Plinio Corrêa de Oliveira

AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES

¿El Ángel de la Guarda es menos

inteligente que el demonio?

 

"Catolicismo" Nº 41 - Mayo de 1954

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La Iglesia enseña que Dios creó a los Ángeles muy superiores a nosotros. Puros espíritus, de inteligencia lucidísima y gran poder, exceden por su naturaleza aún a los hombres más dotados.

Con su rebelión, los Ángeles malos perdieron la virtud, sin embargo no perdieron la inteligencia ni el poder. Dios frena su acción en mayor o menor medida, según los designios de su Providencia. Pero, según su naturaleza, continúan siendo muy superiores al hombre.

Es por esto que la Iglesia siempre aprobó que los artistas representaran al demonio bajo la forma de un ser inteligente, sagaz, astuto, poderoso, aunque lleno de malicia en todos sus designios. Ella aprobó que se presentase al demonio como un ente de encantos fascinantes, para manifestar así las apariencias de calidad de que el espíritu de las tinieblas se puede revestir para seducir a los hombres.

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Es la primera fotografía tenemos un ejemplo de esta representación del demonio. Mefistófeles, con un semblante fino, astuto, de psicólogo penetrante y lleno de labia, instila pensamientos de perdición, suaves y profundos, al Doctor Fausto, que duerme y se encuentra en pleno sueño.

Este tipo de imagen se ha tornado tan frecuente que casi no se representa al demonio bajo otro aspecto.

Todo esto es, como dijimos, perfectamente ortodoxo.

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¿Cómo son las representaciones que cierta iconografía muy corriente hace de los Ángeles buenos? Nos los muestran como seres eminentemente bien intencionados, felices, cándidos, y todo esto está de acuerdo a la santidad, a la bienaventuranza, a la pureza que poseen en grado eminente. Pero estas representaciones son exageradas y, queriendo acentuar la bondad y la pureza de los Ángeles fieles, y no sabiendo cómo expresar al mismo tiempo su inteligencia, su fortaleza, su admirable majestad, los representan como seres insípidos y sin valor.

La segunda fotografía muestra a una niña trasponiendo un riachuelo, sobre una tabla. Un Ángel de la guarda la protege. El cuadro, siendo popular y sin pretensiones, no deja de despertar simpatías legítimas, pues evoca de modo agradable un panorama campestre, teniendo al fondo el campanario de la aldea, que impregnado de la inocencia de vida que en los campos tanto más fácilmente se puede conservar.

Por otro lado es conmovedora la idea de un niño que sigue despreocupado su camino, protegida por un Príncipe celeste, que la ampara cariñosamente. Pero este Príncipe, si observamos su cara: ¿no parece enteramente desprovisto de aquella fuerza, de aquella inteligencia, de aquella penetración, de aquella sutileza propia de la naturaleza angélica, con la cual se representa siempre a Satanás? Observemos el cuerpo que se atribuye al ángel bueno: actitud muelle, despreocupada, sin inteligencia. Comparémoslo con la figura esbelta, ágil, con el porte expresivo de Mefistófeles: ¿puede haber mayor diferencia?

En esto hay un grave inconveniente. Representando insistentemente al demonio como inteligente, vivo, capaz; y representando siempre ‒como lo hace cierta iconografía azucarada‒ a los Ángeles buenos como seres muelles, inexpresivos, casi tontos, ¿qué impresión se crea en el alma popular? Una impresión de que la virtud produce seres desfibrados y tontos y, por el contrario, el vicio forma hombres inteligentes y varoniles.

Este es un aspecto de aquella acción edulcorante que el romanticismo ejerció tan profundamente, y que todavía continúa ejerciendo, en muchos medios religiosos.

 


Traducción y adaptación de Acción Familia

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