Plinio Corrêa de Oliveira

 

"Por orgullo, repelen

toda sujeción"

"Catolicismo" Nº 82 - Octubre de 1957

  Bookmark and Share

El orgullo es el padre de todas las herejías, y esto es especialmente cierto de la herejía que contiene en sí misma el jugo de todas las demás, es decir, el modernismo. De ahí que San Pío X dijera de los modernistas que "por orgullo repelen toda sujeción". "Non serviam", grito que el Príncipe de las tinieblas inspira a todos sus secuaces, pero que San Miguel Arcángel cubre con el himno triunfal de su eterna humildad: "Quis ut Deus". - En la figura: escena del Apocalipsis en un tapiz del castillo de Angers, siglo XIV.

"Odiad el error, amad a los que yerran", escribió San Agustín. Gran frase, sabia y admirable. Sin embargo, ¡cuántas aberraciones, cuántas traiciones, cuántas capitulaciones vergonzosas se han cometido abusivamente en su nombre!

Hay personas cándidas —o cobardes— que imaginan las ideas como entidades dotadas de existencia física propia y autónoma, que se incuban misteriosamente en las personas. Se puede hacer la guerra a las ideas sin atacar a las personas, igual que se puede luchar contra una enfermedad infecciosa sin combatir al paciente. La guerra es sólo contra el bacilo.

Esta forma de ver las cosas, desgraciadamente muy extendida en nuestros días, beneficia enormemente a nuestros adversarios, porque desarma toda nuestra reacción.

La verdad y el error no son algo extrínseco al espíritu humano como fichas en el cajón de un archivador. La inteligencia, por el contrario, tiende a asimilar este y aquella, mediante un proceso que ha sido merecida y frecuentemente comparado con la digestión. Si alguien come pan o carne, la digestión incorpora al organismo una porción de la sustancia de estos alimentos, que pasan a formar parte de la persona. Análogamente, si alguien acepta una doctrina, esta doctrina puede llegar a marcar su personalidad de tal manera que se diría figuradamente que tal hombre personifica esa idea. ¿Cómo se puede intentar destruir el pan que ya ha sido digerido por una persona sin herir a ésta en su carne? ¿Y cómo se puede atacar una idea sin golpear en alguna medida a la persona que la personifica, que ipso facto le da vida, actualidad y posibilidad de difusión?

No. La frase de San Agustín tiene un significado obvio. Preceptúa que deseamos la humillación y la derrota del error, así como la conversión y la salvación de los que yerran. Recomienda que seamos lo más amables posible con los que yerran. Ella no nos prohíbe usar, contra quien yerra, de una justa severidad, cuando esto se hace necesario para el bien de la Iglesia y la salvación de las almas. En este sentido, esta frase no llega a incapacitar a los católicos para actuar y luchar contra los autores del error o del mal. Por el contrario, los santos siempre han sabido conciliar las dos obligaciones fundamentales y aparentemente contradictorias de amar al prójimo y de luchar contra él cuando el celo por la gloria de Dios y la salvación de las almas les impulsa a ello.

De esto nos ha dado un maravilloso ejemplo en su Encíclica "Pascendi" contra el modernismo el Papa San Pío X.

En nuestro último artículo (1), expusimos en sus grandes líneas la doctrina modernista, basándonos en el monumento de objetividad y lucidez que es ese inmortal acto pontificio. Sin embargo, sería un error suponer que la "Pascendi" era un mero documento doctrinal. San Pío X no sólo combatió en el campo de las ideas, sino que, con admirable energía y perspicacia, desenmascaró a los mismos autores del error y trazó el lamentable perfil moral de los modernistas, denunció sus tácticas y puso al desnudo la vastedad de su conspiración. La Encíclica no menciona ningún nombre, pero es muy rica en datos sobre la personalidad del modernista. En otros documentos San Pío X llegó a los nombres. Por ejemplo, con los importantes decretos en los que se apuntaba nominal y personalmente a los principales líderes del movimiento.

Para que nuestros lectores puedan medir en toda su admirable extensión la severidad con que el Santo Pontífice trató esta emergencia, hemos consagrado al tema otro artículo.

Al hacerlo, llamamos su atención sobre la flagrante conveniencia del ejemplo que les señalamos. San Pío X fue beatificado y posteriormente canonizado por el Santo Padre Pío XII, gloriosamente reinante. Fue deseo del Papa, bajo cuyo inmortal pontificado vivimos, que su predecesor sirviera de modelo a los hombres del siglo XX muy especialmente, y no para los muertos que yacen en sus tumbas o para los niños que aún no han nacido. Fue para eso que hizo brillar con en el honor de los altares a ese gran luminar.

Actuar como San Pío X, esto es lo que nos recomienda con su suprema autoridad el inmortal Pontífice Pío XII.

De lo expuesto en el último artículo se infiere que, para los modernistas, la Iglesia, con su doctrina, sus Sacramentos y su Jerarquía, puede ser vista de dos maneras diferentes. Uno es el de los espíritus incapaces de percibir en las cosas más que su apariencia, y que en las enunciaciones doctrinales no pueden ir más allá del sentido literal, propio y directo. Estos son los broncos.

Pero también están los espirituales. Su intelecto, más sutil y lúcido, les permite percibir que las fórmulas dogmáticas y los enunciados doctrinales deben entenderse "cum grano salis". Su valor es relativo. No expresan verdades objetivas y definitivas y, por el contrario, deslizan como nubes de contornos variables y curso rápido, en el firmamento de la vida espiritual.

La lucha entre los broncos y los intelectuales en el seno de la Iglesia es inevitable y será eterna, dicen los modernistas. Del lado de los broncos está, por la propia naturaleza de sus funciones, la autoridad eclesiástica. Lo propio del modernista es actuar para imponer el silencio a los broncos, y arrastrar a la Jerarquía por el camino de la reforma.

De ello se deduce que, para los modernistas, la autoridad eclesiástica debe ejercer una acción más o menos negativa en la Iglesia. La gran misión de propulsión corresponde a los laicos, y en cierta medida a los elementos "evolucionados" de la Jerarquía. La Encíclica "Pascendi" lo subraya muy bien: "La fuerza conservadora en la Iglesia es la tradición, y la tradición es la autoridad religiosa que la representa. Esto es así tanto de derecho como de facto. De derecho, porque la defensa de la tradición es como un instinto natural de la autoridad; de hecho, porque, al hallarse fuera de las contingencias de la vida, la autoridad no siente, o siente débilmente, los estímulos del progreso. La fuerza progresista, por el contrario, es la que corresponde a las necesidades, y está latente, como una levadura, en las conciencias individuales, especialmente en las que están en contacto más estrecho con la vida. ¿Discernís aquí, Venerables Hermanos, esa doctrina perniciosa que pretende hacer del laicado en la Iglesia un factor de progreso? Pues bien, es en virtud de tal o cual compromiso o transacción entre la fuerza conservadora y la fuerza progresista que se logran los cambios y los progresos. Esto ocurre cuando las conciencias individuales, al menos algunas de ellas, reaccionan sobre la conciencia colectiva; ésta, a su vez, presiona a los depositarios de la autoridad, hasta que finalmente llegan a una composición; y, hecho el pacto, vela por su ejecución" (2).

Este pasaje demuestra que el modernista es fundamentalmente revolucionario (3). Para él, la autoridad, en el orden natural de las cosas, sólo tiene el papel de freno, un papel secundario que muy fácilmente se convierte en un verdadero estorbo. La acción principal es la del laicado, a quien corresponde, mediante presiones sucesivas, guiar a la autoridad.

Así, cuando la autoridad eclesiástica condena a un modernista, esto no constituye para él un motivo de vergüenza entre sus correligionarios: "La sorpresa de los modernistas cuando son reprendidos o castigados es comprensible a la vista de lo anterior. Lo que se les reprocha como falta es precisamente lo que les parece un deber sagrado. En contacto íntimo con las conciencias, conocen sus necesidades con más exactitud y seguridad que la autoridad eclesiástica; por así decirlo, encarnan esas necesidades. En consecuencia, tan pronto como son capaces de hablar o escribir, se valen de ello públicamente, en lo que cumplen un deber. Que la autoridad les reprenda como quiera: ellos tienen su propia conciencia y su experiencia íntima que les dice con certeza que sólo merecen elogios y no reprimendas. Además, reflexionan, todo progreso se hace con crisis, y las crisis necesariamente hacen víctimas. Serán víctimas como los Profetas, como Jesucristo. Contra la autoridad que les maltrata, no tienen rencor: en última instancia, desempeña su papel de autoridad. Los modernistas simplemente deploran que la autoridad permanezca sorda a sus objeciones, porque esto es un obstáculo para las almas que caminan en busca del ideal. Pero sin duda llegará el momento en que ya no será necesario tergiversar, porque es posible contrarrestar la evolución, pero no es posible detenerla. Y así los modernistas siguen su camino; reprehendidos y condenados, continúan, ocultando bajo mentirosas apariencias de sumisión una osadía sin límites. Inclinan hipócritamente la cabeza, mientras con todos sus pensamientos, con todas sus energías, prosiguen, con más audacia que nunca, el plan trazado.

"Este procedimiento constituye un propósito firme y una táctica: tanto porque sostienen que es necesario estimular la autoridad, no destruirla; tanto porque les importa permanecer dentro de la Iglesia para actuar dentro de ella, y modificar poco a poco, dentro de la propia Iglesia, la conciencia común. Y así confiesan, sin darse cuenta, que la conciencia común no está con ellos, y que no tienen derecho a presentarse como sus intérpretes".

Un espíritu fundamentalmente revolucionario

De ahí que los modernistas representen el sumo de la obstinación, y que con ellos las medidas blandas sean inútiles: "Esperábamos que los modernistas se enmendaran algún día. Por eso utilizamos contra ellos medidas suaves al principio, como se hace con los hijos, y luego medidas severas; finalmente, y muy a nuestro pesar, utilizamos reprimendas públicas. No ignoráis, Venerables Hermanos, la esterilidad de Nuestros esfuerzos: inclinan la cabeza un momento, para volver a levantarla con mayor orgullo todavía."

De hecho, una de las raíces más importantes de este lamentable estado de ánimo es el orgullo:

"¡El orgullo! está, en la doctrina de los modernistas, como en su propia casa; allí encuentra en todas partes algún alimento, y entonces se expande en todos sus aspectos. El orgullo, por supuesto, esa confianza en sí mismos que los lleva a erigirse en norma universal. Orgullo, esa vanagloria que los presenta a sus propios ojos como los únicos poseedores de la sabiduría; que les lleva a decir, arrogantes y llenos de sí mismos: no somos como los demás hombres; y que, para no ser realmente como los demás, les impulsa a las más absurdas novedades. El orgullo, que les hace repeler toda sujeción y pide una conciliación de la autoridad con la libertad. Orgullo, esa pretensión de reformar al prójimo, olvidándose de sí mismos; esa falta absoluta de consideración hacia la autoridad, incluso la suprema. Realmente no hay camino que conduzca más rápida y directamente al modernismo que el orgullo. Denos un laico, o un sacerdote, que haya perdido de vista el principio fundamental de la vida cristiana, —a saber, que debemos renunciar a nosotros mismos si queremos seguir a Jesucristo, — y que no haya erradicado el orgullo de su corazón: ese laico, ese sacerdote estará maduro para todos los errores del modernismo. Por eso, Venerables Hermanos, vuestro primer deber es resistir a estos hombres altivos, y emplearlos en funciones bajas y oscuras: que sean rebajados tan alto como pretenden subir, y que su misma rebaja les quite la ocasión de hacer el mal."

Espíritu fanático de la novedad

El orgullo no es la única causa del modernismo. "La causa inmediata de ello consiste en una perversión del espíritu, no cabe duda. Pero las causas remotas son la curiosidad y el orgullo. La curiosidad, cuando no se reprime sabiamente, basta por sí misma para explicar todos los errores. Esta es la opinión de Nuestro Predecesor Gregorio XVI, que escribió: ‘Es un espectáculo lamentable ver hasta dónde llega el extravío de la razón cuando cede al espíritu de novedad; cuando, en contra de la admonición del Apóstol, se afirma que se sabe más de lo necesario, y con excesiva confianza en sí mismo se imagina que la verdad puede buscarse fuera de la Iglesia, en la que se encuentra sin la menor sombra de error’”.

Nacida de esta curiosidad malsana, la manía por la novedad, el horror a la tradición es una de las notas características del modernismo.

Por eso, pensando en los modernistas, a los que califica —con palabras de la Escritura— de "hombres de lenguaje perverso, decidores de novedades y seductores, víctimas del error y que arrastran a otros al error", el Santo Padre Pío X lamenta que "haya aumentado extrañamente en los últimos tiempos el número de los enemigos de la Cruz de Jesucristo, que, con un arte absolutamente nuevo y supremamente pérfido, se esfuerzan por anular las energías vitales de la Iglesia, e incluso, si pudieran, por subvertir enteramente el reino de Jesucristo".

"Ciegos y conductores de ciegos que, hinchados por una ciencia orgullosa, han llegado a tal grado de locura que quieren pervertir la noción eterna de la verdad, al mismo tiempo que la verdadera naturaleza del sentimiento religioso, inventores de un sistema en el que, bajo el imperio de un ciego y desenfrenado amor a la novedad, no se preocupan en modo alguno de encontrar un sólido apoyo para la verdad, sino que, despreciando las santas y apostólicas tradiciones, abrazan otras doctrinas, vanas, fútiles, inciertas, condenadas por la Iglesia, en las que, hombres muy vanos ellos mismos, pretenden apoyar y asentar la verdad”.

Por eso, los modernistas "merecen que se les aplique lo que Gregorio IX, otro de Nuestros Predecesores, escribió de ciertos teólogos de su tiempo: ‘Hay entre vosotros personas hinchadas del espíritu de vanidad como odres, que se esfuerzan por desplazar con novedades profanas los límites fijados por los Padres; que doblegan las Sagradas Páginas a las doctrinas de la filosofía racional, por mera ostentación de ciencia, sin pretender provecho alguno para sus oyentes...; que, seducidos por insólitas y extravagantes doctrinas, cambian la cabeza por la cola, y esclavizan la reina a la sierva’".

Democratismo radical

Con esta mentalidad, no es de extrañar que el modernista vea a la Iglesia del siglo XX como una entidad en la que el orden natural de las cosas es y sólo puede ser la democracia. "La conciencia religiosa, he aquí el principio del que procede y, por tanto, depende la autoridad, al igual que la Iglesia. Si la autoridad llega a olvidar o negar esa dependencia, se convierte en tiranía. Estamos en un momento en que el sentimiento de libertad está en plena expansión: en el orden civil, la conciencia pública ha creado el régimen popular. Ahora bien, no hay dos conciencias en el hombre, como no hay dos vidas. Si la autoridad eclesiástica no quiere provocar un conflicto en lo más íntimo de las conciencias, debe plegarse a las formas democráticas. Además, si no lo hace, todo se derrumbará. Porque sería una locura imaginar que el sentimiento de libertad, en el punto al que ha llegado, pueda retroceder. Forzada y constreñida, su explosión sería terrible: arrastraría todo consigo, Iglesia y Religión. Tales son, en esta materia, las ideas de los modernistas, cuyo gran empeño consiste, por tanto, en buscar una vía de conciliación entre la autoridad de la Iglesia y la libertad de los fieles”.

Separación de Iglesia y Estado

Nada más lógico que el odio que sienten los modernistas por la unión de la Iglesia y el Estado. Su objeción a tal régimen es la siguiente: "Antes era posible subordinar lo temporal a lo espiritual; era posible hablar de asuntos mixtos, en los que la Iglesia aparecía como reina y señora. La razón es que entonces se consideraba que la Iglesia había sido instituida directamente por Dios, autor del orden sobrenatural. Pero la filosofía y la historia coinciden hoy en repudiar esta doctrina. Por tanto, separación de Iglesia y Estado, de católico y ciudadano. Todo católico, por ser al mismo tiempo ciudadano, tiene el derecho y el deber, sin tener en cuenta la autoridad de la Iglesia..., de actuar como crea conveniente para el bien común".

Y poco después el Santo Pontífice muestra cómo, en el fondo, el modernismo va más allá y tiende a esclavizar la Iglesia al Estado.

Revuelta contra las sanciones eclesiásticas

En todas las épocas, la autoridad eclesiástica ha tenido la saludable costumbre de castigar con severas penas a los autores de errores y herejías. Como no podía ser de otro modo, los modernistas se alzan contra tal tradición.

La razón es obvia: "Como el magisterio de la Iglesia tiene su primer origen en las conciencias individuales, y para su mayor utilidad emprende un servicio público, es bastante evidente que debe subordinarse a estas conciencias e inclinarse ante las formas populares. Prohibir a las conciencias individuales que proclamen sus necesidades alto y claro, cerrar la boca a la crítica, impedirla de conducir las evoluciones necesarias, ya no es la función de un poder que existe para fines útiles, sino un abuso de autoridad."

El gusto por la falsa sencillez

Los modernistas, como tantos protestantes, odian la espléndida pompa del culto católico. He aquí su razón: "Desde el momento en que su fin es enteramente espiritual, la autoridad religiosa debe despojarse de todo ese aparato externo, de todos esos ornamentos pomposos por los que hace de sí misma un espectáculo".

"Los modernistas, como tantos protestantes, odian la espléndida pompa del culto católico"

El Papa San Pío X celebrando en la Basílica de San Pedro Misa por el 50 aniversario de la Proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre de 1904) - [Para ver la imagen en su tamaño total pinche sobre ella]

Perpetuo estado de cambio en la Iglesia

La fijeza solemne y majestuosa de la Iglesia irrita profundamente a los modernistas. Anhelan por una Iglesia en estado de constante transformación, satisfaciendo pues, a todo momento, su prurito de novedades: "Así, Venerables Hermanos, la doctrina de los modernistas, como objeto de todos sus esfuerzos, consiste en que no haya nada estable en la Iglesia, nada inmutable. Han tenido precursores, de los que Nuestro Predecesor Pío IX escribió: 'Estos enemigos de la Revelación divina exaltan el progreso humano, y con temeridad y audacia verdaderamente sacrílegas pretenden introducirlo en la religión católica, como si ésta no fuera obra de Dios sino de los hombres, una especie de invención filosófica susceptible de perfeccionamiento humano”.

"De todo lo que hasta ahora hemos expuesto se puede tener una idea de la manía reformista que domina a los modernistas; no hay nada, absolutamente nada en el catolicismo que no ataque.

“— Reforma de la filosofía, especialmente en los seminarios: que, en el estudio de la historia de la filosofía, la filosofía escolástica quede relegada entre los sistemas muertos, y que se enseñe a los jóvenes la filosofía moderna, la única verdadera, la única adecuada a nuestro tiempo.

“— Reforma de la teología: que la llamada teología racional se base en la filosofía moderna; que la teología positiva se base en la historia de los dogmas.

“— En cuanto a la historia, quieren que se escriba y se enseñe sólo según los métodos y principios modernos que ellos adoptan.

“— Que los dogmas y la noción de su evolución se armonicen con la ciencia y la historia.

“— Que los catecismos sólo contengan dogmas reformados y al alcance del pueblo llano.

“— En cuanto al culto, debería reducirse el número de devociones exteriores o, al menos, limitar su proliferación. Es cierto, además, que por amor al simbolismo algunos modernistas son bastante conciliadores en este sentido.

“— Que se reforme el gobierno eclesiástico en todas sus ramas, especialmente la disciplinaria y la dogmática. Su espíritu, su actitud externa deben armonizarse con la conciencia democrática; por tanto, debe darse una participación en el Gobierno de la Iglesia al Clero inferior e incluso a los laicos; la autoridad debe descentralizarse.

“— Reforma de las Congregaciones romanas, especialmente el Santo Oficio y el Índex.

“— El poder eclesiástico debe cambiar su línea de conducta en el campo político y social; debe permanecer al margen de las organizaciones políticas y sociales, pero debe adaptarse a ellas para penetrarlas con su espíritu.

Americanismo, abolición del celibato eclesiástico

Los modernistas, "en materia de moral, hacen suyo el principio de los americanistas, de que las virtudes activas deben preceder a las pasivas, tanto en el aprecio que se les tiene, como en la práctica. — Que el Clero vuelva a su antigua humildad y pobreza, y que guíe sus ideas y acciones por principios modernistas.

"Finalmente, haciéndose eco de sus maestros protestantes, desean la abolición del celibato eclesiástico".

Continuaremos en el próximo artículo las citas en las que San Pío X nos describe el perfil moral del modernista.


NOTAS

(1) "El Cincuentenario de la Pascendi", nº 81, septiembre de 1957.

(2) Todas las citas de la presente obra están tomadas del texto de la Encíclica "Pascendi Dominici Gregis" del 8 de septiembre de 1907, publicado en francés en el vol. III de los "ACTES DE S. S. PIE X", edición de la editora Bonne Presse, París. Esta obra se puede descargar aquí.

(3)Revolucionário” – El término “revolucionário” es usado aquí en el sentido que le da el Prof. Plinio en su obra “Revolución y Contra-Revolución”, editada primeramente en el número 100 de “Catolicismo”

Las frases entrecomilladas proceden de la propia Encíclica.

Las letras en negrita proceden de este sitio.

Para profundizar en el conocimiento de San Pío X y especialmente su lucha contra el “modernismo” recomendamos a nuestros visitantes la sección “Especial” sobre San Pío X (en portugués). Para acceder pinchar aquí.

Traducido con auxilio de www.DeepL.com/Translator (free version)