Papa Adriano VI: “Estamos resueltos a emplear toda diligencia para que, en primer lugar, se reforme la Corte romana”

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Representa un documento memorable la Instrucción del Papa Adriano VI (1522-1523), leída por el Nuncio pontificio Francesco Chieregati a los Príncipes alemanes reunidos en una dieta, en Núremberg, el 3 de enero de 1523.
En efecto, la coyuntura en la que esta instrucción fue dictada por el Pontífice se inserta en la terrible crisis del siglo XVI. Dos cosas – dijo el Papa en el consistorio del 1 de septiembre de 1522 – estaban puestas en su corazón: la unión de los príncipes cristianos para combatir a los turcos, enemigo común; y la reforma de la Curia romana (cfr. op. cit. más abajo, pág. 74). A estos acontecimientos hay que añadir la crisis protestante.
Adriano VI no solo señalaba los males de la Iglesia, sino que quería una profunda reforma que los sanara, habiéndola iniciado, por lo demás, desde lo alto y con firme resolución. Donde le fue posible, se opuso a la acumulación de bienes, prohibió cualquier tipo de simonía y vigiló cuidadosamente la elección de personas dignas para los cargos eclesiásticos, obteniendo la información más precisa sobre la edad, las costumbres y la instrucción de los candidatos, además de combatir con vigor inexorable los defectos morales. Con la radical reforma de la Curia Romana, emprendida por Adriano VI, este noble Papa no solo quería poner fin a aquel estado de cosas que le causaba una viva repugnancia, sino que también esperaba, por este medio, eliminar el pretexto de los Estados alemanes para su apostasía de Roma.
Amplios fragmentos de este documento pontificio se encuentran transcritos por el historiador austriaco Ludwig von Pastor en su célebre obra “Geschichte der päpste – Historia de los Papas”. Inmediatamente después de publicarse la primera parte, León XIII honró al autor con un significativo Breve. Posteriormente, con ocasión de la publicación del cuarto tomo, Pastor fue premiado con una carta de elogio escrita de puño y letra por el Papa San Pío X.

 

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Papa Adriano VI (1522-1523)

De esta instrucción destacamos la parte final:
“Debes decir también, se advierte expresamente a Chieregati, que Nos reconocemos libremente, haber permitido Dios que aconteciera esta persecución de su Iglesia, por los pecados de los hombres, y especialmente de los sacerdotes y prelados; pues, ciertamente, no está abreviada la mano del Señor, de suerte que no pueda salvarnos; pero los pecados nos apartan de Él de manera, que no escucha nuestras súplicas. La Sagrada Escritura anuncia claramente que los pecados del pueblo tienen su origen en los pecados de los sacerdotes; y por esto, como hace observar el [San Juan] Crisóstomo, nuestro Divino Salvador, cuando quiso purificar la enferma ciudad de Jerusalén, se dirigió primero al Templo, para reprender ante todo los pecados de los sacerdotes, imitando al buen médico que cura la enfermedad en su raíz. Sabemos bien que, aun en esta Santa Sede, vienen ocurriendo desde hace ya algunos años, muchas cosas dignas de reprensión; que se ha abusado de las cosas eclesiásticas, quebrantado los preceptos, y se ha llegado a pervertirlo todo. Así, no hay que maravillarse de que la enfermedad se haya propagado desde la cabeza a los miembros, desde el Papa a los prelados.
Nosotros todos, prelados y eclesiásticos, nos hemos apartado del camino derecho, y hace ya mucho tiempo que no ha habido uno que practicara el bien. Por esta razón debemos todos glorificar a Dios, y humillamos en su presencia; cada uno de nosotros debe considerar por qué ha caldo, y juzgarse a sí mismo, mejor que esperar ser juzgado por Dios en el día de su ira. Por esto debes tú prometer en nuestro nombre, que estamos resueltos a emplear toda diligencia para que, en primer lugar, se reforme la Corte romana, de la cual han tomado por ventura su origen todos estos daños; y así sucederá luego, que, como por aquí empezó la enfermedad, comience también por aquí la salud. Nosotros nos consideramos tanto más obligados a llevar esto al cabo, por cuanto todo el mundo apetece semejante reforma. No hemos procurado nuestra dignidad pontificia, y de mejor gana hubiéramos terminado nuestros días en la soledad de la vida privada; de buena gana hubiéramos rehusado la tiara, y sólo el temor de Dios, la legitimidad de la elección, y el peligro de un cisma, nos determinaron a aceptar el supremo oficio pastoral. Por tanto, queremos ejercerlo, no por ambición de mando, ni para enriquecer a nuestros parientes, sino para restituir a la Santa Iglesia, Esposa de Dios, su antigua hermosura, prestar auxilio a los oprimidos, elevar a los varones sabios y virtuosos, y generalmente, hacer todo aquello que pertenece a un buen pastor y verdadero sucesor de San Pedro.
«Sin embargo, ninguno se debe maravillar de que no corrijamos todos los abusos de un solo golpe; pues las enfermedades están profundamente arraigadas y son múltiples; hay que proceder, por consiguiente, paso a paso, y oponerse al principio con oportunos remedios a los daños más graves y peligrosos, para no perturbarlo más aún todo con una precipitada reforma de todas las cosas. Con razón dice Aristóteles, que toda súbita mudanza es muy peligrosa para una comunidad» (LUDOVICO PASTOR, Historia de los Papas, Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1952, tomo IV, vol. IX, pp. 107 a 109 / Imprimase: El Vicario General José Palmarolla, por mandato de Su Señoria, L.c. Salvador Carreras, Pbro., Strio, Canc.).

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