La Sagrada Eucaristía – Corpus Christi

“Santo del Día” – 8 de abril de 1971 (excerptas *)


A D V E R T E N C I A

Este texto es una transcripción de grabación magnetofónica de conferencia del profesor Plinio Corrêa de Oliveira dirigida a socios y cooperadores de la TFP  y no pasó por ninguna revisión del autor.

Si el profesor Plinio Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros, sin duda pediría que fuera colocada una explícita mención a su filial disposición de rectificar cualquier eventual discrepancia en relación con el Magisterio inmutable de la Iglesia. Es lo que hacemos constar, con sus propias palabras, como homenaje a tan escrupuloso estado de espíritu:

“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a las enseñanzas tradicionales de la Santa Iglesia. No obstante, si por lapso, algo en él hubiera en desacuerdo con dichas enseñanzas, desde ya y categóricamente lo rechaza”.

Las palabras “Revolución”, “Contra-Revolución” y R-CR, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959.

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La elevación de la Hostia – cabecera del folio 130 de un Misal decorado por el Maestro de las Iniciales de Bruselas (hacia 1389-1410) – Museo Getty – Los Ángeles – EE. UU.

 

*Varios motivos de arquitetonia y razonabilidad abogan por la permanencia de Nuestro Señor en la Tierra después de su Ascensión

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Ascensión del Señor – Fra Angelico

Al pensar en la Santa Cena, debemos tener en cuenta el siguiente hecho que se me ocurrió una vez. Si una persona, que tuviera fe y supiera que Nuestro Señor Jesucristo era Dios, hubiera asistido a la Crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo y hubiera visto cómo sucedieron todas las cosas tal y como sucedieron, una vez realizada la Crucifixión, y sabiendo que después habría la Resurrección y la Ascensión, esta persona podría preguntarse lo siguiente: una vez realizada la Ascensión, ¿Él nunca más volverá a la tierra? Entonces, ¿hasta el fin del mundo estará ausente de la tierra? ¿Es esto algo arquitectónico? ¿Es algo razonable? ¿Una vez que hizo por el mundo, por la humanidad, todo lo que hizo?

Una vez que Él inmoló Su vida de esa manera tan terrible, una vez que Él rescató a toda la humanidad, una vez que Él contrajo, quiso contraer, accedió a contraer con los hombres que Él salvó esa relación tan especial, de ser Él la cabeza del Cuerpo Místico, que es la Iglesia, y estar continuamente por la gracia con todos los hombres, hasta el fin del mundo. De manera que Él llegaría a ser el alma de nuestra propia alma, el principio motor de toda nuestra vida, en lo que tiene de más noble, de más elevado, que es la vida sobrenatural, la vida espiritual. Siendo así, ¿deberíamos aceptar como verdad que Él subió a los Cielos y que su presencia real en la tierra nunca más se sentiría ni se observaría?

Es decir, ¿tanta unión, por un lado, y una separación tan completa, tan prolongada, tan irremediable por el otro? No quiero decir que la Redención y el sacrificio de la Cruz impusieran a Dios, en rigor lógico, si se puede decir así, la institución de la Sagrada Eucaristía. Me parece que la afirmación sería excesiva. Pero se puede decir que todo clamaba, todo gritaba, todo suplicaba que Nuestro Señor no se separara así de los hombres.

Y que una persona con sentido arquitectónico debería intuir que Nuestro Señor encontraría una forma de estar siempre presente, y presente siempre junto a cada uno de los hombres redimidos por él. De tal manera que, aunque hubiera la Ascensión, al mismo tiempo estuviera siempre en el Cielo, en el trono de gloria que le corresponde, pero que acompañara, paso a paso, el viacrucis de cada hombre aquí en la tierra. De manera que estuviera con cada hombre durante todos los dolores de la vida y hasta el momento extremo en que el hombre dijera a su vez: «Consummatum est».

* Si yo asistiera a la Crucifixión y supiera de la Ascensión, aunque no supiera de la Eucaristía, comenzaría a buscar a Jesucristo por la Tierra.

¿Cómo se haría esta maravilla? Una persona no podría adivinarlo. Pero esa persona debería sospechar seriamente que una maravilla así se realizaría, de tal manera está en las más altas conveniencias de la calidad de Redentor de Nuestro Señor Jesucristo, de nuestro Padre, de nuestro Protector, de nuestro Médico, de nuestro Divino Amigo, hacer por nosotros esta maravilla.

Y creo que, si yo hubiera asistido a la Crucifixión y hubiera sabido de la Ascensión, aunque no supiera de la Eucaristía, comenzaría a buscar a Jesucristo por la tierra, porque no podría convencerme de que Él hubiera dejado de convivir entre los hombres.

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Ermita de Santa María de Muñó – Burgos

Esta convivencia verdaderamente maravillosa se realiza precisamente a través de la Eucaristía. En todos los lugares de la tierra, en todo momento, Él está presente. Está presente en las catedrales opulentas, está presente en las iglesias pobres. Cuántas veces, viajando por carretera, encontramos capillas miserables, minúsculas, con capacidad para apenas veinte o treinta campesinos, dispersas a lo largo de enormes campos abiertos. Pasamos por allí y nos emocionamos pensando: Nuestro Señor Jesucristo estuvo, está o estará realmente presente en esa capilla. Presente con toda la gloria del Tabor, con toda la sublimidad del Gólgota, presente con todo el esplendor de la divinidad, en esa minúscula capilla. De tal manera multiplicó por toda la tierra su adorable presencia.

Miramos a las personas que encontramos en la calle y pensamos: este comulga, aquel comulga, aquel otro también comulga, digna o indignamente, Nuestro Señor Jesucristo estuvo presente en esa persona. Quizás esta semana todavía, quizás hoy todavía, quizás estará presente mañana. Miramos y pensamos: aquí hay un hombre en el que Nuestro Señor Jesucristo estuvo presente ayer, estará presente mañana, estará presente tantas y tantas veces. Un hombre que se transformará, aunque sea por unos minutos, en un sagrario viviente. Pero es mucho más que un sagrario, porque el sagrario contiene las formas, pero el sagrario no comulga las formas. Mientras que nosotros vamos a comulgar las sagradas especies, que serán depositadas en nosotros.

Entonces podemos medir bien la prodigiosa obra de misericordia que realizó Nuestro Señor con la institución de la Sagrada Eucaristía. Tanto como su presencia tiene un valor infinito, también tiene un valor infinito el hecho de que Él esté realmente presente bajo las Sagradas Formas en toda la tierra y en todos los hombres que quieran condescender en recibirlo.

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“… las horas y horas y horas que Él pasa abandonado en los sagrarios, adorado solo por los Ángeles, los Santos del Cielo y Nuestra Señora. Los hombres ausentes y distantes.”

Y también tiene mucho valor imaginar las horas y horas y horas que Él pasa abandonado en los sagrarios, adorado solo por los Ángeles, los Santos del Cielo y Nuestra Señora. Los hombres ausentes y distantes. Él espera que un hombre quiera venir a recibirlo con una docilidad, con una humildad, con una flexibilidad que es verdaderamente desconcertante, cuando pensamos que Él es el Rey del Cielo y de la Tierra. Y es el creador de todas las cosas visibles e invisibles. Se nos presenta en forma de un pequeño disco de harina, colocado por manos humanas en un cáliz hecho por manos humanas, y esperando a que un hombre quiera venir a recibirlo. De tal manera, el Infinito se somete a lo finito, aquel que es la pureza y la perfección mismas, se somete a las buenas disposiciones y, lo que es peor, a veces a las malas disposiciones de aquellos que no quieren recibirlo bien.

Basta pensar un poco en ello para que nuestra alma se desborde de reconocimiento, de éxtasis, de gratitud por lo que Nuestro Señor obró en la Sagrada Cena. Solo una inteligencia divina podía idear la Sagrada Eucaristía e imaginar este medio de estar presente en todas partes y de entrar en todos los hombres. Solo Dios podía realizar esto.

* El papel de Nuestra Señora en la institución de la Sagrada Eucaristía

Y en el día en que se instituyó este milagro, es decir, en el día en que se instituyó este Sacramento, por más que estas verdades sean conocidas, es imperioso, es obligatorio que fijemos nuestra atención en ellas y que, por medio de Nuestra Señora, demos enormes gracias a Dios por la institución de la Sagrada Eucaristía.

¿Solo por intermedio de Nuestra Señora? ¿Debemos utilizarla solo como intermediaria de estas gracias? Si es cierto que todo don que viene del Cielo para los hombres es un don que fue pedido por Ella, porque sin ello el don no habría sido dado, es cierto que Nuestra Señora pidió la institución de la Sagrada Eucaristía a Nuestro Señor Jesucristo. Y que fue por sus ruegos que Él la instituyó. [A Sagrada Eucaristía – Corpus Christi]

Es cierto, por lo tanto, que también debemos agradecerle a Ella la Sagrada Eucaristía. A Él, que se dignó instituir la Eucaristía, y a Ella, que, movida por la gracia, pidió a Dios ese favor tan trascendental y lo obtuvo para nosotros. Este es el pensamiento que no puede dejar de estar presente en nuestros espíritus en este momento.

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Representación medieval de la renovación del Sacrificio del Señor

Hay un segundo pensamiento que también debe estar presente. Es el que se refiere a la Misa. La Eucaristía es, por así decirlo, un corolario de la Misa. Uds. saben que la transubstanciación se produce en el mismo acto en que Nuestro Señor Jesucristo renueva su Pasión. Es decir, la esencia de la Misa, que es la renovación de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, la esencia de la Misa se da en la transubstanciación. Es el acto por el cual el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, por las palabras sacramentales pronunciadas por el sacerdote. Es este acto, que al mismo tiempo es ofrenda, inmolación y también el acto determinante de la presencia real, que luego se conserva en las Sagradas Formas, en los sagrarios.

Debemos pensar en el valor infinito de la renovación del sacrificio de la Cruz. El sacrificio de la Cruz tiene, en sí mismo, un valor infinito. Y cada vez que es ofrecido de nuevo por Nuestro Señor Jesucristo al Padre Eterno, se repite de nuevo el sacrificio de la Cruz.

Entonces, una persona que mirara, después del Consummatum est, después de que las santas mujeres recibieran el cuerpo, que Él fuera embalsamado, que Nuestra Señora llorara sobre Él, que Él fuera llevado después al sepulcro, después de que la Cruz quedara sola en lo alto del Gólgota, y que todo el mundo se hubiera ido, un hombre que se quedara allí solo, con el espíritu lleno de fe, comprendería que aquella Cruz era el símbolo de un acto que también tenía que repetirse, de un acto que, por la misma lógica, convenía enormemente que se multiplicara. Y de un acto que, de hecho, se multiplicó de manera prodigiosa por toda la tierra, y hasta el fin del mundo.

Los teólogos dicen que el sacrificio de la Misa tiene un valor tan inestimable e infinito, al pie de la letra, que si en un día determinado dejara de celebrarse el Santo Sacrificio de la Misa, la justicia de Dios caería sobre el mundo y lo destruiría todo.

De modo que hubo un pintor, no recuerdo cuál, que pintó un cuadro muy bonito que representaba la última Misa en la tierra. En medio del caos y el desorden, un sacerdote celebraba la Misa y ofrecía el Sacrificio a Dios. En ese momento, todos los ángeles estaban listos para caer sobre la tierra y ejecutar la venganza de Dios en el fin del mundo. Pero todos se detuvieron, esperando a que se celebrara la última misa. Porque tal es la reverencia de Dios mismo hacia el sacrificio de sí mismo y ofrecido a sí mismo, que ni siquiera la necesidad de acabar con el mundo haría que Dios precipitara su venganza antes de que se concluyera la Misa.

* El día de la institución de la Eucaristía encerraba en sí dos aspectos: la alegría de la fiesta y la tristeza de la Pasión que se acercaba.

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La Última Cena

Debemos considerar también que ese fue el día de la institución del sacerdocio. El poder de consagrar fue conferido a los apóstoles en esta ocasión. Fueron tres maravillas, por lo tanto, relacionadas entre sí, a las que hay que añadir el lavatorio de los pies. Todo ello en el mismo día en que Nuestro Señor Jesucristo, por así decirlo, termina esa serie de maravillas que es su Iglesia.

Sin embargo, el día de la Eucaristía, que debería ser un día de alegría, el día de la primera Misa, que debería ser un día de júbilo, es un día de júbilo mezclado con tristeza. Tristeza por la Pasión de Nuestro Señor que se acerca, tristeza por el odio satánico y bestial que hervía en torno al salón del Cenáculo, donde Nuestro Señor Jesucristo estaba consumando así su obra. Tristeza por la tibieza de los apóstoles, por su debilidad, que eran, sin embargo, los primeros y más inmediatos beneficiarios de todas esas maravillas. Tristeza por el hijo de la perdición, que estaba sentado entre los apóstoles y que iba a cometer el crimen atroz, el peor crimen de toda la Historia, que fue el de vender por treinta monedas a Nuestro Señor Jesucristo.

Nuestro Señor Jesucristo, Dios, con la presciencia de todas las cosas que iban a suceder, sin embargo, no dudó en acumular tantas maravillas sobre esas pobres personas miserables, que en poco tiempo iban a hacer todo lo que hicieron, y sobre el canalla por excelencia, que hizo todo lo que hizo.

* Una misericordia fija por parte de Dios, que nada puede sacudir ni mover. Pidamos a Nuestra Señora que nos trate como trató a los Apóstoles

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“Nuestra Señora sigue protegiéndonos, sigue ayudándonos, sigue concediéndonos gracias de todo tipo” – Virgen de la Misericórdia – Bonanat Zahortiga (Zaragoza) – Museu Nacional d’Art de Catalunya – Barcelona

Ahí ven ustedes lo que es la vocación, lo que es una misericordia fija por parte de Dios, que nada puede sacudir ni mover. Él tenía la intención de hacer de esos apóstoles los pilares de Su reino. Tenía la intención de construir el reino sobre la tierra. De hecho, colmó a esos apóstoles de dones. Fueron infieles, pero esos dones no se perdieron. Los apóstoles acabaron siendo fieles y las intenciones de Nuestro Señor Jesucristo, Su plan, acabaron realizándose.

Aquí tenemos una idea de lo que puede ser la misericordia para aquellos a quienes Nuestra Señora ha dado una gran vocación. Y tenemos un argumento para estimularnos en medio de nuestras innumerables debilidades. También sobre nosotros Nuestra Señora ha acumulado, guardando las proporciones, verdaderas maravillas. Sin embargo, ¿qué rendimiento hemos dado a esa vocación?

Cuántas razones tenemos hoy para golpearnos el pecho. Cuántas razones tenemos para considerar —ya no digo otras cosas— nuestras confesiones apresuradas, sin verdadero arrepentimiento, nuestras comuniones mecánicas y apresuradas, sin verdadera piedad. Cuántas razones tenemos para pensar en las mil ocasiones en que hemos estado por debajo de nuestra vocación.

Sin embargo, Nuestra Señora sigue protegiéndonos, sigue ayudándonos, sigue concediéndonos gracias de todo tipo. Podemos esperar que Ella tenga la misericordiosa intención de conservarnos como Sus apóstoles para siempre, para la creación del Reino de María (**), a pesar de todas nuestras insuficiencias, nuestras carencias, nuestras infidelidades.

Y así debemos inclinarnos a sus pies y pedirle que nos trate como trató a los apóstoles y que obtenga un trato análogo para nosotros por parte de Nuestro Señor Jesucristo. Es decir, que, cerrando los ojos a nuestras debilidades y miserias pasadas y presentes, e incluso a las que podamos tener en el futuro, que Ella no rompa con nosotros ese pacto de misericordia que quiso establecer. Que Ella quiera mantener ese pacto y hacer llegar pronto el día mil veces feliz en el que nos confirme en la fidelidad. Y en el que podamos ser finalmente para Ella motivo de una alegría estable, permanente, duradera, sólida y seria, por nuestra gran fidelidad.

Esta es la gracia que especialmente debemos pedir el Jueves Santo.

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NOTAS

(* ) Nota del sitio: esta conferencia fue hecha a propósito de la fiesta del Jueves Santo, institución de la Sagrada Eucaristía. Pero la meditación del Prof. Plinio sobre el valor de la Sagrada Eucaristía es tan tocante que puede, sin prejuicio alguno, aplicarse a la fiesta del Corpus Christi, lo que hacemos aquí para beneficio de nuestros visitantes).

(**) Reino de María: San Luis María Grignion de Montfort (1673-1716), en su Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, prevé la instauración en la Tierra de una era «en la que las almas respirarán a María como el cuerpo respira el aire», y en la que innumerables personas «se convertirán en copias vivientes de María» (cap. VI, art. V). A esta era la llama Reino de María. Esta profecía se une orgánicamente con la de Nuestra Señora en Fátima. En efecto, después de predecir varias calamidades para el mundo, Ella afirmó: «Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará». Para más detalles sobre el tema, véase: El Reino de María desde la perspectiva montfortiana (en portugués).

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