“Santo del Día”, 9 de octubre de 1987
A D V E R T E N C I A
El presente texto es una adaptación de la transcripción de la grabación de una conferencia del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira a los socios y colaboradores de la TFP, manteniendo, por lo tanto, el estilo verbal, y no ha sido revisado por el autor.
«Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a la enseñanza tradicional de la Santa Iglesia. Si, sin embargo, por lapsus, algo en él no se ajustara a esa enseñanza, desde ya y categóricamente lo rechaza».
Las palabras “Revolución y Contra-Revolución” se emplean aquí en el sentido que les da el profesor Plinio Corrêa de Oliveira en su libro Revolución y Contra-Revolución, cuya primera edición se publicó en el n.º 100 de “Catolicismo”, en abril de 1959.

Pregunto si es técnicamente viable proyectar aquí la figura de San Antonio María Claret y comentarla un poco.
Cuando en la TFP hablamos contra la «herejía blanca» (1), hablamos contra Mons. Émery [N.C.: Jacques-André Émery (1732-1811), sacerdote católico francés que fue superior general de los sulpicianos y adoptó una actitud políticamente conciliadora ante los acontecimientos de la Revolución Francesa], puede fácilmente ocurrir que se produzca una distonía en nuestras almas. Porque nos dejamos llevar por el arte —si es que es arte— llamado sulpiciano (2), que ha modelado las imágenes de la mayoría de las iglesias por las que hemos pasado, en épocas tan diferentes, en nuestra infancia, que proceden de pasados tan poco cercanos entre sí.
Imágenes en que vemos siempre santos sonrosados, con una cara muy despreocupada de quien acaba de levantarse de la siesta, mirando con bonhomía, con buen humor, a las personas que están a sus pies rezando para pedirles una gracia y tomando así un aire de quien dice: «mira, si depende de mí, concedo cualquier cosa y doy cualquier cosa, porque todo se hace mediante concesiones, todo se hace mediante sonrisas. Sonríeme y yo te sonreiré, y todo se arreglará». Y la lucha de la vida espiritual no está presente.
Mirando a este hombre aquí, en cuya composición fisonómica no ha intervenido ningún pintor, no ha intervenido la imaginación de nadie, es evidentemente una foto, una foto con la sinceridad y la ingenuidad de las fotos de la infancia, en las que se fotografiaba a la persona de frente, tal y como era, una foto sin subterfugios. En esa foto sin subterfugios, ahí está un hombre sin subterfugios [N.C.: fotos originales coloreadas por IA].
¿Qué se diría de la cara, de la fisonomía de este hombre, de este arzobispo, Patriarca de las Indias, qué se diría de este santo? Porque, en última instancia, ahí es donde culmina su tintura.
Ustedes saben que es el fundador de los Padres del Corazón de María [N.C.: Congregación de los Misioneros Hijos del Corazón Inmaculado de María, conocidos popularmente como Padres Claretianos], que son los propietarios de esa iglesia, de ese convento que está a dos pasos de aquí (3), y que es un santo canonizado por la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana, con todos los requisitos legales y jurídicos de una canonización perfecta. No hay ninguna duda de que es un santo.
Yo pregunto lo siguiente: temperamentalmente, por primer impulso, viendo la foto, ¿era esta la idea que tendríamos de un santo? Absolutamente no. Lo que conduce a la conclusión de que tenemos una idea incompleta de la santidad. Porque quien mira ese rostro no solo no tiene la idea de que es santo, no, sino que tiene la idea de que no es santo.
Ahora bien, ¿por qué? Miren al hombre. En primer lugar, es un hombre —esta es mi forma de entenderlo, puedo estar equivocado— volcánicamente feo. Me parece que todo su rostro no tiene nada que ver con la estética. La forma perfectamente común de su rostro y sus cejas bien marcadas dan la idea de una personalidad fuerte. Los ojos dan la impresión de ser un poco bizcos. Da la impresión de que, si mira al frente, sus ojos no convergen en el mismo objeto. Si mira al fotógrafo, un ojo ve la cámara y el otro ve la puerta al fondo de la sala. La nariz parece haber sufrido una enorme explosión nasal. Labios gruesos, boca sin un contorno bien definido y, por lo tanto, con los labios un poco demasiado prominentes. Luego, lo que los franceses llaman double menton, doble mentón, orejas grandes, cabello ya canoso. ¡San Antonio María Claret!
Pero la primera impresión que se tiene es que es un hombre digno, con un sentido de la dignidad y un sentido de la lucha extraordinarios. Fíjense en su mirada: la línea general de su fisonomía es la de un hombre firme, pero de una firmeza indomable. Sus ojos manifiestan una determinación de voluntad inquebrantable: «Sí, lo quiero y lo haré». Su nariz me parece decir: «Voy a hacerlo de cualquier manera y no temo las consecuencias. ¡Ahí está! ¡Lo que quiero hacer, lo hago!» Y su boca parece haber dicho una frase como esta: «¡Lo dije y lo mantengo!»
Al mirar sus ojos, no es difícil percibir, junto con tanta firmeza, una bondad y una dulzura indiscutibles. Es un hombre movido por un alto sentido del deber y un sentido del deber basado en las más altas concepciones religiosas y metafísicas. Este hombre parece estar profundamente convencido de que la postura que adopta es la correcta. Que la religión que profesa y enseña es la verdadera religión. Que él es el ministro de Dios y que enseña la doctrina inmutable y eterna de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana. Su actitud es la de alguien que cree en ello desde lo más profundo de su alma y que, porque cree y está seguro de lo que cree, está dispuesto a cualquier cosa para predicar esa doctrina, para defender esa doctrina, para mantener esa doctrina «a Dios orando y con el mazo dando».
Hay algo en el fondo de su mirada que no sabría describir. Me parece más visible en la mirada de su ojo derecho. Hay algo que, junto con la dulzura, es la firmeza de un alma decidida hasta el martirio. Ya no tiene dudas, lo ha entregado todo y estará dispuesto a cualquier cosa que se le presente. Una tranquilidad de conciencia. Porque vemos que su conciencia es un lago tranquilo de aguas cristalinas. En lo más profundo de su alma, sabe que puede encontrar luchas, que puede encontrar obstáculos, está decidido a cualquier kamikaze. Pero hay algo que tiene, y es la certeza de que está cumpliendo con su deber. Y es una excavadora contra cualquiera que le impida cumplir con su deber. ¡Ahí va y ahí va!
En mi opinión, es un ejemplo característico de la vida interior. Y si tuviera que hacer una edición de EL ALMA DE TODO APOSTOLADO, de Dom Jean-Baptiste Chautard, me gustaría poner esta fotografía y escribir debajo: ¡un apóstol! Rebosante de vida interior, y precisamente por eso, un hombre para el que no hay barreras. Y cuando encuentra barreras insuperables, levanta los ojos hacia Dios y reza. Y Dios derriba la barrera y él sigue adelante. No hay discusión, porque diría cualquier cosa dentro de la línea del deber y del bien, y no le importaría acabar con su carrera, acabar con su situación, iría hasta el final.
Bueno, debemos tomar a los santos como nuestros modelos y debemos desear almas así para nosotros y para aquellos a quienes formamos, porque este es el tipo de virtud que se debe tener en nuestra época. Ahora, vean el tema de la vida interior. La TFP tiene en Brasil más o menos mil socios y colaboradores. Con los corresponsales habrá más. Bueno, imaginen que todos tuvieran esa mentalidad. ¿Quién en Brasil podría con la TFP?
Nadie se ha esforzado más que yo en el reclutamiento. Constantemente estoy ayudando a mis ‘enjolras’ (4) a desear, trabajar y rezar por la multiplicación del número de nuestras personas. [Pero], ¿de qué sirve el número si no hay participación en ese espíritu? Este espíritu que se trata de tener, un hombre así que se trata de ser. Y cuando se lee el libro EL ALMA DE TODO APOSTOLADO, se debe tener ante sí, por ejemplo, la fotografía de San Antonio María Claret. Alguien dirá: ¿pero solo él? Yo digo: no, pero para nuestra vocación es este tipo, es ese género. Así, con esa cara y con esa actitud, que es como se enfrenta al comunista.
Imaginemos ese espíritu presidiendo a todo, tendremos el «puñetazo» que deseamos, el «grito» que deseamos. Y eso es lo que debemos pedir a Nuestra Señora.
Con esto, he terminado lo que tenía que decir.
* * *
NOTAS
(1) «Herejía blanca» — Expresión utilizada por el Prof. Plinio en el sentido de una actitud sentimental que se manifiesta sobre todo en cierto tipo de piedad edulcorada y una posición doctrinal relativista que busca justificarse bajo el pretexto de una pretendida ‘caridad’ hacia el próximo — cfr. “El Cruzado del siglo XX – Plinio Corrêa de Oliveira”, Roberto de Mattei, Ed. © Asociación Tradición y Acción por un Perú Mayor, Cap. III, ítem 7. Véase también: “Almas delicadas sin debilidad, y fuertes sin brutalidad” y “La verdadera santidad es fuerza de alma y no debilidad sentimental” y “¿El ángel de la guarda es menos inteligente que el demonio?”.
(2) «Sulpiciano» – El estilo “sulpiciano” debe su nombre a la parroquia de san Sulpicio, en París, construida durante los siglos XVII-XVIII, y ejerció desde entonces fuerte influencia sobre el catolicismo francés.
(3) Parroquia del Inmaculado Corazón de María — Parroquia de los Padres Claretianos, en el barrio de Santa Cecilia, São Paulo, cercana al auditorio donde se impartía la conferencia. Tiene anejo el Colegio Claretiano, de los mismos Padres.
(4) «Enjolras» — Expresión de la jerga interna de la TFP para designar a los sectores juveniles de la institución.