Cardenal Alfredo Ildefonso Schuster (1880-1954)
(…) La Asunción de María me sugiere una seria advertencia a nuestros fieles.
Nuestro cuerpo mortal también está destinado a resucitar y reunirse con el espíritu en el cielo. Por eso, en el sacramento de la Confirmación, el Papa lo consagra con el crisma de la salud. Pero con una condición: que, imitando a la Virgen Inmaculada, nuestro cuerpo permanezca puro e incontaminado, como corresponde al templo del Señor. Un cuerpo esclavo del pecado, enfermo de impureza —nuestro San Felipe en Roma sentía su mal olor— no puede entrar en el cielo. No os engañéis, escribió el Apóstol a los Corintios: todos aquellos que se dedican al vicio impuro: «Regnum Dei non possidebunt» [No poseerán el reino de Dios].
Solo aquellos que han mantenido sus cuerpos como templo del Espíritu Santo entran en el cielo: «propter inhabitantem Spiritum Eius in nobis» [Por su Espíritu que habita en nosotros]. Otros no lo hacen; tanto es así que el propio San Pablo escribe:
«Qui Spiritum Christi non habet, hic non est Eius».
«Quien no tiene el Espíritu de Cristo, no le pertenece».
Con cuánto dolor, ante el espectáculo desolador del espíritu pagano que penetra cada vez más en las venas y en el organismo de la civilización actual, escribo estas cosas por responsabilidad pastoral, y para que los cristianos no se ilusionen de poder formar una especie de cristianismo ecléctico, que, sin embargo, ya no es el de la Iglesia Católica, de los Apóstoles y de los Mártires.
Que Dios, por medio de las oraciones de su Madre Inmaculada, tenga misericordia de nosotros y nos lleve a la penitencia. «Ó Timothee, depositum custodi, devitans profanas vocum novitates» [Ó Timoteo, guarda el depósito (de la fe), evitando las conversaciones inútiles y profanas – 1 Timoteo, 6:20].
Milán, 15 de agosto de 1954.
+ ILDEFONSO, Card. Archbiv.
Fuente: Cardinale Alfredo Ildefonso Schuster, “Al dilettissimo popolo”, Ed. San Paolo, 1996, pag. 378.