La “Misión” de María a partir de la Ascensión del Señor

 “Santo del Día” – 18 de mayo de 1966

 


 

A D V E R T E N C I A

Este texto es una transcripción de grabación magnetofónica de conferencia del profesor Plinio Corrêa de Oliveira dirigida a socios y cooperadores de la TFP  y no pasó por ninguna revisión del autor.

Si el profesor Plinio Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros, sin duda pediría que fuera colocada una explícita mención a su filial disposición de rectificar cualquier eventual discrepancia en relación con el Magisterio inmutable de la Iglesia. Es lo que hacemos constar, con sus propias palabras, como homenaje a tan escrupuloso estado de espíritu:

“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a las enseñanzas tradicionales de la Santa Iglesia. No obstante, si por lapso, algo en él hubiera en desacuerdo con dichas enseñanzas, desde ya y categóricamente lo rechaza”.

Las palabras “Revolución”, “Contra-Revolución” y R-CR, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959.

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Ascensión de Cristo (detalle) – Maese  Ataíde – Iglesia Matriz de San Antonio – Santa Bárbara –  MG – Brasil

 

Mañana es la fiesta de la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo. San Ignacio de Loyola ordena o recomienda que, en las meditaciones, se reconstituya el ambiente y el lugar para meditar los Misterios de Nuestro Señor.
En relación con la Ascensión, si prestamos atención a lo que es la Ascensión, a lo que significa, aunque sea de forma muy resumida, también podemos intentar recomponer el tiempo, el lugar y el ambiente.
Para ello, deberíamos tener en cuenta este hecho concreto: que la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo tiene un lado que es la despedida que Él toma de los hombres, después de haber vivido aquí su existencia terrenal.
Su existencia terrenal terminó, de algún modo, con su muerte. Pero, después de resucitar, permaneció entre los hombres y apareció varias veces. De modo que su presencia, su aparición, era como que un hecho común, como que un hecho frecuente, Él todavía tenía una especie de convivencia con los hombres.
A partir del momento de la Ascensión, por el contrario, esa convivencia se volvería muy rara, se volvería esporádica, sería una convivencia, digamos, extraoficial en revelaciones particulares, de carácter extraoficial, mientras que su presencia entre los hombres en el período que medió entre la Pascua y la Ascensión tenía el carácter de una presencia aún oficial y contenía, por lo tanto, una revelación aún oficial.
Y, por ese lado, entonces, podemos decir que hubo una verdadera despedida de Él. Es decir, los hombres ya no lo verían más. Es cierto que Él seguía realmente presente en el Santísimo Sacramento. Realmente presente, pero presente de una manera insensible. De manera que esa despedida era más una despedida de las apariencias y de lo sensible, que de lo profundamente real e insensible.
Y era, por lo tanto, digamos, la figura de Nuestro Señor en lo que el hombre ve, en lo que el hombre oye, en lo que el hombre admira a través de los sentidos; era, pues, Nuestro Señor que se retiraba de los hombres y subía a los Cielos. Era, por lo tanto, un cierre y era una despedida. Pero, al mismo tiempo que era una despedida, era una glorificación.
Era una glorificación, porque Nuestro Señor iba al Padre Eterno; su misión estaba enteramente cumplida. Y Él iba a recibir el triunfo, las manifestaciones de honor y gloria que deben recibir aquellos que cumplen, de manera exquisita, de manera sublime, una misión muy ardua.
Nuestro Señor, por lo tanto, iba a ser glorificado por el Padre Eterno. Es decir, la Ascensión se produciría en condiciones en las que toda la gloria de Nuestro Señor aparecería ante los ojos de los hombres; toda su gloria podría ser notada por los hombres. Y, al mismo tiempo, Él saldría y, al llegar al Cielo, sería recibido en el Cielo por una manifestación, en el sentido literal de la palabra, apoteótica, de todos los Ángeles, llevando consigo al Cielo a todos los Justos, Justos que habían muerto y que estaban esperando que Él entrara en el Cielo para subir también con Él y reinar con los Ángeles por toda la eternidad.
* Debemos ver como una glorificación el momento en que Nuestro Señor se despidió de los discípulos
Entonces, debemos imaginar el momento en que Nuestro Señor se despidió, debemos imaginarlo como una glorificación. Un momento de despedida, pero al mismo tiempo un momento inmensamente glorioso. Y como glorificación de todo Nuestro Señor, es decir, glorificación de todos los aspectos de su santidad infinita, de su perfección moral infinita.
O sea, todas las virtudes singularísimas que Nuestro Señor manifestó en su existencia terrenal, todas las virtudes insondables e infinitas que manifestó en su vida terrenal, todos los atractivos, todos los encantos de su personalidad, todo eso debía aparecer con un resplandor, con un destello, con un brillo, con una gloria, como nunca antes había aparecido. Y así fue como se despidió de todos y después, en un momento dado, completamente aislado, ascendió al Cielo.
Podemos imaginar esta Ascensión y podemos imaginar atentamente a Nuestro Señor ascendiendo y se puede decir que, a medida que ascendía, su gloria resplandecía aún más, hasta el momento en que los hombres le perdieron de vista y comprendieron que esa gloria se había confundido con los esplendores del Padre Eterno y nada más de eso era visible simplemente para los hombres.
Y podemos imaginar un poco cómo habría sido ese momento. Podemos imaginar a Nuestro Señor caminando con los suyos hacia la montaña desde cuya cima ascendió a los Cielos. Nosotros, al igual que Él, cuando fue al Huerto de los Olivos, Él fue con los apóstoles cada vez más tristes, cada vez más distantes de Él, así también en este segundo camino Él fue con una alegría, con una gloria cada vez mayor; hubo una despedida, Él dijo algo a todos y luego comenzó a ascender a los Cielos.(¿)
* Al ascender a los Cielos, Nuestro Señor se dejaba ver por cada uno según su luz primordial
Pero entonces, al mismo tiempo, en una maravillosa síntesis, todos sus atributos comenzaron a aparecer. Y, naturalmente, cada alma iba notando, según su luz primordial, algo que era lo que debía ver.
De modo que podemos conjeturar que la Ascensión, aunque pasó ante los ojos de todos de la misma manera, sin embargo, cada uno notó algo completamente diferente. Y para algunas almas, Nuestro Señor se apareció como un Rey resplandeciente de gloria, ascendiendo al Cielo resplandeciente de poder sagrado; para otras almas, otra nota fue más dominante: el Maestro sapientísimo que llevaba consigo toda la Sabiduría; a otras almas, el Taumaturgo poderosísimo; a otras almas, el Pastor bondadosísimo; a otras almas les habrá aparecido el encanto, la dulzura de Nuestro Señor.
Nuestro Señor, si se osase decirlo, mientras era pequeño, se hizo pequeño para los pequeños, se hizo dulce para los dulces, se hizo accesible para los tímidos y, entonces, ascendió al Cielo en la glorificación de su condescendencia, en la glorificación de su bondad, de su afabilidad, de su misericordia.
Algunos lo habrán visto ascender con esa Divinidad, con ese terrible poder y majestad que Él manifestó cuando le preguntaron quién era, y Él respondió: Ego Sum, y todos cayeron al suelo.
Otros lo habrán visto ascender de tal manera que sus palabras más cariñosas, más afectuosas, más condescendientes con los hombres hayan aparecido allí de una manera verdaderamente magnífica. Y, sobre todo, todos vieron todo, pero todos, al verlo todo, cada uno veía algo que hacía más bien a su alma.
Y así podríamos imaginar también el Cielo. Podemos imaginar que el Cielo, mientras Él ascendía, adquiría colores inefables; que tuvo “cambiamientos” de oro, de varios colores; que se escuchó música, que se sintieron cosas extraordinarias mientras Él ascendía, que eran algo de la glorificación del Cielo y del concierto de los Ángeles que descendían a la tierra para que se comprendiera qué triunfos preparaba el Cielo para Él.
Podemos imaginar que todas estas cosas ocurrieron simultáneamente. Si no sucedieron así, porque evidentemente se trata de una conjetura, sin embargo, es cierto que algo parecido sucedió, que la Historia no nos registra con exactitud, no nos registra los detalles y las manifestaciones concretas. Pero que ese es el efecto que debió haber tenido sobre las almas y que Nuestro Señor, de esa manera, impresionó a todas las almas de una forma u otra, eso sin duda fue así.
Y entonces podemos hacer una reconstrucción hipotética del lugar —todas las reconstrucciones son hipotéticas, evidentemente— en la que podemos imaginar a Nuestro Señor ascendiendo y su gloria emocionando cada vez más. Y podemos dirigir nuestra mirada a esa multitud de fieles, que estaba allí prosternada, contemplando la Ascensión de Nuestro Señor.
Esa multitud de fieles embelesados, completamente entusiasmados con lo que estaban viendo, pero con un entusiasmo sagrado, un entusiasmo lleno de recogimiento, lleno de veneración, de amor. Podemos imaginar a esa multitud —que era la semilla de la Iglesia Católica que estaba naciendo— arrodillada e imaginar la impresión de piedad que debían dar todas esas almas. Aunque no viéramos la Ascensión, pero viéramos las almas, por el estado de las almas podríamos ver cómo era la Ascensión.
Y, en el centro de todo, naturalmente, San Pedro y los Apóstoles, pero sobre todo Nuestra Señora.
* Terminada la Ascensión, comienza la devoción mariana
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ANDREA di Vanni d’Andrea – Ascensión de Cristo (detalle) – 1355-60
Nuestra Señora, que era la imagen de Cristo que permanecía, que era la Mediadora que aseguraba, por su presencia en la Iglesia en los planes de la Providencia, que esa inmensa distancia que se había establecido entre Nuestro Señor y los hombres no era un abismo, no era una brecha, sino que, por el contrario, había algo que continuaba, algo que unía y que era precisamente la Mediadora Omnipotente, que era el vínculo entre el Cielo y la Tierra, entre Dios y los hombres.
Ana Catarina Emmerich nos dice, y es muy explicable, que después de la Ascensión de Nuestro Señor, durante la presencia de Nuestra Señora en la Tierra, Ella no se dejó ver tan claramente en el esplendor de sus prerrogativas a los Apóstoles y a los primeros católicos.
Ellos veían, naturalmente, algo, pero no lo veían todo. Y era para que la persona de Nuestro Señor ocupara la plenitud de todo. Pero desde el momento en que Él se fue, cuando ascendió a los Cielos y luego, reforzado esto con Pentecostés, se comenzó a notar más todo lo que había en Ella, y toda su semejanza con Él, y el fervor de todos hacia Ella [creció] enormemente, comenzando entonces, a partir de ese momento, lo que algunos escritores llaman «La Misión de María».
Y la «Misión de María» era exactamente la misión terrenal de María antes de ascender al Cielo, sustituyendo de alguna manera la presencia sensible de Nuestro Señor.
Entonces, a partir de ese momento, la veneración mariana comienza a hacerse más nítida, comienza a tomar el carácter de un culto y Nuestra Señora comienza su trabajo en la Iglesia.
Exactamente como cuando se pone el sol y aparece la luna. Y, aunque la luna no es en modo alguno el sol, la luna tiene su dulzura, tiene su encanto, tiene su belleza, tiene su atractivo, que es verdaderamente maravilloso. Y la misión de Nuestra Señora comienza, hasta el final de sus días terrenales.
Nuestro Señor se va, pero nos deja la Presencia Real y nos deja a su Santísima Madre. Y todos esos resplandores que se notaban en la Ascensión comienzan a notarse después, conservando los grados debidos, en la persona de Nuestra Señora. Y es entonces cuando comienza la gran misión de Nuestra Señora en la Iglesia.
Con esto, ustedes tienen la posibilidad de hacer una meditación en la que se pregunten lo siguiente: «Si yo estuviera allí, ¿cómo vería esto? ¿Cómo sería, según mi luz primordial, imaginarlo?». Siempre y cuando tengan cuidado de comprender que esto no es más que una hipótesis, pero una hipótesis que tiene un cierto sustrato real en su aspecto simbólico y no en su aspecto histórico.
Bien, entonces, a partir de ese momento, se hace una reconstitución del lugar, como recomendaba San Ignacio de Loyola. Entonces, a partir de ese momento, también existe la posibilidad de una meditación muy fructífera sobre la Ascensión.
* Lectura y comentario de una oración a Nuestra Señora presente en la Ascensión
En relación con la Ascensión, la ficha que tenemos aquí, tomada de “L’année Liturgique” de D. Guéranger, ofrece una oración de la Liturgia Griega a Nuestra Señora:
“Señor, tras cumplir, por tu bondad, el misterio oculto durante tantos siglos y tantas generaciones, viniste con tus discípulos al Monte de los Olivos. Tenías contigo a Aquella que te había traído al mundo, Tú, el Creador y artífice de todas las cosas.
“¿No era acaso justo que Aquella que, en su condición de Madre, había sufrido más que nadie durante tu Pasión, disfrutara de una alegría que supera cualquier otra alegría en la gloria de tu carne?
“Participando también en esa alegría, glorificamos en tu Ascensión al Cielo el gran beneficio que nos has hecho.”
En otras palabras, lo que se dice aquí es que, en el Huerto de los Olivos, donde subió Nuestro Señor, Nuestra Señora estaba presente, y que su presencia fue la primera junto a Él en el momento de la gloria, porque su presencia había sido la primera junto a Él en el momento del dolor. Y que esta glorificación, esta alegría, es algo por lo que todos debemos dar gracias, y no solo Nuestra Señora. Y la oración continúa:
“Tú pusiste en el mundo, oh Soberana Inmaculada, al Señor de todas las cosas…”.
Fue Nuestra Señora quien puso en el mundo al Niño Jesús. Entonces,
“… al Señor de todas las cosas, que eligió una Pasión voluntaria y ascendió al Padre, del que no se había apartado al encarnarse. ¡Oh maravilla inconcebible! ¿Cómo, oh tú, que estás llena de gracia divina, contuviste en tu seno al Dios incomprensible, Aquel que mendigó una carne y que en este día sube a los Cielos en medio de tan grande gloria y que dio la vida a los hombres?”
Aquí, entonces, esta oración glorifica a Nuestra Señora, porque Ella dio la carne a Nuestro Señor, quien, con la carne dada por Ella, asciende a los Cielos. Y en esto le corresponde, como Madre Suya, una gloria incomparable.
“He aquí que vuestro Hijo, oh Madre de Dios, después de haber vencido a la muerte por su Cruz…”
Nuestro Señor, muriendo en la Cruz, venció la muerte del pecado.
“… resucitó al tercer día y, después de aparecer a los discípulos, retomó el camino hacia los Cielos. Nos unimos a Él en nuestra veneración y os cantamos y glorificamos en todos los siglos”.
Esta frase, “Nos unimos a Él en nuestra veneración y os cantamos y glorificamos en todos los siglos”, fue el pensamiento de todos los católicos que estaban en el momento de la Ascensión, después de que Nuestro Señor desapareciera y los Ángeles vinieran a anunciar su regreso.
“Salve Madre de Dios, Madre de Cristo Dios, Aquel a quien diste al mundo, Tú lo glorificas viéndolo en este día elevarse de la tierra con los Ángeles”.
La idea es que Nuestra Señora vio a Nuestro Señor ascender al Cielo por su propio poder, pero seguido por una multitud de ángeles, y que Ella contemplaba allí a su Dios y a su Hijo infinitamente santo, al que Ella había dado al mundo y que, en ese momento, era objeto de una gloria tan inmensa. Es decir, la mayor y más magnífica de las meditaciones sobre la Ascensión fue realizada por Nuestra Señora.

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