Santo Domingo de Guzmán (8/8): No hay peor tiranía ni crueldad que preconizar la libertad para el error y el mal

“Santo del Día”, 4 de agosto de 1965

 

A D V E R T E N C I A

El presente texto es una adaptación de la transcripción de una grabación de una conferencia dada por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira a los miembros y cooperadores de la TFP, manteniendo así el estilo verbal, y no ha sido revisado por el autor.

Si el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros, seguramente pediría una mención explícita de su disposición filial a rectificar cualquier discrepancia en relación con el Magisterio de la Iglesia. Es lo que hacemos aquí, con sus propias palabras, como homenaje a tan bello y constante estado de ánimo:

“Católico romano apostólico, el autor de este texto se somete con ardor filial a la enseñanza tradicional de la Santa Iglesia. Sin embargo, si por error, en él apareciera algo que no se ajustara a esa enseñanza, lo rechaza categóricamente”.

Las palabras “Revolución” y “Contrarrevolución” se utilizan aquí en el sentido que les da el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira en su libro “Revolución y Contrarrevolución“, cuya primera edición se publicó en el n.º 100 de “Catolicismo“ en abril de 1959.

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blankSanto Domingo de Guzmán meditando (Beato Angélico)

 

Hoy es la fiesta de Santo Domingo (Caleruega, Burgos, 24-7-1170 – Bolonia, 6-7-1221), confesor, apóstol de la devoción al Santo Rosario, Fundador de la Orden de Predicadores (Dominicos). Luchó contra los albigenses.

Sobre Santo Domingo tenemos un extracto de la obra “Diálogo de la Divina Providencia”, en el que Dios trata con Santa Catalina de Siena, que era tercera dominica, sobre su Fundador:

“Pero tomó la luz de la ciencia como finalidad más propia suya para extirpar los errores que habían surgido en aquel tiempo. Tomó el oficio de mi Hijo unigénito, el Verbo. Realmente parecía un apóstol en el mundo. Esparcía mis enseñanzas con tanta verdad y luz, que disipaba las tinieblas y hacía que brillara la luz. Él fue una luz que yo ofrecí al mundo por medio de María, colocado en el cuerpo místico de la Iglesia como destructor de herejías”. [OBRAS DE SANTA CATALINA DE SIENA — El Diálogo • Oraciones y Soliloquios — INTRODUCCIONES Y TRADUCCIÓN POR JOSE SALVADOR Y CONDE — TERCERA EDICIÓN BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS MADRID • MCMXCVI]

Este pasaje es interesante porque muestra todo el valor que Dios da a la misión de extirpador de herejías.

Ahora, un pasaje del célebre Dom Guéranger en su obra “L’Année Liturgique”, en su comentario sobre la fiesta de Santo Domingo (antiguamente celebrada el 4 de agosto, n.d.c.):

“Así, la Orden, llamada a ser el principal apoyo del Pontífice en la persecución de las falsas doctrinas, debería  –en cierto sentido— justificar esta expresión (“extirpador de herejías”) aún mejor que su patriarca: los primeros tribunales de la Santa Iglesia, la Inquisición romana, el Santo Oficio, investidos de la misión del Verbo con el gladio de doble hoja (Apoc. 19, 11-16) para convertir o castigar, no tuvieron instrumento más fiel y más seguro que la Orden dominicana”.

Se puede ver cómo la “herejía blanca” ha penetrado también en la hagiografía (“herejía blanca”: expresión utilizada por el Prof. Plinio en el sentido de “actitud sentimental que se manifiesta sobre todo en cierto tipo de piedad edulcorada y en una posición doctrinal relativista que busca justificarse bajo el pretexto de una supuesta ‘caridad’ hacia el prójimo” – cf. “El cruzado del siglo XX – Plinio Corrêa de Oliveira”, Roberto de Mattei, Ed. Civilização, Porto, 1998, tema 7).

Si consideramos la vida de cualquier santo escrita en la concepción de la “herejía blanca”, en general siempre es así: “Era muy bueno… perdonaba mucho, curaba a muchos enfermos, quería mucho a los niños pequeños…”. En otras palabras, la santidad significa tener dulzura en el trato. De hecho, Uds. nunca verán el siguiente elogio: “Velaba por la doctrina, odiaba y extirpaba la herejía”. Pues esto le parece a la “herejía blanca” un juicio intelectual y no moral. No es, por tanto, una manifestación de virtud. Sería incluso antipático, porque la persona que combatió la herejía hizo sufrir a los demás. Y así se ha vuelto antipático.

Hubo una alta figura de la Iglesia aquí en Brasil que dio a su secretario este consejo (era una época un poco anticuada en la que la santidad aún se presentaba como norma…): “Padre Fulano, Ud. tome como norma de santidad: cualquier acto que le parezca bueno, pero que pueda hacer sufrir a alguien, no lo haga porque no es bueno. Porque el bien nunca hace sufrir a nadie”.

Esta es estrictamente la mentalidad de la “herejía blanca”. No comprende ni remotamente la necesidad de defender la doctrina. Menos aún comprende la necesidad de corregir a los que yerran: “Esto no es virtud, es una preocupación intelectual. Es una elucubración de carácter erudito. Eso no es virtud…” dicen los seguidores de esta mentalidad.

Lo contrario es verdad. El amor a Dios tiene como expresión necesaria el amor a lo que la buena doctrina dice de Dios. Porque no puedo amar a Dios como no es. Tengo que amar a Dios como es. Y sé cómo es Dios según la buena doctrina. Y mi amor a Dios es el amor que la buena doctrina me dice de Dios. Y es lo que la buena doctrina me dice sobre nuestro Señor Jesucristo, el Verbo de Dios encarnado, sobre lo que enseñó e hizo. La ortodoxia no es otra cosa que el amor de Dios.

Que una persona pretenda tener virtud sin tener ortodoxia es un verdadero absurdo; es lo mismo que pretender tener virtud sin tener amor a Dios. Y ser ortodoxo sin odiar el mal es otro absurdo.

Por lo tanto, primera virtud: la ortodoxia. Porque es uno de los aspectos del amor de Dios. Y quien dice ortodoxia, dice combatividad. Cuanto más combativa es una persona, más ortodoxa es y más ama a Dios (para profundizar en este tema, véase: EN DEFENSA DE LA ACCIÓN CATÓLICA, Plinio Corrêa de Oliveira, 1943, QUINTA PARTE – Confirmación por el Nuevo Testamento, n.d.c.).

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Sigamos la lectura de otro pasaje de Don Guéranger sobre la Orden de Santo Domingo y el liberalismo:

“Tanto como Santa Catalina de Siena, el ilustre autor de la Divina Comedia (Dante) nunca habría imaginado que habría un tiempo en el que el primer atributo de la familia dominicana, que le daba derecho al amor reconocido de los pueblos, sería discutido en cierta escuela apologética, y allí desechado como un insulto, o disimulado con malquerencia. Nuestro tiempo pone su gloria en un liberalismo que ha mostrado lo que era multiplicando las ruinas y que filosóficamente no descansa sino en la extraña confusión entre libertinaje y libertad. Haría falta tal colapso intelectual para que no se comprendiera ya que en una sociedad donde la fe es la base de las instituciones, como es el principio de la salvación eterna, ningún crimen es igual al de hacer temblar los cimientos sobre los que descansa con el interés social, el bien más preciado de los particulares. Ni el ideal de la justicia ni el de la libertad consisten en dejar a merced del mal y de los malvados a los débiles que no pueden defenderse: la caballería ha hecho de esta verdad su axioma y ésta ha sido su gloria. Los hermanos de Pedro Mártir (los dominicos) dedicaron su vida a proteger a los hijos de Dios de la insidia del “fuerte armado” (Lc 11, 21) y del contagio que “se cuela de noche” (Sal 90, 6). Este era el honor de la ‘santa tropa que Domingo conduce por un camino lleno de provecho y en el que no se extravía’ (Dante, Paraíso, X, 94-96)”.

Es una hermosa afirmación de la legitimidad de la Inquisición, de la legitimidad de las guerras santas, de la legitimidad de la polémica, que el irenismo de hoy tanto se empeña en negar.

Quisiera insistir en este pensamiento: siempre que se da al error la posibilidad de propagarse, se está apoyando al mismo tiempo una persecución de la verdad. Y siempre que se da libertad a los malos o a los malvados, se apoya una persecución de los buenos y de los buenos. Porque está en la naturaleza del error ser contagioso. Después del pecado original, el hombre tiene apetencia del error. Donoso Cortés (filósofo español, 1809-1853), en una magnífica página que ya se ha estudiado aquí, decía que el milagro de la Iglesia no consistía en ser aceptada por los hombres por ser buena y santa, sino a pesar de ser buena y santa. Los hombres sienten una enorme atracción por el error y el mal. Si al error y al mal se les deja libres, se les permite sublevar a los hombres. Por tanto, no hay peor tiranía ni peor crueldad que preconizar la libertad del error y del mal.

Don Guéranger comenta muy bien: ¿qué hacia el caballero andante? Viajaba de un lugar a otro para defender a las viudas, a los huérfanos y a los débiles. Uno se pregunta: ¿no son las almas ignorantes más indefensas que las viudas, los huérfanos y los débiles? ¿Las almas que tienen malas inclinaciones como consecuencia del pecado original no están más expuestas al error que las viudas, los huérfanos y los débiles de la época de la caballería andante? ¿Y qué es más importante: defender las almas o defender los cuerpos? Por supuesto, defender las almas.

De modo que toda la nobleza de la caballería andante se concentra en quienes, en nuestros días, combaten el error y el mal con gran vigor.

blankSanto Domingo conduciendo un auto de fe (pintura de Pedro Berruguete, 1475)

Hay una melancólica observación histórica que no puedo dejar de hacer: Uds. deberían considerar lo que fue la Orden Dominicana. Reflexionen un poco sobre lo que es hoy en Brasil y se darán cuenta de la enorme decadencia de las mejores instituciones de nuestro siglo.

Se daran cuenta también de que el peor mal de nuestro siglo no es que los comunistas sean lo que son y tengan el poder que tienen. Sino que quienes deberían luchar contra el comunismo son lo que son y adoptan las posiciones equivocadas que adoptan hoy. Esa es la cuestión.

En la fiesta de Santo Domingo, es del todo apropiado que demos a nuestra oración de esta noche el carácter de una reparación a ese santo Fundador por toda la ofensa que sufre este giro de su admirable Instituto —en tantas partes, al menos— y pedirle que nos defienda de sus hijos que se han extraviado.

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