- Yo te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, y en nombre de su Manifestación y de su Reino:
- proclama la Palabra de Dios, insiste con ocasión o sin ella, arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable y con afán de enseñar.
- Porque llegará el tiempo en que los hombres no soportarán más la sana doctrina; por el contrario, llevados por sus inclinaciones, se procurarán una multitud de maestros que les halaguen los oídos,
- y se apartarán de la verdad para escuchar cosas fantasiosas.
- Tú, en cambio, vigila atentamente, soporta todas las pruebas, realiza tu tarea como predicador del Evangelio, cumple a la perfección tu ministerio,sobrius esto.
(…) Previniéndole de los peligros de los últimos tiempos y demostrándole su capacidad para enfrentarse a ellos, enséñale aquí de qué manera ha de resistirlos. Y pónese primero la amonestación, segundo su necesidad; así mismo el ruego encarecido para que predique y otra admonición. En la contestación o testificación dos cosas hay que considerar, a saber, ante quiénes se testifica y por quién. Testifícase ante dos, a saber, ante quien bienaventuranza nuestra es y ante quien nos introduce a ella; y Dios es nuestra bienaventuranza (Ps 32). Por eso dice: “fe conjuro delante de Dios”, esto es, invoco a Dios por testigo de esta admonición que te voy a hacer, pues este testigo no se llama a engaño (2Co 1). -“y de Jesucristo”, a quien toca introducirnos a la gloria, “por el cual, asimismo, en virtud de la fe, tenemos cabida en esta gracia, en la cual permanecemos firmes, y nos gloriamos esperando la gloria de los hijos de Dios” (Rm 5,2). O nos introducirá de otra manera, porque “El juzgará a vivos y a muertos”. Y llama vivos a los que, cuando El venga, hallará entonces vivos, pero que morirán ciertamente, mas, como en breve resucitarán, se llaman vivos: “nosotros los vivos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados, juntamente con ellos, sobre nubes, al encuentro de Cristo en el aire” (1Th 4,17). O vivos llama a los buenos, esto es, los que viven la vida de la gracia, y muertos a los malos (1Jn 3); y también a éstos juzga (Ac 10). Mas siendo Cristo Dios, ¿a qué viene este enlace: “delante de Dios y de Cristo”? Respondo: puede admitirse que se diga delante de Dios, esto es, el Padre, y el Cristo, a saber, el Hijo; porque el Padre es la fuente de la divinidad.
– “al tiempo de su venida y de su reino”. Lo conjura por las dos cosas que más desean los santos: la venida de Cristo (Lc 12) y su reino: “venga a nos fu reino” (Mt 6 Ap 22). Por cierto que ejerce su señorío, con potestad general, sobre toda criatura (Mt 28); mas de modo especial reina espiritualmente en los santos, aquí por gracia y allí por gloria; porque los santos no son de este mundo (Jn 18). Mas este reino aquí se estrena y se consumará en lo por venir, cuando todos los reinos, quieran que no quieran, le quedarán sujetos (Ps 109).
Consiguientemente cuando dice: “predica la palabra de Dios”, pénese la admonición para que insista con la doctrina, que es doble: una para todos y otra para algunos. Asimismo lo amonesta a que aplique la doctrina en general y le enseña el modo de hacerlo. Dice pues: “predica la palabra”, a saber, del Evangelio (Mc 16). Dos cosas ha de tener la predicación: anunciar la verdad y corregir las costumbres, que debe hacer el predicador (Lc 24). El modo es la insistencia sin tregua; por eso dice: “insiste con ocasión, y sin ella”. – “cargan sobre mí las ocurrencias de cada día, por la solicitud de todas las iglesias” (2Co 10,28). Pero dice: importunamente, y contra esto está el Si 20,22: “la parábola no tiene gracia en boca del fatuo, porque la dice fuera de tiempo”; y Pr 15,23: “la palabra oportuna es de perlas”. -Digamos que el predicador ha de predicar siempre oportunamente, si se ajusta a la regla de la verdad, mas no si se rige por la falsa estimación de los oyentes, que juzgarán la verdad importunidad; porque el que predica la verdad siempre es para los buenos oportuno, para los malos importuno. “Quien es de Dios escucha la palabra de Dios; por eso vosotros no la escucháis, porque no sois de Dios” (Jn 8,47). “¡Oh, cuan sumamente áspera es la sabiduría para los hombres necios!” (Si 6,21). Si el hombre tuviese que aguardar coyuntura para hablar solamente a los que quieren escuchar, aprovecharía sólo a los justos; mas es menester que a sus tiempos predique también a los malos para que se conviertan. Por eso añade: importunamente. “Clama, no ceses; haz resonar tu voz como una trompeta y declara a mi pueblo sus maldades” (Is 58,1).
– “Reprende”. Pénese la doctrina en especial y el modo de enseñarla: “con toda paciencia”. Y doctrinando a uno, especialmente lo puede hacer o en cosas tocantes a la fe, pongo por ejemplo para que enseñe la verdad y eche fuera el error (Tt 2); o en cosas tocantes a las buenas costumbres, y para esto alguna vez introduzca al bueno y superior, y benignamente, con cara de risa, déle un tironcillo de orejas; por eso dice: ruega. -“No reprendas con aspereza al anciano, sino exhórtalo como a padre” (1Tm 5,1); “si alguno cayere, vosotros, los que sois espirituales, al tal instruidle con espíritu de mansedumbre” (Ga 6,1), especialmente si no peca por malicia. Mas si doctrina o mete en vereda a un malo, debe darle una carda; por eso dice: increpa. -“Por tanto, repréndelos fuertemente, para que conserven sana la fe” (Tt 1,13). Mas ¿de qué modo? Con toda paciencia, que no se trasluzca la ira ni con ira, sino apaciblemente, léele la cartilla a quien se la debes leer. “La doctrina del hombre se conoce por la paciencia” (Pr 19,2). “y doctrina”, es a saber, la que mira a la fe y a las costumbres.
– “Porque vendrá tiempo en que los hombres no podrán sufrir la sana doctrina”. Muestra la necesidad de la antedicha admonición, que es triple, según provenga de parte de los oyentes, de Timoteo o del Apóstol. La primera, de parle de los oyentes, es su mala disposición para oír, el no querer dar oídos a lo provechoso sino a lo curioso. Dice, pues, cuanto a lo primero: en tanto no quieran dar oídos a la sana doctrina, insísteles, caliéntales las orejas, “porque vendrá tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina”, y ese tiempo será cuando habrá malos doctores; “porque sé que después de mi partida os han de asaltar lobos voraces” (Ac 20,29). De donde dice: “no podrán sufrir”, esto es, les será odiosa vuestra doctrina, la de Cristo (Pr 8).
Otra perversidad es el deseo de oír desordenadamente cosas curiosas y dañosas. “¿Hasta cuándo, a manera de párvulos, habéis de amar las niñerías? ¿Hasta cuándo, necios, apeteceréis las cosas que os son nocivas, e imprudentes aborreceréis la sabiduría?” (Pr 1,22). Por eso dice: “sino que, teniendo una comezón extremada de oír doctrinas que lisonjeen sus pasiones, recurrirán a una caterva de doctores propios para satisfacer sus desordenados deseos“. Eso es lo que significa coacervabunt, multiplicarán… Contra lo cual dice Jc 3,1: “no queráis muchos de vosotros, hermanos míos, hacer de maestros, considerando que os exponéis a un juicio muy riguroso”. Y hay coacervación o amontonamiento cuando se multiplican los indignos e incapaces, y mayor coacervación hay si se juntan cuatro indignos que si cien buenos, porque “la muchedumbre de varones sabios es la felicidad del mundo” (Sg 6,26). Y esto significa según sus deseos: que uno quiere oír a uno y otro a otro, y así se buscan maestros al sabor de su paladar. Y dice: “maestros, cosquillosos de orejas”, a saber, los oyentes. Dícese que tiene comezón en los pies el que no quiere estarse quieto; pero en los oídos el que siempre quiere oír novedades, cosas curiosas e inauditas y alguna vez dañosas. Los Atenienses no tenían otra ocupación (Ac 17), y por esas novelerías se multiplican las doctrinas heréticas (Pr 19).
Consiguientemente “cerrarán sus oídos a la verdad”, porque no podrán sufrir la sana doctrina, que es la que no tiene mezcla de falsedad. “Si os digo la verdad, ¿por qué no me creéis?” (Jn 8 Os 4). “y los aplicarán a las fábulas“. Las fábulas están compuestas de cosas maravillosas en las que falta la verdad; y éstas son las que los hombres cosquillosos de orejas quieren oír.
– “Tú, entretanto, vigila en todas las cosas”. Pónese la necesidad de parte de Timoteo, que tenía cometido el oficio de predicar, y, por tanto, era necesario lo hiciera; y amonéstalo a andar solícito, indúcelo a trabajar y rígelo en su trabajo. Dice pues: “tú, entretanto, vigila”; como si dijera: ¡ya ves lo que hacen éstos! Tú, en cambio… (Mt 24 Lc 2). “El que preside o gobierna, sea con vigilancia” (Rm 12,8); mas, como vigilancia sin trabajo de nada sirve, lo induce a barbechar en todos los campos, luego le circunscribe uno a sus fatigas y le hace ver la necesidad de este trabajo. Dícele pues: vigila, pero de modo que hagas algo; por tanto, trabaja, “porque glorioso es el fruto de las buenas obras” (Sg 3,15).
Y esto “en todas las cosas”, es a saber, con hombres de todo género (Is 32 Mc 16). De donde luego determina a qué especie de trabajo ha de dedicarse: “desempeña el oficio de evangelista”, esto es, evangeliza; que es un trabajo noble, porque para eso fue enviado Jesucristo (Lc 4 Is 41). Y evangelista llámase algunas veces el que escribió el Evangelio, y en este sentido son cuatro; otras el que lo predica, y así se toma aquí y en Ep 4. La necesidad de este trabajo se demuestra porque es un ministerio que se te ha encomendado como cargo propio tuyo. Por tanto, cumple con él, a saber, predicando. “Decid a Arquipo: considera bien el ministerio que has recibido en nombre del Señor, a fin de desempeñar todos sus cargos” (Col 4,17). Y da excelente cobro de su oficio de evangelista el que derrama con sus palabras las luces del Evangelio y lleva a efecto con sus obras lo que predica (Ac 1).
Induce consiguientemente a la moderación diciendo: “vive con templanza”, o con sobriedad corporal, que dice bien con el predicador; porque la embriaguez es enemiga de la sabiduría (Qo 2). O pénese aquí la sobriedad en lugar de la discreción (Ac 26 1P 5).