Prólogo a la edición española de “Revolución y Contra-Revolución” (1978)

por Plinio Corrêa de Oliveira

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Al prologar esta nueva edición española de REVOLUCION Y CONTRA-REVOLUCION, espontáneamente me vino al espíritu la pregunta de cuál sería la relación entre la temática de la obra y el pasado histórico de España, principalmente con los problemas que preocupan en la actualidad a la opinión pública de la nación.

Estas relaciones se presentaron ante mí tan candentes y tan numerosas, que desbordan los naturales limites de un prólogo.

Me limito, por tanto, a algunos aspectos de la Historia de España en nuestro siglo, y de su vida actual.

Desde hacía mucho tiempo, pero en especial en los últimos años del reinado de Alfonso XIII, la opinión pública española se presentaba dividida en varias corrientes, formando una inmensa gama ideológica, desde el auténtico tradicionalismo hasta el comunismo.

Del mismo modo, como frecuentemente ha sucedido en otros países, cuando se presentan situaciones análogas, la mayoría de las personas no estaban en ninguno de estos dos polos ideológicos. Ocupaba la vasta zona intermedia, dispersándose en corrientes, o específicamente centristas, o matizadas de coloraciones hacia la derecha, sucesivamente más tradicionalistas, o hacía la izquierda, sucesivamente más próximas del comunismo. Hasta rozar tangencialmente las corrientes extremas.

En tales situaciones, la mayor parte de las veces, la definición de pensamientos y de rumbos, el dinamismo, la iniciativa en una palabra, se encuentran en los polos minoritarios. Pero, la fuerza publicitaria, el poder financiero, la influencia social y el poder político —sobre todo, la fuerza del número— se encuentran en la zona intermedia.

La gran dificultad para la mayoría intermedia consistia, en la España de entonces, en determinar si su posición era estable, o representaba sólo una etapa de un largo caminar histórico. Las voces procedentes de las diversas corrientes componentes del polo de la derecha le gritaban que retrocediese en el camino iniciado desde la invasión francesa, en el siglo XIX, pues, de no hacerlo, acabaria por despeñarse irremediablemente hacia el polo de la extrema izquierda. En este último, los gritos dirigidos al centro eran discordantes: ora eran amenazas de destruirlo en el caso de no proseguir rápidamente su caminar hasta el comunismo, ora eran llamamientos amables para una mera colaboración con los rojos contra la derecha. Colaboración que la mayor parte de las corrientes del centro presentían, más o menos conscientemente, acabaria dando ventajas al comunismo.

Tal vez sea falso decir que la masa centrista de la población se abrumase en reflexiones para escoger entre estos llamamientos discordantes. Procuraba más bien llevar despreocupadamente su vida cotidiana, cediendo a la agradable propensión de no mirar hacía los factores de su propia debilidad, e imaginarse instalada segura para siempre en un cómodo pacifismo a medio camino de los llamamientos opuestos, que se combatían entre sí con el afán de conquista.

El problema que la cómoda posición —difícilmente separable de las posiciones centristas— procuraba ignorar, entretanto saltaba a la vista. En líneas generales, España era como la describían los tradicionalistas, o al menos, los sectores anticomunistas de la opinión pública. Entre borrascas y bonanzas, el País fue transformándose gradualmente. Y cada transformación lo iba distanciando más del polo que abandonaba. Con esto, ¿encontraría alguien en la Nación un punto de equilibrio y estabilidad en donde reposase largamente durante la dolorosa andadura, antes de llegar al polo opuesto? ¿Qué fue hasta entonces la Historia de España en el siglo XX? ¿La conquista ardua de un dilatado equilibrio, o la caída trágica hacía el abismo?

El curso de los acontecimientos vino a demostrar que inadvertidamente el centro se iba dividiendo a medida que los llamamientos discordantes de los dos polos se hacía oír, y que la España auténtica —tradicional y católica— y la anti-España atea, apátrida e igualitaria, caminaban hacia una terrible confrontación.

El centro no era una posición definida y estable, entre otras dos igualmente definidas. Era una posición confusa, subconscientemente inquieta y vacilante, entre dos posiciones fijas y determinadas. Los acontecimientos históricos de entonces confirmaron la tesis de la inestabilidad de tantas situaciones intermedias e indefinidas, que por el propio hecho de su indefinición, indican no ser etapas en el desenvolvimiento procesivo de tendencias psicológicas, convicciones ideológicas y estructuras político-económicas vacilantes, rumbo a posiciones más definidas.

Ocurrió el choque entre las izquierdas dominadas por el comunismo y la derecha anticomunista, en la gloriosa Cruzada de 1936.

Durante mucho tiempo, las corrientes centristas no quisieron ver que este acontecimiento se aproximaba, y por eso no estuvieron en condiciones de evitarlo.

Al observar la actual situación política española, y sin tener la pretensión de pronunciarme sobre los varios aspectos, tan complejos, de que ella se reviste, me parece ver que poco a poco se va tornando presente, una vez más, en esencia el mismo problema, con los inevitables cambios de matices impuestos por el paso del tiempo.

A medida que el horizonte político español se define, se establecen también en el sector centrista las posiciones ideológicas y políticas sucesivamente más cargadas de comunismo o de hostilidad contra él. Y, en consecuencia, la gran pregunta que va emergiendo del panorama político español me parece que es esta: ¿hasta qué punto estas posiciones intermedias no son más que situaciones transitorias de un caminar hacía la izquierda o hacia una posición nitidamente anti-izquierdas?, o ¿hasta qué punto ellas representan un rechazo firme, estable e indiscutible de esos dos polos, y una fijación conservadora a cualquier precio de las situaciones intermedias, que a sí mismas se proclaman moderadas, capaces de unir y de salvar?

En cuanto al propio eurocomunismo —con sus ademanes moderados o hasta más o menos «centristas»—, en España representado por la corriente política dirigida por Carrillo, la pregunta es válida y tal vez más válida para él que para cualquier otra formación política española contemporánea.

Sin duda, el eurocomunismo quiere ser, y de eso hace ostentación, un comunismo suavizado. ¿Es posible un comunismo suavizado? ¿O el eurocomunismo, en la apariencia una «apostasia» del comunismo soviético «ortodoxo», tendrá como desenlace histórico atraer, por su propia «moderación», masas que a su vez serán absorbidas por el comunismo ortodoxo? ¿Qué es el eurocomunismo en España, o fuera de ella? ¿Un cisma? ¿Un punto terminal? ¿Una red lanzada para atraer peces incautos, o una etapa inexpresiva, esto es, una simple curva sin importancia, del vasto río comunista?

En esta perspectiva, ¿qué es el propio comunismo ortodoxo? ¿Un punto terminal?, o ¿una simple etapa de lo que el imagina ser la interminable evolución humana, de donde se pasará hacia el anarquismo, y de este a otra situación transitoria casi imposible de preveer en nuestros días?

Bien se sabe que la doctrina marxista, coherente con su intrínseco evolucionismo, abomina los puntos terminales, y pretende ser la precursora del anarquismo, y de todo cuanto a él pueda seguir.

Pero si esa es la doctrina, la realidad puede ser bien diversa. Y no es imposible que ciertos líderes comunistas se inclinen a prolongar por un largo y negro «milenio» la estructura sobre la cual establecen su presente dominación.

Un tal «milenio» es tal vez el único sentido que se pueda atribuir en historia evolucionista, a la expresión «punto fijo y último» del continuo caminar ideológico.

Tales temas presentan aspectos universales, sobre los cuales a todos es lícito reflexionar. Pero ellos se revisten en cada país de aspectos nacionales sobre los cuales el extranjero debe ser muy circunspecto.

No pretendo opinar sobre estos problemas en los aspectos que son específicos de la España actual y sobre los cuales un no español —aunque tan próximo a España por los vínculos de Brasil con el pueblo vecino y hermano de España, Portugal— debe eximirse de hacer un pronunciamiento.

La lectura del libro REVOLUCION Y CONTRA-REVOLUCION trae solamente el recuerdo de que problemas análogos desafiaron la argucia de todos los que vivieron en el ámbito de la civilización occidental y fueron llamados a participar de grandes crisis como el Renacimiento y el Humanismo, el Protestantismo, en el siglo XVI, la Revolución Francesa, en el siglo XVIII, y la Revolución comunista, en el siglo XX. Y si no a participar, por lo menos a formar un juicio sobre esas crisis.

El Humanismo cristiano pretendió ofrecer una posición estable que no resbalase hacia el neopaganismo. El protestantismo pretendió ofrecer una posición religiosa estable que no resbalase hacia el ateísmo. La Revolución Francesa pretendió realizar el igualitarismo político y social estable, que no llegase al igualitarismo económico. Por fin, el comunismo no llama la atención de las masas con el Estado omnímodamente igualatario, señor de toda la economía. En su conducta nada hace suponer que tenga como objetivo, a plazo medio o último, la destrucción del Estado y la implantación e instauración de la anarquía. Pero ya aparecen en el flanco izquierdo del comunismo nuevas formas de izquierdismo que, nacidas de él y nutridas de su leche, lo atacan con singular violencia, y caminan hacia el anarquismo. Lo que en el cuadro político italiano se ha tornado particularmente claro.

Por cierto, muchos de los que se adhirieron a estas varias revoluciones no lo habrían hecho si hubieran constatado que preparaban la llegada de la etapa siguiente. Es para evitar que se repitan en nuestros días análogos equívocos, que la lectura de REVOLUCION Y CONTRA-REVOLUCION puede ser útil. Mostrar que estas revoluciones se relacionan entre sí como etapas de un gran proceso, formando en su conjunto una gran Revolución única, es la verdad que mi estudio presenta y tiene por fin profundizar.

En qué sentido esta constatación puede ser aprovechada por los españoles de hoy, a vueltas con los complicados problemas de su Patria, de Occidente y del Mundo, es sobre lo que yo me abstengo de pronunciarme.

La presentación de las tres grandes revoluciones seguidas de la Cuarta Revolución —en el plano político la «herejia» anarquista nacida del flanco del comunismo y de la cual acabo de hablar, pero también en otros planos los movimientos nacidos de la contestación de jóvenes en la Sorbonne en 1968, y cuya punta de lanza tal vez sea en nuestros dias el movimiento «punk» anglo-americano— podría inducir a un error. Seria éste el de la irreversibilidad del movimiento revolucionario. Para evitar ese error, mi estudio contiene la definición de lo que entiendo por Contra-Revolución, cuales son sus metas y —en un plano siempre teórico— cuáles son sus métodos.

También aqui me abstengo de aplicaciones concretas al panorama español, dejando a mis lectores que las hagan según las inspiraciones de su fe y de su patriotismo.

Sólo me queda manifestar la esperanza de que la lectura de esta obra pueda ser una contribución, aunque muy indirecta, para que los lectores actúen en un sentido beneficioso para España, y, por tanto, para la Civilización Cristiana, de la cual el pueblo espanol continúa siendo, en nuestro siglo, un admirable baluarte.

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21-3-78

Nota: Para profundizar el tema, consulte España: TFP-Covadonga, la batalla por una España española que, a la luz de la Fe, vuelva a transitar por los caminos de sus gloriosas tradiciones católicas.

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