Plinio Corrêa de Oliveira

 

La “gallarda” de

don  Juan  de  Austria

 

 

 

 

 

“Folha de São Paulo”, 4 noviembre 1982

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“Ver, juzgar y actuar”: tal es, según Santo Tomás, la secuencia del recto proceder humano. Comencemos por el “ver”.

Y veamos los hechos precisamente como se dieron. Los tomo de “ABC”, el grande, prestigioso... y moderado... diario madrileño, del 30 de octubre último.

a) En la Cámara anterior, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) disponía de ciento veintiún escaños. En la Cámara ahora elegida contará con doscientos uno. Ha ganado, pues, ochenta escaños.

b) Numéricamente más importante que el grupo parlamentario socialista era el de Unión de Centro Democrático (UCD), que disponía de ciento sesenta y ocho. En la nueva Cámara se verá reducido a doce escaños. La pérdida espectacular del centrismo ha sido, por tanto, de ciento cincuenta y seis escaños.

c) El Partido Comunista contaba con veintitrés escaños en la Cámara anterior. Ahora no tendrá más que cuatro. La pérdida de diecinueve escaños es importante, dada la ya diminuta votación del partido.

d) El partido que más ha progresado ha sido Alianza Popular (AP), que contaba con sólo nueve diputados y ha pasado a ciento seis. Ha ganado noventa y siete escaños; es decir, más del 1.000 por 100.

Me abstengo de analizar la votación de algunas pequeñas corrientes que no alteran el cuadro.

Pasemos a “juzgar”.

a) La votación socialista proporciona al PSOE la mayoría en el Congreso. Pues de un total de trescientos cincuenta escaños le tocarán doscientos uno. Con esto le cabe el derecho de que el nuevo gabinete sea escogido entre sus filas.

b) La oposición de derecha, aureolada por la irradiación de dinamismo que le viene del hecho de ser la formación que más ha progresado en las últimas elecciones, podrá crear serias dificultades a la mayoría gubernamental. Sin embargo, no veo que, normalmente, pueda impedir que el PSOE haga aprobar una legislación ampliamente socialista.

En suma, la ventaja obtenida por el socialismo con el aumento del número de sus escaños es menor que el perjuicio que le proviene del prestigio ocasionado por el hecho de que la derecha haya crecido (proporcionalmente a los escaños de la legislatura pasada) más que él.

Y pasemos, por fin, al “actuar”.

En nuestros sillones de espectadores brasileños, actuar es “torcer” (actitud de hincha). Cosa importante para nosotros, ya que la “torcida” es una de las actitudes predilectas del espíritu brasileño. Pero también porque nuestra “torcida”, en cuanto a asuntos externos, condiciona en buena medida nuestras actitudes ante los asuntos domésticos.

Dicho esto, vamos a nuestra “torcida”: ¿Qué es lo que tiene más probabilidades de suceder?

Como hemos visto, esencialmente lo más importante que ha acontecido ha sido la disgregación del centro. Este se ha escindido en dos partes. Una se ha deslizado hacia la izquierda, y otra, hacia la derecha. Del centro, otrora omnipotente, no ha quedado más que un puñadito de ceniza funeraria. El significado de este hecho no se agota en los límites de una mera redistribución de escaños en el Parlamento. Significa un cambio en lo más profundo de la psicología española. Esta tiende hacia Sancho Panza cuando es centrista, hacia Don Quijote cuando es izquierdista (¿qué fue la Pasionaria sino una siniestra “Quijota” de izquierda?), o hacia Lepanto, que don Juan de Austria, el heroico vencedor de la célebre batalla naval, simbolizó.

Ahora bien, los españoles que del centro se pasaron a la izquierda o a la derecha no eran propiamente devotos de Sancho Panza. Cansados de tensiones, cuando en 1977 y en 1979 votaron a favor del centro, querían simplemente una distensión. Y fundamentalmente continúan queriéndola. Pero habiendo verificado que Adolfo Suárez (hasta 1981) y Calvo Sotelo (desde entonces hasta ahora) les imponían como ambientación de la distensión (perdóneme el lector los dos “ones”) la paz de Sancho Panza en el reino de Sancho Panza, se disgustaron.

Y fueron a buscar la distensión en otra parte. Según simpatías instintivas, unos fueron para la izquierda y otros para la derecha. Pero siguen constituyendo un sólo bloque psicológico, tanto dentro del PSOE como de AP, ligado por debajo de la frontera partidaria por invisibles, pero firmes vínculos temperamentales. Si los centristas que huyeron de Sancho Panza rumbo al PSOE fueren solicitados para un programa definidamente socialista, se pasarán del PSOE a AP. Pero del mismo modo, si esta última, estando en el poder, quisiera realizar un programa muy de derechas, los centristas instalados en dicho partido se pasarían al PSOE. 

 

Resulta que quien estará en el poder es el PSOE. A él es a quien le cabe ejecutar su programa. Son sus ex centristas los que se pueden pasar a AP. Y si no ejecuta un programa a fin de conservar la adhesión de los neófitos deseosos de distensión, otra desventura parece esperarle, inevitable. Ya que comenzará a ser apedreado por su frustrada mayoría quijotesca. Se comprende, pues, que el chiste [dibujo] de “ABC” (...) presente tan fatigado y perplejo al partido mayoritario.

Para la derecha quedan las alegrías de la oposición, el salado deleite hispánico del “estar en contra”. Se respira en el ambiente que los “pro-distensionistas” del centro que se fueron a AP tenían, crepitándoles en el fondo de sus anhelos de distensión, un renovado gusto por los toros, por las castañuelas. Leí cierta vez que cuando don Juan de Austria venció a los turcos en Lepanto se lo agradeció a la Virgen Auxiliadora. Pero también danzó una “gallarda”. Es gente que añora la “gallarda” de don Juan de Austria. Tales ex centristas darán menos trabajo a la derecha que los distensionistas de izquierda al PSOE.

Pero aquí aflora otro problema. Se hizo de todo para inocular en la España del pos-Yalta el espíritu optimista, pragmático, aideológico, supinamente burgués y falto de luces caballerescas, que se esparció por el mundo. Este espíritu, que tuvo en la era Truman su grisáceo apogeo, llevó al naufragio el anticomunismo en el mundo, y postró de rodillas un occidente trémulo y desvirilizado, ante una Rusia sañuda, “knut” en puño. España, la llamarada de heroismo de la cristiandad, parece haberse dado cuenta de que este espíritu desfiguraba su identidad, la deformaba, la desviaba de su misión. Rechazó el centro, sustentáculo de esa ideologia sin fe y sin carácter. Y una vez más se vuelve encantada para contemplar en los espacios dorados de la memoria nacional a don Juan de Austria, el caballero de Lepanto, danzando por siempre su “gallarda” ante un mar cuajado de cadáveres de los vencidos. Esta centella de caballerosidad, ¿no encontrará en el mundo otros espacios por donde propagar su llama brillante y ágil?

Asunto sutil, deslumbrante... para algunos, irritante. Queda para otro día. Tal vez.


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