Verdades Olvidadas: No ha habido una sola herejía en la Iglesia de Dios que no haya sido suscitada o propagada por algún clérigo

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APROBACIONES

SON varias las que ha merecido este libro desde su aparición hasta el fallo de la sagrada Congregación del Índice, y es nuestro deber consignarlas aquí:

Del Excmo. é Ilmo. Sr. Obispo de Barcelona, las obtuvo respectivamente para las ediciones castellana y catalana.

Del Excmo. e Ilmo. Sr. Obispo de Urgel, antes y después de un concienzudo informe de tres teólogos de aquel ilustre Cabildo.

Del Ilmo. y Rdmo. Sr. Obispo de Osma.

Del Ilmo. y Rdmo. Sr. Obispo de Tuy.

Del Ilmo. y Rdmo. Sr. Obispo de Mallorca.

Del Ilmo. y Rdmo. Sr. Obispo de Tarazona.

Del Ilmo. y Rdmo. Sr. Obispo de Montevideo.

Últimamente, después de repetida denuncia á la Sagrada Romana Congregación del Índice, ha fallado este elevadísimo tribunal en la forma siguiente:

Excelentísimo señor:

La Sagrada Congregación del Índice recibió denuncia del opúsculo titulado El Liberalismo es pecado, su autor D. Félix Sarda y Salvany, sacerdote de esta tu diócesis: la cual denuncia se repitió juntamente con otro opúsculo titulado El Proceso del integrismo, esto es, refutación de los errores contenidos en el opúsculo «El Liberalismo es pecado» autor de este segundo opúsculo es D. de Pazos, canónigo de la diócesis de Vich. Por lo cual dicha Congregación aquilató con maduro examen uno y otro opúsculo con las observaciones hechas: más en el primero nada halló contra la sana doctrina, antes su autor D. Félix Sardá y Salvany merece alabanza, porque con argumentos sólidos, clara y ordenadamente expuestos, propone y defiende la sana doctrina en la materia que trata, sin ofensa de ninguna persona.

Pero no se formó el mismo juicio acerca del otro opúsculo publicado por D. de Pazos, porque puede aprobarse el modo injurioso de hablar de que el autor usa, más contra la persona del señor Sardá que contra los errores que se suponen en el opúsculo de este escritor.

De aquí que la Sagrada Congregación ha mandado que D. de Pazos sea amonestado por su propio Ordinario, para que retire cuanto sea posible los ejemplares de su dicho opúsculo; y en adelante, si se promueve alguna discusión sobre las controversias que pueden originarse, absténgase de cualesquiera palabras injuriosas contra las personas, según la verdadera caridad de Cristo: con más motivo cuando nuestro Santísimo Padre León XIII, a la vez que recomienda mucho que se deshagan los errores, pero no quiere ni aprueba las injurias hechas, principalmente a personas sobresalientes en doctrina y santidad.

Al comunicarte esto de orden de la Sagrada Congregación del Índice, a fin de que puedas manifestárselo a tu preclaro diocesano el Sr Sardá para quietud de su ánimo, pido a Dios te dé toda prosperidad y ventura, y con la expresión de todo mi respeto, me declaro

De tu grandeza

Adictísimo servidor, Fr. Jerónimo Pio Saccheri, de la Orden de Predicadores, Secretario de la Sagrada Congregación del Índice.

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XXVIII – Si hay o puede haber en la Iglesia ministros de Dios atacados del horrible contagio del liberalismo.

En gran manera favorece al Liberalismo el hecho, por desgracia harto común y frecuente, de que se encuentren algunos eclesiásticos contagiados de este error. En estos casos la singular teología de ciertas gentes convierte desde luego en argumento de gran peso la opinión o los actos de tal o cual persona eclesiástica. y de eso hemos tenido deplorabilísimas experiencias en todos tiempos los católicos españoles. Conviene, pues, salvando todos los respetos, tocar ahora este punto y preguntar con sinceridad y buena fe: ¿Puede haber también ministros de la Iglesia maleados del Liberalismo?

Sí amigo lector, si puede haber también por desdicha ministros de la Iglesia liberales, y los hay de esta secta fieros, y los hay mansos, y los hay únicamente resabiados. Exactamente como sucede entre los seglares.

No está exento el ministro de Dios de pagar miserable tributo a las humanas flaquezas, y de consiguiente lo ha pagado también repetidas veces el error contra la fe.

¿Y qué tiene esto de particular, cuando no ha habido apenas herejía alguna en la Iglesia de Dios que no haya sido elevada o propagada por algún clérigo? Más aún: es históricamente cierto, que no han dado qué hacer ni han medrado en siglo alguno las herejías que no han empezado por tener clérigos a su devoción.

El clérigo apóstata es el primer factor que busca el diablo para esta su obra de rebelión. Necesita presentarla en algún modo autorizada a los ojos de los incautos, y para eso nada le sirve tanto como el refrendo de algún ministro de la Iglesia. Y como, por desgracia, nunca faltan en ella clérigos corrompidos en sus costumbres, camino el más común de la herejía; o ciegos de soberbia, causa también muy usual de todo error; de ahí que nunca le han faltado a éste apóstoles y fautores eclesiásticos, cualquiera que haya sido la forma con que se ha presentado en la sociedad cristiana.

Judas, que empezó en el propio apostolado a murmurar y a sembrar recelos contra el Salvador, y acabó por venderle a sus enemigos, es el primer tipo del sacerdote apóstata y sembrador de cizaña entre sus hermanos; y Judas, adviértase, fue uno de los doce primeros sacerdotes ordenados por el mismo Redentor.

La secta de los Nicolaítas tomó origen del diácono Nicolás, uno de los siete primeros diáconos ordenados por los Apóstoles para el servicio de la Iglesia, y compañero de San Esteban, protomártir.

Paulo de Samosata, gran heresiarca del siglo III, era obispo de Antioquía.

De los Novacianos, que tanto perturbaron con su cisma a la Iglesia universal, fue padre y autor el presbítero de Roma, Novaciano.

Melecio, obispo de la Tebaida, fue autor y jefe del misma de los Melecianos.

Tertuliano, asimismo sacerdote y elocuente apologista, cae y muere en la herejía de los Montanistas.

Entre los Priscilianistas españoles, que tanto escándalo causaron en nuestra patria en el siglo IV, figuran los nombres de Instancio y Salviano, dos obispos, a quienes desenmascaró y combatió Higinio; fueron condenados en un concilio reunido en Zaragoza.

El principal heresiarca que ha tenido tal vez la Iglesia fue Arrio, autor del Arrianismo, que llegó a arrastrar en pos de sí tantos reinos como el Luteranismo de hoy. Arrio fue un sacerdote de Alejandría, despechado por no haber alcanzado la dignidad episcopal. Y clero arriano lo hubo en esta secta, hasta el punto de que gran parte del mundo no tuvo otros obispos ni sacerdotes durante mucho tiempo.

Nestorio, otro de los famosísimos herejes de los primeros siglos, fue monje, sacerdote, obispo de Constantinopla y gran predicador. De él procedió el Nestorianismo.

Eutiques, autor del Eutiquismo, era presbítero y abad de un monasterio de Constantinopla.

Vigilancio, el hereje tabernero tan donosamente satirizado por San Jerónimo, había sido ordenado sacerdote en Barcelona.

Pelagio, autor del Pelagianismo, que fue objeto de casi todas las polémicas de San Agustín, era monje, adoctrinado en sus errores sobre la gracia por Teodoro, obispo de Mopsuesta.

El gran cisma de los Donatistas llegó a contar gran número de clérigos y obispos. De éstos dice un moderno historiador (Amat, Hist. de la Iglesia de J. C.): “Todos imitaron luego la altivez de su jefe Donato, y poseídos de una especie de fanatismo de amor propio, no hubo evidencia, ni obsequio, ni amenaza que pudiese apartarlos de su dictamen. Los obispos se creían infalibles e impecables; los particulares en estas ideas se imaginaban seguros siguiendo a sus obispos, aun contra la evidencia”.

De los herejes Monotelistas fue padre y doctor Sergio, patriarca de Constantinopla.

De los herejes Adopcianos, Felix, obispo de Urgel.

En la secta Iconoclasta cayeron Constantino, obispo de Natolia; Tomás, obispo de Claudiópolis, y otros Prelados, a los cuales combatió Sari (lerman, patriarca de Constantinopla.

Del gran cisma de Oriente no hay que decir quiénes fueron los autores, pues sabido es lo fueron Focio, patriarca de Constantinopla, y sus obispos sufragáneos.

Berengario, el perverso impugnador de la Sagrada Eucaristía, fue arcediano de la catedral de Angers.

Vicleff, uno de los precursores de Lutero, era párroco de Inglaterra; Juan Huss, su compañero de herejía, era también párroco de Bohemia. Fueron ambos ajusticiados como jefes de los Viclefitas y Husitas.

De Lutero sólo necesitamos recordar que fue monje agustino de Witemberg.

Zuinglio era párroco de Zurich.

De Jansenio, autor del maldito Jansenismo, ¿quién no sabe que era obispo de Iprés?

El cisma anglicano, promovido por la lujuria de Enrique VIII, fue principalmente apoyado por su favorito el arzobispo Crammer.

En la revolución francesa, los más graves escándalos en la iglesia de Dios los dieron los curas y obispos revolucionarios. Horror y espanto causan las apostasías que afligieron a los buenos en aquellos tristísimos tiempos. La Asamblea francesa presenció con este motivo escenas que puede leer el curioso en Henrion o en cualquier otro historiador.

Lo mismo sucedió después en Italia. Conocidas son las apostasías públicas de Gioberti y fray Pantaleone, de Passaglia, del cardenal Andrea.

En España hubo clérigos en los clubs de la primera época constitucional, clérigos en los incendios de los conventos, clérigos impíos en las Cortes, clérigos en las barricadas, clérigos en los primeros introductores del Protestantismo después de 1869. Obispos jansenistas los hubo en abundancia en el reinado de Carlos III. (Véase sobre esto el tomo III de los Heterodoxos, por Menéndez Pelayo.)

Varios de éstos pidieron, y muchos aplaudieron en sendas pastorales, la inicua expulsión de la Compañía de Jesús. Hoy mismo en varias diócesis españolas son conocidos públicamente algunos clérigos apostatas, y casados inmediatamente, como es lógico y natural.

Conste, pues, que desde Judas hasta el ex Padre Jacinto la raza de los ministros de la Iglesia traidores a su Jefe y vendidos a la herejía, se sucede sin interrupción. Que al lado y enfrente de la tradición de la verdad, hay también en la sociedad cristiana la tradición del error; en contraste con la sucesión apostólica de los ministros buenos, tiene el infierno la sucesión diabólica de los ministros pervertidos. Lo cual no debe escandalizar a nadie. Recuérdese a propósito de esto la sentencia del Apóstol, que no se olvidó de prevenirnos: Es preciso que haya herejías, para que se manifieste quiénes son entre vosotros los verdaderamente probados (D. FÉLIX SARDÁ Y SALVANI, El Liberalismo es pecado, Librería y Tipografía Católica, Barcelona, 1887, págs. 113-117)

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