Artículo del P. Osvaldo Lira Pérez SSCC en la revista de la Universidad Católica de Santiago de Chile (“Finis Terrae”) a respecto de “Revolución y Contra-Revolución

“Finis Terrae” (revista de la Universidad Católica de Santiago de Chile), 2° trimestre de 1960, Año VII, N° 26

Padre Osvaldo Lira Pérez (1904-1996) de la Congregación de los Sagrados Corazones (SSCC), fue profesor de la Universidad Católica de Chile (Santiago) y de la Universidad Católica de Valparaiso. Uno de los más brillantes intelectuales chilenos de su tiempo, según diversas notas biográficas a su respecto.

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LOS LIBROS

PLINIO CORREA DE OLIVEIRA. — Revolución y Contrarrevolución. Ediciones Cristiandad, Barcelona, 1959.

Osvaldo Lira P. SS. CC.

El doctor Plinio Correa de Oliveira es una de las figuras fundamentales del mo­vimiento brasileño denominado Catolicis­mo y que edita la revista del mismo nom­bre. Tal como en las páginas de esta re­vista mencionada, en la obra cuyo co­mentario breve, más breve de lo que qui­siéramos, emprendemos ahora, se mani­fiesta una actitud robustamente, decidi­damente, absolutamente católica. Se tra­ta de una pequeña gran obra. Reducida en sus dimensiones —apenas unas ciento treinta páginas—, constituye una visión profunda y totalizadora de los males que aquejan a nuestro tiempo y que han ve­nido aquejando a la civilización cristia­na casi desde los momentos mismos de iniciarse sobre la faz de la tierra. Es, además, si no nos equivocamos, la única visión de este tipo que se ha expresado sobre ese conjunto de fenómenos. Esta­mos acostumbrados, demasiado acostum­brados, a conectarnos con obras más o menos profundas —más o menos super­ficiales— en las cuales se nos ofrece el análisis un tanto detallado a la vez que intrascendente de tal o cual revolución; pero no la visión profunda por totaliza­dora y unificadora de lo que es, así con mayúscula, LA REVOLUCION.

Sin embargo, este modo de ver extra­ordinario por insólito, es el único que nos puede procurar una noticia exacta, específica, y, por consiguiente, provecho­sa para la línea de conducta sin desfalle­cimientos que debemos adoptar como cristianos, de las revoluciones considera­das en conjunto. En otras palabras, de LA REVOLUCION. Ya desde las prime­ras páginas de su obra, Correa de Olivei­ra sitúa el problema sobre bases sólidas, inconmovibles. “Ese enemigo terrible —nos dice— tiene su nombre: se llama Revolución. Su causa profunda es una explosión de orgullo y sensualidad que inspiró, si no un sistema, cuando menos toda una cadena de sistemas ideológicos. De la gran aceptación dada a éstos en el mundo entero, derivaron las tres gran­des revoluciones de la Historia de Occi­dente: la Pseudo-Reforma, la Revolución francesa y el comunismo” (pág. 9). Y al término de la obra en la página 135 nos concreta esa causa en las siguientes reveladoras palabras: “La primera, la grande, la eterna revolucionaria, inspira­dora y fautora suprema de esta Revolu­ción, así como de las que la precedie­ron y la sucedieron, es la Serpiente, cuya cabeza fue aplastada por la Virgen In­maculada. María es, pues, la Patrona de cuántos luchan contra la Revolución”.

No tendría mayor originalidad esta afirmación si no hubiera sido precedida por el análisis minucioso y excepcional­mente agudo de las manifestaciones de esta única y gran Revolución. Sus ca­racteres, según Correa de Oliveira, son dos: el igualitarismo y el liberalismo. Al igualitarismo se ve arrastrada la Revolución por un orgullo que lleva al odio hacia toda superioridad, y por lo tanto a la afirmación de que la desigualdad es, en sí misma, en todos los planos, in­clusive y principalmente en el metafísi­co y religioso, un mal. Al liberalismo, em­pero, se ve abocada por una sensualidad que, de por sí, tiende a derribar todas las barreras, a no aceptar frenos y a rebelar­se contra toda ley o autoridad, sea divi­na o humana, eclesiástica o civil. Ahora, en cuanto a las modalidades concretas bajo las cuales se manifiesta, se nos apa­rece como universal, única, total, domi­nante y sometida a un proceso más o me­nos prolongado de desarrollo, exacerba­miento y virulencia progresiva capaz, por la variedad fisonómica en que se cor­poriza de ordinario, de desconcertar los espíritus más sagaces.

Realmente causa placer contemplar cómo el doctor Correa de Oliveira va aplicando con lógica de hierro este úni­co proceso revolucionario a todos los ór­denes de la vida humana, tanto de la vida cívica como eclesiástica. El espiritu igualitario tiene por resultado, en pri­mer lugar, suprimir toda desigualdad de trato entre los hombres y Dios, de don­de provienen el panteísmo, el inmamen­tismo y todas las formas esotéricas de religión cuyo objetivo último es “saturar a los hombres de propiedad divina” (pág. 55). Luego, en la esfera eclesiás­tica, suprimir el sacerdote dotado de los poderes de orden, magisterio y gobierno o, por lo menos, el sacerdocio con gra­dos jerárquicos. Además propende a la igualdad entre las diversas religiones con igual tratamiento para todas, en la es­fera política, por la supresión o atenua­ción de la desigualdad entre gobernan­tes y gobernados, desde el momento en que el poder no viene de Dios sino de la masa; en la esfera social, por la su­presión de las clases, en especial de las que se perpetúan por vía hereditaria; en la esfera económica, por la supresión de la propiedad privada, del derecho de ca­da cual al fruto íntegro de su propio tra­bajo y a la elección de su profesión; en los aspectos exteriores de la existencia, por la supresión de toda variedad relati­va a trajes, residencias, muebles, costum­bres, etc.; en las almas, por la extirpa­ción, obra y gracia de una propaganda habilísimamente dirigida, de todas las pe­culiaridades psicológicas, incluso las que separan y diferencian a los dos sexos en­tre sí, o a los jóvenes de los viejos o a los patrones y empleados, profesores y alumnos, esposo y esposa, padres e hi­jos, etc.; en el orden internacional, por la supresión de todos los Estados y la estructuración de un único y monstruoso Estado internacional, por la supresión de toda manifestación regionalista dentro del propio país. Por último, el iguali­tarismo revolucionario manifiesta y de­bía necesariamente manifestar un odio supremo a Dios, irreductiblemente desigual a los hombres.

Por otro lado, Correa de Oliveira nos hace ver cómo se encuentran conjuga­dos el igualitarismo y el liberalismo, tan contradictorios en apariencia, por obra y gracia de la sensualidad. Al suprimir toda jerarquía en el alma, el liberalismo coincide con el igualitarismo, ya que su prurito de proclamar a tontas y a locas una libertad desorbitada proviene de que sólo quiere la libertad para el mal con el consiguiente estado de esclavitud para el bien. Por eso la Revolución niega el pecado y la Redención, concibiendo un individuo y unas masas irreprocha­bles e inmaculados, y, al mismo tiempo, dirige su odio contra las fuerzas arma­das consideradas en sí mismas (en es­pera de establecer otras a su amaño y semejanza) como expresión que son de toda serie de virtudes absolutamente contrarias al espíritu revolucionario.

Por la índole de la Revolución puede concebirse claramente la de la Con­trarrevolución.

Desde luego hay que dejar estableci­do que la Contra-Revolución no es la simple vuelta al pasado por aquello de que el tiempo no es ni puede ser rever­sible. La Contrarrevolución, como su nombre lo indica, es la lucha contra la Revolución. Pues bien, es evidente que no podemos luchar en las nubes ni con­tra fantasmas, y que, en virtud de este carácter realista de nuestra contienda, debemos desarrollarla contra la Revolu­ción in concreto, tal como existe en nues­tros propios días. Por consiguiente, con armas y procedimientos estratégicos pro­pios y peculiares de nuestros días tam­bién. Hay que restaurar la paz de Cristo en el Reino de Cristo: he aquí el aspec­to reaccionario de la Contrarrevolución, despojando al vocablo reaccionario de to­da la ganga de significaciones ilegítimas y torcidas de que lo ha ido cubriendo un uso tan torpe como indiscriminada. Pero hay que adaptar dicho Orden —la paz de Cristo en el Reino de Cristo— a las condiciones actuales, por lo cual ha­brá de diferir —sólo en sus características accidentales, naturalmente— del Orden reinante antes de la Revolución.

Correa de Oliveira reduce esas di­ferencias accidentales a tres tipos prin­cipales, en las páginas 84 y 85 de su obra:

1°— Un profundo respeto a los de­rechos de la Iglesia y del Papado, y una santificación, en toda la extensión posible, de los valores de la vida tem­poral, como oposición al laicismo, al in­terconfesionalismo, al ateísmo y al pan­teísmo, así como a sus respectivas es­cuelas.

2°— Un espíritu de jerarquía marcan­do todos los aspectos de la sociedad y del Estado, de la cultura y de la vida, por oposición a la metafísica igualitaria de la Revolución.

3°— Una diligencia en detectar y combatir el mal en sus formas embrio­narias o veladas, en fulminarlo con exce­cración y nota de infamia, y en casti­garlo con inquebrantable firmeza en to­das sus manifestaciones, y particularmen­te en las que atentaren contra la ortodo­xia y la pureza de las costumbres, todo ello por oposición a la metafísica liberal de la Revolución y a la tendencia de és­ta a dar libre curso y protección al mal.

Por eso la Contrarrevolución es tra­dicionalista y conservadora; no conser­vadora del pseudo-orden actual del Es­tado ateo y de la disolución familiar, si­no del conjunto de las tradiciones ver­daderamente cristianas. Por ello es tam­bién progresista en el auténtico sentido de la palabra, ya que pretende el apro­vechamiento de los valores naturales según la Ley de Dios. Quien dice progre­so, dice, ante todo y sobre todo, progre­so en el orden de los valores espiritua­les. Desde el momento en que la Con­trarrevolución los proclama como nece­sarios y procura restablecerlos en toda su pureza, tiene que ofrecérsenos como la expresión auténtica del progreso ver­dadero.

En cuanto a la táctica que debe desarrollar, no podemos menos que citar textualmente las siguientes palabras: “Es­ta acción (la contrarrevolucionaria) de­be ser hecha ante todo en la escala in­dividual. Nada más eficiente que la to­ma de posición contrarrevolucionaria franca y ufana de un joven universitario, de un oficial, de un profesor, de un sacerdote sobre todo, de un aristócrata o de un operario influyente en su medio. La primera reacción que se obtendrá se­rá a veces de indignación. Pero si se persevera durante un tiempo, que será más o menos largo según las circunstan­cias, se verá que poco a poco aparecen compañeros” (pág. 94). Como se ve, no va el pensamiento del doctor Correa de Oliveira por los caminos fáciles del di­simulo o de esa famosa y exasperante to­lerancia de que siguen dando tantas y tan funestas pruebas los católicos con­temporáneos que se hallan inficionados de liberalismo o relativismo filosófico, mucho más perverso que el económico aunque siempre necesariamente conec­tado con él como la causa a su efecto propio, o, más bien, a uno de sus efec­tos propios.

Naturalmente que, como no podia me­nos de suceder, la fuerza propulsora de la obra contrarrevolucionaria la sitúa el autor en la vida sobrenatural. El espíri­tu anticristiano, es con el espiritu cristia­no como debe vencerse. Y el espiritu cristiano no consiste en la simple concep­tualización de los dogmas revelados sino en su vivencia adecuada. Es decir, en su vivencia sobrenatural. Prius vita quam doctrina. A este precio, el dinamismo de la Contra-Revolución es incomparable­mente superior al de la Revolución, con­forme a las palabras de San Pablo cita­das por el autor en la página 115 de su trabajo: “Omnia possum in eo qui me confortat” (Philip. IV, 13). Sobre este supuesto totalizador, muy afin a la con­vicción de que la raíz revolucionaria no es la miseria económica, por más que se diga y proclame con insistencia tan machacona como incomprensiva de las dimensiones de la Revolución, podrán desarrollarse todas las tácticas adecua­das. Siempre fundados en la convicción de que no se debe ser nunca anti por fi­nalidad u objetivo sino por consecuen­cia.

La lectura de esta preciosa obrita del doctor Correa de Oliveira determinará y caldeará a los tibios y comunicará ener­gías y santas a los que se hallan decidi­dos a combatir por la verdad con todas las fuerzas de su alma. ¡Quiera Dios que el bien que pueda producir se conforme en todo a los deseos nobilísimos de su autor!

 

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