Ensayo

 

Una sociedad “miserabilista” atrofia las potencias del alma humana, fomenta la connaturalidad

con lo horrendo y

atenta contra la gloria de Dios

 

 

 

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“Hasta cuándo las Américas tolerarán al dictador Castro, el implacable stalinista que continúa oprimiendo al pueblo cubano, y amenazando a naciones hermanas?", Miami, 1990, pgs. 167 a 172:

EN TERMINOS ABSOLUTOS, a Dios no le era necesario crear el universo, con sus diversas categorías de seres. Pero una vez que lo creó, sólo podria hacerlo teniendo en vista la finalidad más perfecta de esa obra, que es su propia gloria. Ahora bien, las creaturas glorifican a Dios esencialmente por el hecho de ser; y por cumplir plenamente su fin específico en la Creación. Así, en su conjunto, esta última es un reflejo del propio Dios.

La excelencia del orden mineral radica en el mero hecho de ser; en el orden vegetal, ella se encuentra en la vida misma, que aparece así dentro de la escala de la Creación; en el orden animal, en la vida sensitiva; y en el hombre, la excelencia radica en su capacidad de inteligir.

¿En qué consiste la gloria que el hombre da a Dios por el hecho de ser inteligente? Fundamentalmente, en conocer y amar el orden del ser en el propio Dios, a través de la semejanza del Creador que el hombre encuentra reflejada en el orden creado. Es un instinto del alma buscar en las cosas aquello que más de cerca le habla de Dios. Ese instinto es una especie de deseo natural que la impulsa a elevarse progresivamente, por medio de las perfecciones más sublimes y trascendentes de los seres creados, a ver la propia esencia del primer Ser —inmutable, trascendente, eterno— que es Dios.

Uno de los objetivos del proceso revolucionario que viene asolando la Cristiandad, desde el fin de la Edad Media hasta nuestros días,(1) ha sido la disminución en el hombre del sentido de los trascendentales (2) del ser.

Así, podría decirse, en términos generales, que la confusión, el caos, y la consiguiente pérdida del sentido de las jerarquías, afectan la visión del "unum”; el relativismo filosófico, moral y religioso extingue y obnubila la percepción del "verum”; la inmoralidad y la amoralidad reinantes en las sociedades contemporáneas contribuyen para hacerlo con el "bonum”; y, por fin, es la concepción "miserabilista” alentada por corrientes del comuno-progresismo,la punta de lanza para destruir en las almas, y en la sociedad, la percepción del "pulchrum".(3)

Con esta ofensiva conjugada para extinguir el dinamismo de los trascendentales del ser en las almas, la Revolución va consiguiendo levar imperceptiblemente a la Humanidad hacia el ateísmo; o hacia formas de panteísmo que excluyen la trascendencia(4) de Dios. Con ello, caen barreras que facilitan la aceptación, en la teoría y en la práctica, de una convergencia de los católicos con el comunismo. 

La tónica revolucionaria, acentuada en la destrucción del "pulchrum", tanto en la esfera espiritual, cuanto en la temporal

Debe notarse que en cada fase histórica de la embestida revolucionaria contra la Cristiandad, se manifiesta una acentuación diferente en el proceso de destrucción de la percepción humana de cada trascendental. Un análisis de ese fenómeno rebasa los limites de este ensayo. Sin embargo, podría decirse que, en los días que corren, ese empeño revolucionario está colocado sobre todo en función de la destrucción del "pulchrum", después de haber conseguido avances impresionantes en los otros planos mencionados. Es lo que parece vislumbrarse por detrás de las citas de teóricos comunistas y de teólogos "liberacionistas" expuestas en la Parte III, Capítulo 8.

Las consideraciones que se incluyen a continuación, focalizan por ello los efectos nefastos que la expansión de las concepciones de raiz miserabilista —con el consecuente opacamiento de la percepción del "pulchrum"— traen no sólo para el alma humana y la sociedad, sino también para la propia gloria de Dios. 

El miserabllismo opaca el "instinto de Dios"

Los modelos miserabilistas de sociedad, propuestos por corrientes comuno-católicas contemporáneas, son profundamente antinaturales; pues tienden a deformar, e incluso atrofiar, los instintos más profundos del alma humana. El instinto fundamental en toda criatura racional es la búsqueda de la felicidad, que la conducirá a Dios. El hombre tiende a la felicidad por instinto innato y no puede, sin grave violencia contra su naturaleza, apartarse de su fin último, que es el conocimiento y el amor de Dios.

Si bien la verdadera y última felicidad de todo hombre se alcanza en el cielo, ya en esta vida puede haber una cierta felicidad, que, aunque imperfecta, tiene alguna semejanza con la celeste. En la vida terrena, la felicidad que más se parece con la del cielo está dada por la contemplación desinteresada de la belleza reflejada en la creación. Conociéndola, la propia alma se torna bella. Y con ello, por una cierta connaturalidad, ésta tiende a desear la suprema belleza divina. A este respecto, dice Santo Tomás que "cuando el hombre ve un efecto, experimenta el deseo natural de conocer su causa, y de ahí nace la admiración humana".(5) Por ello puede afirmarse que el espectáculo de la belleza en las cosas despierta la admiración, y la admiración enciende el "instinto de Dios"; que es el deseo de conocer la Causa última.

Como una consecuencia de lo anterior, el Doctor Angélico afirma: "Es evidente que ningún hombre puede apartarse voluntariamente de la bienaventuranza, pues la busca natural y necesariamente, y huye de la miseria".(6) 

El miserabilismo debilita la inteligencia, al eliminar los reflejos cognoscibles del Creador en la sociedad

Sólo el hombre es capaz de tender hacia la felicidad, porque ésta es un bien de la razón. Ahora, para encontrar esa felicidad, el hombre debe avanzar hacia su fin, que es Dios. Y una de las primeras y más directas formas por las que el alma racional encuentra los vestigios de Dios es, como se ha dicho, en la belleza de las cosas creadas: el deseo natural de ver a Dios nace en el alma suscitado por la contemplación del mundo creado, "porque —como dice San Pablo— las cosas invisibles de Dios, después de la creación del mundo, se tornaron visibles a través de la comprensión de las cosas hechas"(7) (Rom., 1, 20). Luego, cuanto más belleza encuentra el alma en el mundo sensible, más se eleva su alma a Dios. Con lo cual se torna patente la necesidad tanto para la perfección del hombre, cuanto, sobre todo, para la gloria de Dios, que en esa realidad visible se manifieste y resplandezca la belleza de Dios. Esto, no sólo en las obras que salen directamente de manos del Creador, sino también de las de los hombres: "Resplandezca Su obra sobre Israel, y Su magnificencia en las cumbres" , dice el Salmista (Sl. 67, 35).

A contrario sensu, a aquellos que, según el propio San Pablo, "habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como Dios, ni le dieron gracias” —y de quienes por ello “se obscurecieron sus corazones insensatos”— el propio Dios “los abandonó a los deseos de su corazón, a la inmundicia” (Rom. 1, 21 y 24). A partir de ese rechazo queda abierto, según el Apóstol de las Gentes, el camino para un mundo horrendo. 

El miserabilismo atrofia la voluntad y deforma la sensibilldad

De manera semejante a lo que ocurre con la inteligencia, la voluntad también tiende a atrofiarse como resultado de la implantación de una sociedad tal como la desean los teóricos comuno-católicos del miserabilismo. Por causa de las circunstancias que ésta crea —es decir, una sociedad sin ornato ni belleza— la voluntad tenderá con menos fuerza hacia la verdadera plenitud humana. Del mismo modo que la contemplación de la belleza del mundo sensible es uno de los puntos de partida de la inteligencia para el conocimiento de Dios, esa realidad también es capaz de despertar, desarrollar y enriquecer los actos de voluntad y los procesos afectivos que muchas veces lo preceden,(8) que conducen a la felicidad; o, por el contrario, debilitarlos y apagarlos.

La voluntad es una facultad espiritual, consciente y libre. Por tanto, es capaz de sobreponerse al desorden o a la ausencia de los movimientos instintivos de la sensibilidad. Por eso, teóricamente, el hombre puede dirigir esa potencia del alma hacia su fin último en medio de la total ausencia de estímulos sensibles, movida apenas por el conocimiento abstracto de Dios.

Pero como la naturaleza humana no es angélica, sino un compuesto de espíritu y materia, se bace necesario que por lo menos en parte el apetito de la naturaleza instintiva preceda al querer de la voluntad.(9) Por ejemplo, a un niño que viva en una tribu primitiva de Nueva Guinea, se le hace enormemente difícil, si no imposible, por causa de la rudeza del ambiente, aprender a analisar con su inteligencia, adherir con su voluntad, y degustar con su sensibilidad, desde la belleza estética de una obra de arte sacra hasta la calidad y los diversos sabores de un buen vino. Esto acontece porque sus sentidos están embrutecidos, con lo cual su alma espiritual carece de los instrumentos necesarios para distinguir los aspectos trascendentes y pulcros de la realidad. En una forma meramente analógica, este principio se da incluso en el mundo animal. Así, por ejemplo, un gato criado en la oscuridad total, y sin contacto con otros animales, aves o insectos, verá atrofiado su instinto de cazador innato. 

Con lo anterior, el miserabilismo evita que el hombre conozca la verdadera felicidad, y adhiera a su fin último, que es Dios

En sociedades artificialmente privadas de ornato y belleza, como ocurre en los países comunistas —donde impera compulsoriamente lo feo, lo estancado, lo banal y lo sórdido en los ambientes, las costumbres y las artes— tiende a debilitarse el impulso de la voluntad hacia su fin último trascendente, que es Dios. Porque, como recuerda Santo Tomás, "tal como cada uno es, tal le parece el fin".(10)

Ello se da particularmente en aquellos países como Cuba, donde el régimen ha optado explicitamente por un modelo "miserabilista", con el aplauso de "teólogos de la liberación", como se ha visto en páginas anteriores. El propio sistema de racionamiento imperante —calificado como un "éxito político", en el sentido de que implanta una "base igualitaria"(11) en la población— coloca en un necesario primer plano los apetitos más inmediatos y animales del hombre, reflejos del instinto de conservación y del instinto gregario.(12)

Si esa situación de hecho es aceptada pasivamente —como acaba ocurriendo con incontables personas en el régimen comunista cubano, para las cuales las posibilidades de modificar el contexto imperante son remotas— la sensibilidad en relación al bien, a la verdad y a la belleza se va deformando o atrofiando. Y como ella influye sobre la voluntad, acaba siendo que la desviación de la primera repercute sobre la segunda, ayudando a apartarla de su fin verdadero, como enseña Santo Tomás.(13)

En un ambiente así, y a través del proceso aquí descrito y analizado en sus líneas generales, los individuos van siendo imperceptiblemente conducidos hacia una forma de ateísmo por así decir "vivencial". O entonces, como ya se dijo, hacia modalidades de panteísmo que niegan la trascendencia de Dios. En esas condiciones, las personas estarán mucho más propensas a aceptar una convergencia e identificación con el comunismo. 

Riquezas materiales, manifestación de la abundancia de los dones de Dios

Para los efectos de mayor claridad en la exposición, al hablar del "pulchrum" en la Creación no se ha hecho la necesaria correlación entre este trascendental del ser —cuyos vestigios la revolución gnóstica e igualitaria quiere extinguir de la faz de la tierra— y la riqueza o abundancia material. A este aspecto se dedicarán a continuación algunas líneas.

Como se ha visto, a la luz del sentido común y de la filosofía tomista, uno de los caminos principales para que el alma se eleve al conocimiento de Dios —y, en consecuencia, alcance su propia felicidad— es la contemplación de lo bello en las cosas creadas. De ahí la necesidad del esplendor y el ornato en el orden material, para que puedan ejercitarse las facultades naturales del alma que mejor ordenan al hombre hacia Dios, como lo son el apetito instintivo de la verdad, de la bondad y de la belleza. En las presentes consideraciones, se ha hecho especial hincapié en esta última. Y se ha mostrado también cómo estos instintos espirituales del alma pueden atrofiarse por falta de ejercicio, tal como se atrofian los músculos del cuerpo cuando se mantienen inmóbiles por largo tiempo.

Abora bien, la riqueza es una de las condiciones que favorecen la creación del esplendor inherente a lo bello, así como, por el contrario, la miseria produce fealdad. La sabiduría divina, por boca del rey David, considera feliz al pueblo que goza de la abundancia de bienes no sólo morales, sino materiales.

Un pueblo así no sólo vive en la posesión de la honra, la verdad y la justicia, sino que, además, "llenos están sus graneros, rebosantes de toda suerte de frutos; sus ovejas, mil veces fecundas, se multiplican por los campos en numerosos rebaños; sus vacas están gordas. No hay brechas en las murallas, ni exilio, ni llanto en sus plazas. Feliz llamaron al pueblo que goza de estas cosas" (Salmos, 143, 12 a 15). Santo Tomás sentencia, respecto de la abundancia espiritual y material alabada en este Salmo: "Los hombres estiman que hay en esta vida alguna felicidad, por cierta semejanza con la beatitud verdadera; y en esta no se engañan del todo".(14) Algo opuesto, por tanto, a la concepción miserabilista de la sociedad sustentada por corrientes comuno-progresistas. 

Necesidad de una riqueza proporcional, en todos los niveles sociales

Las riquezas son una manifestación de la abundancia de los dones de Dios. Esto vale no sólo para las grandes riquezas, sino también para aquel grado de superfluo necesario que todo hombre debe tener para ornar su vida, dando así a ésta el grado de dignidad y esplendor necesarios para mantener vivo y actuante el dinamismo del alma hacia las cosas más altas.

El arte popular, por ejemplo, es a su modo una forma preciosa de riqueza material de una nación, que supone una dignidad de alma abierta a la belleza. Y esto solo es posible en un pueblo donde la Fé y el sentimiento religioso están operantes.

A fortiori, lo son también el arte noble, los palacios, los monumentos faustuosos, las grandes instituciones, y, en general, todo aquello que exige no sólo nobleza de alma, sino también grandes medios materiales para ser realizados.

Esas manifestaciones artísticas se complementan, como expresión del alma de todo el pueblo, y a todos aprovecha. La propia psicologia moderna reconoce hoy el gran valor que históricamente han tenido para el bienestar psíquico de todo el cuerpo social las diversas manifestaciones de riqueza material. 

Ante todo, el miserabllismo atenta contra la gloria de Dios

Concluyendo, puede afirmarse que actuar para la implantación de una sociedad miserabilista trae aparejada la premisa implícita de que el hombre no debe luchar contra sus apetitos desordenados ni contra las circunstancias externas adversas, para embellecer moralmente su alma y perfeccionar el mundo que lo rodea; su bien estaría en dejarse gobernar por sus instintos más bajos y primarios. Bajo cierto punto de vista, esto constituye un auge de la aversión a Dios —que comenzó con el pecado de orgullo del "non serviam"— y proyecta serias consecuencias en el plano moral, social y económico.

El miserabilismo es un pecado contra Dios, porque niega al Creador la gloria y la honra que se le debe absolutamente, renunciando al recto uso de los bienes de la tierra, que Dios entregó a los hombres para que los multiplicasen. El miserabilista es como aquel siervo infiel del Evangelio, que enterró el talento que su Señor le había dado, no haciéndolo fructificar (S. Mateo, 25, 14-30).

Es una injusticia contra la sociedad, porque destruye o impide el armonioso desarrollo del orden natural, que, como explica Santo Tomás ampliamente, en materia de bienes terrenos alcanza su pleno desarrollo en el régimen de propiedad privada.(15)

Es, por fin, una agresión contra la naturaleza humana, pues, como se demostró, atrofia las potencias del alma, quitando al hombre los medios adecuados para alcanzar su fin último, que es la felicidad. 

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Rvdo. P. Fray Victorino Rodríguez y Rodríguez, O.P.:

«La Verdad liberadora»

En el presente “Ensayo”, se menciona cómo el proceso revolucionario viene obnubilando en las almas la percepción de la verdad, a través del relativismo filosófico, moral y religioso. Si bien no se desarrolle esa tesis —por los límites impuestos a este trabajo— dada la importancia de la temática se incluyen, a continuación, algunos conceptos substanciales al respecto. En efecto, ella ha sido abordada, en forma concisa y brillante, en el opúsculo “La Verdad liberadora”, por el ilustre teólogo español Fray Victorino Rodríguez y Rodríguez, O.P. (“Verbo”, Madrid, julio-agosto-septiembre 1985).

La mera enumeración de algunos de los temas allí analizados muestra su actualidad, y la relación directa que puede establecerse, a partir de éstos, con el problema de las doctrinas “miserabilistas” en cuanto instrumentos para atrofiar las potencias del alma humana, fomentar la connaturalidad con lo horrendo, y atentar contra la propia gloria de Dios. Pueden citarse, por ejemplo, los apartados “La verdad y sus modalidades”; “El valor de la verdad”; “Efectos dignificantes de la verdad”; “El deber-derecho de conocer la verdad con certeza y de decirla con claridad”; “Las raíces del error y de la mentira”; “¿Intercambiables la verdad y el error?”

Véanse, a continuación, algunos trechos escogidos.

Afirma Fray Victorino Rodríguez: “El hecho de que Cristo se identifique con la Verdad (Jn. 14,6) y de que nos diga que para esto ha venido al mundo, «para dar testimonio de la verdad» (Jn. 18,37) es decisivo sobre el valor excelso de la verdad, esto es, del conocimiento verdadero. Semejante encomio, en forma equivalente, aunque más abstracta, se encuentra en los libros sapienciales del Antiguo Testamento: «La sabiduría vale más que las piedras preciosas, y cuanto hay de codiciable no puede comparársele» (Prov. 8,11). «Si la riqueza es un bien codiciable en la vida, ¿qué cosa más rica que la sabiduría que todo lo obra?» (Sap. 8,5) «El labio veraz mantiene siempre la palabra; la lengua mentirosa, sólo por un instante» (Prov. 12,19)” (p.779).

Como lo recuerda el P. Victorino (p. 780), Santo Tomás de Aquino, al iniciar el “Liber de Veritate catholicae fidei contra errores infidelium” —llamado comúnmente “Summa contra gentes”—, considera la verdad como objeto primordial de la sabiduría, por ser el fin último del universo” (I,1, N° 4). “Más concretamente —agrega Fray Victorino— la perfección máxima y fin último sobrenatural del hombre consiste en el conocimiento de la verdad divina plenamente desvelada: «La mente racional es informada inmediatamente por Dios... como por su última forma perfectiva, pues la mente creada se considera informe mientras no se adhiera a la primera verdad misma» ” (Santo Tomás, “Summa Teológica”, I, 106, 1 ad 3; cfr. I, 12, 1 y 5; I-II, 4,8).

Más adelante, el autor particulariza los efectos dignificantes del singular valor de la verdad, el "bonum intellectus” (p. 786), bajo el subtítulo “Efecto personalizador del conocimiento de la verdad”: “Por ser la racionalidad la nota distintiva o cuasi específica de la persona humana («rationalis naturae individua substantia»), ninguna perfección puede serle más entrañable que el conocimiento de la verdad y la consiguiente racionalización de su vida. Comportarse como persona es comportarse como ser inteligente y racional; es buscar la verdad y complacerse en su posesión y comunicación con gestos y palabras y realizarla en su practicidad. De ahí que el Salmista haga corresponder la falta de ejercicio de inteligencia con la falta de personalidad: «no seas sin entendimiento como el caballo y el mulo» (Salmo 32, 9). Incluso en el orden sobrenatural, sustentado en la Fé, «sin la cual es imposible agradar a Dios» (Hebr. 11, 6; cfr. Concilio de Trento, Ses. 6, c. 8, DS 1532), el creyente busca espontáneamente, connaturalmente, inteligencia en el misterio (I Concilio Vaticano, Ses. 3, c. 4, DS 3016). De ahí nace la sagrada teología, como «fides quaerens intellectum», que dijera San Anselmo, traduciendo el «credere ut intelligas» de San Agustín”.

Al hablar de la verdad en cuanto raíz de la auténtica libertad, y de su legítimo y saludable efecto liberador (p. 795), en oposición a las interpretaciones erróneas del “progresismo”, el teólogo español señala: “La verdad es también factor fundamental de liberación sociopolítica, no sólo en cuanto garantía de una auténtica o verdadera justicia y de una auténtica o verdadera amistad entre los hombres, que es un modo de prevenir la esclavitud, injusta y rencorosa, o de mover a salir de ella (Santo Tomás, «Summa Teológica», II-II, 29, 1 y 3) sino también en cuanto exclusión de la insinceridad, de la mentira, de la astucia y del error de objetivos socio-políticos o de cálculos utilitarios reñidos con la honestidad socio-política. En esta verdad no para mientes la abusivamente llamada «teología de la liberación» hispanoamericana, ya desde el momento en que reduce la verdad (la ortodoxia) a la acción revolucionaria (ortopraxis)”.

“En definitiva —afirma el P. Victorino en otro pasaje (p. 793)—, la verdad une a las inteligencias en su propio objeto común, el «verum», que se dan en Dios, en el mundo y en los hombres; une o asemeja las inteligencias entre sí en su confluencia de cara a la verdad; y une, consiguientemente, los corazones, los hace «con-cordes», en la apertura, aspiración y tranquila posesión del bien verdadero, del «verum bonum»”.

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Notas:

1) Sobre la causas de ese proceso, y su desarrollo histórico hasta el presente, ver el libro de Plinio Corrêa de Oliveira, “Revolución y Contra-Revolución”, Ed. Fernando III El Santo, Bilbao, 1978, Parte I.

2) Los “trascendentales”, en su sentido filosófico, son cualidades que pertenecen al ser como tal, conviniendo, por lo tanto, si bien que en grados diversos, a todos los seres. Así, por ejemplo, son perfecciones trascendentales la unidad, la verdad y la belleza.

Santo Tomás enseña que la noción de propiedades trascendentales del ser, domina todo lo que se puede decir sobre el ser. Ellas son nociones análogas de perfecciones que se realizan en las creaturas y, de modo eminente e infinito, en Dios.

Santo Tomás trata ampliamente sobre el lugar del “verum” —la cualidad de ser verdadero— entre los trascendentales “ens”, “unum”, “aliquid”, “bonum”, en la Cuestión I “De Veritate”, a. 1 (Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona, 1967, pp. 151 a 163). En el presente ensayo se subraya la acción nefasta del proceso revolucionario en cuanto provocando un debilitamiento de la percepción del “pulchrum”. Y podrían efectuarse estudios análogos centrándose en otros trascendentales, especialmente el “verum” y el “bonum”. Respecto de la verdad, y sus principales modalidades, véase el denso opúsculo “La Verdad liberadora”, del eminente teólogo español contemporáneo Rvdo. P. Victorino Rodríguez y Rodíguez, O.P., sobre el cual se incluyen referencias más amplias en recuadro de este mismo ensayo.

Al hecho de experiencia, de que hay en las cosas propiedades trascendentales que se realizan en diversos grados, como la verdad, la bondad, la belleza y nobleza, etc., lo toma Santo Tomás como punto de partida para su “cuarta vía” con la cual demuestra la existencia de Dios: “Vemos en los seres que unos son más o menos buenos, verdaderos y nobles que otros, y lo mismo sucede con las diversas cualidades. Pero el más y el menos se atribuyen a las cosas según su diversa proximidad a lo máximo, y por esto se dice que lo más caliente es lo que más se aproxima al máximo calor. Por tanto, ha de existir algo que sea lo sumo de la verdad, nobilísimo y óptimo, y por ello, ente o ser supremo” (“Summa Teológica”, I, q. 2, a. 3c).

3) El desarrollo de esta tesis, en todas las dimensiones que ella comporta, trasciende los límites del presente trabajo. En éste, nos extenderemos específicamente sobre la acción del miserabilismo en cuanto destructor u opacador de la percepción del pulchrum en las almas, como se verá en las páginas que siguen. Incluso sobre este aspecto, no se pretende abarcar todo el tema, ni enfocarlo con la precisión o rigor de un filósofo.

4) En este contexto, el término “trascendencia” dice respecto al conjunto de los atributos del Creador, que resaltan su infinita superioridad en relación a las creaturas.

5) “Suma Teológica”, I, q. 12, a. 1.

6) “Suma Teológica”, I, q. 94, a. 1c.

7) Esto es, las perfecciones invisibles de Dios se tornaron visibles a la inteligencia, por medio de Sus obras.

8) En el animal, la finalidad de la sensibilidad se agota en el deleite del propio sentido, en la conservación del ser (instinto de conservación) y de la especie (instinto de reproducción). En el hombre, en cambio, los sentidos también están ordenados a la perfección humana, que, como fue visto, está en la felicidad trascendente, conocida con la inteligencia y apetecida con la voluntad.

9) cfr. “Suma Teológica”, 1-2, q. 10, a. 1, art. 1.

10) “Suma Teológica”, 1-2, q. 9, a. 2 y ad. 3.

11) cfr. “1917-1987: socialismo em debate”, Instituto Cajamar, São Paulo, 1988; ponencia de Juan Valdés, Jefe del Departamento de América Latina del Centro de Estudios de América, de La Habana; p. 133.

12) La vida cotidiana de los cubanos es característica en este sentido. El racionamiento, las filas interminables para adquirir productos indispensables para la subsistencia, etc., conducen a ello.

13) cfr. I-II, q. 9, a. 2 y ad. 3.

14) “Summa Teológica”, 1-2, q. 5, a 3, ad. 3.

15) “Suma Teológica”, 2-2, 66, 1-2.

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