La perfecta alegría

Plinio Corrêa de Oliveira,

“Folha de S. Paulo”, 12 de julio de 1970

 

Del Sr. Jeroboam Cándido Guerrero recibí la siguiente carta, valientemente escrita y “firmada” a máquina:

“Leyendo las recientes noticias sobre la manifestación antiprogresista en Roma, y su triste desenlace, pensé en usted.

“Así, mil quinientos católicos de varios países desfilan en Roma para expresar a Pablo VI su disgusto por la reforma que está haciendo en la Iglesia. Entre otras cosas, quieren que el obispo de Roma tenga hoy el mismo poder absoluto que sus predecesores. Llegados a la plaza de San Pedro, permanecen allí en sumisa vigilia de oración, pidiendo a Dios que ilumine al Papa Montini. Él, por su parte, mantiene desdeñosamente cerradas sus puertas y ventanas mientras estas ovejas permanecen allí… a las que, sin embargo, el no tienen otra inculpación a hacerlas que la de que son más papales que él. El pobre rebaño de la superfidelidad supercatólica y superpapal se dispersa melancólicamente, sin haber oído una sola palabra de afecto paternal del Pastor supremo, al que insisten en estar unidas. Más. Poco después, Pablo VI, en un discurso, los desoló.

“Pocos días antes, un ‘hereje’ (adopto aquí la terminología de los teólogos católicos) como el Patriarca armenio Vasken había sido recibido con pompa como si fuera un papa por Pablo VI en la Capilla Sixtina. Ahora, Pablo VI va a recibir… seguramente para un poco de ‘diálogo’ seguido de concesiones, al líder contestatario (que, por cierto, es mucho más simpático que Ud. y su TFP), el cardenal Alfrink de Utrecht. También pocos días después de dar con la puerta en las narices a sus desafortunados superfieles, Pablo VI recibió con especial distinción a los tres guerrilleros afroportugueses. En agosto, está previsto que Tito visite el Vaticano, donde será recibido con los honores de un jefe de Estado. Y así sucesivamente.

“¿Ud. no se da cuenta, Dr. Plinio, de que las puertas del Vaticano y del corazón del Papa están abiertas a todos los vientos y a todas las voces, excepto a los vientos ideológicos que soplan desde el cuadrante en el que usted se sitúa, y a las voces que dicen cosas parecidas a las que Ud. dice?

“Francamente, me parece fantástica la falta de sinceridad con la que usted afirma, en sus artículos, no ver nada de todo esto, y profesa ser un católico tan ferviente e intransigente como si fuera el Papa de hoy, no Montini, sino Sarto (‘San’ Pío X), el truculento rompedor de herejes de principios de siglo.

“La intención de esta carta no es mortificarle, Dr. Plinio. Pero la verdad es la verdad: abra los ojos a ella. No hay nadie en el mundo más rechazado por el Papado modernizado y la Nueva Iglesia que usted y los de su calaña.

“Mida bien el contraste. Durante el último Sínodo de los Obispos, algunos sacerdotes católicos supercontestatarios se reunieron en una iglesia protestante de Roma y llevaron un mensaje sulfúrico a Pablo VI. Se les abrieron las puertas del Vaticano. Llegaron a la antecámara papal. Entregaron su mensaje. Pablo VI no los recibió en audiencia. Pero prometió muy afablemente que estudiaría las peticiones de los manifestantes.

“¿Y qué decir del mensaje de la TFP, implorando a Pablo VI que tomara medidas contra lo que ustedes llaman “infiltración comunista en la Iglesia”, firmado entretanto por 1.600.368 católicos? ¡Pablo VI ni siquiera respondió! Le pregunto: ¿puede haber una prueba más clara de rechazo?

“Y, sin embargo, a pesar de recibir semejante bofetada en la cara, usted se presenta en público como un papista fanático, tan fanático como cuando, de joven, se destacaba en las filas de los congregantes marianos, gritando el himno: ‘¡Viva el Papa, Dios lo proteja, el Pastor de la Santa Iglesia!’

“¿Ud. no se da cuenta, Dr. Plinio, de que todo ha cambiado y que ahora es usted el que está en la cuerda floja?

“Tenga el valor de explicar a la opinión pública su posición contradictoria de hoy…”

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San Pedro recibe las llaves de Nuestro Señor – conjunto escultórico en la Basílica de San Pedro en Roma

Sr. Jeroboam Cándido Guerrero (Jeroboam es un nombre protestante: comprobado. Este Jeroboam me parece poco cándido y muy belicoso), empezaré por el fácil valor de publicar su carta íntegra.

Aunque estoy tentado de entrar en materia señalando algunos errores de estilo, de pensamiento y de Historia (presente y pasada) de mi remitente, prefiero ir al meollo de la cuestión, en el poco espacio que me deja su largo texto. Y este meollo consiste —en el caso de un interlocutor de formación protestante— en mostrar cómo debería comportarse un católico que se encuentra, no precisamente en las condiciones en las que yo me encuentro, sino en las condiciones en las que él imagina que me encuentro.

El Sr. Jeroboam se equivoca. No es con mi entusiasmo juvenil que me presento hoy ante la Santa Sede. Es con un entusiasmo aún mayor, y mucho mayor. Porque a medida que vivo, pienso y adquiero experiencia, comprendo y amo más al Papa y al Papado. Y así sería precisamente, aunque me encontrara —repito— exactamente en las circunstancias que pinta el Sr. Cándido Guerrero.

Todavía recuerdo las lecciones de catecismo en las que se me explicaba el Papado, su institución divina, sus poderes y su misión. Mi corazón de niño (entonces tenía nueve años) se llenó de admiración, emoción y entusiasmo: había encontrado el ideal al que dedicaría toda mi vida. Desde entonces, mi amor por ese ideal no ha hecho más que crecer. Y aquí estoy, pidiendo a la Virgen que lo haga crecer cada vez más en mí, hasta mi último suspiro. Quiero que el último acto de mi intelecto sea un acto de fe en el Papado. Que mi último acto de amor sea un acto de amor al Papado. Porque así moriré en la paz de los elegidos, bien unido a María, mi Madre, y por ella a Jesús, mi Dios, mi Rey y mi Redentor bonísimo.

Y este amor al Papado, señor Jeroboam, no es un amor abstracto en mí. Incluye un amor especial a la sacrosanta Persona del Papa, sea el de ayer, de hoy o de mañana. Amor de veneración. Amor de obediencia.

Sí, insisto: de obediencia. Quiero dar a cada enseñanza de este Papa, así como a las de sus Predecesores y Sucesores, la plena adhesión que prescribe la doctrina de la Iglesia, tomando como infalible lo que ella manda tomar como infalible, y como falible lo que enseña que es falible. Quiero obedecer las órdenes de éste o de cualquier otro Papa en toda la medida en que la Iglesia manda obedecerlas. Es decir, nunca superpondría a ellas mi voluntad personal, ni la fuerza de ningún poder terrenal, y sólo, absolutamente sólo negándome a obedecer la orden del Papa que equivaliese eventualmente en pecado. Porque en este caso extremo, como enseñan todos los moralistas católicos —repitiendo al Apóstol San Pablo— hay que poner la voluntad de Dios por encima de todo.

Eso es lo que me enseñaron en las clases de catecismo. Eso es lo que leí en los tratados que estudié. Así pienso, así siento, así soy. Y con todo mi corazón.

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Como ya he dicho, hay que hacer algunas aclaraciones o rectificaciones a los hechos que Ud. ha descrito. Sin embargo, imagino —por el bien del argumento— que fueran como usted los pinta. Y que las puertas del Vaticano se me hubieran cerrado en las narices, o que vengan a cerrarse en rostro. No cambiaría mi actitud de fe, entusiasmo y obediencia. Es más, me sentiría en perfecta felicidad.

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¿Sabe Ud. lo que nos enseña San Francisco sobre la perfecta felicidad? Para refresco y alegría de su alma, lo transcribo de los “Fioretti”, aunque sea con brevedad:

” Iba una vez San Francisco con el hermano León de Perusa a Santa María de los Ángeles en tiempo de invierno. Sintiéndose atormentado por la intensidad del frío, (…) Padre, te pido, de parte de Dios, que me digas en que está la alegría perfecta (…) Y San Francisco le respondió:

— Si, cuando lleguemos a Santa María de los Ángeles, mojados como estamos por la lluvia y pasmados de frío, cubiertos de lodo y desfallecidos de hambre, llamamos a la puerta del lugar y llega malhumorado el portero y grita: «¿Quiénes sois vosotros?» Y nosotros le decimos: «Somos dos de vuestros hermanos». Y él dice: «¡Mentira! Sois dos bribones que vais engañando al mundo y robando las limosnas de los pobres. ¡Fuera de aquí!» Y no nos abre y nos tiene allí fuera aguantando la nieve y la lluvia, el frío y el hambre hasta la noche. Si sabemos soportar con paciencia, sin alterarnos y sin murmurar contra él (…) escribid que esto es alegría perfecta. Y si nosotros, obligados por el hambre y el frío de la noche, volvemos todavía a llamar, gritando y suplicando entre llantos por el amor de Dios, que nos abra y nos permita entrar, y él más enfurecido dice: «¡Vaya con estos pesados indeseables! Yo les voy a dar su merecido». Y sale fuera con un palo nudoso y nos coge por el capucho, y nos tira a tierra, y nos arrastra por la nieve, y nos apalea con todos los nudos de aquel palo; si todo esto lo soportamos con paciencia y con gozo, acordándonos de los padecimientos de Cristo bendito, que nosotros hemos de sobrellevar por su amor, ¡oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta (…)   Y ahora escucha la conclusión, hermano León: por encima de todas las gracias y de todos los dones del Espíritu Santo que Cristo concede a sus amigos, está el de vencerse a sí mismo y de sobrellevar gustosamente, por amor de Cristo Jesús, penas, injurias, oprobios e incomodidades.  (…)” (*).

(*) Para evitar doble traducción el texto de San Francisco se ha tomado de DIRECTORIO FRANCISCANO — Florecillas de San Francisco (Flor)

 

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