CAPÍTULO V – De la ignorancia en materia de fe y de moral (págs. 98-103)
- Todos los fieles están obligados a aprender exactamente y a conservar en la memoria los rudimentos de la fe. No basta para alcanzar la bienaventuranza, creer una manera confusa y obscura los misterios revelados por Dios y propuestos por la Iglesia Católica: es preciso que esta celestial doctrina revelada, y que entra por el oído, se enseñe por el ministerio de un Doctor legítimo, de tal suerte que se expliquen uno a uno sus artículos, y se propongan a los fieles, para que crean en unos por necesidad de medio y en otros por necesidad de precepto.
Además, aunque se dice que la fe nos justifica, puesto que es el principio y fundamento de la salvación de los hombres, no obstante, para merecer llegar algún día a la eterna felicidad a que aspiramos, no basta la sola fe; sino que es necesario saber y seguir constantemente el camino que a ella nos guía, es decir, guardar los mandamientos de Dios y de la Iglesia [Bened. XIV, Const. Etsi minime, 7 Febr. 1742].
- Quien ignora los rudimentos de la fe, que está obligado a saber bajo precepto grave, mientras pudiendo no los aprende, se encuentra en estado de pecado mortal. Lamentable sobre toda ponderación es ver a tantos cristianos sumergidos en la más profunda ignorancia en materia de religión [Conc. Prov. Albien. An. 1850, tit. 4, decr. 1.]; y tenemos la firme convicción de que, de esta ignorancia general, como de fuente corrompida, emanan muchas calamidades públicas [Conc. Prov. Avenionen. an. 1849, tit. 1, cap. 7].
- Esta ignorancia, madre de todos los errores [Cap. Ignorantia, 1. dist. 38], lleva a los fieles de todas edades al camino de la perdición. Por todas partes se encuentran, como la experiencia demuestra, no sólo jóvenes y personas de edad madura que ignoren los divinos misterios, sino hombres perfectos y aun ancianos que de la doctrina cristiana nada saben; bien sea porque nunca la aprendieron, bien sea porque poco a poco se ha ido olvidando. A este mal también podrá oponer oportunos remedios la vigilancia de los Obispos, haciendo que los suministren sus colaboradores en el sagrado ministerio [Bened. XIV. Const. Etsi minime, 7 Febr. 1742].
- «Los infantes y niños educados en santas prácticas y con buenas costumbres (dice S. Pio V) casi siempre llevan una vida pura, honesta, ejemplar y a veces hasta santa; por el contrario, los que por orfandad, o por pobreza, descuido o desidia de sus padres no son educados de esta manera, muy a menudo corren a su propia perdición, y lo que es peor, arrastran a otros consigo en su ruina, mientras que si recibieran una educación esmerada y se les instruyera en la doctrina cristiana, se retraerían de muchos vicios y de muchos errores » [S. Pius V. Const. Ex debito pastoralis officii, 6 Oct. 1571].
- Por tanto, altamente laudables son los clérigos que se entregan a este utilísimo oficio, y beneméritos de la Iglesia son los seglares piadosos e instruidos, que bajo la dirección y con la aprobación del propio Pastor, ayudan a los sacerdotes en ocupación tan importante. Imitan, en verdad, a aquellos fieles de quienes escribía S. Pio V diciendo: «Algunos fieles de vida intachable, llamados por la caridad, que es la suprema de las virtudes, a esta obra tan piadosa y tan útil a la sociedad, los domingos y fiestas de guardar, en diversas Iglesias y otros lugares, han emprendido la tarea santísima. de congregar a los niños y otras personas miserables, ignorantes de la verdad cristiana, y allí los instruyen en la moral y sana doctrina, y los guían con diligencia por el sendero de los mandatos del Señor, lo cual ha producido ya abundantes frutos, que con el auxilio divino, esperamos que se aumentarán más y más [S. Pius V. Const. Ex debito pastoralis officii, 6 Oct. 1571].
- Para que no sea ligera o peligrosa la instrucción de los fieles en materia de fe o de costumbres, guárdense los curas y sus colaboradores en la obra del catecismo, de dejarse llevar por el viento de peregrinas y nuevas doctrinas, a guisa de nubes sin agua, y eviten las novedades profanas en las expresiones o voces y las contradicciones de la ciencia que falsamente se llama tal, ciencia vana, que profesándola, algunos vinieron a perder la fe (1 Tim. VI. 20 21). No permitan los Obispos que las antiguas y bien probadas fórmulas de los rudimentos de la fe se cambien en lo más mínimo, so pretexto de un lenguaje más elegante y castizo; porque esto no podría llevarse a cabo sin graves inconvenientes y escándalo.
Tampoco sean fáciles en permitir o aprobar catecismos nuevos: los cambios en lo que el pueblo fiel ha acostumbrado en esta materia, rara vez traerán algún bien, muy a menudo acarrearán graves males.
- Para que la falta de libros, sobretodo en el campo, no haga que la enseñanza cristiana sea defectuosa o imperfecta, y para mejor evitar el peligro de errar, se procurará eficazmente que en cada parroquia haya algunos ejemplares del Catecismo Romano, o del Concilio Tridentino, traducido al castellano, para que sean como la mina de todos los párrocos y catequistas. Este áureo libro, compuesto a iniciativa de S. Carlos Borromeo, conforme al decreto del mismo Concilio, por varones doctísimos, y publicado por orden de S. Pio V, ha sido recomendado por otros Sumos Pontífices, y en especial por Clemente XIII a todos los curas de almas, como arma poderosa para remover las fraudes de las perversas opiniones y propagar y arraigar la doctrina sana y verdadera [Const. In Dominico agro, 14 Iun. 1761].
- Hay que evitar con especial cuidado toda ligereza y novedad en el manejo de asuntos religiosos, cuando se trata del culto divino; procuren, por tanto, los Obispos, que se observe en todas sus partes esta gravísima admonición de la Suprema Congregación del Santo Oficio, de 13 de enero de 1875. «Hay que advertir también a los demás escritores que aguzan el ingenio sobre estos y otros argumentos del mismo género, y con resabios de novedad y con apariencia de piedad tratan de promover, aun por los periódicos, cultos no acostumbrados, que desistan de su empeño, y consideren el peligro que hay de inducir à los fieles en error aun acerca de los dogmas de fe, y de suministrar armas a los enemigos de la religión, para atacar la pureza de la doctrina católica y la verdadera piedad» [Coll. Miss. n. 1892, 1894, 1897, 1898].