Quis ut Virgo? ¿Quién como la Virgen?

Roberto de Mattei, in Corrispondenza Romana – 5 de noviembre de 2025

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Alejo Fernández – La Virgen de los Navegantes – 1531-1536 – Reales Alcázares – Sevilla

 

El 16 de octubre de 1793 tuvo lugar lo que fue quizás el crimen más repugnante de la Revolución Francesa: la ejecución de la reina de Francia María Antonieta, tras un juicio ficticio ante el Tribunal Revolucionario. Plinio Corrêa de Oliveira escribió sobre María Antonieta:

«Hay ciertas almas que solo son grandes cuando las ráfagas de la desgracia soplan sobre ellas. María Antonieta, que fue frívola como princesa e imperdonablemente frívola en su vida como reina, ante el torbellino de sangre y miseria que inundó Francia, se transformó de manera sorprendente; y el historiador verifica, con respeto, que de la reina nació una mártir y de la muñeca una heroína» (1).

El 21 de enero fue guillotinado el rey de Francia, Luis XVI. El papa Pío VI, en la alocución Quare lacrymae del 17 de junio de 1793, reconoció en el sacrificio del soberano «que la muerte le fue infligida por odio a la religión católica», atribuyéndole «la gloria del martirio». La misma gloria, podemos decir, le tocó a María Antonieta, culpable solo de haber representado, con su mera presencia, el principio de la realeza cristiana frente al odio de la Revolución.

El escritor británico Edmund Burke (1729-1797), en lo que es quizás uno de los pasajes más bellos de sus Reflexiones sobre la Revolución de Francia (1791), escribe:

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María Antonieta – por Louise-Élizabeth Vigée Le Brun

«Hace diez y seis, o diez y siete años que vi en Versalles a la reina de Francia, entonces delfina; y seguramente jamás apareció astro más celestial en aquella órbita que apenas parecía tocar; yo la vi en el momento en que aparecía sobre el horizonte hecha el ornamento y las delicias de la esfera en que principiaba a moverse: era como la estrella de la mañana, brillante en salud, felicidad y gloria. ¡Oh qué revolución! ¡Y qué corazón será necesario tener, para contemplar, sin conmoverse, aquella elevación y esta caída! Cuando yo la veía inspirar a un tiempo la veneración y entusiasmo de un amor respetuoso, ¡qué lejos estaba yo de imaginar que alguna vez había de tener que defenderse contra el infortunio, cuyo germen estaba en su seno! ¡Qué lejos estaba de pensar que la había de ver en mis días humillada repentinamente con tales desastres, y esto en una nación valiente y llena de dignidad, en una nación compuesta de hombres de honor y de caballeros! Al contrario, yo hubiera creído que diez mil espadas se desenvainarían para tomar venganza de la primera mirada que la insultara. Pero el siglo de la caballería ha pasado ya, y le ha sucedido el de los sofistas, economistas y calculadores, extinguiéndose para siempre la gloria de la Europa.» (Reflexiones sobre la Revolución de Francia, traducción de J. A. A., México, 1826, pg. 43).

Hoy, dos siglos después, las palabras del escritor británico vuelven a la mente ante un acontecimiento de mucha mayor gravedad. El 4 de noviembre de 2025, en la Curia General de los jesuitas, se presentó Mater Populi fidelis, una «nota doctrinal» del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, cuyo prefecto es el cardenal Víctor Manuel Fernández.

El documento cuenta con ochenta párrafos, dedicados a la «correcta comprensión de los títulos marianos», que pretenden aclarar «en qué sentido son aceptables o no ciertas expresiones referidas a la Virgen María», situándola «en la justa relación con Cristo, único Mediador y Redentor».

Es con profundo dolor que hemos leído este texto que, tras un tono melifluo, esconde un contenido venenoso. En un momento histórico de confusión, en el que todas las esperanzas de las almas fervientes se dirigen a la Santísima Virgen María, el Dicasterio de la Fe quiere despojarla de los títulos de Corredentora y Mediadora universal de todas las gracias, reduciéndola a una mujer como las demás: «madre del pueblo fiel», «madre de los creyentes», «madre de Jesús», «acompañante de la Iglesia», como si se pudiera confinar a la Madre de Dios a una categoría humana, despojándola de su misterio sobrenatural. Es difícil no leer en estas páginas la culminación de la deriva mariológica posconciliar que, en nombre del «justo medio», ha optado por un minimalismo que degrada la figura de la Santísima Virgen María.

María Antonieta representaba la realeza terrenal, reflejo de la divina, pero frágil como todo lo humano: su trono se derrumbó bajo la furia revolucionaria. María Santísima, en cambio, es Reina universal, no por derecho humano, sino por gracia divina. Su trono no está en un palacio, sino en el corazón de Dios.

«El Altísimo descendió de manera perfecta y divina hasta nosotros por medio de la humilde María, sin perder nada de su divinidad y santidad. Del mismo modo, deben subir los pequeñuelos hasta el Altísimo perfecta y divinamente y sin temor alguno a través de María» (Tratado de la Verdadera Devoción a María, n. 157).

Los hombres pueden intentar «decapitarla», reduciéndola a una simple mujer, pero María sigue siendo Madre de Dios, Inmaculada, siempre Virgen, Asunta al Cielo, Reina del Cielo y de la tierra, Corredentora y Mediadora universal de todas las gracias, porque, como explica san Bernardino de Siena: «Toda gracia que se da a los hombres procede de una triple causa ordenada: de Dios pasa a Cristo, de Cristo pasa a la Virgen, de la Virgen nos es dada a nosotros» (Serm. VI in festis B.M.V., a. 1, c. 2).

Por eso, según san Agustín, citado por san Alfonso de Ligorio, «… todo cuanto se diga en alabanza de María, todo es poco para lo que merece por su dignidad de Madre de Dios» (Glorias de María, por el P. Ramón García S.J., Tolosa, 1868, p. 119).

Edmund Burke lamentaba que no hubiera diez mil espadas listas para defender a la reina María Antonieta «de la primera mirada que la insultara». Estamos convencidos de que hoy en día existe en el mundo un puñado de sacerdotes y laicos, de alma noble y valiente, dispuestos a empuñar la espada de doble filo de la Verdad para proclamar todos los privilegios de María y gritar, a los pies de su trono: «Quis ut Virgo?».

Sobre ellos descenderán las gracias necesarias para la lucha en estos tiempos turbulentos. Y tal vez, como siempre ocurre en la historia, cuando se intenta oscurecer la luz, el documento del Dicasterio de la Fe que quiere minimizar a la Santísima Virgen María confirmará, sin quererlo, su inmensa grandeza.

 


NOTAS

(1) “De la reina surgió una mártir, y de la muñeca una heroína” – María Antonieta, Archiduquesa de Austria, Reina de Francia y viuda Capeto

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