Santísima Virgen María, Mediadora de todas las gracias

“Legionario”, 28 de mayo de 1939, N. 350, pág. 5

 

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Madonna dei raccomandati (de los que a Ella se encomiendan)
Catedral de Orvieto, Italia – Lippo Memmi (1291-1356)

No se puede negar que, en la economía de la redención del género humano, la Virgen María ocupa un lugar especial. Dios quiso, en efecto, que, así como el género humano cayó por medio de Eva, la primera mujer, así también por medio de María, la nueva mujer, el hombre tuviera la gracia de la salvación (San Efrén).

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En los Evangelios, a lo largo de toda la vida de Nuestro Señor Jesucristo, los hechos más importantes, aquellos que estaban más estrechamente relacionados con la restauración de la humanidad, no se produjeron sin la intervención de Nuestra Señora.

En las bodas de Caná, el milagro que determinó la fe de los apóstoles no se realizó sin la intercesión de María. Ahora bien, los apóstoles fueron los primeros frutos de la obra de Jesucristo y los fundamentos de la evangelización de todo el mundo.

Más tarde, cuando se consumó en la Cruz la obra de la Redención, allí estaba la «Mujer», a cuya custodia, en la persona de San Juan, Jesús Cristo confió a todos los hombres.

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Estos hechos llevaron a los Santos Padres y a los doctores de la Iglesia a considerar en Nuestra Señora la «Maternidad divina» y las consecuencias que de ella se derivan. Si realmente María fue especialmente elegida por Dios para ser Madre de Su Divino Hijo, si para tal fin la Bondad Divina la preparó con privilegios inefables, como el singularísimo de la Inmaculada Concepción, era natural que el Altísimo reservara a la Virgen María una situación especial y profunda en la restauración del género humano.

Haciéndose eco de todos los Santos Padres y del sentimiento común de los católicos, el Beato Grignion de Montfort escribía:

«Toda la tierra está llena de su (de María) gloria, especialmente entre los pueblos cristianos, muchos de los cuales la toman como tutora y protectora de sus reinos, provincias, diócesis y ciudades; muchas iglesias consagradas a Dios lo están en su nombre; no hay iglesia sin un altar en su honor; no hay nación en la que no haya un lugar con una de sus imágenes milagrosas, en el que se curan todos los males y se obtienen todo tipo de bienes; tantas congregaciones y cofradías en su honor; tantas órdenes religiosas con su nombre y bajo su protección; tantos religiosos y religiosas de todas las congregaciones que publican sus alabanzas y anuncian sus misericordias. No hay niño que no la alabe balbuceando el Ave María; no hay pecador, por muy endurecido que esté, que no tenga en ella un destello de confianza; ni siquiera hay demonio en el infierno que, temiéndola, no la respete».

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De hecho, no hay gracia concedida por la Misericordia de Dios que no sea a través de las manos de María. En el Antiguo Testamento fueron los méritos de Nuestra Señora los que, previstos, movieron la Bondad Divina a distribuir sus gracias a los patriarcas y a los fieles del pueblo elegido; durante su vida fueron sus oraciones; y hoy, en el Cielo, es Ella la dispensadora de los beneficios que descienden de allí a este valle de lágrimas. – Es precisamente en este hecho donde se resume la mediación de todas las gracias consagradas por la Iglesia el 31 de mayo.

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El dominio, pues, de la Mediación de María Santísima se extiende a todas las gracias conquistadas por Jesucristo. – De este hecho se deriva toda la importancia y la necesidad moral de la devoción a la Santísima Virgen para el fiel en el difícil camino hacia el Paraíso. Si es cierto que la Virgen María, en los extremos de su camino maternal, intercede ante su Divino Hijo por todos los hombres, no hay duda de que su protección se ejerce de manera tanto más especial cuanto más tierna es la devoción que el fiel alimenta hacia la Santísima Virgen.

Por otra parte, ¿qué nombre merecería el cristiano que no tuviera un amor ardiente y una ternura filial hacia la Madre de Jesucristo? ¿Sería verdadero católico quien no rindiera a María el culto que le corresponde por la singular excelencia con que la distinguió la omnipotencia de la gracia de Dios?

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La boda de Caná (1305), Giotto di Bondone. Capilla de los Scrovegni en Padua (Italia).

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