San Felix de Valois y el celo por la redención de los cautivos

“Santo del Día” – 20 de noviembre de 1964


A D V E R T E N C I A

El presente texto es una adaptación de la transcripción de la grabación de una conferencia del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira a los socios y colaboradores de la TFP, manteniendo, por lo tanto, el estilo verbal, y no ha sido revisado por el autor.

«Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a la enseñanza tradicional de la Santa Iglesia. Si, sin embargo, por lapsus, algo en él no se ajustara a esa enseñanza, desde ya y categóricamente lo rechaza».

Las palabras  “Revolución y Contra-Revolución” se emplean aquí en el sentido que les da el profesor Plinio Corrêa de Oliveira en su libro Revolución y Contra-Revolución, cuya primera edición se publicó en el n.º 100 de “Catolicismo”, en abril de 1959.

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S. Félix de Valois (Cofundador de la Orden Trinitaria)

San Félix de Valois – Hacia 1659 – Antiguo Convento de Mercedários Descalzos de Madrid

 

Debo advertir que hoy es la fiesta de Santa Isabel viuda y que mañana será la fiesta de San Félix de Valois, confesor de la familia real de Francia. Fundó, junto con San Juan de la Mata, la Orden de los Trinitarios para el rescate de cautivos.

El problema de los cautivos en esta historia, sobre todo en la parte que se refiere a la lucha contra los moros, el fin de la Reconquista y la caída de Granada, surge con mucha frecuencia. La forma en que vivían y trataban los problemas de los cautivos nos explica bien por qué se fundó una orden religiosa especialmente para ello.

Sucedió que en aquellos reinos… Quien recuerde, por ejemplo, la Alhambra, el Generalife, y haya oído hablar del reino de Granada, tiene una idea errónea sobre la esencia del Estado musulmán de aquella época.

No se trataba de un Estado organizado como el nuestro. Quien ve aquellos palacios, piensa que allí vivían reyes, reyes de verdad. No quiero decir que fueran reyes serios, pero al menos que fueran realmente reyes. Y que esos reyes tuvieran allí un Estado organizado, con un mínimo de decencia propia de todo Estado organizado. Una sucesión dinástica regular, etc. Ahora bien, esto no existió en toda la antigüedad pagana, con excepción de Egipto —sucesión dinástica regular— y China.

Y el Estado mahometano, además, no era propiamente tal, sino una especie de Estado malhechor, que vivía como los bárbaros en una especie de lucha habitual, pero de lucha de saqueos y pillajes contra quienes no eran ellos, y muchas veces también contra ellos mismos.

De tal manera que cada una de esas ciudades —digamos, por ejemplo, el reino de Granada—era una ciudad magnífica, con un confort muy bonito, etc., etc. Pero en ese palacio, rodeado en general más de chozas que de viviendas de cierto nivel —porque tampoco tenían una verdadera élite, ni una verdadera aristocracia—, había gente efímera, activista, que subía y bajaba.

Bueno, en esa ciudad había, hasta cierto punto, una especie de guarida de bandidos que vivían de la piratería y que, por lo tanto, en el mar y en tierra, vivían de saquear, de robar como fuente habitual de ingresos y de apoderarse de cautivos, como una forma habitual de conseguir mano de obra e infundir terror en el adversario.

¿Por qué infundir terror? Vean el paralelismo. En el lado católico no había esclavitud, o había solo una tímida esclavitud. El cautivo era mucho mejor tratado —el cautivo de guerra—que en el otro bando. De modo que cuando estaban en guerra, los católicos luchaban en condiciones de inferioridad, porque los otros tenían menos miedo de ser capturados, los otros tenían menos miedo de ir a la guerra que los nuestros. Porque los nuestros, al llegar a la zona mahometana, eran tratados pésimamente.

Por ejemplo, el sistema de arrancarles los ojos con frecuencia, porque al arrancarles los ojos, el sujeto no puede huir. Entonces lo atan como una especie de burro de carga, para tirar de ciertas cosas. Ponen a 500 ciegos en una cuerda y les dicen: “adelante”. Lo único que pueden hacer es parar, pero no pueden huir. Se quedan allí, en la miseria. Así que la cosa era así.

Bueno, otras veces desfiguraban al sujeto. Tomaban a hombres importantes y los maltrataban horriblemente. A menudo los mataban. Los corrompían moralmente con mucha frecuencia.

Es decir, era una situación moralmente miserable y esa captura era una forma de bandolerismo habitual que también practicaban cuando no estaban en guerra. Es esa historia de gitanos que antiguamente robaban niños.

También, como vivían de robar, hacían,  por ejemplo: en la frontera hay una familia de campesinos españoles. Bien, una noche, pasan, roban a una familia, los convierten en esclavos. Roban todo lo que tiene la familia, por ejemplo, ganado, enseres domésticos, etc.; el dinero que tienen guardado se lo queda, indebidamente, quien lo ha cogido. Es una especie de bandolerismo sistemático, que produce sistemáticamente la condición de esclavos.

* La situación de los cautivos preocupaba profundamente a la cristiandad, principalmente por el riesgo que corría la salvación de sus almas.

Entonces vemos la idea que tenían todos ellos de liberar a los cautivos, de rescatar a sus hermanos de raza, pero sobre todo y principalmente a los hermanos de la Fe, y la cosa se hacía de manera muy ordenada.

Era mucho más para salvar del peligro del alma que de los tremendos peligros del cuerpo. Estaban muy preocupados; era una especie de preocupación que se cernía sobre toda la población, la perdición eterna de aquellos cautivos que estaban cautivos allí.

Y liberar a los cautivos era a menudo una de las razones de las expediciones católicas contra los musulmanes. Sabían que había cautivos en el bando contrario, y [que en el intento de librarlos] corrían peligro de muerte, corrían peligro de perder su libertad, de alguna manera corrían peligro de perder su propia salvación eterna, porque ellos también podían quedar cautivos [al] rescatarlos.

O bien pedían limosna para poder comprar cautivos. En definitiva, trabajaban constantemente con esta idea de los cautivos.

Aquí tenemos, por tanto, una parte de la cristiandad que vivía bajo el régimen cristiano. Y otra parte de la cristiandad que estaba sujeta al régimen pagano, que estaba sujeta a todos los sufrimientos, a todas las penas, a todos los peligros del cautiverio entre los paganos.

Cuando vemos el contraste, nos genera una inmensa compasión, un inmenso celo por la salvación de esas almas, un gran sentido del honor cristiano. Era el tercer factor que entraba en juego: la idea de que era una vergüenza ver que sus hermanos en la fe eran tratados de esta manera y que ellos no reaccionaban.

Cuando comparamos el número de cautivos con el número de los que no estaban en cautiverio, los cautivos eran una minoría y una minoría hasta cierto punto muy pequeña; no hay estadísticas, pero era una minoría pronunciadamente minoritaria. A pesar de esto, esta situación amargaba a los nuestros y determinaba su actitud…

* Para atender a las necesidades de los cautivos, la Providencia suscita la Orden de los Mercedarios

Ahora bien, como siempre ha sucedido, cuando hay una gran necesidad en la Iglesia, la Providencia suscita una Orden religiosa para atender a esa necesidad, y esta Orden religiosa es al mismo tiempo una familia de almas y un aparato, un instrumento de acción nuevo.

Así, apareció la Orden de los Mercedarios para atender a esta necesidad. Era una Orden de Cruzados, una Orden Mendicante y una Orden de Caballería, en el sentido literal, es decir, que tenía sus caballeros que debían librar la guerra santa para rescatar a los [cautivos cristianos].

San Félix de Valois nos aparece, por tanto, como uno de los santos que encarnaron este ideal; que se encargaron de esta preocupación; que sintieron el problema con toda la energía de las gracias sobrenaturales que recibió para ello y, digamos, que polarizó esta preocupación difundida por todo el cuerpo social y que llamó entonces a sí mismo a la fundación de esta orden.

Esta orden se hizo famosa, realizó una labor prodigiosa. Actuó hasta finales del siglo XVIII. Las naciones árabes del norte de África perdieron toda posibilidad de hacer nuevos cautivos, y [la orden] se llenó de gloria por ello.

Ahora bien, ¿cuál es el contraste, cuál es la reflexión que sugiero al respecto esta noche? Es la diferencia de actitud entre el español de la época de San Félix de Valois frente al cautivo y el católico de hoy frente al comunista. Los millones de católicos que, bajo el régimen comunista, se encuentran en un verdadero cautiverio y que, desde el momento en que quieren permanecer fieles a su fe, sufren fácilmente lo que sufren los cautivos.

La indiferencia de los católicos de hoy, a dos pasos del telón de acero… Los católicos alemanes y austriacos llevan toda la vida holgada y despreocupada que se podría llevar como si los rusos no fueran comunistas y no hubiera comunistas en Europa.

Tengo la impresión de que ya he contado aquí la horrible sensación que tuve en Venecia. Probablemente “X”, “Y”, “Z” y otros que estuvieron en Venecia lo habrán sentido también. En esos hoteles, mirando al mar y pensando que a unas dos horas en avión, incluso menos, se llega a Yugoslavia, donde reina la muerte. Y a nadie le molesta eso, nadie siente pena, nadie tiene celo, nadie tiene ganas de luchar.

Es más, las ganas son una especie de anhelo por ceder. Y de ahí el «Bucko» (libro «La libertad de la Iglesia en el Estado comunista») y todo lo demás que ustedes conocen. Entonces comprenden la enorme miseria que se apoderó de la cristiandad.

La diferencia entre el celo español de aquella época y la indiferencia de millones de católicos que solo piensan en el comunismo en términos de evitar que entre en su propia patria. Ni se les pasa por la cabeza la idea de rescatar a las naciones dominadas por el comunismo. Se creen mártires, se creen superhombres, se reputan admirables, con la idea simplista de que en su país impiden la entrada de los comunistas. Y esos son los mejores. Los que no están dispuestos a ceder.

Comprenden ustedes la decadencia que ha habido y la situación en la que nos encontramos.

* Ante el peligro de la embestida comunista, la tentación es «vivir la vida».

¿A qué viene esta reflexión? En primer lugar, para que reforcemos en nosotros la convicción de que estamos en decadencia y comprendamos mejor [el carácter] providencial de nuestra obra, que es precisamente la obra de esa reacción.

Pero también es para que nos examinemos a nosotros mismos y veamos, no en nuestra teoría, sino en nuestras vivencias, cuánto hay de esta decadencia. Es decir, por ejemplo, ¿cuántos de nosotros tenemos como pensamiento vivo, un pensamiento frecuente, un pensamiento activo de que todos nuestros hermanos en la fe se encuentran en esta situación?

Y esto se ve agravado por una circunstancia que sigue siendo de las más desoladoras. Tengo información sobre el siguiente hecho. Esta información la obtuve en Roma, cuando estuve allí en 1962. Es la invitación de observadores cismáticos y, sobre todo, comunistas cismáticos, a estar presentes en el Concilio Vaticano, lo que produjo un enorme desánimo en los cismáticos no comunistas que hay en Rusia y aún más en los católicos… que no son cismáticos ni comunistas. Lo que los deprimió enormemente.

Y lo peor fue que había una red de información que [¿enviaba?] por medios heroicos, información sobre la situación rusa para Roma. Y esa red era una red católica. Y que, justo al comienzo del pontificado de Juan XXIII, esa red recibió la recomendación de dejar de funcionar, porque ya no había interés en saber lo que pasaba detrás del Telón de Acero.

Vean de qué naturaleza es esta prueba. Un hijo puede estar en la peor de las situaciones cuando el padre, que imagina lleno de cariño, no está presente. Pero cuando ve esto…

¿Qué diría un Félix de Valois? ¿Qué pensaría? ¿Y sobre todo ante esta emergencia? ¿Y cuál es nuestra posición? ¿Y la tentación de hacer como los demás: “pasarlo bien”? Hay quien piensa: «Pero, ¿hay gente que está sufriendo en Rusia?». La pregunta sería más bien: «¿De qué estás hablando?». Este, seguramente, está pensando en un cheque que emitió… Es decir, acto seguido, vuelve a su vida.

Y nosotros pensamos que es tanto lo que la Providencia nos pide, pero, en comparación con las almas fieles que hay allí en el régimen comunista… Es decir, cuando esas personas nos citen ante el tribunal de Dios para preguntarnos cuál fue nuestro consentimiento con ellos y cómo, al menos, hemos aprovechado sus tormentos para ser más valientes en nuestros tormentos, ¿qué vamos a responder?

Entonces debemos pedirle a San Félix de Valois que nos dé el espíritu de su Orden. Que nos dé un espíritu de fuego, una indignación inextinguible, un celo de rescate irreprimible, un espíritu de Cruzada inquebrantable. Esto es lo que debemos pedir.

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