“Santo del Día”, 26 de julio de 1971
Por Plinio Corrêa de Oliveira
San Antonio, por Giotto
El asunto del “Santo del Día” es una ficha biográfica sobre San Antonio de Padua, extraída de «Vida dos Santos», del Padre René-François Rohrbacher.
“[Antonio], nacido en Lisboa el 15-8-1195, era hijo de Martín de Buillon, que algunos consideran descendiente del jefe de la primera Cruzada, y de Teresa Pais Taveira, joven de buena familia portuguesa.
“A los 15 años ingresó en la orden de los canónigos regulares de San Agustín. Molesto por las frecuentes visitas de sus amigos, que perturbaban su deseo de soledad, pidió a sus superiores que lo alejaran de Lisboa y lo trasladaran al convento de Santa Cruz en Coímbra. Allí se ganó la admiración de sus hermanos por su austeridad de vida y su amor por los estudios y el aislamiento.
“Profundamente dedicado a los estudios, progresó en ellos gracias a su método prudente, su espíritu vivo y penetrante y su gran madurez de juicio. Adquirió un profundo conocimiento de la teología y se formó en un género de elocuencia ágil y persuasiva.
“Estando en ese retiro, llegaron a Portugal algunas reliquias de unos frailes menores martirizados en Marruecos. Estas causaron en Fernando una viva impresión y un gran deseo de morir por la fe. Poco después conoció a algunos religiosos de San Francisco y decidió ingresar en esta orden, donde tomó el nombre de Antonio.
“Obtuvo permiso para ir a África, pero allí cayó gravemente enfermo. Al intentar regresar, los vientos contrarios lo llevaron a Italia, donde participó en Asís en el Capítulo General de la Orden. Al término de este, Antonio fue enviado a la Ermita de San Pablo en Bolonia, donde continuó su vida de oración y estudios.
“Sin embargo, pronto se revelarían su notable inteligencia y virtud. Llamado para recibir las órdenes sagradas y rodeado de hermanos considerados eruditos y santos, Antonio fue encargado de pronunciar una exhortación piadosa. Comenzando tímidamente, se entregó por completo a las inspiraciones del Espíritu Santo y sus palabras adquirieron un notable aspecto de grandeza y fuerza.
“San Francisco de Asís, al enterarse de este acontecimiento, se llenó de alegría, pues deseaba que su Orden pudiera gloriarse de una triple corona: Santidad, Martirio y Ciencia. Ordenó a Antonio que continuara sus estudios de teología.
“Obedientemente, el santo fue luego profesor en Montpellier, Bolonia, Parma y Toulouse. Más tarde se dedicó a la predicación por orden del mismo santo.
“Fue superior de la Orden y fundó numerosos conventos, donde siempre fomentó el interés por el estudio, ya que en aquella época los franciscanos eran despreciados por ignorantes.
“Tras una vida corta pero llena de trabajo por Dios y por la Iglesia, San Antonio falleció a los 36 años, el 13 de julio de 1231”.
Algunos aspectos de la predicación de San Antonio:
“San Antonio predicaba con entusiasmo. Como siempre había deseado el martirio, nada le intimidaba. Se enfrentaba a todos con increíble audacia. Los predicadores más famosos de su época se quedaban atónitos al escuchar sus invectivas y ocultaban sus rostros por temor a que alguien percibiera la vergüenza que sentían por su propia debilidad”.
¡Sí, señor, esto es un tono polemista!
“Antonio predicaba en la ciudad y en el campo adaptándose a las asistencias e intercalando dulzura y suavidad. El propio papa Gregorio IX, al escucharlo en 1227, admirando la profundidad de su ciencia en la explicación de las Escrituras, lo llamó ‘Arca del Testamento’”.
Es decir, era un arca en la que se contenía toda la Sagrada Escritura. Tenía una memoria prodigiosa y citaba con total exactitud, con las referencias y todo, cualquier pasaje de las Escrituras. Y los pasajes menos estudiados, menos explorados, le venían a la memoria de forma inesperada. De modo que de repente daba brillo y ofrecía una nueva interpretación y una aplicación extraordinaria a un pasaje que a nadie se le había ocurrido profundizar, tal era su talento original, rápido y brillante.
“Antonio no solo se dedicó a cuestiones morales, sino también a la controversia contra los herejes. Convirtió a muchos en Rímini y convenció a un número menor en disputas públicas en Milán y Toulouse”.
La disputa pública es algo que la Iglesia siempre ha recelado. Siempre ha desaconsejado la disputa pública entre herejes y católicos. Pero cuando había regiones infestadas de muchos herejes y algún paladín muy fuerte de la fe católica, la Iglesia daba su permiso. Fue una muestra de gran confianza en San Antonio permitirle sostener la disputa pública.
Por otro lado, las disputas públicas en aquella época alcanzaban una fama incomparablemente mayor que los índices de audiencia de la televisión actual. Alguien dirá que esto es absurdo porque el público al que podía interesar una disputa de aquella época era mucho menor que el que alcanza la televisión. Algo que se transmite por televisión en São Paulo puede ser fácilmente un debate, puede ser fácilmente visto en São Paulo y fuera de esta ciudad por dos o tres millones de personas.
Ahora bien, ¿qué es una pequeña ciudad como Rímini? Es una ciudad de 50 000 habitantes… algo así.
Por lo tanto, la gente se hacía oír mucho menos. Tanto más cuanto que esos debates se celebraban en pequeñas plazas públicas, no había altavoces y al orador le costaba hacer oír su voz, lo que da una buena idea de la pobreza de medios de aquella época. Había un púlpito público —cuando era en una plaza pública—, había una bandera colocada más o menos a la altura del orador que indicaba el cambio de viento. De modo que cuando la bandera cambiaba, el público corría de un lado a otro para captar lo que decía el orador.
Si pensamos, pues, en lo que se perdía en ese ir y venir… podemos imaginar el tumulto de gente corriendo, el ruido de los zuecos en el suelo, sobre todo en algunos países más expansivos… lo que eso podía suponer.
Por lo tanto, la capacidad de hacerse oír en aquella época era mucho menor. Se podría decir que una disputa pública era un acontecimiento mucho menos importante. Los medios de comunicación tan apreciados por el Concilio Vaticano II no estaban a la orden del día, ni siquiera habían comenzado.
De hecho, había una fabulosa carencia de medios de comunicación. Había una prodigiosa pululación de personas para comunicar algo, de temas dignos de ser comunicados y de personas a las que valía la pena comunicar tales cosas. De manera que todo, excepto la técnica, favorecía en aquella época la comunicación. Hoy es exactamente lo contrario: la técnica está presente, todo lo demás está ausente.
Ustedes miden la importancia de estos desafíos públicos por lo siguiente: en la época de San Antonio, cuando se daba un desafío de este tipo y realmente impresionaba a una ciudad, la fama de este desafío recorría todas las ciudades vecinas.
Como no había prensa, la gente trataba de recordar lo que había oído, y cuando pasaban viajeros por la ciudad, les preguntaban cuáles eran las novedades y estas se repetían de boca en boca. Los viajeros recibían las noticias: “Mira, aquí ha pasado tal cosa, una disputa entre el maestro Antonio de Lisboa, o entre Antonio de Padua y tal otro hereje”. El viajero lo contaba por todas partes. Y así se difundían las noticias de un lugar a otro y se creaban celebridades nacionales e internacionales con estas noticias.
Luego, los trovadores escuchaban las historias y a menudo cantaban lo que habían oído. De modo que, a veces, los episodios de la polémica se convertían en trovas que el mismo pueblo repetía, a veces durante generaciones…
Una disputa pública podía conferir a un hombre tanta fama que en otra ciudad donde no había predicado, cuando era llamado para hacerlo —ya fuera como orador sagrado o como profesor universitario—, cuando era llamado para dar clases o para predicar, a veces era recibido —era raro, porque la gloria es rara por naturaleza— a las afueras de la ciudad por el clero, por la nobleza y por las corporaciones, con alfombras en el camino y gente acompañándolo. Y la gente venía así desde lo alto de los edificios, a veces de dos pisos, de tres pisos, mirando para ver pasar a la celebridad, y a veces la celebridad entraba a caballo con todo el mundo a pie a su alrededor.
Y, al día siguiente —porque el debate rara vez era el mismo día, ya que los viajes eran agotadores—, se celebraba entonces una disputa pública, con el pueblo atento a la bandera…
Hoy, un hombre va a hablar en la televisión… digamos que uno de nosotros va a hablar en la televisión de Río de Janeiro, por ejemplo. Puede ser escuchado por mil personas, por dos mil, por cinco mil, por diez mil, por cincuenta mil, por cien mil, ¡por lo que sea! Alguien lo recibirá en el aeropuerto; tal vez… tres o cuatro amigos. El tipo habla, luego vuelve a casa y no hay manifestaciones especiales. ¿Por qué? Porque tanta gente habla en la televisión y no dice nada, —escuchada por tanta gente junto a la cual no tiene repercusión decir algo…— que los grandes oradores pasan a un segundo plano. Y los que se hacen famosos en la televisión son, en gran parte, las «fassuras» [mujeres de mala vida, n.d.c.] que se exhiben desnudas o semidesnudas, algunos cantantes… Estos son los que reciben las grandes manifestaciones de apoteosis.
Es decir, todo ha cambiado. No sé si un San Antonio de Padua hablaría hoy en televisión. Si lo hiciera, podría pasar cualquier cosa: una ovación frenética y luego se olvidarán de él… O, por el contrario, lo tacharan de aburrido y apagaran la televisión… ¿Por qué? Porque es un hombre que no tiene “espíritu ecuménico”. Es un hombre “muy polémico, no es así como se llevan las cosas hoy en día…” y apagarían la televisión.
Es decir, todo podría pasar en esta época en la que todo puede pasar, menos lo sensato y lo razonable.
“Antonio hablaba un italiano perfecto a pesar de ser extranjero. Sus discursos eran ardientes, conmovedores, penetrantes y eficaces. Predicaba todos los días y tampoco dejaba de confesar”.
Qué buen ejemplo para nuestros confesores de hoy: casi nunca predican y no les gusta confesar…
“La afluencia a sus sermones era tan grande que se vio obligado a predicar casi siempre al aire libre. En Padua llegaron a reunirse 30.000 personas para escucharlo”.
¡Vean el gran triunfo!
“Tan atentos que apenas se oía el más mínimo ruido. Todos los comerciantes cerraban sus tiendas para escucharlo”.
¿Han oído hablar de alguien que haya cerrado su tienda por un discurso doctrinal en la televisión?…
“Un día, mientras predicaba al aire libre, una violenta tormenta se abatió sobre el auditorio. El santo rezó y la tormenta cayó alrededor de la gente sin afectar a nadie”.
¿Qué decir?… Imagínense: un santo que predica, la gente escucha atenta… de repente comienzan a acumularse las nubes; todos temen la tormenta, y él: “No, dejen de temer porque aquí no va a llover”. Oración… llueve alrededor. ¡El sermón está predicado! ¡El asunto está zanjado! No eran necesarios para ello los medios de comunicación…
“Los milagros brotaban de sus pasos como de San Francisco y los Apóstoles. San Antonio nunca abandonó su firmeza primitiva. Un gobernador de Verona, Ezzelino…”
Conocí su tumba: ¡es preciosa!
“… sanguinario y brutal, fue buscado por el santo, que lo invectivó duramente: Enemigo de Dios, tirano cruel, perro rabioso, ¿no cesarás de derramar la sangre inocente de los cristianos? He aquí que el juicio de Dios se cierne sobre ti como una sentencia dura y terrible. Ante el asombro general, Ezzelino pidió perdón públicamente y luego dijo a sus cómplices: ‘No os sorprendáis, porque lo que he dicho era verdad. Vi caer del rostro de este padre un esplendor divino que me atemorizó de tal manera que, ante su terrible aspecto, creí que iba a ser sumergido en las profundidades del infierno’”.
¿Ven ustedes cuál es la eficacia de la predicación de un santo? ¿Qué debería ser después en toda la ciudad la conversión de Ezzelino, un “perro rabioso”, como él dice, que cambia completamente de actitud?
Hoy en día existe un remedio contra los tiranos: es el “habeas corpus”, y los médicos para estos remedios son los Tribunales Supremos…
¿Por qué Hitler no encontró a un hombre así frente a él? ¿Cuándo habrá un hombre así que diga cosas así frente a un comunista? ¿O es que los hombres han empeorado tanto que un Hitler, al ver un resplandor como este en un santo, no se molestaría y lo mataría en el acto? ¿Stalin también lo mataría en el acto?
¿O es que la cosa va más allá y los hombres han empeorado tanto que Dios ya no concede a sus hombres, en nuestros días, tener resplandor para aparecer ante esos miserables? Son cosas que están en los misterios de la Providencia y que sabremos al final del mundo.
“En otra ocasión, queriendo poner a prueba al Santo, Ezzelino le envió un rico regalo diciendo a los emisarios: ‘Si lo acepta, matadlo; si lo rechaza, no le hagáis nada’”.
“Los sirvientes llegaron a Antonio y le dijeron: ‘Su hijo Ezzelino de Romano se recomienda a sus oraciones y le ruega que reciba este regalo que le envía por devoción, y que pida al Señor la salvación de su alma’. Pero San Antonio, lleno de indignación, los reprendió, rechazó todo lo que le ofrecían diciendo que nunca aceptaría nada de un ladrón cuyos bienes no eran más que instrumentos de perdición. Finalmente, les gritó que se marcharan de su presencia porque temía que contaminaran su casa.
“Volvieron y le contaron al tirano las palabras del santo. ‘Dejadlo en paz’, dijo Ezzelino, ‘porque en verdad es un hombre de Dios’”.
¿Ven ustedes cómo la figura de San Antonio está deformada por lo que en nuestro lenguaje solemos llamar “herejía blanca” (*)?
Ustedes toman esas imagencitas de San Antonio que se encuentran por ahí y que muchas veces son imágenes de unos muchachos imberbes, con esa mirada… con el rostro de quien no entiende nada de nada, más asombrado de estar en el mundo, que da la impresión de que está naciendo en ese momento…
¡Qué diferente es esto de la imagen, del perfil moral que nos transmite la narración de hechos incontestables e históricos, narrados por un historiador de gran talla como fue Rohrbacher! Y que, por cierto, concuerdan con la fotografía de un cuadro de San Antonio pintado por Giotto, que ya tuve ocasión de proyectar para que ustedes lo vieran.
No hay cuadros de la época de San Antonio, pero Giotto fue un gran artista, el más cercano cronológicamente a San Antonio, y que pudo haber pintado cuadros según los relatos de personas que conocieron a San Antonio. Y en la iglesia de San Antonio en Padua se conserva pintado en una columna ese famoso cuadro de Giotto que yo mismo vi. Muestra a un hombre completamente diferente: un hombre alto, muy corpulento, con una cabeza grande, mirada y actitud firmes, al que se le podrían atribuir todos estos hechos sin la menor sorpresa.
Imaginen a uno de esos santos Antoninos que vemos por ahí, de cerámica, diciendo de repente algo así a alguien… Nos daría un susto. ¡No es él! Pero, ¿por qué? Porque este no es San Antonio…
La verdad histórica fue tergiversada por artistas de segunda y tercera categoría, imbuidos de la idea de crear una figura de santo que convenciera a los fieles, y no una figura de santo histórico para formar a los fieles. Una figura más acorde con los deseos de los fieles en lugar de una figura que formara a los fieles de acuerdo con los deseos de los santos.
Vean la fabulosa distancia que existe entre la predicación de San Antonio inspirada por el Espíritu Santo, profunda, sabia, criteriosa y sin preocuparse por complacer a todo el mundo, sino preocupada exclusivamente por complacer a Dios, por transmitir el mensaje del Evangelio de Nuestro Señor con autenticidad, confiando en que la gracia hará el resto.
Desgraciadamente, estas nociones distorsionadas existen en relación con la predicación católica, así como con el periodismo católico y el apostolado católico, y vemos con tanta frecuencia que el orador católico debe adaptarse al gusto de la multitud, de lo contrario se le considera un fracasado.
De modo que son los alumnos los que forman al maestro, es el público el que forma al orador: es una inversión completa de valores.
Creo que ya les he contado este hecho que ocurrió hace muchos años, pero es tan típico que nunca lo olvidaré. Yo era todavía director del “Legionario” y me encontré con un sacerdote en la sacristía de la iglesia del Corazón de María. Me dijo: “¿Cómo va el Legionario?”. Intercambiamos algunas palabras y añadió: “Usted sabe que no me gusta el Legionario”. Le dije: “Pero ¿por qué, padre?”. “No me gusta porque el Legionario no es como debe ser la prensa católica”. Le pregunté: “¿Y cómo debe ser la prensa católica?”. Él se volvió hacia mí y me respondió con toda naturalidad: “Como una paloma, como un pájaro pastor que debe ir de hogar en hogar, de corazón en corazón, llevando la paz…”.
Me gustaría que ese sacerdote escuchara esta ficha biográfica y me dijera qué haría San Antonio con el “ave pastora”…
Con esto, damos por concluido el Santo del Día.
(*) “Herejía Blanca” — Es toda una concepción de la religión y la piedad basada no en principios, sino en el sentimentalismo. Lo importante no es lo que indica la razón recta, sino lo que sugiere el sentimiento. Para más información ver “Heresia branca”: conceito e características deste neologismo”.