Plinio Corrêa de Oliveira

 

No se convirtieron, avanzaron

 

 

"Diario de Las Américas", Miami, 22-5-1976 – "Catolicismo", São Paulo, n. 306, junio 1976

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El presente artículo fue escrito antes de las recientes elecciones italianas. A pesar de ello, juzgamos oportuno presentarlo a nuestros lectores, pues el penetrante análisis que en el se hace de los pronunciamientos eclesiásticos preelectorales y de la política entreguista de la Democracia Cristiana mantiene toda su actualidad.

En el mes de Junio Italia tendrá elecciones generales, en las cuales serán contendientes, con perspectivas de éxito hasta el momento casi iguales, la Democracia Cristiana y el Partido Comunista. Esto equivale a decir que, a pesar de los pronunciamientos del Cardenal Pomma, Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, de la misma CEI, e incluso del propio Paulo VI, posiblemente tendrá acceso al gobierno italiano un equipo político del cual los comunistas participen. Y como es sumamente difícil y arriesgado desalojar del poder a gobernantes comunistas, sin el empleo de la fuerza - el reciente ejemplo de Portugal que lo diga-, la consecuencia es que si Italia no acepta sucumbir definitivamente en el comunismo, se podrá encontrar dentro de algún tiempo ante la eventualidad de una guerra civil con fondo ideológico: comunistas de un lado, anticomunistas del otro.

De las dos perspectivas, no es esta la peor. Pues todavía será más terrible que los comunistas se apoderen para siempre del gobierno italiano, sin que ni siquiera la fuerza consiga extirparlos.

En esta última hipótesis, tendremos el ocaso de Italia, con todo cuanto esto representa a los ojos de los hombres para los cuales Fe, cultura y civilización no son palabras vanas.

Antes de entrar en el análisis del cuadro que así se abre ante nuestros ojos, no puedo dejar de añadir una palabra sobre los pronunciamientos de las altas autoridades eclesiásticas a que me referí un poco más arriba.

Creo que no hay, en toda la historia del comunismo, una sola actitud del Magisterio eclesiástico tan poco categórica y eficiente en relación a este supremo enemigo de la Iglesia. De manera que, si el comunismo fuese derrotado en las próximas elecciones italianas, será una prueba del prestigio de la Iglesia. Pero, en este caso, se deberá decir que la derrota solo no habrá sido mucho mayor en razón del uso conscientemente parsimonioso que el Vaticano y el Episcopado italiano habrán hecho de ese prestigio. Y si el comunismo sale victorioso, se podrá apuntar, en esa misma parsimonia, la desconcertante causa de la victoria de los rojos.

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¿Cómo pudo llegar a tal situación la gloriosa península?

La pregunta no tiene un mero interés histórico. Para todos los países que se encuentran en tal contingencia, ella conduce a esta otra: ¿qué hacer, y qué evitar para no encontrarnos en tan trágica situación?

El tema es vasto. Y sobre todo es complejo. Intentaré trazar sus líneas generales.

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La causa más actuante y profunda de ese mal está en la Democracia Cristiana, considerada en cuanto foco de cierto espíritu, defensora de cierto programa, y preconizadora de ciertas técnicas, frente a su adversario.

Ese adversario es precisamente el comunismo. Contra él, la Alemania nazista y la Italia fascista habían organizado represiones que, especialmente en la primera, llevaron a un auge verdaderamente condenable. Vencidas las potencias del Eje, se planteaba un problema para Europa occidental: sin caer en tales excesos, ¿cómo combatir a los Partidos Comunistas, más audaces que nunca en virtud del inmenso avance obtenido por Rusia en Europa Oriental?

Se dividieron las opiniones. Y mientras algunos consideraban que era preciso oponer la amenaza a la amenaza, y eventualmente la fuerza a la fuerza, otros tendían para una solución que predicaban como original, sagaz y humana. Nacía así la Democracia Cristiana.

El presupuesto más fundamental del espíritu democristiano es que sólo los nazis y los fascistas fueron concebidos en pecado original. Por tanto, sólo contra ellos se justifica el empleo de todas las severidades, cuando no de todas las violencias.

El resto de la humanidad les parece concebido sin pecado original. Incluso los comunistas.

Delante de ese fondo de cuadro surgía, ya en la posguerra, una cuestión - ¿cómo podían estos últimos ser tan despóticos, tan crueles, tan agresivos?

Para esta pregunta, saltaba, rápida y sin embarazo, la respuesta de la Democracia Cristiana naciente. Es que los comunistas habían sido maltratados por las naciones de Occidente. Resentidos, sobresaltados, se preparaban para la vindicta.

Para mantener la paz del mundo, la condición primordial sin la cual ninguna otra sería verdaderamente eficaz era la desmovilización psicológica de rusos y chinos, por medio de pruebas de cordura, generosidad, e incluso de confianza.

Esa máxima se desdoblaba en consecuencias, tanto en el campo de la política internacional, como en el de las relaciones con los partidos comunistas, legal o clandestinamente existentes en las naciones capitalistas.

Como se ve, el estado de espíritu democratacristiano era fundamentalmente pacifista, su programa era conquistar al adversario por medio de concesiones. Su política habitual consistía en acumular unas concesiones sobre otras, hasta que llegase un momento en que los comunistas, emocionados, contritos, enternecidos, se lanzasen en los brazos de los no-comunistas, en un gran abrazo de paz.

En la política interna de las naciones no-comunistas, era necesario eliminar enteramente el anticomunismo militante. Entonces, comunistas y no-comunistas pasarían a vivir en régimen de coexistencia pacífica, bajo el signo de la politique de la main tendue. Las diferencias de doctrina entre unos y otros ya no serían tratadas en términos de polémica, sino de diálogo. Con el objeto de no endurecer a los comunistas, en las viejas posiciones combativas, sería necesario darles toda libertad legal. El ímpetu comunista, vuelto menos furioso por ese tratamiento cordial, moriría poco a poco bajo el influjo de la prosperidad económica obtenida en la posguerra. Pues al optimismo democristiano parecía indiscutible que el comunismo era mero fruto de la pobreza. Eliminada ésta, expiraría por falta de ambiente propicio.

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Es digno de ser notado como el optimismo domina todas esas concepciones.

Sin embargo, la mentalidad democristiana no estaba sólo hecha de optimismo, tenía también, y paradójicamente, un aspecto profundamente pesimista, que se revelaba en lo tocante al peligro de guerra termonuclear.

Los democratacristianos sólo veían el peligro atómico en sus colores más siniestros, cuando no novelescos. Se figuraban a la tragedia atómica inminente en todo momento. Y cualquier resistencia a los comunistas, causa directa de guerra nuclear.

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Como se ve, nada más ventajoso para los comunistas. Pues ya no se les anteponía ninguna barrera, puestos los democratacristianos en el poder. Todas las ventajas les eran ofrecidas con una amable sonrisa. Y, por fin, todos los instrumentos de progreso eran dejados absolutamente a su alcance.

- En vista de la estrategia democristiana, ¿qué harían los comunistas? ¿Se convertirían emocionados, o avanzarían cínicamente rumbo al poder?

Después de treinta años de pruebas de confianza, gentilezas y concesiones democristianas, ahí están los comunistas italianos listos para comenzar el asalto directo a la conquista de puestos en el gobierno.

En otros términos, no se convirtieron. Avanzaron.

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También fue lo que hicieron en el campo internacional. Hoy, en Asia, ellos son la gran fuerza dominante. Decimos "la gran fuerza”, y no "las grandes fuerzas" porque nos rehusamos categóricamente a creer en la autenticidad de la contienda Moscú-Pekín. Oceanía se estremece entera delante de la amenaza comunista, lejana en 1945, y tan cercana en 1976. África está casi toda dominada por los comunistas. Y, en el momento presente, disputan duramente el poder en Portugal, en Francia y en Italia. La vez de las demás naciones podrá llegar pronto.

En América Latina, los comunistas intentaron implantarse por todas partes, alcanzando resultados impresionantes en Chile, en Bolivia y en Perú.

En la Iglesia Católica, los comunistas se infiltraron de modo generalizado. En las otras iglesias, ni hablar.

En último análisis, al programa democristiano de concesiones para conmover, los comunistas respondieron con amenazas, agresiones, avances y conquistas a escala mundial.

A esta altura, ¿qué juicio hacer de la Democracia Cristiana? ¿Fue la mayor tontería de la historia o la mayor traición? - Respuesta a pregunta tan grave excedería a las dimensiones de este artículo.

Decida el lector.


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