“Santo del Día”, 4 de junio de 1969.
A D V E R T E N C I A
El presente texto es una adaptación de la transcripción de la grabación de una conferencia del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira a los socios y colaboradores de la TFP, manteniendo, por lo tanto, el estilo verbal, y no ha sido revisado por el autor.
«Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a la enseñanza tradicional de la Santa Iglesia. Si, sin embargo, por lapsus, algo en él no se ajustara a esa enseñanza, desde ya y categóricamente lo rechaza».
Las palabras “Revolución y Contra-Revolución” se emplean aquí en el sentido que les da el profesor Plinio Corrêa de Oliveira en su libro Revolución y Contra-Revolución, cuya primera edición se publicó en el n.º 100 de “Catolicismo”, en abril de 1959.
Estatua de San Bonifacio, primer arzobispo de Maguncia (Alemania), en la plaza frente a la catedral de la ciudad.
Vigilia de la fiesta de Corpus Christi y fiesta de San Bonifacio, mártir. Voy a dar algunos datos extraídos del libro «La vie des Saints», de Rohrbacher:
«San Bonifacio vivió entre 675 y 754 (por lo tanto, en la Alta Edad Media). Nació en Inglaterra, su nombre de bautismo fue Winfried, cambiado más tarde por el Papa por Bonifacio. A los siete años ingresó en el monasterio de Nurslig, sintiendo claramente que su vocación era convertir a los pueblos paganos. Se dedicó especialmente a evangelizar a los anglosajones de Germania, tarea que le encomendó Gregorio II (Papa). Ayudó a Carlos Martel en la reforma de la Iglesia de Francia y convocó concilios para reprimir la simonía. Fue martirizado en Dokkum (Frisia). Su cuerpo descansa en Fulda (Hesse), donde es objeto de veneración de toda la Alemania católica, de la que es patrón».
* * *
Para que tengamos una idea del papel de este santo en la fundación de la Edad Media, quizá valga la pena reunir en un solo panorama estos datos muy resumidos que se presentan aquí en esta ficha.
En primer lugar, tenemos a San Bonifacio como monje, en una época en la que lo más dinámico de la Iglesia era el monacato, es decir, las instituciones de grandes conventos y grandes conventos de frailes que vivían recluidos. Lo propio del convento benedictino no era situarse en ciudades como hoy, sino situarse en soledades, y ellos atraían a las soledades y las ciudades se formaban a su alrededor.

Participó activamente en la obra eclesiástica más importante de su tiempo, de la que surgiría en el futuro la Edad Media. Ustedes han visto, en las conferencias del profesor Fernando Furquim, la importancia de Cluny en la Edad Media. San Benito es el «abuelo» de Cluny, por así decirlo, de él nació Cluny.
Luego, ustedes tienen en él otro aspecto: es el misionero. Y una de las grandes obras de la Edad Media fue la evangelización de los pueblos bárbaros. Antes de la caída del Imperio Occidental, ustedes tienen toda la parte de Europa que queda más allá del Danubio, que era bárbara. Pero bárbara como lo son los indios que aún hoy pueden existir en la selva sudamericana.

Esta obra fue, por lo tanto, una obra grandiosa, porque fueron pueblos enormes, de gran valor, etc., los que se incorporaron a la civilización y, sobre todo, a la cristiandad. Y esta obra fue, en gran parte, de los monjes, pero sobre todo de San Bonifacio. Ustedes están viendo, por lo tanto, un segundo aspecto.
Tercer aspecto. Una parte de Europa era católica: Francia, Italia, Inglaterra, un poco España. Pero esa cristiandad estaba podrida de toda la podredumbre heredada del Imperio Romano y la Edad Media remedió y sanó esa podredumbre.
Se ve a San Bonifacio actuando de manera capital en este punto, por la lucha en la nación católica más importante, que era en ese momento Francia: allí combatió la herejía y la simonía. ¿Qué es la simonía? Es la venta de cargos eclesiásticos: vender diócesis, un obispo que vende nombramientos de sacerdotes, etc.
Por lo tanto, queda claro que fue un pilar y un faro de su tiempo, uno de los hombres más grandes de todos los tiempos. Aquí tenemos una idea general de la extraordinaria obra de San Bonifacio.
Su época fue una de las más importantes de la Iglesia, en la que Ella hizo grandes cosas, primer dato. Segundo: en todo lo grande que Ella realizó, San Bonifacio colaboró. Tercero: colaboró grandemente, capitalmente, fue una figura capital en esa colaboración.
Una vez comprendida un poco esta figura, se comprenderá entonces el alcance del juramento que hizo al papa Gregorio II cuando fue consagrado obispo. Firmó ese juramento y lo colocó sobre las reliquias de San Pedro:
«En nombre del Señor, nuestro Dios y Salvador Jesucristo. Año VI del reinado del emperador León y IV de su hijo Constantino, indicación VI. Yo, Bonifacio, obispo por la gracia de Dios, prometo a ti, bienaventurado Pedro, príncipe de los Apóstoles, y a tu Vicario, bienaventurado Papa, así como a sus sucesores, por la Trinidad indivisible, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y por tu Sagrado Cuerpo aquí presente, que siempre conservaré la pureza de la fe católica en la unidad de la misma creencia, en la que, sin duda, está la salvación de todos los cristianos; que nunca atentaré contra la unidad de la Iglesia Universal, sino que siempre tendré una fidelidad integral, un compromiso sincero contigo y con los intereses de tu Iglesia, a quien el Señor ha dado poder para atar y desatar, así como a vuestro Vicario y sus sucesores, que nunca tendré comunión alguna con los obispos que se alejen de los antiguos caminos trazados por los Santos Padres; que, si puedo, impediré su acción y, si no, los denunciaré al Papa y mi Señor.
«Si, que no lo permita Dios, actúo de alguna manera contra esta promesa, que yo sea considerado culpable en el juicio de Dios, recibiendo el castigo de Ananías y Safira, que quisieron mentirte. Yo, Bonifacio, humilde obispo, he firmado con mi propia mano el formulario de esta promesa y, colocándolo sobre el Sagrado Cuerpo del bienaventurado Pedro, como está prescrito, he prestado este juramento en presencia de Dios, que es testigo y juez, y prometo guardarlo bien».
Este juramento es muy hermoso, porque contiene una parte que es un acto de fe que se hace en la Iglesia Católica y en la Santa Sede romana. Y contiene un acto de fidelidad, es decir, él se vincula especialmente a la Cátedra de Pedro por este juramento, como es su deber como obispo.
Entonces, ¿qué promete? Promete que siempre será fiel al Papado. Y que —esto es lo que contiene una mayor enseñanza para nosotros— nunca tendrá nada en común con los obispos malvados, que se separan de la obediencia a Roma. Más aún: promete intervenir e impedir la acción de estos obispos. Y más aún: si no lo consigue, lo denunciará al Papa. Es decir, promete una guerra total contra los obispos malvados.
Pide para sí mismo un castigo, en caso de que no actúe correctamente. ¿Cuál es el castigo? El de Ananías y Safira. ¿Cuál es el castigo de Ananías y Safira? Ustedes recordarán que los Hechos de los Apóstoles cuentan: Ananías y Safira era un matrimonio que tenía bienes; eran católicos y se presentaron ante San Pedro entregándole una parte de sus bienes y diciendo: «Aquí está todo lo que poseemos, esto lo damos a la Iglesia». San Pedro les dice: «Habéis mentido al Espíritu Santo, porque sé que dais una parte diciendo que es todo, pero guardáis otra parte en secreto para vosotros». Y los dos cayeron muertos.
¿Qué relación hay entre su juramento y el acto de Ananías y Safira, si fuera infiel? En ese juramento él está afirmando, por tanto: «Lo prometo todo a Dios». Si se reserva algo para sí mismo, comete el pecado de Ananías y Safira. Entonces, pide caer muerto en el momento en que haya cometido ese pecado. Naturalmente, se sobreentiende que pide la penitencia final, pide la salvación. Pero pide sobre sí mismo el castigo.
Gregorio II, que era el Papa, escribió una carta recomendándolo al clero y a la nobleza de Francia. La misiva contiene este fragmento:
«Si alguien, que no lo permita Dios, se opone a sus obras y le obstaculiza en el ministerio, a él y a sus sucesores en el apostolado, que sea anatematizado por la sentencia divina y quede sujeto a la condenación eterna».
Uds. ven con qué vigor se procedía en aquella época. Es decir, si se comete un error, cae la condena y se acaba: se está sujeto a la condenación eterna.
Alguien dirá: «Pero, Dr. Plinio, ¿no se trata de cierta ira y, por lo tanto, de cierta imperfección?». No. No es ira contra el pecador, sino contra el pecado, que afecta al pecador porque ha pecado. Es una época de lógica y coherencia, de severidad y justicia.
Ustedes dirán: «Pero, Dr. Plinio, eso en nuestra época no habrá…». Yo digo: caros amigos, ¿y las promesas de castigos que Nuestra Señora hizo en Fátima [la «Bagarre», término que resume tales promesas, utilizado en el lenguaje corriente de la TFP, n.d.c. Ver nota abajo (*)], en caso de que la humanidad no se convirtiera? ¿Qué es la «Bagarre» sino eso? ¿La «Bagarre», en la que nos cuesta tanto creer? La «Bagarre» es precisamente eso: en un momento determinado, la copa de la ira de Dios, del cólera de Dios, está llena y Dios descarga su ira sobre el mundo. Esa es la teoría de la «Bagarre».
¿Qué debemos considerar en la «Bagarre»? La belleza, la santidad de Dios, porque la santidad no brilla solo por ser la fuente del bien, o por ser el bien mismo, sino que brilla por el horror que siente hacia el mal. Es una belleza ver ese rechazo total del mal que tiene la santidad, de tal manera que podemos y debemos amar estas fórmulas severas de la Iglesia que nos muestran su horror por el mal y, por lo tanto, el bien que hay en Ella.
(*) “Bagarre” – Expresión francesa que significa gresca, refriega, trifulca, etc., aplicada en el caso referido para significar un desorden universal al cual sucederá un gran triunfo de la Iglesia y de la Civilización Cristiana – cfr. “El Cruzado del siglo XX – Plinio Corrêa de Oliveira”, Roberto de Mattei. Edita: “Tradición y Acción por un Perú Mayor”, Cap. VII, n. 10. Se puede consultar online pinchando aquí].