Santa Macrina, la joven (19/7) – El papel contrarrevolucionário de la mujer – La vida de Nuestra Señora y San José con el Niño Jesus en la Santa Casa

“Santo del Día”, 24 de julio de 1971


A D V E R T E N C I A

Este texto es trascripción y adaptación de cinta magnetofónica con conferencias del profesor Plinio Corrêa de Oliveira dirigidas a los socios y cooperadores de la TFP. Conserva, por tanto, el estilo coloquial y hablado, sin haber pasado por ninguna revisión del autor.
Si el profesor Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros sin duda pediría que fuera colocada una explícita mención a su filial disposición de rectificar cualquier eventual discrepancia en relación al Magisterio inmutable de la Iglesia. Es lo que hacemos constar, con sus propias palabras, como homenaje a tan escrupuloso estado de espíritu:
“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a las enseñanzas tradicionales de la Santa Iglesia. No obstante, si por lapso, algo en él hubiera en desacuerdo con dichas enseñanzas, desde ya y categóricamente lo rechaza”.
Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959.

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He aquí un resumen biográfico de Santa Macrina, Virgen (su fiesta se celebra el 19 de julio, n.d.c.). Tomado del Padre [René François] Rohrbacher, en su obra “Vidas de los Santos”:

“Macrina nacida en el año 327 en Cesarea, era hija de los santos Alexia y Basilio, padres de los santos Basilio el Grande, Gregorio de Nisa y Pedro de Sebaste”.

Uds. ven que se trata de una alta genealogía: los padres eran santos, los tres hijos eran santos. El padre era San Basilio, la madre era Santa Alexia. Tuvieron un hijo, San Basilio el Grande, San Basilio el Magno [que] superó a su padre; [y tuvieron a [San] Gregorio de Nisa, gran santo doctor de la Iglesia y [San] Pedro de Sebaste….

“Su madre, según sus propias palabras, se inspiraba en la Sagrada Escritura, en el Libro de la Sabiduría de Salomón, para educar a su hija”.

Buenos tiempos aquellos en los que las madres abrían el Libro de la Sabiduría de Salomón para aprender a educar a sus hijos… Hoy, en muchos casos, las madres no se acuerdan de esto. Si les pones el Libro de Salomón en la mano, no lo entenderán, y si lo entendieren, no estarán de acuerdo, salvo honrosas excepciones.

“El Salterio [los salmos de David] fue el preceptor de los jóvenes.

“A los doce años Macrina fue prometida, pero al morir su pretendiente, no se preocupó de otra cosa que de educar a sus hermanos, ayudando a su madre.

“De hecho, años después, ya formados, venían [los hermanos] a visitar a la gran Macrina, como la llamaban desde niños, tratándola con el respeto debido a una verdadera educadora”.

En otras palabras, los niños supieron agradecer la educación que recibieron de esta hermana.

“Cuando estaba gravemente enferma y a punto de morir, san Gregorio fue a verla y la encontró tendida sobre una tabla, vestida con un cilicio. El gran santo la colocó cuidadosamente en el lecho, donde la moribunda, recordando el pasado, comenzó a dar gracias a Dios por todo lo que tan bondadosamente se dignara concederle.

“Señor, Tú has puesto fin al miedo a la muerte. Por ti, la verdadera vida comienza cuando termina la vida presente. Dormimos por un tiempo. Luego nos resucitarás al sonido de la trompeta. Nos has salvado de la maldición y del pecado, viniendo a la tierra por nuestros pecados y nuestra maldición.

“Con los crucifijos de hierro que encerraban una reliquia de la Cruz del Salvador, y que siempre llevaba consigo, Santa Macrina murió serenamente, siendo enterrada junto a sus padres en el año 379”.

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Me diréis que el acta está un poco vacía, porque al fin y al cabo cuenta quiénes son sus padres, sus hermanos, que ayudó a su madre a criar a sus hermanos y luego que murió. Y que no hay mucho más que narrar….

Quién sabe si del vacío de esta forma se puede extraer algo que pueda llenar nuestra tarde, porque la forma está realmente un poco vacía.

Este vacío puede llenarse con algunas reflexiones sobre la vida de las mujeres en aquella época.

Hasta la explosión del movimiento feminista tras la Primera Guerra Mundial, existía una idea sobre la vida de las mujeres que debemos preservar y subrayar, especialmente en estos tiempos de execrable moda “unisex”.

La idea que brota de la verdad más elemental y primera, más sensible a cualquiera, es que, puesto que la mujer y el hombre pertenecen al género humano, pero dentro del género humano son muy diferentes, tienen naturalezas diferentes, deben también —la mujer y el hombre— tener tareas diferentes en esta vida.

Y si es propio del hombre cuidar del mantenimiento de la familia, trabajar para que tenga lo suficiente, es propio de la mujer quedarse en la casa y proporcionar al hombre lo que es un verdadero tesoro, que es una casa habitada.

En otras palabras, la mujer debe tener a sus hijos y educarlos. Después de que los hijos hayan terminado su educación, se hayan casado, etc., el papel de la mujer es ser el centro natural de la familia. Así que su casa es el lugar de reunión de sus hijos y nietos. Y es normal que pase su vida en casa.

No quiero decir que una mujer deba vivir en un harén musulmán y no salir nunca. Pero sí quiero decir que salir todos los días no es apropiado para una mujer con un espíritu femenino plenamente formado.

La distracción de una mujer, su entretenimiento, el entorno donde realiza su personalidad está en su propia casa. O en casa de familiares cercanos, a los que no va a ver todos los días, sino de vez en cuando, con relativa asiduidad, según las circunstancias. Su satisfacción consiste en estar dentro de su casa.

¿Haciendo qué en casa? Recibir a su familia, ocuparse de la casa, rezar y rezar mucho, llevar una vida tranquila, relajada y sosegada, porque eso es lo que pide la naturaleza de una mujer.

Mientras que la naturaleza del hombre le pide que salga, que sea activo, que luche, la naturaleza de la mujer le pide este tipo especial de vida, que le proporciona las circunstancias en las que verdaderamente puede santificarse y así salvarse.

Hasta el surgimiento del movimiento feminista, existía esa tradición en casi todos los hogares brasileños.

Yo mismo alcancé a ver —algunos mayores de aquí, de más o menos mi edad, también— a señoras para las que lo normal era no salir de casa. Si lo hacían, era los domingos para ir a misa y de vez en cuando de visita.

En el periodo en que sus hijas tenían que casarse, tenían que salir un poco más, a veces para ir de compras. Aparte de eso, se quedaban en casa y llevaban su vida normal.

Esta vida, impregnada de calma, de piedad, podía conducir, según el espíritu de la mujer, a un alto grado de santidad, y también podía conducir a una virtud común, pero la mayoría de las veces proporcionaba una virtud sólida, que daba un eje moral, un apoyo moral a la vida familiar.

Uds. ven que ésta fue, sin duda, la vida de esta santa.

Después de haber cumplido su misión en la tierra educando a tres santos para la Iglesia, transmitiéndoles la educación que había recibido de dos santos, —un admirable “embudo” entre dos depósitos de santidad y tres recipientes de santidad— después de haber hecho esto, no entró en un convento.

Cabría esperar que, siendo santa, hubiera decidido entrar en un convento, o bien irse a una Tebaida, a un lugar remoto en medio de penitencias. No, se quedó en casa. ¿Y qué hizo? Nada que se cuente…

Llevaba la vida de una madre de familia, de una señora en su casa. Hacía el menú de las comidas; cuidaba de que las cosas no se deterioraran; reponía lo que hiciera falta; dirigía a las criadas; mantenía un cierto número de relaciones que le eran naturales; dedicaba la mayor parte de su tiempo a la oración. Hizo todo esto con un espíritu sobrenatural y se convirtió en una gran santa. Eso es todo.

Es decir, es un modo de santificarse en las condiciones normales de una existencia sana, razonable, que no es la prisa, la dilaceración, el tropezar en la vida de cada día de hoy, que es contraria a la naturaleza de una mujer —incluso para un hombre, es contrario a la naturaleza; ¡más aún para una mujer! — pero es la realización de un tipo de vida de mujer virtuosa, e impregnando eso intensamente de lo sobrenatural, se salva.

Esto es lo natural, lo razonable, como tiene que ser.

Es comprensible que ella, al no haber recibido una vocación especial de Dios, no buscara un convento; se quedó dónde estaba, en casa de sus padres.

Sin embargo, habrán visto Uds. que su vida se vio coronada.

En primer lugar, por la presencia de un santo tan grande —su hermano— para asistir a su muerte. Fue coronada por las hermosas palabras que pronunció antes de morir, palabras de fe, de quien sabía que no acabaría, sino que resucitaría después y tenía confianza en que la misericordia divina la recibiría en el Cielo.

Llevó hasta el final una cruz de hierro en cuyo interior estaba incrustado un fragmento de la verdadera Santa Cruz. En resumen, murió como había vivido. En otras palabras, murió santamente, objeto de veneración de los tres santos que formó y que la llamaban “la gran Macrina”.

¿Qué hizo esta gran Macrina? Nada. Educó a tres niños. ¿Qué hizo? Educó grandemente a tres santos. ¿Qué más hizo? Los educó en su casa magníficamente, grandemente, rezando… Rezando y viviendo piadosamente una existencia normal. Con esto se santificó, adquirió virtudes heroicas y está en el Cielo. ¡La Iglesia la canonizó!

Aquí Uds. tienen una pequeña idea —subimos así un poco en la consideración— de lo que es la civilización cristiana. Puede definirse, desde cierto punto de vista, como un orden de cosas en el que todo invita a la práctica de la virtud y todo obstaculiza la práctica del vicio.

Es lo contrario de una civilización como la nuestra, en la que todo obstaculiza la práctica de la virtud y todo invita a la práctica del vicio.

La civilización cristiana creó para esta santa unas condiciones de vida que le desimpidieron el camino hacia el cielo. He evitado la palabra “fácil” porque el camino al cielo nunca es fácil. Pero la cuestión es que los hombres pueden hacerlo aún más difícil. Y este es el caso hoy en día, por ejemplo, donde existen todas las dificultades para que una mujer se salve.

No sé si este concepto está muy claro o no. No sé si he conseguido explicar a Uds. la dignidad y la grandeza que hay en una vida así y cómo debemos respetar a una persona que lleva una vida así. Es decir, es la verdadera vida como conviene a una mujer. ¿Queda claro o alguien quiere hacerme alguna pregunta?

(Pregunta: ¿Ud. podría decir qué aspectos son contrarios a una vida tranquila?)

Pienso lo siguiente: las condiciones de vida de la mujer actual son completamente inadecuadas para lo conveniente moral e incluso fisiológicamente del sexo femenino. No trato el aspecto médico porque no lo entiendo, pero uno lo intuye.

Pero lo primero es que normalmente una mujer —me doy cuenta de que esto no se puede hacer hoy— debe tener una reputación tan intachable, tan extraordinaria, que no pueda haber la menor sospecha sobre su virtud.

De ahí la costumbre que todavía llegué a ver en São Paulo, de que una señora —aunque esté casada y con hijos— no sale de casa sola. Cuántas y cuantas veces —yo era un niño de 10, 11, 12 años— fui acompañar a la calle a mi madre, mis tías, etc.

¿Por qué? Porque la presencia del niño demostraba que iban a un lugar donde debían y podían ir. No es que el niño fuera a defenderlas, pero era una garantía de su reputación. Y esto es algo fundamental.

Y que, por lo tanto, dos mujeres, lo máximo que se podían permitir es que salieran juntas, pero de sí la mujer no debería salir sola.

Ella debería sentir su virtud recatada y protegida en todos los sentidos. Y este procedimiento no hace más que realzar a la mujer, porque la presenta como un tesoro de alta categoría que no puede empañarse, que no puede desperdiciarse de ninguna manera.

No se protege lo que no vale nada. Si custodiamos a las mujeres, no es porque desconfiemos de ellas, sino porque desconfiamos de la debilidad tanto de los hombres como de las mujeres, y de que su virtud necesita ser especialmente custodiada.

Hoy se ve lo contrario: las mujeres van a todas partes y hacen de todo. Por otra parte, el movimiento feminista lanzó a las mujeres a un tipo —de hecho, el unisex comenzó con el movimiento feminista— de estilo de vida similar al de los hombres, con los mismos estudios que los hombres, las mismas actividades comerciales que los hombres…..

No estoy diciendo que una mujer no deba estudiar, pero debe ser diferente del estudio de un hombre. El estudio de una mujer debe respetar la delicadeza de su naturaleza. Por lo tanto, debe ser mucho más una cultura general que un estudio erudito. Y debe desarrollar más la personalidad que formar a uno de esos sabios que saben mil cosas….

Pensemos en Santa Macrina: los hermanos a los que tutelaba la llamaban “la gran Santa Macrina”. ¿En qué era grande? En hacer cosas que no eran grandes.

Porque cualquiera puede educar a un niño. Jugar con un niño, cualquiera juega. Pero ella jugaba de manera a hacer tres santos. ¿No fue eso algo sublime? Mucho más importante que recaudar dinero, ¡no hay comparación! Por eso las mujeres tienen una forma de ser especial y de su competencia. No sé si mi respuesta responde a su pregunta.

Una formación católica para una mujer debería hacerla lamentar eso profundamente y hacerla saber conservar esta manera de ser, incluso en todas las circunstancias inclementes de la vida contemporánea.

Es más o menos como un hombre: imagínese a un hombre que cae en la extrema pobreza y se ve obligado a aceptar un trabajo de hacer comida y jugar con niños pequeños. Si no quiere morir de hambre, ¡tiene que hacerlo! Pero puede, si tiene fuerza de alma, seguir siendo totalmente varonil cumpliendo con su deber en esta posición.

El hecho de que yo vea así el perfil moral de la mujer no significa que piense que la mujer —como dicen muchos— está hecha para el sentimiento y el hombre para la razón. Eso equivaldría a decir que las mujeres son animales más o menos irracionales, porque donde no hay razón, hay irracionalidad, ¡no hay escapatoria!

Lo niego rotundamente. Una mujer debe ser como santa Teresa de Jesús la Grande —también santa Teresita del Niño Jesús—, pero pienso más en aquella, porque así son todas las santas. Es decir, ante todo, personas de principios, de convicciones firmes, decididas, enérgicas. Y que introducen y completan este estado de alma con su delicadeza, su afecto femenino, etc. Pero en el fondo deben existir principios, una formación doctrinal segura y una entrega heroica a los principios aprendidos. Así es una mujer.

No sé si Uds. conocen —lo he repetido aquí varias veces, pero no sé si es conocido por todos— el comentario de (.?.) cuando murió Santa Teresa de Jesús. Escribió a un amigo dándole noticias y le dijo: “ha muerto un gran hombre: la monja española Teresa de Jesús”. ¡Así está bien!

Y Santa Teresa terminaba a menudo sus cartas a las monjas con lo siguiente: “hijas mías, no seáis mujercitas”.

Este tipo de mujercita tonta y azucarada, que no comprende dos dedos delante de la nariz y a la que le das un empujón y se cae, no es la “mujer fuerte” del Evangelio. Es otra cosa. Esta es la mujercita bibelot, vacía… esto es otra cosa, es una caricatura de mujer.

Si Uds. quieren saber lo que es una mujer, lean un pasaje de la Escritura sobre la “mujer fuerte” [Libro de los Proverbios 31:10-13, 19-20, 30-31 – ver más abajo (*)]. Y ahí tendrán la descripción. ¡Es magnífico! ¡Así es como debe ser!

(Pregunta: No sé si sería alargar demasiado el Santo del Día, pero ¿Ud. podría hacen una aplicación de esto a la vida doméstica de Nuestra Señora?)

El ejemplo es tan trascendente que resulta casi inaplicable. Pero podríamos decir lo siguiente: se dice que Nuestro Señor pasó treinta años en la vida privada y tres en la pública. La Virgen sólo tuvo vida privada. ¿Y qué hizo durante todo ese tiempo? Se ocupó de la casa…

Luego, cuando comenzó la vida pública de Nuestro Señor Ella, más o menos de lejos, viajaba acompañándole, rezando según Sus intenciones.

Pero su existencia fue una vida doméstica, fue como la de Santa Macrina. Es decir, ocupándose de los asuntos del hogar.

Sólo que con la enorme diferencia que va de aquí al sol: Ella tenía a Nuestro Señor Jesucristo dentro de su casa. Y aquí todo cambia, todo se transfigura, todo se transpone a una clave tan alta y tan trascendental que uno no sabe qué decir.

¿Cuál sería el ambiente de la Casa de Nuestra Señora? Podemos imaginar, por ejemplo, una comida… El día ha terminado, la cena es a las seis, cuando se pone el sol en Nazaret. Y Nuestra Señora, San José y el Niño Jesús cenando… Nuestra Señora y San José mirando al Niño que está comiendo y sabiendo que es Dios quien está comiendo. Y que es Dios quien se dirige a ellos… Y que es Dios quien les pregunta qué es tal o cual plato… Y que les hace mil preguntas infantiles. Y ellos saben que responden a Dios. Y que reciben a cada instante un soplo de amor de Dios de transportar una lección de sublimidad ¡para extasiarse!.

San José, cuando no miraba al Niño Jesús, miraba a la Virgen, y lo que es mirar a la Virgen….

El encanto que cada uno de ellos tenía dentro de la Casa, viendo cada día el progreso del otro, una vez que incluso el Niño “crecía en gracia y santidad”. Luego ir constatando los progresos.

Uds. pueden imaginar el éxtasis de San José al ver florecer en Nuestra Señora un nuevo refinamiento de virtud. Y donde él juzgaba constantemente que Ella era perfectísima y que ya había alcanzado todas sus alturas, ver un auge brotar naturalmente de otro auge, de otro auge, hasta alturas que él no podía comprender….

Uds. pueden imaginar cómo era una noche de San José, después de que la Virgen se hubiera acostado, después de que el Niño Jesús se hubiera acostado también. Y se quedaba solo para hacer balance del día, para pensar en todo lo que había aprendido. ¿Qué debía ser una cosa así?

En el silencio de la pequeña ciudad, en el jardincito, con un poco de verdor, cerca de algún descampado tal vez, con los grillos haciendo ese ruidito tan característico. Una brisa, un cocotero crujiendo, la noche bajando, las estrellas orientales brillando en el cielo… y él sentado, digamos fuera de la Casa, en un taburete e intentando recordarlo todo y haciendo la teología del día. Interrumpiéndose y pidiendo a los Ángeles que le enseñaran tal o cual cosa, lo que significaba tal o cual otra….

El Evangelio dice que la Virgen “guardaba todas estas cosas, confiriéndolas en su corazón” (Lc 2,9). ¿Cuáles podían ser las “confericiones” de san José? Después, las deliberaciones: “Mañana le preguntaré tal cosa, y a Ella otra”.

Y luego cómo deberían hacerse esas preguntas, porque tengo la impresión de que en su intimidad el Niño Jesús permanecía como una especie de incógnito, y que san José y la Virgen no tenían libertad de acudir a él y decirle: “Dios mío, decidme tal y tal cosa”. Pero que Él quería ser tratado como un niño en su naturaleza humana, y que por eso era necesario hacerle preguntas de manera “detourné” [discreta, n.d.c.], que Él veía enteramente lo que eran, y Ellos notaban en la fisonomía del Niño que las comprendía. ¡Y luego aquellas respuestas de sabiduría…!

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Si queremos hacernos una idea de la convivencia de San José, de Nuestra Señora con el Niño Jesús, tenemos que pensar en el Niño Jesús en el Templo: se le encontró allí, interpretando las Escrituras y dejando boquiabiertos a todos los doctores. ¿Uds. pueden imaginar las interpretaciones de las Escrituras que Él daba a su padre y a su Madre en casa, dando ciertamente mucho más que a los doctores del Templo?

¿Se imaginan Su actitud cuando comenzó a monologar… y San José y la Virgen recogidos escuchando, o en éxtasis… qué pudo ser aquello? ¿Quién puede tener idea de lo que pudo haber sido? Nadie puede tener la menor idea.

Todo esto que estoy diciendo y que suena maravilloso, en relación con lo que debió ser es completamente pardo, descolorido e inexacto. ¡La realidad debió superarlo indeciblemente!

Ciertamente hubo momentos en que los Ángeles se mostraron. Y otras en las que se mostró la misma Santísima Trinidad… De repente, miraban y no había ningún Niño comiendo papillas….

También hay que decirlo: esta intimidad sólo la Virgen y San José podían soportarla, porque eran compresiones y descompresiones. Dirán Uds.: “No, pero debería haber una gran paz”.

Es verdad. Estoy seguro de que la presencia de ellos daba distancia psíquica. Pero es demasiado grande para nosotros. Nosotros, desde fuera, desde el umbral de la puerta, si miráramos por el ojo de la cerradura, ¡hubiéramos visto algo que nos quitaría por completo las ganas de vivir!

Tengo la impresión de que si uno de nosotros tuviera una visión que nos presentara un minuto dentro de la Casa de Nazaret y después, de repente, cayéramos en la San Pablo del año 1971… ¡no funciona!

No se puede hacer una idea de lo que pudo haber sido. Luego la Virgen correspondiendo en todo momento a las Gracias de una manera perfecta y superlativa.

San José —algunos dicen, y es verdad— no fue preservado del pecado original, sino que inmediatamente después de nacer, fue limpiado de la culpa original. Por eso no tenía ninguna inclinación baja, no tenía nada que resistir sino las tentaciones del demonio, pero aplastadas soberanamente, con su cayado florido.

Una casa pobre: en una esquina, un cayado. Un extraño bastón, un trozo de madera seca en el que se ve una punta permanentemente verde: era el cayado que florecía. ¡Se acabó! Adiós joyas, tesoros, todo lo que el occidental ama y el ruso envidia… ¡Basura! ¡Basura! ¡No es nada! ¿Qué es? ¡No es nada! Por un palo con una punta inexplicablemente verde, donde en un momento floreció un lirio. ¡Se acabó! Se acabó.

Y esto es lo de menos. ¡Es lo de menos! Uds. pueden imaginar las sucesivas túnicas que el Niño Jesús fue dejando a medida que crecía, lo que era cada una de estas cosas… ¡No hay palabras para expresar todo esto adecuadamente!

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Niño Jesús de la Cruz del Pichincha (Equador)

Cuenta Ana Catalina Emmerich que en la Santa Casa de Nazaret había una pequeña habitación que era una capilla y que muchas veces la Virgen entraba y veía al Niño Jesús rezando allí y a veces con los brazos en cruz, preparándose ya para su Crucifixión y que Ella también tomaba esa actitud y entonces los dos se elevaban.

Con lo venerable que era la casa de Santa Macrina, se puede imaginar una velada en su hogar. Con los dos padres más que ancianos, provectos, como confirmados en gracia. Con una manera que tienen a veces ciertos ancianos de ver las cosas, que da la impresión de que ya están viendo el Cielo, y estos ancianos son cada vez más raros…, [hoy] se tiñen el pelo….

Así pues, consideremos que Santa Macrina ayudando a la inteligencia de San Gregorio, de San Basilio, de todos los demás… ¡Esto ya tendría un efecto muy profundo en nosotros! ¿Qué sería la Sagrada Familia?

Terminaré con una leyenda medieval que lo dice todo. Creo que esta historia está en la Legende Dorée de Jacques de Voragine, pero no estoy seguro.

Había un tipo que tenía un gran deseo de ver a Nuestra Señora, y entonces, después de haberlo pedido mucho, se le apareció un Ángel y le dijo: “puedes verla, a condición de que aceptes como sacrificio después quedarte ciego”. Dijo que aceptaba; vio a la Virgen, ¡estaba extasiado! Cuando terminó de ver, sólo había perdido un ojo. Fue una misericordia de la Virgen para él.

Está bien. Siguió viviendo, pero seguía deseando ver a Nuestra Señora una vez más. Y ese deseo, deseo iba en aumento… Se le apareció el Ángel y le dijo: “¿Sacrificas el otro ojo para ver a Nuestra Señora?”. Él respondió: “¡Sí!”.

La Virgen se le apareció de nuevo, ¡estaba extasiado! Cuando la Virgen en la visión se deshizo, él se había curado de su ojo ciego y no había perdido el otro….

Es decir, el dio eso por ver a la Virgen durante unos instantes en una visión. ¿Cómo sería pasar un día con la Sagrada Familia? En el Cielo, con la misericordia de Nuestra Señora, tendremos una eternidad junto a la Sagrada Familia.

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La Santa Casa donde vivieron Nuestra Señora, San José y nuestro Divino Salvador, y que actualmente se encuentra en Loreto (Italia).

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(*) Libro de los Proverbios 31, 10-13, 19-20, 30-31:

10 Una mujer fuerte, ¿quién la encontrará? Vale mucho más que las joyas.

11 Su marido confía plenamente en ella, y no le faltarán recursos.

12 Ella sólo le da alegrías y ninguna tristeza todos los días de su vida.

13 Busca lana y lino, y sus manos trabajan con destreza.

19 Extiende su mano hacia la rueca, y sus dedos sostienen el huso.

20 Abre sus manos al necesitado, y extiende sus manos al pobre.

30 El encanto es engañoso, y la belleza efímera; la mujer que teme al SEÑOR merece alabanza.

31 ¡Que se proclame el éxito de sus manos, y que en la plaza se alaben sus obras!

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