“Santo del Día” – 12 de enero de 1970
A D V E R T E N C I A
El presente texto es una adaptación de la transcripción de la grabación de una conferencia del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira a los socios y colaboradores de la TFP, manteniendo, por lo tanto, el estilo verbal, y no ha sido revisado por el autor.
«Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a la enseñanza tradicional de la Santa Iglesia. Si, sin embargo, por lapsus, algo en él no se ajustara a esa enseñanza, desde ya y categóricamente lo rechaza».
Las palabras “Revolución y Contra-Revolución” se emplean aquí en el sentido que les da el profesor Plinio Corrêa de Oliveira en su libro Revolución y Contra-Revolución, cuya primera edición se publicó en el n.º 100 de “Catolicismo”, en abril de 1959.
Santo Domingo y los albigenses – Pedro Berruguete – Museo del Prado – Madrid
Santo Domingo hace depositar sobre el fuego uno de sus libros y otro de los doctores albigenses para demostrar los errores de su doctrina. Prodigiosamente, el del santo se eleva sobre las llamas, que consumen el de los herejes.
Voy a leer ahora aspectos de la vida de Santo Domingo de Guzmán (Caleruega, Burgos, 24-7-1170 – Bolonia, 6-7-1221), que promovió una cruzada contra los herejes cátaros, y sobre las persecuciones que estos le infligieron.
“El endurecimiento de los albigenses llevó a la Iglesia a organizar una cruzada contra ellos. El papa Inocencio, indignado por el carácter irreductible de los herejes, a quienes no conmovía ningún amor por la verdad y a quienes la espada espiritual, es decir, la palabra de Dios, no podía traspasar, decidió atacarlos al menos con la espada material. El obispo Diego había predicho, mientras aún vivía, esta acción punitiva secular, en una imprecación profética.
“Un día, públicamente, había confundido evidentemente a los defensores del error y había sido ridiculizado por un gran número de nobles que lo escuchaban. Entonces, extendió la mano al cielo y, lleno de indignación, gritó: ¡Señor, castígalos! Dios escuchó esas palabras y comenzó la Cruzada.
“Mientras se desarrollaba, Santo Domingo continuó con sus sermones, sufriendo una tremenda persecución por parte de los malvados. Le tendían trampas e intentaban matarlo. Esto más de una vez. Le escupían y le lanzaban barro y excrementos, le ataban hilos de paja a la espalda para burlarse de él. Un día le preguntaron al santo por qué evitaba la diócesis de Toulouse y frecuentaba la de Carcasona. En su amor por el sufrimiento, respondió: porque en la diócesis de Toulouse encuentro mucha gente que me honra, mientras que en Carcasona, por el contrario, todo el mundo me combate.
“Numerosos predicadores, llenos de idealismo y celo, recorrían la tierra de los herejes tratando de convertirlos, mostrando claramente los errores de la herejía, pero no conseguían nada contra hombres obstinados en su malicia. El contacto que mantenían, a veces con líderes heréticos, solo contribuía a llenarlos de disgusto.
“Un día, el abad de Vaux-de-Cernay discutió largamente con Thierry, un noble albigense. Este último, ya incapaz de responder a los argumentos del religioso, le dijo: La cortesana (la cortesana era una meretriz) me mantuvo prisionero durante muchos años. Ya no me volverá a aprisionar. Se refería a la Iglesia. En otra ocasión, el mismo abad, al entrar en el castillo de Aude para predicar, hizo la señal de la cruz. El caballero hereje que lo vio gritó: «Que la señal de la cruz nunca me ayude». Era infinito el número de los que se mostraban obstinadamente apegados al error. Como la víbora del Salmo, cerraban los oídos para no escuchar a los encantadores, temiendo así que la verdad entrara en sus espíritus sumidos en las tinieblas. Por eso se llevó a cabo la Cruzada”.
Aquí, en esta ficha, podemos ver un estudio que nos habla de los preliminares de la Cruzada, de las razones que la precedieron. Sería interesante decir, antes que nada, que los albigenses eran herejes del siglo XIII, que se levantaron negando prácticamente todas las verdades de la doctrina católica. Y, al igual que los progresistas de nuestros días, ocultaban los errores que profesaban (1).
Es decir, en el fondo eran como los miembros del IDOC y de los Grupos Proféticos (2), eran personas sin religión alguna. Eran panteístas, tendían al culto al demonio. En realidad, se hacían pasar por católicos. Negaban que fueran herejes. Y cuando se les acusaba, comenzaban a discutir diciendo que no, que los papas eran injustos con ellos, que ellos eran los que observaban la verdadera doctrina, que había un equívoco, un montón de cosas así, pero queriendo mantener las apariencias de católicos.
Para convencer a estos albigenses de que estaban equivocados, la Providencia suscitó a un hombre totalmente excepcional, que fue Santo Domingo de Guzmán. Santo Domingo de Guzmán era una persona sobre la que la Providencia veló con un celo muy especial, desde antes de que naciera. Cuando estaba a punto de nacer, su madre tuvo la visión de un perrito caminando y llevando en la boca una antorcha. Y era precisamente el presagio de que su hijo sería como un perro, símbolo de la fidelidad, llevando en la boca una antorcha que era el símbolo del ardor, del celo por Dios y, por lo tanto, por la Iglesia de Dios y por la lucha contra los enemigos de Dios.
Santo Domingo era un hombre, un excelente predicador, dotado de una lógica extraordinaria, de una virtud inmensa, que cautivaba a todas las almas rectas, precisamente por su virtud y el valor de su lógica, y que, por eso, por un lado, atraía a mucha gente. Fundó una orden religiosa que se convirtió en la Orden Dominicana, hoy tan tristemente, tristísimamente decadente (3). Me pregunto qué diría Santo Domingo si resucitara y se presentara ante sus pobres hijos espirituales hoy en día.
Bueno, por otro lado, esta orden religiosa, tan pronto como se fundó, comenzó a atraer a tanta gente que no podía acoger a todos los interesados. Formó una Segunda Orden para mujeres y una Tercera Orden solo para acoger a los seglares que querían entrar en la Orden y a los que él no quería acoger, o mejor dicho, no podía acoger porque algunos estaban casados y porque el número de personas era excesivo. Una orden religiosa no puede acoger a tanta gente. Por lo tanto, motivó una corriente de enorme piedad y celo católico en las propias regiones donde era llamado a predicar y donde se encontraban los herejes.
Pero, por otro lado, los herejes no se rendían y comenzaron a discutir con él, como ustedes han visto hace poco en la ficha, a burlarse de él, a ridiculizarlo. Muy parecidos a los «sapos» de nuestros días, se agrupaban, atacaban en las calles a Santo Domingo, intentaban ponerle trozos de paja en la espalda, lo que sin duda tenía algún significado ridículo en aquella región y en aquella época; le lanzaban incluso barro y excrementos inmundos, para humillarlo y ver cómo reaccionaba. Los predicadores que él había formado perseguían y discutían por todas partes con los herejes, siempre con mansedumbre, siempre con corrección, siempre con la fuerza de la lógica.
Pero hubo un momento en que los herejes resistieron de tal manera y, por otro lado, se volvieron tan agresivos, incluso con agresiones físicas, tratando de matar a Santo Domingo y a sus compañeros de acción, que se vio que o bien tenían que defenderse, o bien la predicación se volvería imposible. Entonces se produce ese hermoso episodio del obispo Diego. El obispo Diego, que comienza a discutir con uno de ellos y ve que no se rinden ante ningún argumento, ve, por otro lado, su crueldad, su maldad, levanta los brazos al cielo y pide al cielo que los castigue. Un gesto profético, que anunciaba el movimiento del Espíritu Santo para constituir una Cruzada de legítima defensa contra los albigenses, que en poco tiempo se constituyó y arrasó con los albigenses.
Inocencio III excomulgando a los albigenses -izquierda- y Simón de Montfort combatiéndolos -derecha- (Londres, Biblioteca Británica, Royal MS 16 G VI, f. 374v)
Por otro lado, vemos a valientes frailes dominicos que, como predicadores en la región, comienzan a predicar por todas partes la Cruzada, incluido Santo Domingo de Caleruega que fue uno de los vigorosos predicadores de la Cruzada. Así se formó, con el apoyo de los señores feudales del centro y del norte de Francia, la gran Cruzada que, bajo el mando de Simón de Monfort, invadió el sur, destrozó a los albigenses, dispersó y desmanteló sus fortalezas y acabó con esa herejía.
Debemos admirar todo esto. Admirar, en primer lugar, el valor y la mansedumbre de los dominicos de aquella época. Cómo emplearon las armas de la persuasión en toda la medida de lo posible. Ahora bien, por otra parte, debemos admirar que no solo se expusieran al riesgo de perder la vida, sino también al ridículo. Aceptaban ser burlados por amor a Nuestro Señor Jesucristo. Reaccionaban. Reaccionaban y los herejes no tenían argumentos que dar. Los herejes, al no tener argumentos que dar, naturalmente atacaban, hasta que llegó un momento en que tuvieron que defenderse por sí mismos.
Pero fíjense en esa ficha, en el carácter defensivo, como es evidente. Como había la intención de defender la vida de los predicadores del Evangelio contra agresiones insoportables que de ninguna manera podían tolerarse. Ahora bien, una vez que llegó el momento de la defensa, fueron invencibles. Entonces llegó el momento de la fuerza, y se manifestaron los cruzados, magníficos guerreros, que extirparon esa herejía irreductible en el sur de Francia, fruto de una obstinación a toda prueba. Ustedes ven, por lo tanto, que es una epopeya de equilibrio. Cada cosa llegó a su tiempo, según el buen derecho y según los principios de la doctrina católica. Cada cosa fue bendecida por Dios porque llegó a su tiempo. Y cada cosa, invencible a su manera.
Imaginen una perturbación del equilibrio en este orden de valores. Imaginen que los dominicos se hubieran acobardado, no hubieran tenido el valor de predicar contra la herejía, ¿qué habría pasado? Habría pasado que esa herejía se habría apoderado de Francia. ¿Y qué habría pasado? Al apoderarse de Francia, podría haber sido el caso de Lutero con tres siglos de antelación. El tristísimo caso de Lutero, con tres, cuatro, siglos de antelación. Es decir, gracias a su obstinada predicación, se preservó la unidad católica de Europa y se evitó una verdadera dilaceración en Occidente.
Por otro lado, imaginen que los dominicos hubieran recurrido inmediatamente a la fuerza. ¿Qué habría pasado? Se habría tenido la impresión de que la Iglesia no tenía buenos argumentos. Que, precisamente porque temía los argumentos del adversario, trató de callarlos. Ella provocó la discusión. Desarrolló toda la doctrina; suscitó magníficos predicadores, demostró que tenía la verdad.
Ahora, imaginen si, al ser atacada, la Iglesia no se hubiera defendido. Habría sido un crimen. Pues bien, esos hombres, varones de Dios, hombres de valor, suscitados por Dios para el bien de toda la Iglesia de toda esa zona de Francia —zona muy influyente, muy culta, muy rica, que antes y después de esos hechos tuvo un gran papel en la historia del mundo—, imaginen que esos hombres no hubieran podido desarrollar su ministerio en esa zona, por falta de defensa, y hubieran sido muertos. ¿Qué habría pasado? Sería el mismo mal que sucedería si no hubiera habido predicación y ellos se hubieran acobardado. Es decir, el error habría entrado. Hay un tiempo para hablar y hay un tiempo para luchar. Hay un tiempo para luchar por la palabra, hay un tiempo para luchar por la fuerza. Cada cosa se hizo a su tiempo, se hizo según las normas de la moral católica. Cada cosa dio el resultado que debía dar.
Ese es el admirable equilibrio de todas las cosas que son verdaderamente de la Iglesia. Ese es el equilibrio de los santos, del que la Iglesia nos da pruebas en todas las vidas de los santos. Y ese es el equilibrio que debemos admirar. Nada de bonachonismo. Nada de blandura, nada de cobardía ante el adversario. No hay duda. Tampoco hay exageración. Cuenta, peso y medida en todas las cosas. Así deben ser las cosas.
Hago la analogía con la historia, con las circunstancias de nuestro tiempo. Vean, la TFP recorre —es un hecho reciente— las calles de todo Brasil y presenta su doctrina, sus argumentos. Los presenta con cortesía. Los presenta con belleza artística. Hermosas capas, hermosos estandartes, hermosa música. Los presenta, sobre todo, e insisto en este punto, con toda ortodoxia, con toda lógica, con toda seriedad. Bien, ¿qué sucede? Fíjense en algo curioso. A lo largo de nuestras caravanas, nadie intenta refutar nuestros argumentos por medios lógicos.
“… y presenta su doctrina, sus argumentos. Los presenta con cortesía. Los presenta con belleza artística. Hermosas capas, hermosos estandartes, hermosa música” – Una campaña callejera de la TFP
De hecho, es algo curioso, nadie refuta a la TFP. Nadie polemiza con la TFP. Nadie sale en los periódicos discutiendo con nosotros. El único que salió en los periódicos discutiendo con nosotros fue Gustavo Corção, que escribió tres artículos contra nosotros cuando salió RA-QC [Reforma Agraria — Cuestión de Conciencia]. Publicamos tres artículos contra él, demostrando que no había leído el libro. El título de uno de los artículos era: «RA-QC, el libro que el señor Corção no leyó». No hay nada peor para un crítico que demostrar que no ha leído el libro que critica. Muy bien. Se quedó callado, mudo, y nunca más nos atacó.
Bueno, ¿y ahora qué hacen nuestros adversarios? Se burlan, critican, no llegan tan lejos, no atentan contra nuestra vida como se hizo en la época de Santo Domingo, pero critican. Nosotros refutamos con la contra-burla. En un lugar de Brasil llegaron a la agresión física. Y ese lugar fue Belo Horizonte. Un barrio de Belo Horizonte, donde se encuentran varias de nuestras sedes, tenía un montón de playboys. Estos playboys pasaban cerca de los nuestros y les decían groserías. Cometían agresiones de todo tipo, últimamente incluso paraban el coche y les amenazaban. Nuestra gente, bien hecho, no respondía. La costumbre de abuchear aún no se había introducido. Es un logro reciente.
Bueno, ¿y qué pasó? Nuestra gente iba a comulgar, no todos, pero sí un gran número, a una iglesia. Y un día los agresores, pensando que los nuestros eran unos apocados, vinieron en gran número y rodearon a nuestra gente. Nuestra gente los esperó en el último escalón fuera de la iglesia. Y tenían la recomendación de dejarlos decir lo que quisieran: ‘no respondáis, no cometáis ninguna agresión física.; si ellos comienzan la agresión, emplead la defensa personal’. Fue una maravilla. Ellos comenzaron la agresión, restregándole el dedo en la cara a uno. Fue la señal. Se produjo un contraataque furioso.
Nuestra gente, muy hábil en defensa personal, los derrotó, y cuando llegó la policía, tardía, perezosa, dirigida por un perezoso, encontró a algunos playboys agarrados por los nuestros para ser entregados a la policía.
Bueno, después de eso enviamos una circular a los mejores barrios de Belo Horizonte, explicando que ese era el estilo de la TFP (4), pues nunca agredimos pero, ¡ay de quien se atreva a agredirnos!, porque será recibido con técnicas de defensa personal y las recibirá de verdad. Varonilmente, muscularmente. No hubo comentarios. Excepto por el columnista de un periódico que siempre nos ataca, que siempre nos critica, y que declaró lo siguiente: que no entendía cómo habíamos salido ganando.
¿Por qué? Porque esa gente está acostumbrada a la idea de que los católicos son blandos, tontos, sin energía, porque no son agresivos. Entonces hay que demostrar que sabemos no ser agresivos, sino simplemente enérgicos, enérgicos como nadie. Y entonces escribí un artículo en la “Folha” [n.d.c.: Folha de São Paulo. El mayor periódico de la ciudad] titulado «Estilo», en el que reproduzco esta carta, cuento el hecho y digo que ese es el estilo de la TFP. Nadie protestó, ni mugió, ni pio, ni maulló. Punto final. Se acabó el asunto. Así es como deben ser las cosas. Por lo tanto, recomiendo que, inspirándonos en los ejemplos de estos Cruzados, tengamos toda la prudencia, toda la moderación y toda la valentía que las circunstancias nos exijan, según los principios de la doctrina católica. Podemos dar por concluida la conferencia.
NOTAS
(1) Sobre la táctica de, haciéndose pasar por católico, ocultar los errores que profesaban recomendamos a nuestros visitantes la lectura de la Encíclica de San Pío X sobre los errores del modernismo, precursor del llamado progresismo católico, Pascendi Dominici Gregis, comentada por el Prof. Plinio en “El cincuentenario de la Pascendi” y en “San Pío X y la peor herejía de todos los tiempos”.
(2) IDOC y Grupos Proféticos – Sobre el asunto ver el estudio GRUPOS OCULTOS TRAMAN LA SUBVERSIÓN EN LA IGLESIA, en el que se denuncia una infiltración sistemática en la Iglesia Católica por parte de grupos progresistas y comunistas, con el objetivo de transformarla en una “Iglesia-Nueva” desacralizada, igualitaria y funcional al comunismo.
(3) En los años 70, fecha de esta conferencia, los dominicos en Brasil se tornaron tristemente famosos por su participación en movimientos terroristas de tinte comunista. Sobre el tema, el Prof. Plinio escribió un artículo en la Folha de São Paulo [A TFP e os terroristas dominicanos] que puede leerse aquí.
(4) El estilo de la TFP – Véase a este proposito el artículo en la “Folha” Estilo, onde el Prof. Plinio, comentando las agresiones sufridas por los voluntários de la TFP y sus reacciones, concluye: “Esta misiva completa la línea de conducta de la TFP en este caso, y define todo un estilo de vida, de actuación y de lucha. Es la versión contemporánea del espíritu del caballero cristiano de antaño. En idealismo, ardor. En el comportamiento, la cortesía. En la acción, devoción sin límites. Ante el adversario, circunspección. En la batalla, altivez y coraje. Y a través del coraje, la victoria”.
O aún la conferencia del Prof. Plinio sobre “O charme grandioso da TFP” (“El encanto grandioso de la TFP”, en traducción libre).