elocuentemente, lo que escribió Louis Veuillot?

“Se dice que estos bailes infantiles son un espectáculo encantador. Sí, para los ojos.

“Pero, qué triste escena, cuando escuchamos los susurros de la razón. Las niñas de ocho años aprenden la vanidad y la fatuidad; ya son diestras en el arte de la sonrisa, la pose, las actitudes y las inflexiones musicales de la voz. Los chicos adoptan diversos comportamientos y expresiones fisonómicas, según las instrucciones de sus madres: adoptan una expresión caballerosa, pensativa o importante; otros se hacen los listos o los melancólicos, según les convenga. Las madres están radiantes. Pero la escena es fea. Se ve que los personajes del baile en miniatura han sido profanados en la flor de su graciosa e ingenua sencillez, desde la cuna. La impresión de una persona razonable, testigo de una de esas supuestas fiestas de la inocencia, es que se siente un ardiente deseo de azotar, a discreción, todos los mocosos” ([4]).

Para terminar, veamos qué ha hecho a este respecto aquel a quien la Santa Iglesia pone como modelo para todos los párrocos modernos.

Hemos tomado nuestras citas de la magnífica obra de Mons. H. Convert, “Le Saint Curé D’Ars et le Sacrement de Pénitence”, ed. Emmanuel Vitte, 1931, pp. 18-21: ([5])

“Tanto el interés general del rebaño confiado al cuidado de Mons. Vianney, como el de ciertas almas más particularmente expuestas a perderse, exigían la desaparición de tan pernicioso desorden [el baile]. Reflexionó sobre ello, y a partir de entonces resolvió aplicar al pie de la letra los principios de la Teología Moral a los pecadores ocasionales y a los reincidentes, con una gran bondad, pero también con una energía de bronce que nada haría retroceder. De hecho, negó la absolución, incluso en el tiempo Pascual, a todos los que habían bailado, aunque fuera una vez, en el transcurso del año; y, mientras ‘creyera probable que volvieran a caer en su pecado’, les impedía participar en los sacramentos. Podían confesarse, y de hecho la mayoría seguía haciéndolo; los animaba, los exhortaba a cambiar de vida, pero no los absolvía. ‘Si no os corregís’, les decía, ‘¡estáis condenados!’.

“Este procedimiento, como se puede imaginar, suscitó muchas recriminaciones; se comentó abiertamente, y en todos los sentidos, que el Sr. Cura ‘no era cómodo’; se comparó su método con el de sus cohermanos más indulgentes; el Cura de Ars fue tachado de ‘escrupuloso, ingrato’ (en el lenguaje de la región, ingrato significa aburrido, desagradable). Algunas personas se confesaban en parroquias vecinas; él les decía que habían ido a ‘conseguir un pasaporte para el infierno’. Entre sí, estas personas le acusaban, diciendo: ‘Quiere que prometamos cosas que no podemos cumplir; querría que fuéramos santos, y eso no es muy posible en este mundo. Él querría que nunca pusiéramos un pie en el baile, y que nunca fuéramos a cabarés ni a juegos. Si todo esto fuera necesario, nunca haríamos la Pascua…’. Sin embargo, ‘no podemos decir que no volveremos a estos entretenimientos, porque no sabemos con qué ocasiones nos podemos encontrar’. A este argumento interesado, respondió: ‘El confesor, engañado por vuestro lenguaje artificioso, os da la absolución y os dice: ‘¡Portaos bien!’. Por mi parte, os digo que habéis ido a pisotear la adorable sangre de Jesucristo, que habéis ido a vender a vuestro Dios como Judas lo vendió a sus verdugos’.

“¿Qué ganaba el Cura de Ars con semejante método? Muchos jóvenes, hombres y mujeres, fueron excluidos de los sacramentos durante años… Es verdad. ¿Se puede pensar, se puede decir, que fue algo malo? De otro modo, ellos los habrían recibido nulo, si no sacrílegamente; habrían combinado, como es demasiado frecuente, las prácticas de la vida cristiana con los desórdenes del corazón; la parroquia habría parecido convertida, sin estarlo realmente; las pompas de Satanás habrían sido siempre prestigiadas, el Príncipe de las Tinieblas habría seguido siendo el verdadero dueño de la situación. Sin embargo, el Cura de Ars quería que Jesucristo fuera el rey de su rebaño sin contraste. Por Jesucristo, emprendió una guerra de veinte años, combatiendo al enemigo palmo a palmo, sacrificando en la batalla su descanso e incluso, temporalmente, su reputación, derramando su sangre a montones casi todos los días, agotándose con fatigas y ayunos. La victoria fue finalmente completa, definitiva; la piedad y la virtud pudieron florecer a sus anchas en esta tierra purificada y conquistada para su único Maestro, y aún hoy saboreamos sus frutos.

“Además, digámoslo de paso, no era solo ante las danzas que el cura de Ars se mostraba tan firme. ‘El pecador que no cedía a sus tiernas admoniciones —así lo atestiguaba su coadjutor— lo encontraba inflexible en el cumplimiento de las reglas’, y se topaba con una barrera infrangible”.

El mismo autor añade:

“Los bailes se suprimieron pronto en la parroquia, aunque intentasen reaparecer de vez en cuando. A partir de 1832 se dejó de hablar de ellos. Pero los jóvenes, hombres y mujeres, quisieron divertirse yendo a bailar por los alrededores. Fue entonces, sobre todo, cuando el Santo se armó de una firmeza inflexible”.

Notas:

[1] La filotea o iniciación a la vida de santidad https://es.catholic.net/op/vercapitulo/5110/redireccion.html

[2] Vuillermet ; F.A., OP : Les catholiques et les danses nouvelles, P. Lethielleux Editeur, Paris, 1924, pág. 17, 18 y 20. [Nuestra traducción]

[3] Benedicto XV: Encíclica “Sacra prope diem”, de 6 de enero de 1921 [traducción nuestra].

https://www.vatican.va/content/benedict-xv/it/encyclicals/documents/hf_ben-xv_enc_06011921_sacra-propediem.html

[4] Louis Veuillot, L’Univers, 28 de diciembre de 1858. [Nuestra traducción]

[5] “Le Saint Curé D’Ars et le Sacrement de Pénitence”, ed. Emmanuel Vitte, 1931, pp. 2-3 de la versión en línea como abajo:

http://www.catholicapedia.net/Documents/cahier-saint-charlemagne/documents/C025_Cure-Ars_la-Penitence_32p.pdf

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