Plinio Correa de Oliveira

 

 

Lutero: ¡no y no!

 

 

 

 

 

Folha de S. Paulo, 27 de diciembre de 1983

  Bookmark and Share

 

En la bula "Exsurge Domine", de 1520, el Papa León X, condenó los errores de Lutero, el promotor del espíritu de duda y de contestación de la primera grande Revolución de Occidente

En 1974 tuve la honra de ser el primer firmante de un manifiesto publicado en algunos de los principales diarios de Bra­sil y reproducido en casi todas las nacio­nes donde existían las TFP, que eran once a la sazón.

Su título era: “La política de distensión del Vaticano con los Gobiernos comunistas - Para la TFP: ¿omisión o resistencia?” (cfr. “Folha de S. Paulo”, 10-4-1974).

En éste las entidades declaraban su respetuoso desacuerdo con la Ostpolitik conducida por Pablo VI y exponían sus razones pormenorizadamente. Sea dicho de paso que todo fue expresado de una manera tan ortodoxa, que nadie levantó ninguna objeción al respecto.

Para resumir al mismo tiempo, en una sola frase, toda la veneración y firmeza con la que declaraban su resistencia a la Ostpolitik vaticana, las TFP decían al Pon­tífice: “Nuestra alma es vuestra, nuestra vida es vuestra. Mandadnos lo que que­ráis. Sólo no nos mandéis que nos cruce­mos de brazos ante el lobo rojo que arre­mete. A esto nuestra conciencia se opo­ne.”

Me acordé de esta frase con especial tristeza al leer la carta escrita por Juan Pablo II al cardenal Willebrands (cfr. “L'Osservatore Romano”, 6-11-1983), a pro­pósito del quingentésimo aniversario del nacimiento de Martin Lutero, y firmada el 31 de octubre p. p., fecha del primer acto de rebelión del heresiarca en la iglesia del castillo de Wittenberg. Ella está tan llena de benevolencia y amenidad, que me pre­gunté si el augusto firmante se había olvidado de las terribles blasfemias que el fraile apóstata lanzó contra Dios, Cristo Jesús, Hijo de Dios; el Santísimo Sacramento, la Virgen María y el propio Papado.

Lo cierto es que él no las ignora, pues están al alcance de cualquier católico cul­to, en libros de buen quilate que todavía no se han hecho difíciles de obtener.

Tengo en mente dos de ellos. Uno es nacional: “La Iglesia, la Reforma y la Civi­lización”, del gran jesuita P. Leonel Fran­ca. El silencio eclesiástico oficial va dejan­do caer el polvo del tiempo sobre el libro y su autor.

El otro libro es de uno de los más conocidos historiadores franceses de este siglo: Funck-Brentano, miembro del Insti­tuto de Francia. Este autor, por más se­ñas, es protestante.

Comencemos citando trechos recogi­dos en “Luther”, obra de este último (Grasset, París, 1934, séptima edición, 352 páginas). Vamos directamente a esta blasfemia sin nombre: “Cristo —dice Lute­ro— cometió adulterio por primera vez con la mujer de la fuente de quien nos habla San Juan. ¿No se murmuraba en torno a El: "¿Qué hizo, entonces, con ella?"? Después, con Magdalena; ense­guida, con la mujer adúltera, que El absol­vió tan livianamente. Así, Cristo, tan piadoso, también tuvo que fornicar antes de morir” (“Propos de table”, núm. 1472, ed. de Weimar II, 107 - cfr. op. cit., pág. 235).

Leído esto, no nos sorprende que Lute­ro piense —como apunta Funck-Brenta­no— que “ciertamente Dios es grande y poderoso, bueno y misericordioso (...), pero estúpido —"Deus est stultissimus" ­("Propos de table", núm. 963, ed. de Weimar, I, 478). Es un tirano. Moisés procedía, movido por su voluntad, como su lugarteniente, como verdugo que nadie superó, ni aún igualó, en asustar, aterrori­zar y martirizar al pobre mundo” (op. cit., pág. 230).

Esto es estrictamente coherente con esta otra blasfemia que convierte a Dios en el verdadero responsable por la trai­ción de Judas y la rebelión de Adán: “Lutero —comenta Funck-Brentano— lega a declarar que Judas, al traicionar a Cris­to, procedió bajo la imperiosa decisión del Todopoderoso. Su voluntad (la de Judas) era dirigida por Dios; Dios lo movía con su omnipotencia. El propio Adán, en el paraí­so terrenal, fue obligado a proceder como procedió. Estaba colocado por Dios en tal situación, que le era imposible no prevari­car” (op. cit., pág. 246).

Aún coherente con esta abominable secuencia, en un panfleto titulado “Contra el pontificado romano fundado por el dia­blo”, de marzo de 1545, Lutero no llama­ba al Papa de “Santísimo”, según la cos­tumbre, sino de “infernalísimo”, y agrega­ba que el Papado siempre se mostró se­diento de sangre (cfr. op. cit., págs. 337-338).

No sorprende que, movido por tales ideas, Lutero escribiese a Melanchton, a propósito de las sangrientas persecucio­nes de Enrique VIII contra los católicos de Inglaterra: “Es lícito encolerizarse cuando se sabe qué especie de traidores, ladro­nes y asesinos son los papas, sus carde­nales y legados. Le complacería a Dios que varios reyes de Inglaterra se empeña­ran en acabar con ellos” (op. cit., pág. 254).

Por eso mismo también exclamó: “Basta de palabras. ¡El hierro! ¡El fuego!” Y añadió: “Castigamos a los ladrones a espada; ¿por qué no hemos de agarrar al Papa, a los cardenales y a toda la pandilla de la Sodoma romana y lavarnos las manos en su sangre?” (op. cit., pág. 104).

Este odio de Lutero lo acompañó hasta el fin de su vida. Afirma Funck-Brentano: “Su último sermón público en Wittenberg es del 17 de enero de 1546: el último grito de maldición contra el Papa, el sacri­ficio de la misa, el culto de la Virgen” (op. cit., pág. 340).

No asombra que grandes perseguido­res de la Iglesia hayan festejado su me­moria. Así, “Hitler mandó proclamar fiesta nacional en Alemania la fecha conmemo­rativa del 31 de octubre de 1517, cuando el fraile agustino rebelde fijó, en las puer­tas de la iglesia de Wittenberg, las famo­sas 95 proposiciones contra la suprema­cia y las doctrinas pontificias” (op. cit., pág. 272).

Y a pesar de todo el ateísmo oficial del régimen comunista, el doctor Erich Hon­necker, presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Defensa (el primer hom­bre de la República Democrática Alema­na), aceptó encabezar el comité que, en plena Alemania roja, organizó las aparato­sas conmemoraciones de Lutero este año (cfr. “German Comments”, de Osnabrück, Alemania occidental, abril de 1983).

Nada más natural que el fraile apósta­ta haya despertado tales sentimientos en un líder nazi y más recientemente en el líder comunista.

Nada más desconcertante, y hasta ver­tiginoso, que lo que ocurrió en un escuáli­do templo protestante de Roma, con mo­tivo de la recientísima conmemoración del quingentésimo aniversario del naci­miento de Lutero, el día 11 del corriente.

Participó de ese acto festivo, de amor y admiración por la memoria del heresiar­ca, el prelado que el cónclave de 1978 eligió Papa; a quien incumbe, por tanto, la misión de defender los santos nombres de Dios y Jesucristo, la Santa Misa, la Sagrada Eucaristía y el Papado contra heresiarcas y herejes.

“Vertiginoso, espantoso”, gimió a pro­pósito de eso mi corazón de católico, que, sin embargo, redobló su fe y su venera­ción por el Papado.

*     *     *

Sólo me queda por citar, en el próximo artículo, “La Iglesia, la Reforma y la Civilización”, del gran sacerdote Leonel Franca.


ROI campagne pubblicitarie