AUTODEMOLEDORES

“Folha de S. Paulo”, 28 de mayo de 1984

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No sé cómo comprimir en cien líneas mecanografiadas —límite inapelable de mi artículo— la abundancia exuberante de los temas que prometí para hoy. “Dar un jeito” [Buscar un modo] es la forma arquetípica del “savoir faire” brasileño. Vamos a ver si no me falta esta vez.

A propósito del futuro Código Civil, que amenaza ser metido atolondradamente, a modo de camisa de fuerza, en nuestro inerme Brasil, —manifesté la aprensión de que sería instrumento de autodemolición de las categorías sociales que ahora: dirigen nuestra Patria. Pues no faltan razones para temer que, bajo su vigencia, la sociedad brasileña se distanciará más sensiblemente de los antiguos padrones cristianos. Y al mismo tiempo, se volverá sensiblemente más parecida a los modelos comunistas. En otros términos, aquellos de entre los elementos de la clase burguesa que tienen en sus manos la dirección de la cosa pública, nos habrán hecho caminar una importante etapa de la trayectoria, tan corta ya, que falta por recorrer para llegar a la comunistización total.

La autodemolición de las clases vigentes es un rasgo de importancia capital, presente en todas las grandes revoluciones que vienen estremeciendo a Occidente: el seísmo religioso-cultural, humanista, renacentista y protestante de los siglos XV y XVI; su congénere sociopolítico, con grandes connotaciones económicas, que fue, a finales del siglo XVIII, la Revolución Francesa; y la catástrofe, al mismo tiempo socio-política y económica, que está siendo la Revolución Comunista mundial, iniciada en 1917 con la implantación del régimen soviético en Rusia. Según esta teoría, la próxima explosión deberá ser la revolución autogestionaria, en la que el Estado comunista se autodestruirá, para dar origen a la utopía del anarquismo sinfónico autogestionario.

En los salones de la aristocracia se fue cebando la Revolución Francesa Lectura de la tragedia del Orfelino de China, de Voltaire, en el salón de madame Geoffrin (por Anicet Charles Gabriel Lemonnier, c. 1812 — Castillo de Malmaison, Rueil-Malmaison, Francia)

En los salones de la aristocracia se fue cebando la Revolución Francesa
Lectura de la tragedia del Orfelino de China, de Voltaire, en el salón de madame Geoffrin (por Anicet Charles Gabriel Lemonnier, c. 1812 — Castillo de Malmaison, Rueil-Malmaison, Francia)

Sin la cooperación de esas sucesivas autodemoliciones, que llevaron, por ejemplo, a tantos aristócratas franceses a apoyar la revolución que los devoraría, y, a su vez, a tantos otros aristócratas y burgueses rusos a hacer lo mismo frente al régimen zarista, que también los aniquilaría, es dudoso que esa sucesión de hecatombes hubiese caminado tanto, y tan victoriosamente. O ni siquiera hubiese llegado mucho más lejos del punto de partida…

Llegamos al momento en que la burguesía de izquierda —o sea, el conjunto de los izquierdistas que no son trabajadores manuales— dé su contribución a la autodemolición; al frente de ella, sus dos fuerzas líderes: el capital y el clero (¡éste, en apariencia tan enemigo de aquel!). Sucesores auténticos de los sectores revolucionarios de las clases dirigentes de otrora, análogos sectores de las clases dirigentes de hoy están activamente con las manos en la masa. Cito como ejemplo las agitaciones en Ivinhema, Guariba, Bebedouro, etc., que tuvieron el apoyo ostensivo y decisivo de líderes eclesiásticos, a lo largo de esta última quincena de preocupaciones y de confusión. Ciclo éste que fue inaugurado por la advertencia del Cardenal Primado D. Avelar Brandão, cuyas palabras tanto sorprendieron a los incautos: “Todo puede suceder. Si no tenemos cuidado, la acumulación y el cultivo de las tensiones podrán llevarnos a una confrontación. Para que no haya un período de confrontación o guerra civil…” (“Folha de S. Paulo”, 6.5.84).

Se diría que, lanzadas al aire, esas palabras se solidificaron y se estructuraron en forma de una varita mágica. Funesta varita mágica que, tocando el suelo patrio determinó la aparición en él de esa erisipela de agitaciones que nadie sabe cuándo terminará.

Lamentablemente, la tarea del clero izquierdista se ha vuelto clara en Brasil y en el mundo. Menos claro es, para muchos lectores, la misión izquierdista del capital.

El capitalismo, que llegó a su apogeo en el siglo XIX y continúa encabezando el mundo en el siglo XX —no hablo sólo de Occidente, sino de los diversos regímenes comunistas, que ya habrían caído en la miseria completa si no fuese por los subsidios torrenciales que cierto capitalismo occidental les envía— conscientemente o no, desempeñó, en favor de la comunistización gradual del mundo, un doble papel:

a) compitiendo con las aristocracias sobrevivientes, fue sustituyéndolas y, al hacerlo, le imprimió a la sociedad un carácter cada vez menos elitista, más nivelador y más dirigido a la proletarización futura;

b) con eso, se transformaron en huecas y frágiles las monarquías, y se preparó el terreno para el advenimiento, a paso de marcha, de las repúblicas en el mundo entero, hasta el punto de que las pocas monarquías restantes están reducidas a la mínima expresión de sí mismas.

Proclamadas en nombre de una filosofía igualitaria, radical y absurda —y éste es el gran mal— esas repúblicas desencadenaron apetencias revolucionarias en el mundo entero.

Todo eso, no se hizo, ni se haría sin el concurso de importantes sectores de la sociedad actual, particularmente del capitalismo de izquierda. Y, perdóneseme la perogrullada, del propio capital.

¿Digresiones en el aire de un reaccionario situado en el campo doctrinario más genuino en materia de reacción, como gracias a Dios soy? No; uno de los mayores teóricos del comunismo, Engels, afirma lo mismo, y expresa a este respecto toda su gratitud admirativa con el capital.

Escribió Engels, en un trecho en que sus miras abarcan el papel revolucionario mundial del capitalismo: “¡Así, pues, proseguid vosotros con ánimo vuestra lucha, señores excelentísimos del capital! En este momento, nos hacéis falta. En algunos lugares necesitamos incluso de vuestro dominio. Tenéis que retirar de nuestro camino el resto de Edad Media y monarquía absoluta. Tenéis que eliminar las reminiscencias de la época patriarcal, llevar a cabo la centralización y convertir las clases más o menos sin propiedades en verdaderos proletarios, nuestros reclutas. Con la ayuda de vuestras fábricas, de vuestros vínculos comerciales, debéis crear para nosotros la base de los recursos materiales que precisa el proletario para su emancipación (Yuri Kurolio, “Marx y América Latina”, en “América Latina”, Revista de la Academia de Ciencias de Rusia, Editorial Progreso, Moscú, octubre de 1983, nº 10, pp. 4 y ss).

¿Podría estar más claro lo que el comunismo esperaba del capitalismo y que, en nuestros días, le cabe completar a los capitalistas de izquierda, constituyéndose en compañeros de viaje cada vez más devotos del comunismo?

Acabo de releer lo que escribí. Cupo todo en las cien líneas. Fue posible “dar un jeitiño”. ¡Qué bueno es ser brasileño!.

¿Sabrá mi querido país, sabrán mis queridos compatriotas “dar un jeitiño” para salir de las crecientes presiones a las que los sujetan las clases dirigentes autodemoledoras de izquierda?. Es para que ellos se pongan resueltamente en esa tarea que este artículo pretende constituir una desinteresada y categórica colaboración.

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Traducción por Covadonga Informa, Año VII, Núm.: 85, Septiembre de 1984

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