La Virgen María: el cúlmen de la Creación

“Santo del Día” — 24 de noviembre de 1979


A D V E R T E N C I A

Este texto es transcripción de cinta grabada con la conferencia del profesor Plinio Corrêa de Oliveira dirigida a los socios y cooperadores de la TFP. Conserva, por tanto, el estilo coloquial y hablado, sin haber pasado por ninguna revisión del autor.

Si el profesor Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros sin duda pediría que fuera colocada una explícita mención a su filial disposición de rectificar cualquier eventual discrepancia en relación al Magisterio inmutable de la Iglesia. Es lo que hacemos constar, con sus propias palabras, como homenaje a tan escrupuloso estado de espíritu:

“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a las enseñanzas tradicionales de la Santa Iglesia. No obstante, si por lapso, algo en él hubiera en desacuerdo con dichas enseñanzas, desde ya y categóricamente lo rechaza”.

Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959.

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Meditación sobre Nuestra Señora como Reina del Universo: “Ella es una brisa, Ella es un volcán, Ella es un cielo, Ella es un sol, Ella es un diamante, Ella es un águila, Ella es una paloma, Ella es un cordero, Ella es un león, Ella es todo; Ella es mucho más que todo: Ella es la Virgen María, Madre de Dios”

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Este va a ser, mis caros, un “Santo del Día” improvisado por excelencia, porque cuando venía hacia aquí, me dijeron con esa suavidad con la que se suelta una noticia un poco complicada: «Dr. Plinio, ¿qué tal un Santo del Día sobre Nuestra Señora, desde el punto de vista metafísico?».

Les dije que ese tema es tan amplio e inesperado que, literalmente, será totalmente improvisado. En ese momento se cerró la puerta del coche, pasó algo y me dijeron rápidamente: «Sí, los sábados son muy duros, ¿no?». Estuve de acuerdo; los sábados son muy duros y salimos hablando de lo duros que son los sábados, rezamos y en eso llegamos.

No tuve ni siquiera tiempo de concatenar dos ideas para hablaros de este alto tema, por lo que lo expondré tal y como se encuentra en mi espíritu, con todas las improvisaciones y todas las inadecuaciones propias de lo que se produce de momento, y me sitúo en la idea a la que ya me he referido varias veces: el pasaje del Génesis en el que Nuestro Señor creó el universo y, después de haberlo creado, descansó, diciendo que consideraba que cada cosa hecha era buena, pero que el conjunto era óptimo, es decir, que cada cosa hecha era también bella, era también verdadera, pero que el conjunto tenía mucha más verdad, belleza y bondad que cada cosa individualmente considerada.

Lo que no se suele decir, pero que es el fondo de la cuestión, es lo siguiente: cuando Nuestro Señor tuvo como intención crear el universo, tuvo como intención que el Verbo se encarnara, y tuvo como intención que todo estuviera ordenado desde el primer momento para ser reflejo de Nuestro Señor Jesucristo y, por lo tanto, también de Nuestra Señora. Dentro de un momento hablaré de Nuestro Señor Jesucristo y de Nuestra Señora, estableciendo la distinción infinita que hay entre Él y Ella.

Pero el centro de toda la concepción fue, cuando Él creó la materia, cuando creó los seres espirituales vinculados a la materia, hacer la obra maestra de todo este orden y hacer que todo lo que Él creara reflejara esta obra maestra y estuviera ordenado a esta obra maestra. De modo que cuando la Tierra era, como dice la Escritura, inanis et vacua, es decir, aún no tenía forma y estaba vacía, y podemos imaginarlo a partir de todas las descripciones que los astrónomos dan sobre las estrellas y que, de una manera u otra, nos pueden dar una idea de las etapas por las que pudo haber pasado la Tierra antes de tomar su aspecto actual.

blankEntonces, en el momento en que, digamos, el globo terráqueo no era más que materia incandescente, y una materia incandescente que tenía diversos colores, y esos colores y esas llamas brotando alrededor de la materia incandescente, y del fondo de la materia incandescente, constituían una pirotecnia celeste, que solo Él veía, pero que Él podía ver plenamente y eran entonces los divinos fuegos artificiales creados por Él, con una belleza para que Él mismo la contemplara; el primer cohete pirotécnico lanzado en el universo y que tenía toda la belleza de un chorro que sale de Su mano, sale un fuego y vemos que era la Tierra. Él ya tenía la intención de que todos los aspectos que tenía la Tierra en ese momento, y todo el verum, bonum, pulchrum que tenía en ese instante, reflejaran ya las llamas del Sagrado Corazón de Jesús y del Sapiencial e Inmaculado Corazón de María.

Desde entonces, se fueron estableciendo incontables bellezas. Y tenemos la impresión de que al principio la Tierra —es la impresión que tienen quienes nunca han estudiado estos temas y que hablan solo de forma óptica, visualmente, en una primera impresión— y toda la naturaleza eran de una fuerza extraordinaria, y que con el tiempo esa fuerza,  que tenía algo de descontrolada, se fue concatenando; a veces era solo agua, a veces era solo piedra, a veces era solo fuego, a veces era solo tierra, luego cambiaba y quedaba no sé de qué manera y eso evolucionaba y presentaba formas de belleza inauditas, pero en las que no había vida.

Todo eso ya reflejaba también la fuerza de los pensamientos, deliberaciones y sentimientos de Nuestro Señor Jesucristo y de Nuestra Señora, y no hubo ningún aspecto de la Creación en esas pre-eras pre-primitivas que no fuera una especie de profecía de lo que serían Nuestro Señor Jesucristo y Nuestra Señora.

No lo sabemos, no lo hemos visto, pero cuán felices serían aquellos geólogos, aquellos astrónomos que tuvieran suficiente espíritu de fe para volver a aquellos tiempos remotos y tratar de reconstruirlos, e inspirar a artistas que trataran de pintarlos y luego decir: ¿qué intención tenía Él en eso?

Entre otras cosas, la intención era que un día, en una sala, un hombre con su progenie espiritual dijera: así fue porque un día vendría el Prometido de las naciones, vendría Aquella que era la mera obra maestra creada, o la obra maestra meramente creada, Madre de la obra maestra creada que ya tocaba al Creador, y que por eso escapaba al orden de lo meramente creado. Y que los dos juntos, uno en la punta de la mera creación y la otra, la humanidad de Nuestro Señor Jesucristo ya en la punta de la Creación, pero por así decirlo con el busto en el cielo, tuvieran de antemano todas las bellezas de tal fuego, toda la grandeza de tal explosión, todo el torrente de lava que corría, toda la fuerza que abrió tal abismo, y que todas las tristezas o alegrías de sus Corazones fueran simbolizadas por las aguas cuando comienzan a llenar las cavidades marítimas, con un torbellino y un murmullo que iba creciendo y creciendo y luego se estabilizaba magníficamente.

Todas estas escenas representaban los movimientos de alma de Nuestro Señor Jesucristo y los movimientos de alma de Nuestra Señora, y nos hacen comprender, por ejemplo, algunas cosas que son simplemente indescriptibles e inconcebibles para el espíritu humano, como, por ejemplo, lo que pasó en el alma de Ella y en el alma de Él, en el alma santísima de Él, en el momento en que dijo «consummatum est», cuando se produjo el hecho sumamente doloroso del desgarramiento que se produce cuando el alma abandona el cuerpo y el cuerpo queda en estado cadavérico. El alma, en ese momento, tendrá conciencia de ello —y esa conciencia coincidirá con un pináculo de vindicta, infelicidad y malestar en el cuerpo— y se rompe la cosa.

Para que se hagan una idea de lo que es, imaginen todas las dilaceraciones de las que es capaz el cuerpo humano, imaginen que una tortura increíble nos arrancara a cada uno de nosotros las primeras falanges de los dedos, y luego nos arrancara las segundas y terceras falanges, sin anestesia. Pueden imaginar el dolor que algo así puede representar, ¡algo inconcebible! Cuán menor es el dolor de ese desgarro que el dolor de la muerte. No tenemos idea de lo que podemos sufrir en el momento de morir, pero el alma, al salir del cuerpo, produce un desgarro incomparablemente mayor; es un malestar incomparablemente mayor, es terrible, pero es bueno abrir los ojos.

Una de las últimas veces que fui al oculista, presencié la siguiente escena: días antes había estado allí un matrimonio llevando a un niño que tenía dolores de cabeza, etc.; el oculista lo examinó y dijo lo siguiente: mañana temprano habrá que sacarle los ojos, porque tiene una distonía de los nervios o de las venas del cerebro, y morirá si sigue teniendo vista. Y los padres tuvieron que ocultárselo al niño, lo empujaron fuera, seguramente una enfermera se quedó cuidando al niño, y los dos se echaron a llorar. Porque es un trauma… ¡Se pueden imaginar qué trauma! Es difícil de expresar.

¿Han pensado alguna vez en lo que siente el alma en el momento en que abandona la vista, en que abandona todo el cuerpo? Porque si arrancar los ojos es así, sentir cómo mueren los ojos, ¿qué será? Y sentir cómo muere todo el cuerpo, el principio vital que sale de dentro y se arranca, ¿qué es? A nosotros nos consuela nuestra miseria, porque eso ocurre de una manera —antiguamente se decía, no sé si la expresión se conserva todavía, zis-zas, algo fulminante— zis-zas, en un golpe, la persona ni siquiera se da cuenta bien, muere, sufre lancinantemente, pero muere.

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«Epitafio de Katharina Held de Núremberg», del Maestro de Núremberg, circa 1518.

Pero, Nuestro Señor murió poco a poco, murió gota a gota; en Él no había debilidades del subconsciente, en Él todo era consciente, y sintió hasta lo más profundo de su alma esa disociación y esa ruptura, y Ella, que lo conocía como nadie conoció jamás a nadie, nunca nadie conoció a nadie como Ella lo conocía —mejor que como Ella lo conocía a Él, solo como Él la conocía a Ella—, Ella veía todo lo que estaba pasando, veía la sangre que corría, la respiración que jadeaba, la vida que se apagaba, y en el momento del «consummatum est», Ella, que fue concebida sin pecado original y que tenía la sabiduría que ninguna criatura había tenido jamás, Ella supo por completo lo que Él estaba sufriendo. En ese momento, Ella ni siquiera se sentó, ni siquiera se desmayó, y quiso que lo que estaba sucediendo fuera para aplastar al demonio, regenerar al género humano y glorificar a Dios.

Podemos imaginar la fuerza de esa voluntad, la claridad con la que Ella sabía las razones por las que tenía que querer, la fuerza con la que tuvo que querer lo que quiso, y el tumulto sinfónico y armónico de todos los dolores dentro de Ella, como si un órgano tocara con todos los registros conectados, y sufriendo con toda su alma.

¿Es o no es cierto que los acontecimientos más gigantescos de la prehistoria solo dan una idea de la fuerza con la que sucedió aquello en ese momento? Cuando las aguas salieron de las entrañas de la tierra —así lo imagino, no estoy dando una clase de ciencia, estoy dando una clase de ficción no científica, estoy haciendo una digresión de ficción no científica— y se precipitaron por todos lados en los mares, debió ser un ruido, un estruendo de agua, algo fenomenal, grandioso, ¿no? No expresaban lo que era la resolución que salía del fondo del ser de Ella y que decía: «¡No! ¡Él debe morir porque la gloria de Dios lo pide! ¡Hijo mío, muere, te ofrezco!».

¡Ah!… ¿Qué fue eso? No se tiene ni idea.

Entonces, todos los hechos de la historia, las revoluciones humanas, los pecados humanos, las virtudes… para decirlo todo, Carlomagno queda reducido a menos que un enano, a un microbio en comparación; él, el hombre pináculo de la cristiandad, queda reducido a un microbio en comparación con este hecho. Tan extraordinario que, si [Carlomagno] tuvo alguna grandeza, como la tuvo, fue porque existió esa grandeza, se inauguró una forma de ser grande que ni siquiera los hombres conocieron, y que es la grandeza cristiana que refulgió en él de manera tan magnífica.

Para que Uds. vean cómo Dios hizo las cosas ordenándolas unas a otras, deben considerar que después de que la Tierra pasó por todos esos estados que nos asustan y nos parecen casi desordenados en su violencia, Dios la fue templando  y haciendo que se enfriara, que fuera perdiendo su gigantismo y que, de alguna manera, fuera perdiendo su magnificencia. ¿Dónde están las grandes llamas? Los incendios en la Tierra son más raros, episódicos, rayos en el cielo de vez en cuando, la bóveda celeste, la luna, el sol más la tierra enfriada. ¿Dónde está el magnífico antorchero que brillaba en la presencia de Él? ¿Dónde están esos cráteres, esos estruendos, esos rugidos, todo ese preapocalipsis? Se diría que la Tierra se apocó al entrar en orden, y se diría que Dios estaba permitiendo que su obra maestra decayera. Señor, ¿por qué dejas que esto siga así? Su respuesta sería muy simple. Alguien que estuviera vivo en ese momento, los Ángeles tal vez, contemplando eso, si no supieran cuál era su intención, los Ángeles tal vez le preguntarían con cánticos inefables: Señor, ¿qué ha sucedido para que estas cosas revelen menos tu magnificencia? Y Él diría: Ya lo veréis.

Cuando todo entró en orden, los ángeles comprendieron que el orden del todo es más bello que la magnificencia de una sola cosa, y que el equilibrio de una situación global que abarca todas las bellezas anteriores, pero combinadas y ordenadas, tenía una belleza superior que no llega tanto a los sentidos, pero que la mente aprecia más, y que por eso era más digna de los ángeles. Y tal vez algunos Ángeles hubieran cantado, o todos, si no hubieran sabido ya de la Encarnación del Verbo:

«Os damos gracias, Señor, porque ahora comprendemos el don de la inteligencia que nos habéis dado». «Inteligir lo que se volvió menos llameante, menos estruendoso, pero más comprensible, es algo más bello que lo que Vos hicisteis. El orden es más bello que los elementos más bellos, cuando estos no encajan en el orden».

Y si así hubiera sido, Dios habría sonreído y les habría respondido: «No habéis visto nada». Porque se habían creado las primeras condiciones para que Él diera la vida, y aparecieron los vegetales.

Es decir, la vida no era posible en aquel estallido, en aquella agitación, en aquellas convulsiones, pero cuando se abrieron las primeras plantas, ¿pueden imaginar ustedes el primer verde? ¿La primera flor? ¿El primer crecimiento? ¿Los cánticos en el cielo? Entonces, la vida entra como algo más noble y bello que todas las evoluciones de la materia, y una pequeña hierba que crece un poco, por un fenómeno interno suyo, un principium vitae, por donde en las entrañas oscuras de la tierra tomó no se sabe qué minerales y se movió sobre sí misma y creció un poco más, tiene más belleza que todo el movimiento de los astros. ¿Por qué? Porque es vida.

Entonces todos los ángeles podrían decir —todo esto es hipotético, creo que los ángeles lo sabían todo, pero, en fin—: «Señor, ¡cómo la vida os representa mejor que todas las cosas sin vida! Las cosas sin vida son tan magníficas, ¿cómo son las cosas con vida?

«Esa vida que vemos, que admiramos, pero que detrás de ella hay más de lo que manifiesta, y que es inagotable. El misterio de la vida, Señor, ¡Vos bendecimos por el misterio de la vida que habéis creado!».

Se puede imaginar el globo que comienza a llenarse de todas las variedades vegetales, y de cada vez nuevas especies, nuevas modalidades, etc., etc., hasta que Dios plantó todo su jardín, en todo el globo, teniendo en el centro el Paraíso terrenal. Alguien que viera esto desde lejos diría: «¡Pero, Señor, qué maravilla! ¡Qué cosa tan extraordinaria!».

Llegaron los animales, y con ellos otro grado de vida, la capacidad de sentir y la capacidad correlativa de moverse. Ya se puede imaginar la belleza que supuso cuando los primeros animales comenzaron a moverse y a sentir, y todo el universo se regocijó porque había un grado más de vida en él. ¡Cómo se hicieron pequeñas las plantas cuando fueron superadas por los animales! Pero podemos imaginar bosques colosales que apenas daban cobijo, para que los animales se sintieran a gusto en ellos, y tal vez fue cuando la naturaleza vegetal disminuyó un poco que apareció la naturaleza animal.

blankConsideremos los primeros animales —todo esto son hipótesis—,   ustedes habrán visto fotografías de dinosaurios: ¡una cosa muy extraña! Seres enormemente abdominales, con patas elefantiásicas, y todo lo relacionado con la cabeza tan pequeñito. El cuello, un enorme tubo que conduce a una cabecita que no sabemos para qué sirve. ¿Cómo era eso? ¡Pero qué poder en un dinosaurio! Eso también se fue equilibrando. Llegaron las nieves, llegaron las tragedias; las especies animales toscas, primitivas y desequilibradas fueron desapareciendo y apareciendo la creación con su aspecto actual. Se estaba preparando la llegada del hombre.

Uds. pueden imaginar lo que fue realmente el momento en que Dios creó a Adán a su imagen y semejanza. Era el rey entrando en la sala del trono amueblada.

Imaginen las cosas así: que un profeta hubiera visto de antemano cómo sería Carlomagno, y hubiera preparado la corona, hubiera preparado la sala del trono, el trono y el imperio para que Carlomagno naciera, y en cierto momento Carlomagno fuera coronado; es decir, él era la obra maestra para la que todo eso se ordenaba. ¡Nació Adán!

Y Adán fue el más bello y completo de los hombres creados antes de Nuestro Señor Jesucristo, de tal manera que él, que era el origen de toda la raza humana, contenía en sí mismo, como en su primer esplendor, o en su primer foco, todas las cualidades que los hombres tendrían en el futuro; era como una personificación de la humanidad.

Pero ustedes deben ver la escena: Dios y el universo preparados para recibir al hombre, tomando el barro y actuando sobre él; ¡qué movimientos magníficos habría hecho el barro! ¿Cómo sería ese barro? ¿Qué porción de ese barro y dónde en el paraíso estaría ese barro? Uds. deben recordar que no era la arcilla de la tierra del exilio, no era la arcilla que se ve en las alcantarillas, sino que la arcilla del paraíso es una arcilla con el color de las joyas. Estamos acostumbrados a ideas que no sé de dónde vienen porque nacimos en la prisión, pero en el Paraíso, ¡cómo sería esa arcilla! Y podemos imaginar, antes de que Adán naciera, que la fuerza del Altísimo se posó sobre una determinada porción de arcilla; esa porción se volvió luminosa y se destacó del resto de la arcilla.

Era, sin duda, la arcilla de las arcillas, la sustancia de las sustancias, la materia de las materias en la que Dios actuó para modelar al hombre de los hombres. Y después de un cierto momento, Él insufla la vida, y Adán, ya adulto, toma conciencia de sí mismo, ve a Dios y lo adora.

Pueden imaginar fácilmente cómo habría sido una escena como esa, una escena maravillosa, en la que no solo Adán nació con todo eso, sino que sin duda la gracia de Dios, el esplendor de Dios se proyectó sobre él en ese momento con una fuerza especial, y él se encontraba en una situación que, dadas las infinitas diferencias, tal vez podría compararse con la de Nuestro Señor en el Tabor, es decir, irradiando toda la gloria que, en el simple hombre, pero en el hombre, podía caber. ¡El padre de las naciones, el padre de los pueblos!

Más tarde, considerando que no convenía al hombre estar solo, que era necesario, para que el género humano reflejara bien todas las perfecciones de Dios, que hubiera criaturas de otro sexo, que a su manera fueran una versión delicada de lo que Adán era en línea fuerte, para que la dicotomía tuviera una variedad más espléndida en la unidad, Él quiso afirmar la soberanía de Adán al mismo tiempo que creaba algo más delicado que Adán.

Y entonces, durante un sueño profundo de Adán, Él le tomó una costilla. Uds. pueden imaginar la escena: el hombre de los hombres durmiendo, con el sueño que debería ser el sueño de los sueños, un sueño profundo, un sueño oceánico, una respiración purísima, al mismo tiempo fuerte como la noche y delicada como una brisa, él acostado noblemente sobre no sé qué hierbas o sobre no sé qué flores, con no sé qué pájaros listos para cantar cuando él abriera los ojos, o qué flores listas para abrirse cuando él finalmente se sentara, todo colocado a su lado. En ese sueño profundo, el poder de Dios desciende sobre él y se fija en una costilla, y la cose como quien cose una flor, sin herir, sin dañar, solo quitando, y de esa costilla hace a la criatura femenina, con toda su gracia, todo su encanto, toda su nobleza, toda su modestia, toda su pureza, la dama de las damas, por no decir la mujer de las mujeres.

Y cuando Adán se despierta, ve a Eva, ambos se conocen y ninguno le hace al otro la pregunta egoísta: «Me gustas», sería rebajarse enormemente. La pregunta era otra: «¡Cómo reflejas a Dios! ¡Qué maravilla! Dios mío, te doy gracias». Y Eva habría dicho: «¿Este es entonces mi señor? ¿Este es entonces mi otro yo? Dios mío, ¡en su fuerza me siento amparada y veo Vuestra grandeza!»

Se habría postrado ante él y habría dicho: “Oh tú, que eres una mera criatura como yo, pero que para mí representas a Dios, oh mi dulce Dios en la tierra, te venero”. Y él la habría mirado y habría dicho: “Oh tú, en quien Dios ha puesto de manera destacada lo que hay en mí, pero que no podía, por la limitación de mi naturaleza, tener tanta prominencia como poniéndolo en ti separado, tú que eres un símbolo de varios aspectos de lo que hay de más noble en mí, te respeto”.

Y fue en ese acto mutuo de religión que Adán habría dicho: “Dios mío, cuán grande y fuerte sois cuando Vos representáis frágil; sois grande en la hormiga, sois grande en la flor, sois grande en tantas cosas débiles que habéis creado, como sois grande en esa criatura débil y delicada que habéis creado para ser vuestra imagen y semejanza. ¡Dios mío, vos alabo!”.

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El Koh-I-Noor incrustado en la corona real inglesa

Eva era la mujer de las mujeres, la dama de las damas; Adán era el hombre de los hombres. Para Adán —por cierto, él era el hombre de los hombres— y para ella, fue creado todo lo que les rodeaba, y ellos no eran más que la corona imaginada para incrustar allí el colosal Koh-I-Noor, la fabulosa piedra preciosa que daría a la corona todo su sentido, sin la cual la corona no tendría sentido.

Y es metafísicamente cierto que la tierra no podría haber sido creada sin el hombre; era necesario que existiera el hombre para que existiera la tierra. Entonces, Él creó primero lo que [le] debía servir, para luego crear al señor, para que el señor nunca quedara desatendido y desajustado; y así creó a Adán, más grande aún que esa obra maestra que era Eva. Y la obra de la Creación estaba completa.

Así comprendemos cómo Dios tiene planes enormes, de una sabiduría infinita, de una grandeza inagotable, insondable para nuestro espíritu humano, cuando discernimos con qué vastedad de horizontes Él planea, con qué amplitud de poderes Él ejecuta, y cómo todo sale a la perfección.

Bien, cuando hizo todo esto, aún no había hecho nada; tenía la intención de que algún día viniera quien dejara a Adán absolutamente atrás, por una superación sin igual, que dejara a Eva absolutamente atrás por una superación, a su manera también sin igual. Y en el plan divino estaba que los hombres nacieran, crecieran y se multiplicaran a partir de este primer matrimonio, para llegar al momento en que hubiera de nuevo un par humano, aquí ya como la cima de una montaña. Ya no es como la fuente de la que nacieron todas las aguas, sino como la cima de una montaña situada en el centro del universo y para cuya gloria existe el universo. Debía nacer una Virgen que fuera la Madre perfecta y que Él mismo tomaría como esposa y en la que el Divino Espíritu Santo engendraría al Hombre-Dios, la naturaleza humana a la que se uniría el Hombre-Dios.

Y ese momento sería el más noble, el más bello, el más elevado de todos los momentos de la creación. Cuando decimos en el Ángelus: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros», no comprendemos que todo lo que sucedió anteriormente fue como un gran prefacio, una sinfonía incomparable para ese acontecimiento, cuando Dios elevaría a un consorcio con la naturaleza divina a un Hombre de tal manera que, siendo enteramente Hombre y teniendo incluso alma de Hombre, formara con Dios una sola Persona.

blankAnunciación – Fra Angelico – Museo Diocesano, Cortona

Esa elevación, lo que sucedió en ese momento en Nuestra Señora, lo que se dice en el Evangelio: «La virtud del Altísimo te cubrirá», ¿qué significa eso? ¿Qué hechos, qué grandezas, qué glorias? ¿Cómo se acompañó eso? ¿Cuál fue el escenario de todo esto? ¿Cómo sucedió todo esto? Si fuera posible verlo literalmente, la admiración sería tan intensa que todos perderíamos la vida, nuestras almas se separarían de nuestros cuerpos y perderíamos la vida de admiración; no lo entenderíamos, nos partiríamos al considerar este aspecto.

Ahora bien, lo que sucedió tuvo como contrapartida lo contrario, la disociación y la muerte, y luego tuvo otra contrapartida, la Resurrección. Se ve bien la analogía que hay entre el momento en que la virtud del Altísimo se posó sobre el barro paradisíaco, comenzó a formar el muñeco y le insufló vida, la analogía que esto tiene con la Encarnación del Verbo, en la que la materia paradisíaca era el propio cuerpo de María, en una concepción virginal en la que no interviene más que la carne y la sangre de Ella, nada más, y la virtud del Altísimo. Ella fue incomparablemente más noble que esa primera arcilla, ese primer elemento si quieren, esa costilla en la que Él se encarnó y sucedió lo que todos ustedes saben.

¿Se puede imaginar cómo cantó el cielo cuando sucedió esto? Muy bien, el alma de Nuestra Señora lo sabía todo, porque Ella conocía lo que sucedía dentro de ella, no como lo conocemos nosotros, sino como quien gobierna toda su propia naturaleza. Y así como yo estoy gesticulando con mi brazo y sé lo que estoy haciendo con él, así Ella conocía todo lo que pasaba en Ella, y Ella conoció, admiró y amó la gloria de lo que pasaba en Ella más que todos los Ángeles del cielo y más que todas las criaturas que vendrían, más de lo que todos los profetas habían podido vislumbrar, más de lo que todos los santos hasta el fin del mundo; sin comparación Ella entendió, y la correspondencia que Ella dio a esto dio más gloria a Dios que todo lo demás [de la creación]. Ella sola. Quae est ista? [Cant 6-9: “quae est ista quae progreditur quasi aurora consurgens pulchra ut luna electa ut sol terribilis ut acies ordinata”]

Ustedes me preguntaban hace un momento: ¿Quae est ista? Y yo diré: ¿Con qué palabras alabarla? ¿Podemos describirla, alabarla? ¿Qué es el vocabulario humano? Y, además, después de haberla descrito, ¿para qué alabarla? ¿Añade algo decir que Ella fue grande, después de haber dicho eso? ¿Añade algo decir que Ella fue bella, que Ella fue noble, después de haber dicho eso? Este acto más noble que la creación del universo, que es la Encarnación del Verbo, se produjo en Ella, con la colaboración de Ella y su santísima alma. El Sapiencial e Inmaculado Corazón de María estuvo en toda la proporción para la que había sido creado para darle gloria a Él, y esa proporción no tenía proporción con todo el resto del cielo. “Hic taceat omnis lingua”: ante esto, que todas las lenguas callen [12. Tratado de la verdadera devoción a la Virgen – San Luís María Grignion de Montfort].

Si pudiéramos ver a Nuestra Señora, después de lo que estamos hablando… No sé si ustedes se imaginan lo que sería si, de repente, nos avisaran: Ella está en la habitación de al lado y quien quiera puede entrar. No sé si ustedes sentirían… Yo sentiría una enorme atracción, pero al mismo tiempo diría: Domina, non sum dignus ut intret sub tectum tum. Porque, ¿cómo acercarme a esa pureza? ¿Cómo llegar a esa elevación? ¿Cómo admitir la idea de que sus ojos puedan posarse en mí, Ella que vio y conoció [lo que hemos comentado]? No hay palabras. Pero, por otro lado, podríamos decir: si la veo, veo a Aquella que vio, y en los ojos de Aquella que vio veo algo de lo que Ella vio. Entonces voy.

No lo sé bien, las generaciones cambian; tal vez hubiese un tropel dentro de la sala. No sé bien qué habría. Pero no está mal que lo recuerde y sería muy saludable un examen de conciencia antes de subir a tales cúlmenes. ¡Cómo somos nada y cómo somos pequeños!

Entonces, podemos imaginar lo que fue ese momento y la analogía que tiene con un tercer momento que es la Resurrección. Su cuerpo encerrado [por] una piedra, dos guardias romanos, groseros, colocados allí con lanzas, con armaduras, para enfrentarse a quien fuera, y una noche profunda dentro de la tumba. Dentro de la tumba, un silencio profundo, una oscuridad tan completa como solo había en otro lugar del mundo: en el alma de María. ¡Su Hijo estaba muerto! No estaba definitivamente muerto, ella lo sabía bien, pero Ella, que había asistido a esa encarnación del Verbo, ¡haber asistido al estrangulamiento! ¡Cómo era eso! ¡Se puede imaginar lo que ella sintió en el momento de su muerte! ¡El dolor de ese pecado cometido y de esa separación consumada! Y lo que nunca debería separarse, allí estaba separado, en la oscuridad, abandonado por los hombres.

Noche en el alma de los Apóstoles. Ustedes dirán, ¡pero estaba San Juan! San Juan… poco antes, en el Huerto de los Olivos, ¡lo que había hecho! ¡Quién puede saber en qué estado se encontraba esa pobre alma! Ciertamente, él la había recibido como Madre y allí había tenido cierta regeneración, pero aún faltaba Pentecostés. ¿Cómo estaba San Juan?

Después, San Juan la estaba cuidando. Ella, sin embargo, en cierto momento, cuando llegó la hora decretada por la sabiduría de Dios y por la bondad de Dios, cuando llegó esa hora, Ella vio que una luz sobrenatural entraba en aquellas profundidades, Ella vio que los ángeles acudían allí por miríadas, y Ella vio de repente que el cuerpo se estremecía…

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Aparición de Nuestro Señor Jesucristo resucitado a la Virgen

Tríptico de Miraflores conservado en Staatliche Museum (Berlín) – Roger van der Weyden

¿Es o no es cierto que esto se parece a la Creación? ¿Y que el cadáver de Él se parece al cuerpo hecho para recibir el alma y que hay analogías celestiales en ello? Podemos imaginar el estremecimiento, el sobresalto de Ella. Creo que en ese momento Ella se levantó y quedó extasiada y tal vez brilló con una luz extraordinaria, tal vez se elevó unos pasos por encima del suelo y tal vez cantó; es perfectamente posible que Ella haya cantado el Magníficat.

Les voy a dar una gota de barro de la tierra en medio de ese ambiente celeste; veo inmediatamente por sus caras que sería mejor no ponerles el problema de la tierra, pero es bueno poner barro de la tierra, es bueno, es bueno. En ese momento, algunos apóstoles podrían estar en la sala, y si estaban con el mismo estado de ánimo que tenían en el Huerto de los Olivos, cuando Ella debió iluminarse por completo, debió elevarse del suelo; ellos habrán pensado que era una bagatela, pensaron que no tenía importancia… Así es.

Y si poco después pasó cerca una cohorte romana, debieron comentar que era la cohorte de Publius Munitius, conocido suyo, y debieron tener miedo; todos estaban concentrados en trivialidades, y al ver esa escena era como si no la vieran; al presenciar ese esplendor, era como si no se dieran cuenta, y al verla levantarse de la tierra, ¡milagro! «¡Pero yo ya he visto tantos milagros! ¿Qué milagro es este? Quiero saber de Publius Munitius, que es un hombre importante en la ciudad y que cuando sale a la calle me saluda amablemente, o me apuñala con una lanza; adiós a los milagros, yo quiero la tierra».

Esta es la tierra, este es el barro; de este barro estamos hechos, concebidos en el pecado original, no lo olvidemos, y es indispensable decirlo, para tener algo llamado juicio; sin eso, ¿quién tiene juicio? Es indispensable.

La Resurrección provocó alegrías que no podemos imaginar; esas alegrías estaban hechas de admiración, de amor y de explosiones interiores. Para no ir más lejos, imaginen la alegría que causó el alma de Él al ir al Limbo. El infierno al que fue no es el de Satanás. Infer, en latín, significa abajo, regiones inferiores del Limbo, donde estaban las almas que no habían sido bautizadas y que no podían ir al cielo mientras Él no muriera, así que, cuando entró en el Limbo, había gente que llevaba esperando cuatro o cinco mil años, separada del cuerpo y sin ver a Dios, esperando que viniera el Esperado de las naciones, y sin saber cuándo vendría.

Y allí estaba Adán, viendo en cada hijo que entraba a otro infeliz que su pecado había creado, y que iba a sufrir allí en el Limbo, en la larga espera del Mesías, y aun así Adán daba gracias a Dios por haberse salvado. Se puede imaginar lo que sería; el alma de Adán ya no estaba sujeta a las tristezas de la contrición, porque él estaba en paz con todo; Uds. saben que Adán y Eva están en el cielo e incluso pueden ser venerados; se arrepintieron amargamente de lo que hicieron. ¡Pero podemos imaginar lo que era eso! Y esas almas que esperan y esperan, el Limbo se va llenando; las almas no ocupan espacio, pero ya no caben en el Limbo, por así decirlo, ¡y Vos aún tardáis! Cuando de repente Él apareció, ¡se puede imaginar la explosión de alegría! Pero cuando salió del Limbo, se llevó todas esas almas al cielo y esas almas fueron colocadas en los tronos que les correspondían y que los demonios habían dejado vacíos. ¡Gran efervescencia de odio en el infierno!

No sé si alguna vez habrán imaginado lo que es el odio de un hombre que ha abandonado un bien muy preciado y ve que otro viene, se apropia de él y lo utiliza mejor. No sé si pueden imaginar lo que es algo así. Voy a poner un ejemplo muy vulgar: imaginen a un individuo que tiene un coche precioso, se emborracha y tiene un accidente con el coche. Queda incapacitado para conducir y el coche va al taller, donde lo reparan magníficamente, y ve a otro que pasa con ese coche delante de su casa, lentamente. Él está con el cuerpo destrozado y ya no usa el coche; ve al otro usar con sensatez el coche que él no supo usar, utilizar con la salud y la integridad física que él no supo aprovechar correctamente. Ahhhh… ¿Cómo es eso?

Ahora imaginen, no un automóvil, sino un trono en el cielo, y el hombre que el demonio despreció tanto se sienta entre el cántico de todos y Dios entronizándolo.

En la ceremonia de coronación de los reyes de Inglaterra hay un acto muy bonito, que es una tribuna reservada para los lores, y todos los lores están con sus trajes de gala, las damas también, pero ellos con la frente normal. En el momento en que coronan a la reina, suenan los cañones y las campanas, todos los lores toman su corona y se la colocan en la cabeza, y vemos ese mundo de manos que se mueven, la corona en sus cabezas. La entronización de un lord en el cielo es mucho más hermosa que esta, porque quien coloca la corona en su cabeza no es el propio lord, sino Dios quien le corona.

blankFra Angélico – Jesucristo en el Limbo

1441-42 – Convento de San Marcos, Florencia

¡Qué gran alegría en el Limbo! ¡Pero qué alegría en todo el cielo! Gran alegría de las almas que habían estado en el Limbo. ¡Qué alegría en todo el cielo!, medio reconstituido en su gloria y ya con la alegría de algunos tronos no vacantes, ¡qué alegría cuando Nuestro Señor resucitó! ¡Algo extraordinario! Sin embargo, todo esto no era nada comparado con la alegría de Nuestra Señora, y la alegría que Ella sintió y la admiración delante de este acto valió más que todo lo que sintieron todas las criaturas hasta el fin del mundo. ¡Así era Ella!

Entonces, el verdadero método para que nos hagamos una idea de quién fue Ella —de cómo es; Ella no fue, es—, [es considerar que] Ella está en el cielo en cuerpo y alma y se digna saber lo que estamos diciendo, y se digna, en este momento, actuar a través de la gracia dentro del alma de cada uno de nosotros, para que comprendamos, queramos y sintamos lo que debemos con respecto [al tema tratado].  Así están ordenadas estas cosas, y Ella conoce mejor, pero incomparablemente mejor, lo que está sucediendo en esta sala, lo que está sucediendo, por ejemplo, en mí o en cualquiera de ustedes, de lo que nosotros conocemos unos de otros, o incluso de lo que conocemos de nosotros mismos. Ella lo sabe, ese es el hecho.

Pero el método para que nosotros establezcamos una relación entre todas las cosas maravillosas del universo y Ella puede ser, sin duda, mirar un río y ver cómo, de repente, el río cambia suavemente de curso y sigue en otra dirección, y pensar en Nuestra Señora Reina del Universo, que marca el curso del río de la Historia, y que de vez en cuando, suavemente, cambia la Historia para que surja una maravilla mayor.

Podemos pensar, cuando vemos una cascada, en Nuestra Señora Reina del Universo cuando precipita las cosas para que las aguas se purifiquen, [que] es la Reina de las “bagarres”, la Reina de las catástrofes que golpean y se rompen contra las rocas, pero de donde sale purificado el curso de la Historia.

Podemos, en fin, hacer mil analogías con respecto a Nuestra Señora. Nada es tan hermoso, en mi modo de sentir, como seguir el camino que seguimos: en lugar de tomar una cosa y calcular cómo sería su alma, tomamos una operación de Dios sobre las cosas y la comparamos con la operación de su alma en los momentos históricos que conocemos y comparamos entonces la naturaleza con lo que Dios creó, que es mucho mejor, y es su alma, ya que Ella es superior a todo eso.

Después de hablarles de la alegría con la que contemplaríamos las combustiones del cielo, también podríamos imaginar la alegría que tendríamos si contempláramos las combustiones en el Sabio e Inmaculado Corazón de María. Las grandes ocasiones de la historia, San Gregorio VII excomulgando al emperador Enrique IV, y los Ángeles visitando el Sacro Imperio Romano Germánico. Uno a uno, los lazos feudales se deshacen, nadie empuja al Emperador a patadas fuera del palacio, pero hay algo mucho peor, el palacio se vacía de tal manera que en los últimos días ni siquiera tenía sirvientes para servirle, todos lo abandonaron en medio de su inútil pompa, el maldecido del Vicario de Cristo, y su imperio cesó por la maldición del Papa.

¿Qué es el poder de las armas? Dos mil, cinco mil, diez mil —el ejército en aquella época era pequeño—, cincuenta mil hombres armados, ¿qué es eso? Un anciano, recluido en el castillo de una dama, la condesa Matilde, condesa de Toscana, en Canossa, el castillo de Canossa, ese anciano maldice y declara disueltos los vínculos. Y todo el Imperio deja de funcionar, porque ese anciano es aquel a quien se le dijo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.

El emperador consigue convencer a algunos fieles para que lo sigan porque les explica que va a pedir perdón y necesita ayuda para poder cruzar los Alpes, algo muy serio; hoy en día se sobrevuela los Alpes. ¿Cruzar los Alpes? Es mucho más fácil decirlo que hacerlo, y él sale en trineo, en invierno, tal vez de noche, sin compañía, con tres o cuatro que aborrecen al hombre al que sirven, y que lo llevan casi como a un maldito, un leproso con el que nadie quiere contagiarse. Sube las montañas, pasa por los precipicios, corre peligro de muerte, no está seguro de su propia contrición y sabe, sin embargo, que, si muere sin contrición, sino por mera atrición, puede ir al infierno, y que en los cien peligros del camino vacila sobre el infierno, y le pide a aquella a quien ofendió que lo proteja y lo perdone para que pueda llegar a la fuente de todo perdón, que es el venerable anciano al que no escuchó.

Camina, camina y llega [al castillo] y encuentra las puertas cerradas. ¡Oh, la grandeza de esas puertas cerradas! ¡Oh, la magnificencia de ese no! ¡No te perdono! ¡No te restauraré en el Imperio! Absolveré tu pobre alma, tal vez para una vida de penitencia, pero no volverás a tener la diadema imperial; esa frente ha pecado y sobre ella no descansará la máxima gloria del orden temporal.

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Matilde de Toscana y Hugo de Cluny como intercesores de Henrique IV — Vita Mathildi des Donizo, c. 1115. lat. 4922. (Imagen: Donizo, Dominio público, vía Wikimedia Commons)

Cuatro días y cuatro noches, arrodillado en la nieve, suplicando; al fin se abren las puertas y sale la reconciliación, y entonces suenan las campanas, hay gran alegría y se restablece el orden normal de las cosas. La victoria de la religión sobre el orden temporal, la victoria de lo sobrenatural sobre lo natural, la victoria del espíritu sobre la materia, cuántas victorias mil veces más gloriosas que la victoria de un país sobre otro, victorias ordenativas de todo el conjunto humano.

En cuanto les hablaba de esto, vi que muchos corazones se llenaron, y a Nuestra Señora le gustó eso, pero entonces, ¿cómo se habrá llenado su Corazón cuando ocurrió este suceso? ¿Y Uds. han pensado alguna vez en cómo debieron de ser las llamas de su corazón cuando Godofredo de Bouillon y los suyos saltaron las murallas de Jerusalén y entraron [para conquistarla]? Entonces Uds. pueden tomar el dulcísimo corazón de Nuestra Señora y compararlo con aquellos tiempos primevos y comprender lo que sucedía en su interior.

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La fundación de São Paulo – Oscar Pereira da Silva (1865-1939)

¿Se han imaginado a Nuestra Señora viendo a los misioneros que llegan a un país donde no hay fe, y que comienzan a predicar la fe y el país comienza a nacer? Viene un Anchieta a Brasil, un Nóbrega, y comienzan a predicar; es el Brasil —podríamos dar otros ejemplos— que comienza a nacer y a moverse, más hermoso que la naturaleza mineral cuando comenzó a existir, o más hermoso que la naturaleza animal, o incluso más hermoso que el propio hombre, porque era la gracia que venía de las manos del misionero y que llevaba a la vida sobrenatural a esos hombres.

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Anchieta escribe el poema en la playa – La devoción del padre Anchieta por Nuestra Señora es uno de los rasgos que más lo distinguían. Durante su cautiverio entre los indios tamoios, en Iperoig (Ubatuba), compuso el célebre Poema de la Virgen (De Beata Virgine Matre Dei Maria), sin duda la primera gran obra literaria en honor a la Santísima Virgen escrita en tierras americanas.

Podemos imaginar a Nuestra Señora al darse cuenta de que eso era más bello que todo lo que había pasado, y podemos imaginar a Anchieta amenazado por los indios en la playa de Peruíbe, cantando las glorias de la Virgen, escribiendo en latín el poema y memorizándolo, y Nuestra Señora sonriendo, el mar llegando hasta allí, pero sin atreverse a tocar la arena, y Ella viendo a su amado hijo, del que nacería la evangelización de esa nación. ¡La lengua de fuego dorada, o azulada, o no sé cómo, que salía de ese Corazón! Y gotas de gracia cayendo.

Y entonces ya no era dramático, espectacular y apocalíptico, sino otra forma de manifestación: gracioso, maternal, afable, lo lechoso de no sé qué piedras, la suavidad de no sé qué cristales, la brisa de no sé qué auroras que había en el Corazón de Ella. Todas las brisas que soplaron en la Tierra, con todas las modalidades posibles de brisa, no tienen el encanto de una sola sonrisa de María. Y esa sonrisa de María, Nuestra Señora, ¿cuántas tuvo para Anchieta, que evangelizó este país? ¡Pueden imaginar lo que es algo así! Entonces, ¿qué es el alma de Ella?

Su maternalidad. La idea corriente es que somos a imagen y semejanza de Dios; el Hombre-Dios es su hijo. Ella nos ama por eso, y cuando sufrimos, Ella se compadece de nosotros, y es muy cierto, y cuán cierto y magnífico es. Cuando pecamos, Ella se compadece de nosotros, ¡y eso es aún más magnífico! Porque cuando sufrimos, el sufrimiento no nos convierte en enemigos de Ella, sino todo lo contrario; el sufrimiento rompe en nuestra alma una cierta autosuficiencia y una cierta tendencia al orgullo; por el contrario, cuando pecamos, rompemos con Ella de una manera criminal.

Está bien, Ella ve eso y Ella lo previó todo cuando estaba en la tierra y sintió dolor, porque pensó: «Una maravilla tan grande creada por Dios, que mi Hijo rescató con esas gotas de sangre incomparable que vi brotar en Él a borbotones, cuando Él era como una tierra arada en la que todo era sangre que florecía. ¡Y ahora esa alma se va a perder!». Y Ella piensa como Él: “quae utilitas in sanguine meo”? ¿De qué sirve mi sangre? ¿De qué sirve la sangre de mi Hijo? Entonces, Ella le pide que, por amor al amor que Él tuvo, ame a aquel que ya no lo ama, y consigue la gracia que golpea el alma. Y dice: «Hijo mío, conviértete; hijo mío, abre los ojos; hijo mío, sé sensato; hijo mío, vuelve a ser mío».

Y a veces con insistencias tan apremiantes y continuas que se diría que el alma está completamente sitiada. ¡Cuánta dulzura hay en ello! ¡Cuánto saber hacer, cuánta misericordia, cuánta comprensión, cuánto deslizarse por los recovecos de un alma para adaptarse a todo, para arreglarlo todo! Nadie tiene ni idea.

Ahora bien, todas estas operaciones, a la vez las más diversas, las está realizando el Sapiencial e Inmaculado Corazón de María en el cielo y en la tierra, porque Ella sabe, más que cualquier bienaventurado en el cielo, lo que pasa en Dios y reacciona en el suprasumo de la elevación y perfección; Ella conoce todo lo que se pasa en el cielo, y Ella se asocia, preside, dirige, gobierna todo lo que se pasa en el cielo.

Lo que pasa con todas las criaturas de la tierra, Ella conoce, y entiende toda la vida de la Iglesia militante y con esta intensidad participa de todo lo que sucede.

Más aún, conoce la Iglesia penitente y ve todos los dolores del Purgatorio, y todo está presente ante ella continuamente, y en todo eso Ella es una brisa, Ella es un volcán, Él es un cielo, Ella es un sol, Ella es un diamante, Ella es un águila, Ella es una paloma, Ella es un cordero, Ella es un león, Ella es todo, Ella es mucho más que todo, Ella es la Virgen María, Madre de Dios.

Nada de lo que es muy grande existe sin contrastes. Cuando conoces almas muy pequeñas en el sentido “poca” [neologismo utilizado por el Prof. Plinio y procedente de la palabra italiana «pocchezza», que significa mezquindad de espíritu, carente de grandes cualidades, de valor, y al que corresponde el adjetivo «poca», n.d.c.], esas almas no tienen contraste, en el sentido “poca”, no en el sentido de Santa Teresita, esas almas son monótonas e iguales todos los días de la vida, y cuando esas personas mueren, decimos: «¿Murió?». La sorpresa no es porque pensáramos que eran inmortales, sino porque pensábamos que allí nunca iba a pasar nada grande, pero la muerte es grande, ¿cómo pasó con esas personas?

No sé si ustedes habrán conocido a personas así, pero yo sí; son personas que llegan a un cierto estado mítico de edad que no tiene edad, que ya parece de extrema vejez, pero con restos de vitalidad de la época ya antigua para ustedes, que es la del hombre cincuentón. Tienen una carne que parece más plástico que carne, ya no cambian de tamaño, no cambian de cara, no cambian de aspecto a lo largo de los años; las arrugas se profundizan, pero ya no tienen nada de jóvenes.

Todos los días, a la hora exacta, si son porteros, abren una puerta con el mismo pestillo, sacan la misma llave, tienen la misma duda todos los días, es decir, cuál es la llave de esa puerta, eligen siempre lo mismo y aún miran cerca de la luz, abren con el mismo gesto, entran con el mismo pie, abren la puerta de la misma manera y se sientan en la misma silla. Y comienzan los servicios de conserjería, que consisten en dar la ilusión de que el lugar está vigilado, porque estos hombres no vigilan nada; al final del día estos hombres se van a casa y hacen las mismas cosas, y al final del mes reciben el mismo salario. Nunca una promoción, nunca una mejora, nunca un gesto de simpatía, nunca un gesto de odio; el primer susto es cuando mueren; la gente dice: «¡Pobrecito! Era un benemérito. Llevaba treinta años en el cargo». No se puede decir menos de un hombre.

Las obras de Dios no son así y las grandes almas no son así; tienen contrastes fabulosos y pasan de las cimas de la intelección a los abismos del misterio que no comprenden y que se deleitan en no comprender, luego pasan del apogeo de la acción a descansos insondables que uno no sabe cómo son y no pensaba que la capacidad de descansar fuera tan profunda, y vemos a estas personas recuperarse con una fuerza que da la impresión de una naturaleza que se recrea a su vez.

Así, todas las formas de orden no son el capricho del sujeto voluble; este no vale dos caracoles, merece el Purgatorio si por mucha felicidad no va al infierno. Pero el hombre ordenado y amplio tiene los contrastes más profundos, más marcantes, más significativos, y estos contrastes se notan en las grandes obras de Dios. Pero una vez que el mal entró por el pecado en la gran obra creada, en nuestro orden creado, Dios se sirve del mal para aumentar el contraste, y a veces permite que el extremo del mal se acerque a la perfección del bien, obligando así al mal a rendir homenaje al bien.

Si hay algo que nuestra época no quiere, es rendir homenaje al bien. Está rindiendo un homenaje fenomenal, porque se está descomponiendo, suicidando, desarticulando como en un ataque de frenesí; parece ese dibujo de Gustavo Doré sobre el infierno que presenta figuras que desgarran su propio cuerpo en medio de carcajadas que son, al mismo tiempo, horribles llantos. Así parece la época contemporánea: abandonó a Dios y se lanzó a galope hacia el placer y el progreso, y terminó en esta situación horrible, en la que la desmoralización alcanza su mayor apogeo posible.

Hoy conté este hecho en la reunión [de la tarde en la sede de Jasna Gora]: en Estados Unidos hay una división aerotransportada que es una de las mayores perfecciones técnicas que existen en este género. Esta división aerotransportada, declaró el comandante en una entrevista al periódico —lo que voy a decir ahora no lo declaró, se intuye—, que esta división, que es para comandos inesperados y que podría actuar, por ejemplo, ahora, en la embajada estadounidense en Teherán, debe actuar de forma inesperada; porque si el lugar al que van se conoce, se frustra la tarea que van a ejecutar. El comandante declara a los periódicos que no es posible un ataque inesperado, porque cualquier chico llama a su madre para despedirse y el enemigo se entera.

Saludablemente, varios de ustedes se retorcieron en sus sillas, pero ¿saben cuál es la verdad? Es que todo el mundo recibió telegramas contando esto y nadie se sorprendió como nosotros, lo que representa la baja moral del mundo, pero en términos que no sabemos cómo expresar. Carter declara: no entregaremos al Sha [de Persia], solo se irá de aquí cuando se recupere, es decir, cuando haya concluido su tratamiento. Al día siguiente, el Sha declara: “Dentro de 15 días mi tratamiento habrá concluido y dejaré los Estados Unidos”, es decir, se acordó ceder ante Jomeini y enviarlo lejos. ¡Una vergüenza para un jefe de Estado es una vergüenza para una nación, una vergüenza para el mundo, que ni siquiera comenta esto!

Por ahí ustedes pueden tener una idea de dónde ha caído el mundo. Este precipicio en el que nos encontramos y que tal vez se ahonde aún más, tendrá, como uno de los efectos de la caída más profunda, lo que pasa cuando lanzamos, por ejemplo, una pelota de ping-pong desde una altura: da un salto de cierta altura; si la lanzamos desde una altura mucho mayor, el salto es aún mayor. Así también en la historia de los hombres, cuando los hombres caen terriblemente, sucede que la historia se levanta muchas veces con un salto mucho mayor, y de aquí vamos a tener mucho más que eso.

Es la humanidad la que se precipita en abismos indescriptibles, y Nuestra Señora actuará de manera que no solo recupere algo de lo que perdió en la caída, sino que suba tan alto como nunca antes, y en la que el corazón humano se parecerá mucho más al Corazón Sapiencial e Inmaculado de María, y en el que las almas humanas tendrán una reactividad a los hechos que conciernen al orden de la salvación y al orden de la santificación, sensiblemente mayor que la que tenían en los buenos tiempos anteriores, y en contraste con la vergüenza de la vida actual.

No hay nada más diferente de esta vitalidad sacral del Corazón Inmaculado y Sapiencial de María, que la vergonzosa somnolencia actual, que no reacciona contra nada, que no le importa nada, que no se molesta por nada. Esa es la imagen de la muerte. En el “Reino de María [N.C.: La restauración plena de la civilización cristiana en nuestros días, según la promesa de Nuestra Señora en las apariciones de Fátima: “Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará”. El Reino de María —según explican varios santos ilustres, especialmente San Luis María Grignion de Montfort— es la plena vigencia de los principios del Evangelio en la sociedad humana, espiritual y temporal] los hombres buenos, los hombres rectos serán como brisas y como volcanes, serán terribles y suaves, tendrán esas diferencias fenomenales, y serán así una especie de síntesis no solo de lo que ha pasado en la historia de los hombres, sino de todas las convulsiones, de todas las dulzuras de las eras prehumanas.

En eso Uds. comprenden lo que será el Reino de María. Y entonces, cuando llegue la Navidad, no será esa Navidad comercial con esos adornos de supermercado —no sé si ya han notado la total falta de gracia de esos adornos de supermercado, de comerciantes locos por hacer que los padres compren muchos juguetes para los niños; entonces hacen que la casa de juguetes cante, haga ruido en la calle. Es un verdadero… Las mujeres quieren joyas de sus maridos, los jefes de familia se afanan para conseguir dinero para todo, y son los comerciantes y los industriales los que ganan—, no será nada de eso. La propia Stille Nacht, Heilige Nacht parecerá descolorida y poco significativa. Y todo lo que eran las Navidades anteriores serán prehistoria frente a las Navidades del Reino de María, porque todos los hombres tendrán ese fuego del Inmaculado y Sapiencial Corazón de María.

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Sagrados Corazones de Jesus y María

Y con esto, mis caros, termina el Santo del Día y nos retiramos.

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