Plinio Corrêa de Oliveira

 

 

El ciego que guía otro ciego...

 

 

 

 

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En los últimos dias del mes de Diciembre ppdo., el canal de televisión “Manchete" del Brasil, transmitió un reportaje al chacal del Caribe, Fidel Castro. Al asesino más cruel y despiadado que haya pisado estas tierras americanas, al hombre que esclavizó a su nación para entregarla atada de pies y manos a la URSS, al farsante más hipócrita que se haya visto en los medios de comunicación social.

Periodistas supuestamente de “centro” prestaron al comunista Castro un espacio de casi dos horas en el momento de más audición del día, cosa que no hacen con ningún dirigente político de derecha ni de centro. Es así como el “establishment" supuestamente democrático colabora para la destrucción de la democracia. Son ellos, los centristas, quienes parecen repetir como un eco a lo largo de la historia: “A la izquierda no tenemos enemigos".

Sobre este asunto, con su habitual maestría, escribió el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira, Presidente de la TFP brasileña el siguiente artículo:

Folha de S. Paulo, 6 de enero de 1986

Enero y diciembre de 1985 señalaron dos sorprendentes fracasos de perspicacia de nuestros medios de comunicación social, en lo que se refiere a las tendencias profundas del pensar y del querer globales del Brasil de nuestros días.

En efecto, en enero todo fue preparado para que el festival “Rock in Río” obtuviera un gran éxito, tanto a nivel nacional como intemacional. Para ello, la movilización de los publicitarios del país no pudo haber sido más completa. Al unísono, las trompetas de nuestra publicidad pronosticaban, para el rimbombante espectáculo, una participación popular apoteósica, tanto desde el punto de vista del número de asistentes cuanto del entusiasmo delirante del que se tenía certeza de que éstos darían muestras.

Sin embargo, todo esto concluyó con un fracaso exactamente tan grande como fuera grande el triunfo que se esperaba. Resultó menguada la asistencia, y más menguado aún el entusiasmo.

Los medios de difusión estaban persuadidos de que brasileños de todas las latitudes auirían a Río de Janeiro y que, “a fortiori”, los cariocas, por naturaleza joviales y festivos, abandonarían sus casas y departamentos para apiñarse ante los escenarios del “Rock in Río”. Y lo ocurrido fue muy diferente: los brasileños prefirieron quedarse en el confort de sus ciudades y hogares. Y los cariocas prefirieron los suaves y tranquilos deleites de las chinelas, antes que el frenesí “relajado” y agitado del tan pregonado espectáculo. ¿Cuál fue la razón -o las razones- de esta abstención tan inesperada?

Si yo fuera optimista, imaginaría que la indignación de la gran mayoría de los brasileños contra las inmoralidades y las extravagancias anunciadas para el festival era la causa de lo que no vacilo en calificar como feliz fracaso del espectáculo. En ese caso,  ¡cómo se habría apartado de la realidad mi apreciación!

En efecto, las grandes multitudes están exhaustas de trabajar, de penar, de ser excitadas constantemente por los medios para dejarse capturar por emociones paroxísticas que llenen sus horas de descanso. Esas multitudes están exhaustas de deambular con estupor en medio del caos de los acontecimientos inconexos de lo cotidiano religioso, cultural, político, social y económico de nuestra existencia moderna. Esas multitudes quieren huir de todo lo que los medios les introducen continuamente en el espíritu, a través de los ojos y oídos. Esas multitudes quieren sosiego, normalidad, despreocupación. Y esto es lo que los medios de difusión se rehusan a dar. De aquí proviene, en buena medida, el fracaso.

¿Y los medios de difusión? Por lo menos en Brasil, no parecen haber aprendido la lección; actúan como si vivieran en medio de un gran mito, que hoy en día se encuentra totalmente desprovisto de contenido real.

“Rock in Río” estaba preparado para una multitud anhelante de placeres inducidos. Una multitud efervescente de aspiraciones sexuales tendientes a lo orgíaco. Al estilo Las Vegas, digamos. Serían multitudes hartas  “ad nauseam” de las alegrías “insipidas” de las veladas de otrora, en las que en torno de una mesa se servia té de menta o manzanilla, acompañado por bizcochos caseros, mientras se deslizaba indolente una charla familiar sin novedades. Saturadas de todo esto, las multitudes tenderían al extremo opuesto.

Todo lo contrario. Lo que se vio ahora fue el triunfo de la suavidad casera sobre el "Rock in Río".

Los medios de difusión, sorprendentemente retardados, no preveían esta inmensa saturación.

Transcurrió casi totalmente el año 85: nadie parece haber reflexionado sobre esta lección. Considerando enteramente verosímil el mito marxista (más que secular) de la lucha de clases, los medios parecen haber calculado que la entrevista de Roberto D'Avila con Fidel Castro produciría un efecto análogo al de un fósforo encendido en un inmenso polvorín. En este caso, el polvorín serían las masas de trabajadores manuales enardecidos de furor porque todavía existen ricos sobre la faz de la tierra. Y por eso mismo, estarían supuestamente ávidas por escuchar la prédica mesiánica del líder de Sierra Maestra.

En realidad, nuestras masas son tranquilas, ordenadas, de buena índole. No tienen ojeriza hacia los ricos o hacia la policía. Y la indignación que demuestran contra el poder público no se debe a que éste sostiene los derechos de la grande y mediana propiedad, sino, por el contrario, porque no protege a la pequeña propiedad y a la seguridad personal del hombre común, porque deja las calles libradas al robo impune, a la saña sexual.

Consecuencia: se anunció la exhibición de Fidel Castro en el canal “TV Manchete” como un programa que haría época en la vida política del Brasil contemporáneo. ¿El resultado? Analice el lector el cuadro siguiente, referido a San Pablo y Río de Janeiro, realizado con datos provistos con meritoria imparcialidad por el “lbope” (“lnstituto  Brasileño de Opinión Pública”, y presentados con una imparcialidad no menos meritoria por “Folha de S. Paulo” (28-12-85) y por el “Jornal do Brasil” (27-12-85) respectivamente; es el puntaje (rating) de la audición del barbudo y locuaz dictador:

Río de Janeiro:

21:30 hs.

.......

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22:00 hs.

Canal “Globo”: 25

Canal “TVS”: no provisto

Canal “Manchete”: 6

 

22:30 hs.

Canal “Globo”: 21

Canal “TVS": 21

Canal “Manchete”: 6

 

23:00 hs.

Canal “TVS": 20 puntos

Canal “Globo”: 16 puntos

Canal “Manchete”: 6 puntos  

 

San Pablo:

21 :30 hs.

Canal “Globo”: 45 puntos

Canal SBT: 31 puntos

Canal “Manchete”: 2 puntos

 

22:00 hs.

Canal “Globo”: 34

Canal “SBT”: 19

Canal “Manchete”: 4

 

22:30 hs.

Canal “Globo”: 26

Canal “SBT”: 19

Canal “Manchete": 4

 

23:00 hs.

Canal “Globo": 23 puntos

Canal “SBT”: 18 puntos

Canal “Manchete”: 3 puntos

 

En estos términos, paulistas y cariocas deseaban una indolente noche de domingo. El canal “Manchete” les ofreció, esa noche, el “manjar” revolucionario de dos horas de conversación con el “jefe” cubano. La inmensa mayoría de las dos grandes urbes prefirió la rutina indolente de los espectáculos de televisión común.

Principalmente, es claro, porque el comunismo no despierta en las multitudes la apetencia agitada y ansiosa que los medios imaginan.

Y también, en amplia medida, porque el pueblo quiere que las cosas sigan tranquilas, que no se abrasen en un incendio trágico.

¿Cómo se explica que los medios de difusión se hayan equivocado de este modo? A mi entender, porque tienen su atención enfocada, en forma preferencial, sobre un Brasil ficticio. Es decir, sobre el Brasil formado por un inmenso “conventículo” (1) (y perdóneme el lector los términos contradictorios, pero la cosa es así; una gran cantidad de personas que forma en el Brasil una minoría proporcionalmente pequeña): 1) clérigos católicos progresistas o “bofistas” (2); 2) algunos millonarios comunistas; 3) ciertos excéntricos idólatras de la extravagancia, de la pornografía sofisticada y de los imprevistos escandalosos; 4) intelectuales que imaginan que soplar siempre hacia la izquierda es la última moda; y 5) publicistas de izquierda o en camino de hacerse tales.

 En suma, un Brasil carente de autenticidad, porque el Brasil no es un “conventículo”, ni es izquierdista. Pero el Brasil ha sido tantas veces descripto como tal, que terminan creyendo en esa descripción hasta aquellos que habían fabricado el mito, en virtud de sus arrebatos ideológicos.

Un mito religioso, es cierto. Porque no son muchos los brasileños que relacionaron el fracaso del festival “Rock in Río” con el fracaso congénere de Fidel Castro, y que van consintiendo, más o menos resignadamente, a que el Brasil se vaya deslizando hacia la izquierda porque, engañados por el mito, imaginan que nuestro pais tiene en el alma una preponderancia izquierdista... ¡que no existe!

Un pueblo que se deja guiar por un mito, máxime tan falso, corre el riesgo de tener el destino del ciego guiado por otro ciego, contra el cual advirtió el Divino Salvador (Mt. 15, 14).

Parábola del ciego que guía otro ciego (Pieter Brueghel el Viejo, h. 1525-1569)


Notas:

(1) El término original (“panelinha") sugiere un círculo cerrado de conocidos o complotados (N. del T.)

(2) Partidarios de Fray Leonardo Boff, sacerdote franciscano sancionado por la Santa Sede (N. del T.).


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